Arcadia

UN AGUJERO EN EL TIEMPO

El absoluto Daniel Guebel Penguin Random House | 560 páginas | $54.000

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Ángela Martin Laiton

El enigma surgió una tarde a sus 17 años mientras escuchaba el disco en el que Vladimir Horowitz interpretó las composicio­nes de Scriabin. En la contratapa estaban fijadas dos preguntas acuciosas de Stravinsky: ¿Quién es Scriabin? ¿Quiénes son sus antepasado­s? La duda malintenci­onada de Stravinsky fue un disparador, una llama de acción lenta que llevó al argentino Daniel Guebel a escribir 30 años más tarde El absoluto.

Tardó siete años en escribirla y otros siete en publicarla. Para todos era un enigma por qué no había decidido que esa obra viera la luz, cuál era el misterio que la cobijaba. Todo se develó en 2009, cuando la terminó. Daniel Guebel se había aventurado a conjugar delirantem­ente la historia y la ficción a través de las generacion­es de la familia Deliuskin. La novela tiene seis partes que surgen desde aquella pregunta que hizo Igor Stravinsky acerca del origen del compositor Alexander Scriabin. Cuenta Guebel que esa investigac­ión lo llevó a conocer la razón del enfado: a la madre de Stravinsky no le gustaba la obra de su hijo porque era fanática de Scriabin. Ese vericueto freudiano llevó a que el escritor construyer­a una genealogía imaginaria como respuesta a la frustració­n de Stravinsky.

El libro empieza con la única mujer visible, la narradora, quien se da a la tarea de reconstrui­r su historia familiar desde la vida de su tatarabuel­o, un megalómano que se aburre acompañand­o a su padre a desenterra­r mamuts en el frío polar. Esta familia de hombres brillantes cambió el curso de las artes, la política y la historia en búsqueda de algo que trascendie­ra su propia vida. En palabras de la narradora, “una familia de locos que pagaron el precio de la demencia para ascender a los cielos de los genios”. Y aunque Guebel enfatiza en ese precio con historias de fracasos y desventura­s, nunca duda de la grandeza de sus personajes, porque no habría forma de cambiar la historia sin haber fracasado muchas veces.

La saga familiar de los Deliuskin se remonta al siglo xviii y termina en el xx. Inicia con la historia de Frantisek, un compositor excéntrico y libertino que hace su obra a partir de los sonidos del coito femenino: un inmenso poema musical erótico. Andrei, su hijo, cambia el curso de la historia al dejar comentario­s en la obra de San Ignacio de Loyola, que años después encontró el mismo Lenin y fueron semilla del proceso revolucion­ario soviético. La historia continúa con Esaú, un idealista con sueños subversivo­s que deja como legado el teatro de la revolución. Tiene dos hijos, Alexander Scriabin y Sebastián Deliuskin, gemelos separados al nacer. El primero es un compositor de talla mundial y el segundo, un fracasado pianista de una provincia argentina. Por último está Alejandra Deliuskin con su hijo Sebastián, quienes son los encargados de narrar la tortura intrínseca al brillo de la genialidad. De principio a fin, la novela está atravesada por la obra máxima de Scriabin, el Mysterium, y al final deja abierta la puerta para la profecía scriabinia­na: quizás a puertas del Himalaya alguien concertó esa gran obra con la que sobrevino el fin del mundo. Después solo queda la grandeza de Guebel, quien, mediante la novela que soñó como su ópera prima logró vislumbrar el arte como infinito, de tiempo absoluto.

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