‘Pájaros de verano’

Hay que esperar la otra buseta. Esa se mete por Los Nogales y ese barrio es peligroso. Está lleno de guajiros”, me dijo mi mamá una tarde de 1989. Al crecer comprendí su frase.

Los guajiros, al igual que nosotros, padecieron su bonanza marimbera, que marcó el comienzo del narcotráfico en Colombia. Esa historia, tan real y cruda como la cifra de muertos que dejó, hasta hoy no fue contada de manera tan magistral como en la película ‘Pájaros de verano’.

Ciro Guerra y Cristina Gallego, directores del filme colombiano, apoyados en la belleza de lo natural, lograron un retrato auténtico de lo que somos frente a los debates éticos y el manejo del poder.

Cada imagen, elemento escenográfico, mirada o diálogo contiene una reflexión profunda. Después de ver la película salí de la sala agradecido por tener memoria y sentidos, pues recordé el olor y el viento de aquel desierto que conocí hace años.

El filme no recrea al narcotraficante como un redentor que llena de bienestar a sus seres queridos. En muchos momentos todos parecen estar impregnados por el mal, ese que llegó cuando se desconoció el valor de lo ancestral.

Hace tiempo un guajiro está en la lista de mis amigos (que son pocos). Y también viví en Riohacha, pero mi mamá ya no estaba. No alcancé a decirle que todas aquellas personas no son como las que le generaban temor, como los malos de ‘Pájaros de verano’.