ESTO SE VEÍA VENIR…
El anuncio del Teatro Mayor sobre la cancelación de las presentaciones de la Orquesta Simón Bolívar de Venezuela, con Gustavo Dudamel dirigiendo el ciclo completo de las Sinfonías de Tchaikovski, que ha debido ocurrir el 27, 29 y 30 de julio, claro que cayó como un baldado de agua fría para el público en Bogotá. Se trata de una de las orquestas más prestigiosas del mundo cuya categoría ha sido ratificada en escenarios tan prestigiosos como el Festival de Salzburgo, la Philharmonie de Berlín o la Scala de Milán.
Dudamel dejó de ser solo un gran director para pasar al cerradísimo círculo de las grandes estrellas de la dirección. Con la única excepción de Daniel Barenboim, ningún director latinoamericano ha llegado tan lejos, y hoy por hoy ninguna de las grandes orquestas del mundo ha podido darse el lujo de no tenerlo en el pódium.
Aquí en Bogotá, el Teatro Mayor ha tenido que enfrentar el problemita logístico que genera una cancelación casi catastrófica. Porque, claro, la boletería se había agotado, hay patrocinadores de por medio, etc.
Pero las cosas desbordan el ámbito de la vida cultural del Teatro Mayor. Esto en realidad tiene una dimensión de mayores proporciones.
La situación de Dudamel, como venezolano, se había vuelto insostenible y había un hondo malestar entre algunos miembros de la Mesa de Unidad Democrática (mud), que censuraban al prestigioso director por no adoptar una postura ante la situación que atraviesa Venezuela. Dudamel, es verdad, evadió hasta donde le fue posible asumir una posición que desbordaba el ámbito de lo cultural y entraba en los terrenos del conflicto interno. Lo que en su momento sí hizo la prestigiosa pianista venezolana Gabriela Montero, quien se declaró opositora del régimen y muy crítica con Dudamel.
Pero eran circunstancias, digo yo, muy diferentes: Montero con sus críticas apenas se jugaba su propio pellejo, lo que no ocurría con quien es la joya de la Corona del Sistema Nacional de Orquestas de Venezuela, uno de los proyectos musicales más importantes, no de Latinoamérica, sino del mundo. Es decir, que cualquier jugada, eventualmente, afectaría al Sistema.
Cuando entre las víctimas del conflicto venezolano cayó un muchacho del Sistema, cuando la televisión del mundo divulgó la imagen del violinista tocando a Beethoven en medio de los nubarrones de gases lacrimógenos, a quien la policía le arrebataba el instrumento y luego se lo despedazaba, Dudamel entendió que había llegado el momento de romper su mutismo. Sus declaraciones, desde luego, le dieron la vuelta al mundo y eso debió caerle como una pedrada al régimen.
Porque no nos digamos mentiras: una cosa era el coronel Chávez, que era inculto hasta la médula, pero listo. Muy listo. Tan listo que sabía que la Orquesta y su director titular eran sus mejores embajadores ante el mundo, casi la prueba irrefutable de que aquí no está pasando nada.
Pero Maduro no es Chávez. Puede ser tan inculto como su mentor, pero no tan ladino como él. Lo que es evidente es que la atmósfera se ha enrarecido a tal punto que ni siquiera se dieron las condiciones para trabajar a conciencia un proyecto de la trascendencia del Ciclo sinfónico de Tchaikovski, y que ni siquiera una estrella de la importancia de Gustavo Dudamel está a salvo. Y muchísimo menos cuando acaba de pedirle al gobierno de su país “suspender la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente y reestablecer el orden institucional”.
De manera que la cancelación en el Teatro Mayor es apenas la punta del iceberg. Porque lo que puede estar en juego es el proyecto cultural y musical más importante de toda América Latina.