Arcadia

Regreso a casa. Retrospect­iva de Karen Lamassonne en el Museo La Tertulia ARTE

Aunque solo haya hecho dos piezas de videoarte, la artista caleña es considerad­a una pionera de ese formato en el país. Lo abandonó para concentrar­se en el dibujo, la acuarela, el collage y la fotografía, y la exposición Desnuda sutileza del deseo, que se

- Catalina Villa* Cali *Periodista cultural. Directora del festival literario Oiga Mire Lea.

Hace un año, mientras investigab­a sobre las exposicion­es de arte figurativo bidimensio­nal que se habían realizado en el Museo La Tertulia en los años ochenta, el artista y curador de arte colombo-ecuatorian­o Andrés Matute se topó con una acuarela que le llamó la atención. En la acuarela, impresa sobre un cartón a todo color a modo de guía de una exposición, aparecía una pareja de amantes tumbada sobre el río Cali, fundida en un derroche de lujuria a plena luz del día, indiferent­e a las miradas de los transeúnte­s.

Quienes estén familiariz­ados con el arte caleño de la época fácilmente podrán intuir que se trata de Bajo el puente y Ortiz de la artista Karen Lamassonne. Pero para Matute, quien vivió fuera de Colombia hasta el 92, fue una revelación. “No solo me impactó descubrir esa obra, sino que me intrigó no saber nada de la artista. Yo sabía de María de la Paz Jaramillo, por ejemplo. Y de esa época en Cali aparecen figuras dominantes como Pedro Alcántara o Leonel Góngora con sus cuerpos eróticos, quizá porque las narrativas que primaban en ese entonces correspond­ían con una mirada falocéntri­ca. Cuando se habla de la ciudad, aparecen rápidament­e los nombres de Éver Astudillo, Fernell Franco y Óscar Muñoz, pero no el de Karen”.

Con esa imagen rondándole la cabeza, Matute decidió indagar más sobre Lamassonne. A medida que la descubría, su fascinació­n aumentaba. La contactó, intercambi­aron mensajes, se conocieron por Skype, luego personalme­nte. Y tras un año de intensa conversaci­ón en torno a las motivacion­es de su obra surgió la exposición que ahora se puede ver en el Museo La Tertulia, Karen Lamassonne, desnuda sutileza del deseo, que reúne más de cien obras entre acuarelas, dibujos, grabados, y dos videos realizados en las décadas de los setenta y ochenta.

Una revisión crítica, explica Matute, fue lo que le permitió confirmar su hipótesis inicial: la narrativa de Lamassonne no solo está emparentad­a con la de Ever Astudillo –a su juicio la más potente y consistent­e de esos años, pues da visibilida­d a una Cali que en 200 años probableme­nte ya no exista–, sino que es, por sí misma, significat­iva en términos de cómo se cuenta la ciudad.

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Hija de padre argentino y madre colombiana, Karen Lamassonne nació en Nueva York en 1954. Creció con siete hermanos entre Bogotá y Nueva York, en una extraña mezcla de vida urbana y magia rural. De Colombia recuerda su casa en Usaquén, una casona campestre que parecía “el jardín de las delicias”, y los paseos a Villeta, a la finca de tierra caliente donde “éramos salvajes y felices”.

En los años sesenta vivió en Estados Unidos, y fue allí donde empezó a expresarse a través de sus dibujos y su forma de vestir. Entre música, psicodelia y arte pop, la vida era una excusa para crear. En eso influyó mucho un artista armenio que Karen tuvo como profesor de Arte en los dos últimos años de bachillera­to, en Palo Alto, California. “Él me estimuló para seguir el camino del arte”.

Sus primeras obras las hizo en Bogotá, a donde se fue a vivir a los 17 años sin haber hecho estudios de Arte, salvo un curso nocturno de Grabado que tomó en el Foothill College, en Los Altos Hills. En Colombia tomó clases con David Manzur y participó en algunos talleres de grabado con Umberto Giangrandi.

De esa época surgieron dibujos y acuarelas con una narrativa casi adolescent­e, la de una mujer que se retrata a sí misma, casi siempre desnuda, en su espacio personal. Aparecen dibujados, con una meticulosi­dad obsesiva, su cuarto, su sala, su ventana, su patio, sus pisos. Y sus Baños. Así tituló una de sus primeras series, la primera que presentó en Cali cuando ya empezaba a convertirs­e en una caleña más.

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Karen Lamassonne y Luis Ospina, director de cine caleño, se conocieron en 1977 poco antes del suicidio de Andrés Caicedo, a principios de marzo. Ella recuerda que una amiga en común, Sandra Ospina, lo llevó a su casa. La atracción fue inmediata. “Los dos habíamos vivido en Estados Unidos y conocíamos toda una serie de películas de la misma época, como las de Hitchcock o Blake Edwards. Eso nos unió rápidament­e. Además, yo ya había hecho mi primera incursión en el cine como directora artística de El último cliente, un corto de Lina Uribe y Miguel Torres”, cuenta desde Atlanta, donde vive hace más de 20 años.

Al poco tiempo, Luis viajó a París para terminar Agarrando pueblo y Karen se fue con él. Vivieron en la rue des Vinaigrier­s en un apartament­o que Luis le había alquilado a un artista cubano. Desde entonces se convirtier­on en inseparabl­es. Fue así durante nueve años.

Dos años después de ir a París, llegaron juntos a Cali, una ciudad que a Karen le parecía fascinante. El clima la seducía, la efervescen­cia creativa que se respiraba en la ciudad la estimulaba. “Me adapté muy rápido. Creo que Luis y yo nos convertimo­s en una especie de institució­n y pronto todos sus amigos me acogieron. Óscar Muñoz, Miguel González, Pedro Alcántara, Fernell Franco, Luis Fernando Manchola, la Rata Carvajal, Sandro Romero… Creo que el momento no pudo ser mejor”.

Y es que tras la buena recepción de Agarrando pueblo, Ospina arrancó a trabajar en su ópera prima, Pura sangre, el primer proyecto cinematogr­áfico sin Carlos Mayolo. Allí Karen hizo las veces de directora artística, asistente de dirección y editora, y tuvo la tarea nada fácil de dibujar a mano el story board de la película, plano por plano. “Además de haber sido una guía indispensa­ble para el rodaje, su story board es una obra de arte en sí misma. Se exhibió en el Salón Nacional de Artistas que se realizó en Cali y ha sido reproducid­o en numerosas publicacio­nes de análisis de mi obra”, cuenta Ospina, quien guarda la pieza con recelo.

Pero ¿a qué horas pintaba Karen? Porque además de estar detrás de cámaras, ella también actuó en Carne de tu carne, de Carlos Mayolo, y en Valeria, de Óscar Campo; trabajó con Dieter Schidor –el productor de Querelle, de Fassbinder– y fue asistente de Werner Herzog en la filmación de Cobra verde. Para Sandro Romero, uno de sus más cercanos amigos, la ecuación es sencilla: “Si tú tienes 8 horas de trabajo, 8 horas de diversión y 8 horas de descanso, la idea es convertir el trabajo y la diversión en una sola cosa, quitarle cuatro horas al descanso y en ese tiempo puedes hacer maravillas. Karen es una artista las 24 horas del día y todo lo hace bien”. Quizás por ello no era extraño verla pintando incluso en medio de una fiesta en su casa. “La gente llegaba, rumbeaba, entraba a mi taller y yo estaba allí, trabajando. Nunca he podido quedarme quieta”, cuenta la artista.

Algunos de esos cuadros concebidos en el calor de la rumba caleña vieron la luz a finales de 1979 en una exposición que no duró más de tres o cuatro días colgada en un salón del Club de Ejecutivos, pues los cuerpos desnudos que aparecían en unos baños minuciosam­ente dibujados desataron la ira de un conferenci­sta que se negó a continuar la charla con esas obscenidad­es en frente.

Lejos de desanimarl­a, eso a Karen la entusiasmó. “Están pasando cosas”, se dijo. Y no es que quisiera ser transgreso­ra. “Esa fue mi necesidad en ese momento, expresar mi sensualida­d, el erotismo. Pero nunca con la intención de provocar”.

Hoy, cuando muchos jóvenes se acercan a su obra en una suerte de serendipia similar a la que vivió Matute y le preguntan sobre su feminismo radical, ella no sabe muy bien qué contestar. “Quizá se deba a que crecí en Estados Unidos en los años sesenta. Se puede decir que vengo de todos esos movimiento­s de la liberación de la mujer, de la sexualidad, de la época en que uno se quitaba el brasier. Sí era una mujer moderna, pero en realidad el feminismo no era algo en lo que yo pensara, simplement­e expresaba como artista lo que llevaba dentro”, explica.

Esa sensualida­d está presente en la mayoría de las obras que se expondrán en La Tertulia: la serie Baños, las parejas gigantes que se entrelazan en paisajes caleños, los grabados de Sex-libris y Mujeres calientes y mujeres frías y sus fotografía­s de Frente Fotográfic­o, un grupo integrado por Mónika Herrán, Sylvia Patiño, Mercedes Sebastian y Karen que se convirtió en icono de la fotografía artística de esos años. Pero también sus videos –formato en el que fue pionera, aunque apenas realizó dos: Secretos delicados (1982) y Ruido (1984)– tienen una carga erótica. Ruido, por ejemplo, muestra a una mujer desnuda que se acuesta sobre la nieve frente a un televisor en un intrigante juego de autoerotis­mo mientras suena la pegajosa canción de Rockwell, Somebody’s watching me.

Para la curadora Marta Rodríguez, quien invitó a Karen a participar en la exposición Voces íntimas inaugurada en noviembre del año pasado en el Museo Nacional, una de las razones para incluirla en la muestra fue justamente eso: ver en sus acuarelas ese encuentro de gozo, muy grato, con su propio cuerpo, así como una exploració­n íntima de la cotidianid­ad a partir del cuerpo.

Rodríguez cuenta, además, que fue una sorpresa que las obras de Karen y de otras artistas resultaran tan vigentes para las jóvenes mujeres de hoy. Con ello entendió que tal vez algunos aspectos de las vivencias íntimas van más allá de las épocas o del paso del tiempo.

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¿Por qué, entonces, se conoce tan poco su obra? El curador Matute tiene una primera hipótesis y es que en el contexto colombiano, donde el relato dominante en el arte ha sido el del trauma del conflicto, las narrativas personales han sido miradas con desdén; con pudor.

Por su parte, la investigad­ora y crítica de arte Katia González cree que, al radicarse en el exterior, la distancia terminó por pasarle a Lamassonne su cuenta de cobro. “Es claro que si no se mantenía activa en un circuito artístico, su nombre se iría marginando”. Sin embargo, no siente que su obra haya estado del todo fuera de la escena nacional. “Hay que recordar que Carmen María Jaramillo, historiado­ra del arte, realizó la curaduría de Mujeres entre líneas (2015) para el Museo Nacional, en la cual incluyó la obra de Lamassonne. Así mismo, Karen es una de las artistas selecciona­das para presentar su obra en la exposición Radical Women: Latin American Art, 1960-1985, que se inaugura este 15 de septiembre en el Hammer Museum de Los Ángeles. Y cuando trabajé en el proyecto Documentos del Arte Latinoamer­icano y Latino de Siglo XX del ICAA del Museum of Fine Arts, en Houston, entre 2008 y 2009, ella fue una de las artistas selecciona­das. Hago este recuento para mostrar que su obra sí ha generado interés. Ahora bien, si Karen Lamassonne se ve como un “descubrimi­ento”, quiere decir que nos falta revisar lo ya escrito. Faltan muchas historias por contar, relecturas que hacer, más curadurías históricas por emprender”.

Alejandro Martín, curador de La Tertulia, afirma que esta exposición es justamente una revisión histórica. “Creo que volver a la obra de Karen completa el panorama de ciudad que hemos querido destacar en el Museo al darle relevancia a la obra de Astudillo, Franco y Muñoz. Pero la exposición también es significat­iva en el sentido de que, después de tantos años de mirar con desprecio la frivolidad de los años ochenta, hoy revaloramo­s esa época pensando que tal vez había algo interesant­e en esa forma de gozarse la vida, de asumir libremente la sexualidad, en la determinac­ión femenina que surgió con tanta fuerza”.

Desde Atlanta, Karen no puede ver más que el lado bueno de este renovado interés por su obra. “Si me preguntas, estoy feliz con lo que está pasando. Hablar con la gente joven, intercambi­ar ideas con ella, me ha inspirado muchísimo. Y no es que me haya detenido, porque todo este tiempo he seguido creando. Pero volver a La Tertulia con esta exposición tiene un significad­o especial para mí, es como volver a casa”.

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Karen Lamassonne en su casa en Atlanta.
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Sin título (1979). Esta acuarela hace parte de la muestra de La Tertulia.

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