LAS LECCIONES DE VICKY DÁVILA
“El prólogo es el libro”, decía Roland Barthes. Pieza esencial en el engranaje de un texto, la introducción es clave para que el público se instale cómodamente a disfrutar del espectáculo. Un libro con un mal prólogo es un paisaje árido que se deshace a pedazos y ahuyenta al lector.
Y aunque es posible que un buen texto central pueda hacernos olvidar el calvario de atravesar ese primer abismo, nuestra experiencia como peregrinos nos dice: lo que comienza mal suele terminar pésimamente.
Los señores de Intermedio Editores me enviaron el libro Qué se pregunta María Isabel para reseñarlo, sin sospechar que su lectura me resultó –cómo no decirlo– fuente infinita de gozo: se trata de un excelso compendio de entrevistas realizadas por nuestra Juana de Arco de derechas a personajes de la vida pública nacional. La apertura a esta oda al periodismo ponderado y serio es un corto pero sentido panegírico escrito por Vicky Dávila –otra estrella del firmamento periodístico–, cuya lectura me permitió elaborar un decálogo de recomendaciones para futuros periodistas. Noten bien, queridos lectores y lectoras, que todos los entrecomillados son del mentado prólogo, lo juro.
Los prólogos deben estar bien escritos. Punto. Si lo suyo es la radio, hable del libro de su maestro al aire; pero no intente posar de intelectual multimedia con un pésimo prólogo escrito. El prologuista debe invitar a la lectura del texto, no ahuyentar al lector con párrafos que ni él mismo entiende: “Es llevada a su parecer y como es abogada difícilmente la pueden engañar. Se podía empeñar en causas difíciles, pero convencida. La vi perder y ganar, pero siempre intacta”. Por favor, pídanle a un amigo editor que lo desencripte.
Si no sabe escribir o no puede hacerlo, ¡encargue! La construcción de un texto de esta naturaleza es sencilla y el estilo de escritura puede ser fácilmente suplantado –en especial, si no se tiene–. Digo yo: con un poco de direccionamiento y a cambio de un buen almuerzo, un practicante de La W podría haber redactado un texto conciso y bien estructurado; con lo que habríamos evitado frases como: “Aún recuerdo el día que la conocí: estaba vestida de negro, con un pantalón de terciopelo y una blusa suave que tenía buena caída…”.
Un prologuista debe haber leído el libro que presenta. Deben, así sea corto, referirse al contenido del libro que prologan. Al menos, traten de dar la idea de que lo han leído. Referirse en demasía a cosas personales del pasado deja muchas sospechas: “…su voz era delgadita y el pelo todavía húmedo…”.
Es un prólogo: no tratado breve de periodismo. Absténgase de dar cátedra apelando a lugares comunes y frases de cajón que no dicen nada: “Para que una entrevista sea buena, es muy importante el personaje, pero el talento del entrevistador es clave y ella sí que lo tiene, por esta razón, con cada interlocutor llega al fondo…”. O esta otra: “Entrevistar es todo un arte, con experiencias distintas, con resultados insospechados y muchas emociones”. Así solo cimentarían la idea que ustedes, efectivamente, no saben nada del oficio.
Un prologuista debe evitar la lambonería. No terminen el texto con: “Al salir del lugar, pensé que de grande quería ser como ella, como maría. Hoy sigo pensando lo mismo.” No solo es cursi, sino muy peligroso lo que dicen.
No se tiendan trampas. No prometan cosas que no pueden cumplir. Y si lo hacen, que siempre sea con astucia y viveza. Eviten cosas como esta: “La exigencia es una marca en María Isabel, a sus alumnos jamás nos dio tregua y nos recalcó que tenían que quedar bien hechas”. Este prólogo prueba exactamente lo contrario.
No digas mentiras. Frases como “El talento de reportera de María Isabel es nato, se sabe el país al derecho y al revés” pueden no ser ciertas. Por eso, en un caso como este confronten lo que se dice de la doctora Rueda en las universidades y en los espacios de pensamiento. Miren cómo miles de radioescuchas ilustrados ya no toleran “lo que se estará preguntando” y cambian el dial o ponen radios de internet.tal vez descubran otro mundo, de periodistas menos ideológicos, tendenciosos y pocos profesionales. Y así puedan prologar otras reporteras que sí hacen periodismo, “como toca y no como conviene” –para utilizar las maravillosas palabras de la señora Dávila.