TODO SOBRE MI MADRE
MI MAMÁ se llama claudia. Claudia Esperanza Muñoz Garzón. Nací cuando ella tenía 17 años y aún estaba terminando el colegio. Recibió su diploma de bachiller conmigo en la panza, seguramente por eso me ha gustado toda la vida aprender. Ya estoy pasando los 35 años y eso quiere decir que ha pasado más de la mitad de su vida conmigo. Mi mamá es el único ser del mundo que me habla claro y tiene el superpoder de saber qué me pasa a la distancia, así no hablemos todos los días. Pelear con mamá (ayer por teléfono, hoy por Whatsapp) me arruina el día. Sin embargo, ella no cree en decepciones, nunca opina, nunca juzga y siempre me ha permitido tomar mis decisiones. Ni siquiera a los 15 –cuando tuve un noviazgo sumamente conflictivo– me obligó a terminar la relación ni mucho menos a los 20, cuando me convertí en madre de María José, mi primera hija, se atrevió a criticarme; ella solo me abrazó y hoy, cuando estoy repensando mi vida e intentando cerrar un ciclo, ella no dice ni ‘mu’, solo me dice que me acompaña y que va a estar ahí siempre. Claudia me enseñó a montar bicicleta y patines, también me llevó por primera vez al gimnasio y me enseñó a llevar una dieta sana. Nosotros, los que nacimos en los 80, en la clase media colombiana, sabemos que todo era precario. Que estaba basado en el esfuerzo y el amor. En los momentos. Mi mamá era distinta a las otras: no sabía cocinar, odiaba hacer mercado y las labores domésticas, pero me enseñó a responsabilizarme desde niña y siempre estaba ahí para abrazarme cuando lo necesitaba. Todavía recuerdo su rostro sonriente cuando iba a todos los actos del colegio y esa risita orgullosa que tenía cuando me entregaban una medalla al finalizar el año escolar. Paralelamente a su trabajo como enfermera, mi madre desarrolló una pasión por la fo- tografía y con pasión documentaba nuestro mundo cotidiano. Desde que tengo memoria, fui ‘modelo’ de mi mamá y atesoro cada una de las etapas de mi niñez tras su lúcido enfoque.
Una de las cosas que me gusta de mi trabajo como periodista tiene que ver con mi mamá: es la persona más sociable del mundo. Podría estar en un paradero lejano en el norte de Finlandia y entablaría una conversación con quien esté ahí y le contaría su vida, y así soy yo. Mamá es mucho mejor entrevistando que yo, porque ella sabe escuchar. Tengo que aprender aún mucho de ella. Una vez, hace muy poco, me dijo que ella se sentía representada por lo que escribo. Que se ve ahí cuando me lee…
Como ella, aprendí a ser madre de sopetón. Arranqué mi vida junto a Majo (María José), mi gran amor, cuando hacía mis prácticas universitarias acá en EL TIEMPO Casa Editorial, y con esfuerzo hemos crecido juntas. En esos días trasnochaba y trabajaba mucho, pero ella nunca me ha reprochado nada, al contrario, me admira y sueña con convertirse en periodista judicial algún día. Jacobito, mi gran hombre, llegó cinco años después, y con sus besos, piropos y abrazos me siento la mujer más amada del mundo. En mi panza está Emilia, ya tengo cinco meses, y aunque ha sido un embarazo complicado y me ha hecho replantearme muchas situaciones de la forma como estaba viviendo, hoy me llena de felicidad y de ganas de seguir adelante. También estoy debutando como la madre de Lorenzo, un Bulldog francés que me tiene enloquecida... Hoy soy la fuerte madre de tres niños y un perrito y soy la hija de una mujer sumamente poderosa, a quien nunca le ha importado el qué dirán. Y así decido vivir mi vida de ahora en adelante y basándome en parte de su legado: siendo una mujer fuera de serie, completamente original y auténtica, con todos los costos que eso conlleva. Feliz día para todas las madres que me leen, un abrazo con todo mi amor maternal para todas ustedes.