Algunos dicen
Algunos dicen que escribir desde provincia puede ser ventajoso: los trancones te quitan poco tiempo, el cerebro está mejor oxigenado y las distracciones son menores (desde que no te suscribas a muchos canales de espn). Internet ha hecho posible que las experiencias de las grandes capitales estén a un clic de tu pantalla. No es la realidad, pero puede ser hd. No son pocos los capitalinos que han optado por el retiro a la pequeña vivienda campesina, lejos del mundanal ruido, como diría Thomas Hardy, por motivos presupuestales y para estar en mayor contacto con la Colombia profunda, si es que hay una sola Colombia profunda, prístina e inobjetable, a la que no contaminan los alimentadores detransmilenio.
Así que el manuscrito, por llamarlo de alguna manera, es bastante posible en medio de la vereda tropical, incluso con calidad. Un amigo buen lector es una posibilidad menos frecuente, pero no exótica, y sus comentarios serán juiciosos y severos porque espera que tú actúes con idéntica honradez cuando por fin termine la novela que lleva años pensando y que tal vez nunca vea la luz; “esa maravillosa novela que re¿entonces nueva el lenguaje y que nunca es aburrida y que captura una realidad latinoamericana que permanecía oculta entre charreteras y discursos, entre paisajes y conventos”, como quería Darío Jaramillo Agudelo, y que demostrará una vez más una de sus tesis centrales, fruto de largas noches de reflexión periférica, que los clásicos de la literatura colombiana los escribieron provincianos: Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, Carrasquilla, Fuenmayor, García Márquez, Gaitán Durán, Porfirio, Andrés Caicedo, Aurelio Arturo, Arnoldo Palacios. Silva es la excepción que confirma la regla. Silva es el rescate de un naufragio. Nadie sabe muy bien lo que es Vargas Vila.
es fácil escribir desde provincia? El reconocido escritor sevillano Álvaro Olmos opinó en una entrevista: “Creo que en España la llamada literatura posmoderna la han hecho sobre todo escritores de provincia por un simple complejo de inferioridad. Seguramente alguno de mis libros se inscriban en este diagnóstico”. Pero mejor no compliquemos las cosas con clasificaciones académicas.
Si logras superar al lector crítico, también aspirante a escritor, algunos dicen que producir un libro en provincia también puede ser una felicidad. En muchos rincones de Colombia hay buenos talleres de impresión, con diagramadores minuciosos y operarios capaces. En algunos casos, una universidad puede interesarse en lo que escribes, sobre todo si eres profesor o exalumno. En otros, tal vez una convocatoria regional o un secretario de Cultura, faciliten las cosas. Aunar recursos puede conducir a ilustraciones policromáticas, firmadas por otro talento local, y pasta dura, dos elegancias que no acostumbran las multinacionales del libro. Al periódico local le puede interesar el esfuerzo y en el vecindario te reconocerán en la sección cultura y comenzarán a llamarte “poeta”, aunque la nota diga claramente “libro de cuentos” o “novela”. El canal regional de televisión también se hará eco de la nueva creación literaria. Un oscuro profesor universitario redactará tres párrafos sobre tu libro en su blog.
El proceso termina, casi siempre, con una caja para la que hay que buscar un lugar en casa, uno no muy visible. Ya regalaste ejemplares a familiares y amigos, hasta a algún político muy colaborador. Ya consignaste cinco en cada una de las librerías del centro, y solo tres en la que vende libros de segunda. Esperas que se obre el milagro, que las palabras florezcan y fructifiquen. Pero se tarda y no ocurre. Lo que ocurre es que la caja empieza a crecer aunque no crezca, fertilizada por tus esfuerzos y tus sueños, pero, sobre todo, por tu decepción. Porque esa caja significa que “no se publicó” un libro, que en realidad no se hizo público, como pide la etimología. Por lo menos no en los términos que interesan. El libro debería participar del debate literario nacional e internacional y conseguir que los lectores más exigentes repasasen sus páginas. El libro debería alcanzar a los críticos, asaltarlos, y ser comentado en los medios. El libro debería rotar por las vitrinas capitalinas y ser leído por otros escritores, que de inmediato se animarían a reseñarte.
Simplifiquemos: el libro debería ser (dicen que a muchos escritores bogotanos, bogotanísimos, también se les crecen las cajas de libros). Pero no. Ni profeta en tu tierra ni talento recién descubierto en provincia. Nada de eso. No publicaste un libro. Lo que tienes es una caja que crece aunque no cambien sus medidas. La pregunta terrible es si esto te ocurrirá una sola vez, la primera, o si cada uno de tus esfuerzos, por fortuna narrativos –con los poetas las cosas son muy distintas, dicen que mucho peores–, tropezará con la indiferencia de la capital.