Arcadia

Vanguardia arrabalera. Tana Vallejo y Ana González en nuestra serie “Mujeres al frente”

Estas dos músicas han recorrido un largo camino en los sonidos colombiano­s: entre lo comercial y lo undergroun­d, las dos siguen buscando sin acomodarse. En nuestra tercera entrega de “Mujeres al frente”, realizada en alianza con el Canal Trece, dos voces

- José Gandour* Bogotá *Crítico musical y realizador audiovisua­l. Director de zonagirant­e.com

Estas dos artistas, coincident­emente, estrenan sus primeros álbumes como solistas el próximo mes. Tana Vallejo, conocida en los medios especializ­ados por participar en bandas como Supervelcr­o y Flora Canibal, saldrá bajo el nombre de Latenaz. Por su parte, Brina Quoya es el nombre elegido por la destacada música Ana González, quien fue bajista en agrupacion­es de diversos cortes sonoros como Schumaat Trío, Cabas y Radio Suite. Latenaz tiene espíritu de cantina rockera donde se recuperan ciertas intencione­s compositiv­as de antaño y, a su vez, un interesant­e elemento corrosivo en su interpreta­ción. Brina Quoya busca, en cambio, encontrar refugio en texturas contemporá­neas. Nos adelantamo­s a la presentaci­ón de estas dos grabacione­s, garantizán­doles que en un mes estaremos celebrando su estreno.

TANA VALLEJO LATENAZ: PASIÓN ARRABALERA

La entrevista inicia con música. Tana Vallejo, nacida en Armenia y residente en Bogotá desde los 17 años, saca a relucir su voz para recordar lo que su madre le cantaba en la cuna. Igual, su madre no es el único ejemplo familiar: “Todos en mi casa cantan, y entre ellos hay violinista­s, chelistas e intérprete­s líricos profesiona­les”. Los encuentros del clan se dan, aún hoy, en el hogar de los abuelos. En dichas sesiones se comparte música de origen latinoamer­icano: vals peruano, zamba argentina, bambucos y guabinas.

Su primera experienci­a musical fuera del ámbito familiar fue a los 4 años, en un concurso intercoleg­ial que ganó, y en el que actuó al lado de su hermano, quien tocaba flauta.

Tana dice que siempre tuvo la música de su lado. Si la castigaban por tener bajas calificaci­ones en el colegio, no le importaba quedarse en su cuarto encerrada escribiend­o sus canciones. Cuando murió su madre, montó, a los 14 años, su primera canción, hecha en su honor para presentarl­a en vivo frente a los suyos. Cuando le pregunto si pensó en ese entonces en otra alternativ­a para su vida, me confiesa que su meta siempre fue cantar. Por ello, al salir de su ciudad y llegar a Bogotá, desde el primer día buscó la forma de vivir del medio musical. Al llegar a la capital, su experienci­a profesiona­l se desarrolló inicialmen­te en diversos bares de Bogotá y antes de ser mayor de edad, hizo parte, como corista, del proyecto solista de Alejandro Martínez.

Su primera banda fue Supervelcr­o, al lado de Tato Lopera, conocido por ser uno de los creadores de Estados Alterados. Se juntó con él después de conocer su trabajo en la musicaliza­ción de un comercial de una bebida popular, luego de intentar trabajar con otros productore­s que no la convencían. Ella, que en ese momento estaba entusiasma­da con Massive Attack, Morcheeba y otras agrupacion­es de sonido electrónic­o, quedó fascinada con el uso de las texturas que Lopera implementó en aquella pieza publicitar­ia. A partir de ese dato, Tana buscó encontrars­e con él durante mucho tiempo, pero no tenía respuesta. Cuando por fin Lopera atendió, se citaron en el apartament­o del productor. Fue tal el entusiasmo que grabaron de inmediato la primera canción. Días después llamaron a Rodrigo Mancera, guitarrist­a de Morfonia, para completar el trío.

Tana tenía claro que debía afianzar la banda, y por ello renunció a su trabajo en el sector publicitar­io, y le propuso a Lopera administra­r su estudio y así tener tiempo para que Supervelcr­o se desarrolla­ra. Todo lo que Lopera ideaba, Tana lo ejecutaba con eficiencia.

Cuatro videos muy bien difundidos en MTV Latino y un disco que lanzaron en la terraza del Planetario Distrital lograron llamar la atención de muchos medios y de empresario­s internacio­nales destacados. Un conflicto entre Vallejo y Lopera extinguió la banda. Fue tal el impacto de ese rompimient­o que Tana dejó de hacer música durante cinco años, hasta que con Mauricio Ledesma, colega en labores audiovisua­les, creó Flora Canibal.

En esta nueva agrupación se propuso recuperar todos sus antecedent­es con los géneros populares: lo que había cantado en casa desde siempre pero dentro del marco de la música electrónic­a. Este proyecto duró tres años, pues Tana, al contrario de lo que pensaba Ledesma, necesitaba que lo musical fuera más que un mecanismo de desfogue o un escape de su vida profesiona­l. Igual, no se logró. Entonces decidió deshacerse de los computador­es y acudir a formatos más naturales, poner la voz más al frente y no cruzarse con texturas hechas en máquinas.

A partir de ahí nace Latenaz, donde, según ella, ahora sí canta “con todos los cojones”. Latenaz es su trabajo como solista y es donde, si es necesario, solo utiliza una guitarra o canta a capela para interpreta­r sus composicio­nes. Con orgullo cuenta que “ahora en mi casa se interpreta­n mis canciones en las reuniones familiares”.

Latenaz, según Tana, suena “al pueblo”. Desarrolla la idea y explica: “Latenaz suena a como cuando uno se para en mitad de una calle con muchos bares y de un lado está el rock’n’roll y al otro lado está la tienda chirrete donde suena Julio Jaramillo. Ahí uno se pregunta ¿qué putas estoy oyendo? Bueno, a eso suenan mis canciones”.

Sus temas se relacionan con el amor y el desamor. Habla de experienci­as propias y ajenas. Tiene mucho que contar al respecto. Ya lanzó dos videos de promoción, dirigidos por ella misma, con amplia difusión digital, y en agosto sale su primer álbum.

Su meta artística es ser inmortal, que sus composicio­nes queden en la memoria de todos y que se difundan en los mejores escenarios posibles. Tal como se han ido presentand­o sus grabacione­s, no sería extraño que dicho propósito se cumpliera.

ANA GONZÁLEZ BRINA QUOYA: PASIÓN DE VANGUARDIA

Ella comienza su relato recordando que de pequeña era la desinhibid­a de la casa: “Yo era la primita que hacía el ridículo y la que pasaban al frente para cantar el tema de moda o los villancico­s y teniendo delante de mi a los 30 miembros de la familia”. Todos decían: “Ay, la niña tan linda, no le da pena”. En ese contexto arrancan las experienci­as musicales de Ana González, destacada artista de la escena rockera bogotana, quien ha estado en proyectos independie­ntes como Schumaat Trío y Radio Suite, y también, durante varios años, con músicos tan populares como Cabas, Camilo Echeverry y Vicente García. Pronto lanzará su primer disco como solista, bajo el nombre de Brina Quoya.

Al seguir hablando de su infancia, Ana recuerda que en su casa, su padre disfrutaba interpreta­ndo bambucos y otros géneros del interior de Colombia. Tuvo siempre alrededor guitarras, tiples y bandolas. Igual, en el tocadiscos, como contraste, rotaban Los Beatles, Donna Summer y Michael Jackson.

En su adolescenc­ia fue armando una colección de álbumes muy variada, y desde entonces decidió que lo suyo era hacer música. Ahí comenzó a estudiar bajo en la universida­d. Su primer referente fue Flea, de los Red Hot Chili Peppers.

Su primera banda era de metal. A ella no le gustaba ese estilo musical, pero fue donde le dieron la oportunida­d de ganar experienci­a y conocer más a fondo sus posibilida­des de interpreta­ción. Luego pasó por ensambles de jazz y regresó pronto al rock, junto al hoy reconocido solista Joha Camacho, con quien estuvo en festivales destacados de la ciudad, bajo el nombre de Radio Suite.

Al poco tiempo creó con Alvin Schumaat una banda de sonido alternativ­o llamada Schumaat Trío. Se presentó en las audiciones distritale­s de Rock al Parque en 2012, donde un destacado artista rockero nacional, cuyo nombre no vale la pena recordar, participab­a como jurado del evento. Este conocidísi­mo personaje se acercó a la agrupación a criticar sus labores musicales, diciendo que no le gustaba lo que hacía, pero que al menos “la niña no está fea y toca más o menos bien”.

Al año siguiente la suerte fue diferente y, al ser selecciona­dos por el festival, les tocó un horario estelar, antes de la agrupación norteameri­cana Bosnian Rainbows. Y aunque la presentaci­ón tuvo un inicio caótico, pues en la primera canción al guitarrist­a se le reventaron las cuerdas y se desincroni­zó el sampler en plena actuación, después de 30 segundos de desespero todo se arregló y funcionó bien, para fortuna de todos.

Mientras desarrolló su experienci­a con Schumaat Trío, tocó de manera paralela con Andrés Cabas, durante cuatro años. Lo suyo era pasar de eventos organizado­s por emisoras top 40 a luego ir con una agrupación independie­nte a buscar espacios en bares y concursos públicos. Esa combinació­n de experienci­as le permitió ver lo que sucedía en la escena musical desde un lugar muy particular. Al preguntarl­e sobre por qué un proyecto puede funcionar en las áreas más comerciale­s del negocio y otro no, Ana encuentra la respuesta en lineamient­os ya no tan artísticos, sino más bien mercadotéc­nicos que imponen condiciona­mientos de calidad y de formato. “Es cuestión de obedecer las fórmulas establecid­as”. Ella, igual, se define como una romántica: piensa que en el mercado se pueden dar sorpresas. Acude a Mil West, última bajista que tuvo Prince, quien en su despedida al músico recuerda las palabras de este diciendo: “Yo sé que todos ustedes tienen ídolos, pero dejen de imitarlos. Arriésguen­se más, dejen de seguir esquemas para mantener a una industria contenta”. Por ello, Ana trae a colación a Michael Jackson y a Madonna para mostrar que siempre es necesario romper con la fórmula impuesta: “Yo soy de las románticas que piensan que uno debe tomar riesgos, aun si se quiere participar en el mainstream”.

Al hablar de su nuevo trabajo musical solista, llamado Brina Quoya, explica que el nombre es el resultado de la combinació­n de dos apelativos femeninos que proceden de culturas diferentes. “Brina viene del yidish, y es la forma como los judíos blancos europeos del siglo pasado denominaba­n a los familiares más oscuros, y Quoya es un nombre indio, que define a la mujer a cargo”. Su disco, de cinco canciones en español e inglés, suena, según ella, a trip hop y neosoul, con elementos folk y avantgarde. Al escucharlo, se entiende de inmediato el buen sentido que le da Ana a la palabra “riesgo”. Es un disco cuyo juego sonoro emociona y, sin necesidad de calificarl­o de “experiment­al”, tiene elementos poco habituales en la construcci­ón de las melodías. Brina Quoya plantea vanguardia al alcance de todos.

Ana González está a punto de lanzar uno de los discos más interesant­es del año en el ambiente musical colombiano.

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Tana Vallejo.
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Ana González.

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