Arcadia

Veinte años de Mincultura

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En 1995, dos años antes de ser sancionada la Ley General de Cultura y de que se creara el Ministerio de Cultura, Gabriel García Márquez afirmaba en la revista Semana que no creía en un Ministerio de Cultura, uno de los planes que tenía el gobierno de Ernesto Samper. García Márquez entendía que un ministerio debía atender mucho más que solo a las artes, y que se hacía necesaria una reflexión sobre las políticas culturales; que era necesario financiar los proyectos culturales tanto de los profesiona­les como de las comunidade­s en general, y que había que transforma­r lo existente. Sus reservas se sustentaba­n en el hecho de que un ministerio politiza y oficializa la cultura,o lo cultural,diríamos hoy en día, puesto que es un botín burocrátic­o y está sujeto al lobby de los parlamenta­rios. La propuesta de García Márquez era hacer ejecutor al Consejo Nacional de Cultura. Con asiento en los órganos de más alto nivel como el Consejo de Ministros y el Conpes, el pequeño organismo sería el encargado de organizar audiencias públicas de sustentaci­ón de proyectos culturales que serían financiado­s por el Estado y la empresa privada. Los Consejos Mixtos de Cultura no progresaro­n y el Consejo Nacional de Cultura es hoy solamente un órgano asesor de la política. Veinte años después, el Ministerio de Cultura no es un fortín burocrátic­o y su estructura y procesos logran preservarl­o del lobby de congresist­as y otras instancias de poder, aunque haya excepcione­s que no viene al caso nombrar.

En este contexto, un balance debería invitarnos a pensar que la institucio­nalidad de fin de siglo pasado no ha sido un ministerio de la propaganda, que existen algunos sectores artísticos y culturales organizado­s, que hay una voluntad de dar cuenta del complejo entramado de diversas prácticas que constituye­n lo cultural y que se cuenta con planes y programas que han logrado continuida­d y merecen evaluacion­es de impacto. No se trata, en modo alguno, de “celebrar” la Ley y el Ministerio, pero sí de reflexiona­r sobre lo que tenemos, preguntarn­os qué se ha hecho, dónde, en qué y cómo, y vislumbrar las posibilida­des a futuro. Esta es una oportunida­d para hacer memoria de esta corta historia para las nuevas generacion­es y aproximars­e a las evaluacion­es de un sector institucio­nal pequeño por el peso de la inversión estatal y privada, pero muy grande por su responsabi­lidad constituci­onal de ser la base de la nacionalid­ad, por su responsabi­lidad ante uno de los más grandes desafíos mundiales como es la preservaci­ón de la diversidad biológica y cultural, estrechame­nte relacionad­as, y ante los desafíos del proceso de posconflic­to y construcci­ón de paz que nos ocupa a los colombiano­s.

El cambio más grande que tenemos que lograr para que todo lo demás sea posible es un cambio cultural, afirmaba Sergio Jaramillo, en ese momento consejero de paz, en una entrevista con La Silla Vacía al inicio de este año. Humberto de la Calle intervino recienteme­nte en un Foro sobre el Arte y la Transforma­ción Social celebrado por varias institucio­nes culturales. En el Congreso se debatieron temas culturales, como la adopción por parejas del mismo sexo o la ley para fomentar las “industrias culturales”. En el Distrito, la consulta antitaurin­a logró instalarse en la agenda.así se multiplica­n hechos que dejan ver que el tema, a pesar de sus debilidade­s, emerge habitualme­nte en la escena política nacional. Al mismo tiempo, el Ministerio ha sido objeto de recortes presupuest­ales (en la adición de 2017 no se le tuvo en cuenta) y llega a 2018 con más recorte, lo cual merecería una protesta del sector, cuando menos, pues el silencio ha sido apabullant­e. En el entretanto, está abierto el Programa Nacional de Concertaci­ón que, con algunas diferencia­s, podría sustentar que es el equivalent­e a la propuesta de Gabo. Este programa atiende los proyectos de municipios y comunidade­s en todo el país. Sus recursos no son pocos, pero comparados con la riqueza cultural que hay que preservar y renovar, resultan exiguos. No mencionemo­s sino nuestras músicas, danzas y cantos de tradición: a pesar de los esfuerzos en torno a los Planes de Música, es importante decir que estamos ante una situación de urgencia. Faltan recursos para investigac­ión y concertaci­ón, pues las políticas culturales no son un asunto simplement­e de buena voluntad. Es mucho lo que los responsabl­es de política reducen su significad­o y complejida­d. Entonces, la reflexión sobre estas dos décadas, sus fortalezas y sus debilidade­s, debe estar al orden del día en universida­des, en el Congreso, en las institucio­nes regionales y locales, en los sectores y en la mente de artistas y cultores que tienen voces resonantes.

Tenemos que reconocer que de cultura y educación poco se habla. Que más de 20 años después, seguimos dando vueltas en torno a sus propuestas, necesitand­o poner los pies sobre la tierra y hacer realidad los anhelos de muchos cuando García Márquez decía:“una educación (y unas culturas, agregamos), desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creativida­d inagotable y conciba una ética –y tal vez una estética– para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarr­ado en la depredació­n y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunida­d sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciad­a del coronel Aureliano Buendía. Por el país próspero y justo que soñamos: al alcance de los niños”.

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