EDITORIAL
El control poblacional no es un fenómeno reciente, las poblaciones vivas siempre han tenido que ajustar su crecimiento a límites establecidos por la naturaleza y la cultura humana. Lo nuevo es el control del crecimiento poblacional por parte del hombre.
A lo largo de la historia se han propuesto diferentes métodos de control de la población: continencia sexual, planificación familiar, anticoncepción, esterilización, aborto, todos justificados desde criterios de calidad de vida, debiendo cumplir condiciones para considerarlos correctos con los reparos morales involucrados en cada método.
La preocupación para enfrentar la urgencia del control poblacional mundial nace en la década del 70, con el inicio de convenciones que generan instrumentos internacionales que nuestro país ha suscrito.
El 2010 entra en vigencia la Ley que fija normas y derechos en materia de regulación de la fertilidad, normativa que resguarda la confidencialidad y privacidad, que asegura la provisión de métodos anticonceptivos y de anticoncepción de emergencia a toda la población, lo que permite elegir libremente entre los métodos autorizados que estén de acuerdo a sus creencias y/o formación. Así, los servicios deben satisfacer las necesidades de salud sexual y reproductiva a todo usuario, independiente de la edad, no existiendo impedimento legal para la regulación de fertilidad a adolescentes ni para condicionar esta atención a la aprobación de los padres de estos.
Las políticas de salud pública desarrolladas en los últimos 50 años son, en gran medida, responsables del excelente nivel actual de indicadores tradicionales de salud maternoinfantil en Chile. Se han reducido drásticamente los egresos hospitalarios por aborto y su tasa de mortalidad materna. Asimismo, el impacto demográfico también es notable, la tasa global de fecundidad ha disminuido a 1.9 hijos por mujer con una tendencia proyectada al 2020 de 1.85 hijos por mujer.
Así, el Estado tiene la obligación moral de educar a la población, ofreciendo información necesaria y suficiente, para evitar uno de los grandes males de nuestro tiempo, como lo es la manipulación de la información por parte de los poderes económicos y políticos, y debe implantar los mínimos que la voluntad general de los individuos establezca por consenso como en el caso de regulación de la fertilidad.