Arcadia

El arte de no pertenecer

El dramaturgo y novelista polaco, incisivo y antinacion­alista, ha sido comparado con autores como Kafka y Joyce. Aunque poco leído por el gran público, se trata, sin duda, de un clásico. Tanto sus novelas –como Los hechizados o Ferdydurke– como su Diario

- Germán Beloso* Buenos Aires *Licenciado en Letras de la Universida­d Nacional de La Plata.

WITOLD GOMBROWICZ DESDE ARGENTINA

AWitold Gombrowicz la historia le hizo nacer en las márgenes del viejo continente. Nació en 1904 en Maloszyce, Polonia, esa porción de tierra que encierra los pueblos y culturas de Europa Oriental. Si uno lee su Diario (1953-1969), encuentra que esa marginalid­ad era para los intelectua­les, artistas y escritores polacos de su tiempo una herencia negativa que los impulsaba a querer imitar la cultura de Europa Occidental y a su vez los desviaba de su propia esencia y de su propia voz.

A Gombrowicz, sin embargo, esa marginalid­ad no le incomodaba. Él más bien la asumía, y esto le permitió desentende­rse de los cánones, de lo establecid­o, de las herencias y tradicione­s de Occidente, para emprender su propio camino y su propia búsqueda. La marginalid­ad fue,entonces,su centro,su irreverenc­ia,y una discusión recurrente que mantuvo con sus compatriot­as,a quienes parecía no poder convencer de que dejaran de lado la reverencia que profesaban por el arte de Europa Occidental.

Esto no quiere decir que Gombrowicz reivindica­ra un arte popular, o que fuese enemigo del arte, o que dudara de su importanci­a. Él creía que el arte en ellos, en los polacos,ejercía una influencia distinta. “Nuestra actitud eslava frente a las cuestiones del arte es más relajada, estamos menos comprometi­dos con el arte que las naciones de Europa Occidental y nos podemos permitir una mayor libertad de movimiento­s”. Por eso Gombrowicz impulsaba a los polacos a dejar de querer ser lo que no son:“tratad de organizar vuestra verdadera sensibilid­ad de manera que alcancen una existencia objetiva en el mundo, encontrad una teoría que esté acorde con vuestra práctica, cread una crítica del arte desde vuestro punto de vista y una imagen del mundo, del hombre, de la cultura, que esté acorde con vosotros…”.

Esta es una de las claves para entrar al pensamient­o y la literatura de Gombrowicz,y parte de su originalid­ad parte de allí,de saber que para pensar libremente es necesario quitarse los antiguos ropajes.

Lo curioso es que Gombrowicz escribió su Diario en Argentina, desde donde envió entregas periódicas a París para que fuesen apareciend­o en la revista polaca Kultura. Es decir, si Polonia es una suerte de límite desdibujad­o de Europa, podemos imaginar que a sus ojos Buenos Aires se le apareció como un bosquejo mojado. Es aquí, en la doble marginalid­ad que le confería Buenos Aires, donde Gombrowicz no solo escribió gran parte de su obra, sino donde, como él mismo dice en su Diario, encontró su propia voz.

También sus libros circularon por los límites. En Polonia, Gombrowicz estuvo prohibido por los nazis, luego por los comunistas. En su país tan solo llegó a publicar, en 1933,Memorias del período de la inmadurez,un libro de relatos.luego,en 1937, publicó su novela Ferdydurke, que hizo que lo catalogara­n como un escritor corrosivo.

A la Argentina llegó en 1939, en un viaje que preveía una estadía de apenas dos semanas. Pero en esos días estalló la Segunda Guerra Mundial y Gombrowicz no pudo regresar.aquí, en Argentina, Gombrowicz también se alejó del estilo de vida noble de su familia.aquí, permaneció 24 años, conoció la miseria y el hambre,y también fue empleado de un banco y periodista.

Sin embargo, si existiera el oficio de “demoledor”, le habría sentado bien e incluso lo habría definido. Frente a todo lo establecid­o, lo ya dado, lo impuesto eim posta do,gombrowicz demolió. por supuesto que esta actitud también era una impostura,pero a diferencia de la arrogancia de ciertos críticos, intelectua­les y demás,gombrowicz dejó entrever la impostura,el juego. “Sé –lo he dicho en numerosas ocasiones– que cada artista tiene que ser pretencios­o (pues pretende subirse a un pedestal), pero que, al mismo tiempo, ocultar esas pre- tensiones es un error de estilo, es la prueba de una errónea‘solución interna’.transparen­cia. Hay que poner las cartas boca arriba.escribir no es otra cosa que una lucha llevada por el artista contra los demás por su propia celebridad”.

Esto se hizo visible en muchas anécdotas que de él se conocen, y en las que se le describe argumentan­do contra la opinión de su interlocut­or, para luego, en otra ocasión, y frente a otra persona, esgrimir los argumentos contrarios a los que había defendido anteriorme­nte, tan solo porque el nuevo interlocut­or afirma lo que él mismo había defendido. En una entrevista que puede verse en Youtube Gombrowicz tira abajo, frente a sus entrevista­dores franceses, no solo uno de los orgullos de Francia, la comida, sino también a varios de sus referentes literarios: Balzac, Proust, Zola, Montaigne, Flaubert, Rousseau. En esa entrevista dice preferir a Thomas Mann, a Dostoyevsk­i. Uno puede imaginarse a Gombrowicz repitiendo esta misma estructura en una entrevista

No es posible encontrar la propia voz, si no es a través de un ejercicio de desenmasca­ramiento.

para la televisión alemana, pero invirtiend­o sus gustos literarios.y lo curioso es que después de ese acto de provocació­n, uno de los franceses de la entrevista le dice que en realidad parecería que siempre criticaba todo lo que provenía de París, y que eso era cuestionab­le. Gombrowicz responde que en cierto modo esa actitud es una táctica, porque si un extranjero comienza a alabar todo lo francés pierde justamente su condición de extranjerí­a. Nuevamente aparece aquí la noción de marginalid­ad,de identidad cero, que le permite ser libre y no quedar atado a visiones de mundo ya establecid­as.y Gombrowicz desmantela el artefacto de su operación, muestra sus cartas.

En ello radica uno de los aspectos más interesant­es de su pensamient­o y de su literatura: no es posible encontrar la originalid­ad,la propia voz, el propio pensamient­o, la propia visión del mundo, si no es a través de un ejercicio de desenmasca­ramiento. De lo contrario estamos condenados a la pantomima, al ridículo, a la repetición, a la exigencia de cumplir un papel social que no hemos elegido. La división entre la adolescenc­ia y la adultez en sus obras señala justamente eso, la tensión entre la fuerza libre de la juventud que busca expresión y la forma, el molde, el encasillam­iento del mundo adulto que intenta frenar y contener lo primero.parte de ese desenmasca­ramiento es la demolición de grandes templos como el arte,la literatura,los intelectua­les. Pero no se trata de desmontar esos conceptos en sí mismos, sino lo que los rodea.

En cuanto al arte,gombrowicz escribe sin ambages. Explica con un lenguaje sencillo el arte como institució­n y la construcci­ón del gusto artístico. Es decir, expresa con claridad lo que un sociólogo cultural dice con sofisticad­a teoría. Se pregunta por qué, si las obras “maestras” deben llenarnos de admiración, nuestro sentimient­o frente a ellas resulta temeroso o dudoso de su excelencia; cómo es que respondemo­s con tanta insegurida­d frente a lo que en realidad nos tendría que colmar de éxtasis y placer.“¿por qué este original tiene un valor de diez millones y esta copia suya (aunque tan perfecta que despierta exactament­e las mismas sensacione­s artísticas) solo vale diez mil? ¿Por qué ante el original se agolpa una multitud devota y en cambio nadie admira la copia? Aquel cuadro despertaba unas emociones paradisíac­as mientras fue considerad­o ‘una obra de Leonardo’, sin embargo hoy ya nadie le echa una mirada, puesto que el análisis del pigmento ha demostrado que se trata de la obra de un discípulo”. Él mismo responde: “No te das cuenta en absoluto de lo que pasa dentro de ti cuando contemplas unos cuadros. Crees que te acercas al arte voluntaria­mente, atraído por su belleza, que esta relación se desarrolla en una atmósfera de libertad y que en ti nace el placer espontánea­mente surgido de la divina varita mágica de la Belleza.lo que ocurre en realidad es que una mano te ha cogido por el pescuezo, te ha conducido ante el cuadro y te ha puesto de rodillas, y que una voluntad más poderosa que la tuya te ha mandado esforzarte para que experiment­es unos sentimient­os apropiados”.

También los discursos intelectua­les son una máscara:“cada vez me importan menos las ideas, mientras que pongo todo el énfasis en la postura que adopta el hombre ante la idea.la idea es y será siempre un biombo detrás del cual ocurren otras cosas más importante­s. La idea es un pretexto. La idea es un instrument­o. El pensamient­o, que abstraído de la realidad humana es algo majestuoso y magnífico, diluido en la masa de unos seres apasionado­s e incompleto­s, no es más que un griterío. Estoy harto de discusione­s estúpidas. Ese baile de argumentac­iones. esa arrogante sabihondez de los intelectua­les. esas fórmulas vacías de la filosofía”.

Gombrowicz dejó la Argentina en 1963. Evitó el avión y volvió en barco, dicen, porque quería asimilar durante el viaje la idea del retorno a Europa. Murió en Francia, en 1969. No sabemos si su obra literaria hubiese resistido a su propia crítica. Pero queda su Diario y una advertenci­a aún vigente: que el hombre “no se deje atontar por sus propias sabidurías, que su concepción del mundo no le prive de sentido común natural, que su doctrina no le despoje de humanidad, que su sistema no le confiera rigidez y lo convierta en una máquina, que su filosofía no lo vuelva obtuso.vivo en un mundo que todavía se nutre de sistemas, de ideas, doctrinas, pero los síntomas de indigestió­n son cada vez más evidentes, el paciente ya tiene hipo”.

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