Arcadia

El inventor del cardiocent­rismo Darío Jaramillo Agudelo

- Ramón Cote Baraibar* Bogotá *Historiado­r del arte y poeta.

El Gimnasio Moderno le rendirá homenaje al poeta nacido en Medellín por su trayectori­a en el Festival Las Líneas de su Mano, que este año llega a su décima edición reuniendo a escritores de todas las geografías para celebrar la palabra del 6 al 9 de septiembre. Una entrevista.

Nueve libros de poesía, siete novelas y tres libros de ensayos después, Darío Jaramillo llega a sus 70 años. Y lo hace con esa ironía tan suya y con esa distancia que le permite ver con claridad la totalidad de una obra que cuenta con miles de lectores. Existen muchos Daríos en Darío. Está el Darío poeta, el Darío narrador, el Darío ensayista, el Darío editor, el Darío gestor cultural. Vamos entonces a oír a Darío.

DARÍO POETA

¿En qué ha cambiado su poesía desde esos inicios de Historias, Tratado de retórica hasta

El Cuerpo y otra cosa, publicado este año?

Es una pregunta que no sé contestar por varias razones. La primera por sustracció­n de materia. La segunda es porque yo no me leo y no soy capaz de comparar. Lo que sí sé es que la experienci­a no vale de nada, que uno nunca aprende el oficio de poeta. Eso que llaman oficio es una mentira para la poesía porque para el poeta todos los días son el primer día para escribir el primer verso.

El amor es uno de los temas de su poesía. ¿Es necesario estar enamorado para escribir un poema de amor?

Sin duda. Es condición necesaria pero no suficiente. Te lo explico de la siguiente manera: estoy leyendo un libro sobre pájaros que se llama El ingenio de los pájaros. Una de las cosas que han logrado medir los neurólogos es que cuando un pájaro canta por cantar, canta él solo en el bosque tratando de aprender el canto del vecino, las neuronas no se animan tanto como cuando cantan para seducir. Ahí el pájaro entero está cantando. Somos pájaros. ¿Lee poesía o relee poesía? Leo mucho y releo más. Básicament­e soy un lector de poesía, pero me interesa mucho lo que están haciendo hoy en día en Colombia, España, México, Argentina. Y leo también traduccion­es. Precisamen­te estoy releyendo las Elegías del Duino. He sido bastante fiel a Rilke toda la vida, y esto coincidió con el ensayo sobre él de Zagajewski. Confrontar las Elegías después de leer el ensayo es muy interesant­e. ¿Por qué cree que en la actualidad no se lee poesía? En buena parte es culpa de los poetas porque como la mayoría de la poesía es mala, eso espanta mucho a la gente. Y algunas veces aunque no sea mala, espanta a la gente porque es difícil. Yo, en esa eterna discusión entre lo barroco y lo sencillo, siempre estoy del lado de lo más simple, porque me parece que es más difícil lo simple que lo complejo. ¿Entonces piensa en un público cuando está escribiend­o?

No, pienso en la claridad conmigo mismo. El público soy yo. Si eso le sirve a otro, mejor. Su interés en la poesía empezó cuando se dio cuenta de que no podía ser puntero derecho titular del Deportivo Independie­nte Medellín. ¿Es cierto?

Esa afirmación sigue en pie. (Risas). Alguna vez usted dijo que la poesía es la “capacidad de alucinar con la palabra escrita”. Esa es una de las muchas definicion­es válidas de poesía. Como todas, siempre están tocando un aspecto. Es que el poder alucinator­io de la palabra, la costumbre de los mantras en las religiones orientales te lo demuestran: si repites muchas veces un mantra vas a lograr un estado mental distinto. Análogamen­te creo que eso ocurre con todas las palabras. ¿De manera que sus poemas son mantras?

Ojalá…

En Historia de una pasión habla de la diferencia entre el placer de escribir y el oficio de escribir.

Hay personas que tienen por profesión escribir, cobran unos derechos, y pueden hacerlo cumpliendo tranquilam­ente un horario que les imponen o que les es impuesto. En mi caso es totalmente distinto, yo he sido toda la vida un escritor amateur, he vivido de otras cosas, he escrito en mis ratos libres, lo he hecho por necesidad y por placer. Una necesidad placentera. Tampoco es una tortura. Eso me ha permitido ir a mi velocidad siempre. ¿Escribir lo hace feliz?

Sin duda. Si fuera una tortura estaría dedicado al ajedrez.

DARÍO NARRADOR Su primera novela, La muerte de Alec, está elaborada a partir de una carta. Y la carta, al estar tan cerca de la confesión, de la intimidad, también está en contacto con la poesía. Esto me acuerda de una anécdota. Con Jaime Jaramillo Escobar, el poeta nadaísta, íbamos a hacer una revista que nunca publicamos que se llamaba Poesía y Cartas. Yo escribí esa novela como una carta porque no sabía cómo escribir novelas, pero sí escribía muchas cartas, y ese era el único recurso narrativo que estaba a mi alcance. ¿Y con Cartas cruzadas?

Me pasó lo mismo: todavía no sabía.

Entonces, ¿cuándo aprendió a escribir novelas?

Todavía no he aprendido. Eso es lo otro de ser un escritor aficionado. Uno es siempre un aprendiz. Vuelvo a lo que la experienci­a no sirve de nada. Sin embargo, ciertas técnicas narrativas las he ido aprendiend­o poco a poco, a pesar de que toda la vida he sido un lector de novelas. Por ejemplo, los diálogos, eso lo aprendí con la tercera novela. La narración omniscient­e, en fin, entre otros recursos, me demoré bastante en emplearlos. Fui aplicando diferentes técnicas a medida que las iba aprendiend­o. ¿Fue muy drástico el paso de la poesía a la novela?

Son dos estados del alma distintos. El poema llega cuando quiere, es decir, uno no puede programar nada. Para escribir una novela el escritor se tiene que programar. Muchas de las novelas las escribí cuando todavía era empleado del Banco de la República, y entonces escribía los fines de semana. Me encerraba viernes, sábado, domingo y escribía. En vacaciones, escribía. Y si había puente, yo era el ser más feliz del

mundo. En definitiva, la diferencia es esa: uno puede programar la escritura de un libro largo, un ensayo largo, en cambio la poesía o el poema nunca está pautado por una planeación.

¿Usted escribe una novela sabiendo ya el final o a medida que la escribe lo va descubrien­do?

Las novelas que yo he empezado sin saber el final no las he terminado. Las novelas que he empezado sabiendo en qué acaban sí las he terminado. Quiénes son sus novelistas tutelares.

Yo soy un furibundo apasionado de la novela del siglo xix. Para ser más exactos: las anteriores al 31 de diciembre de 1900. Las del xviii también, y las del xvii, si vamos a empezar con Cervantes. Ese es mi universo. Pero la santísima trinidad está compuesta por Dickens, Tolstoi y Víctor Hugo.

Un novelista que haya descubiert­o recienteme­nte. John Barth. Yo no sé qué me pasa, pero cualquier cosa que leo de él hace que me sienta a escribir inmediatam­ente.

DARÍO ENSAYISTA

La poesía en la canción popular latinoamer­icana es un largo ensayo. ¿De dónde surgió la idea de escribir este libro?

Era una deuda que tenía que pagar. Creo que así comienza el libro, citando un bolero. (Aquí Darío canta: “Hay una deuda que tienes que pagar/ como se pagan las deudas del amor”). Y el arranque me lo dio un ensayo que cito al principio que fue esa indisposic­ión que existe entre la gente de cultura frente a la música popular. En el caso mío, sentía que mi forma de sentir había sido moldeada por la música popular. No era que las canciones coincidier­an con el sentimient­o que tenía, sino que las canciones eran la causa formal de la forma como se estructura­ba el sentimient­o. Desde niño eso era lo que yo escuchaba: los tangos, los boleros, las rancheras, y todas salían según los sentimient­os, porque todos los sentimient­os habían sido moldeados por todas las canciones. Y a la vez veía que había un desprecio hacia la música popular, hacia su letra, lo que considero una actitud muy maniquea: la “gran” música y la “no” música. La cosa no era tan así en ningún sentido. Entonces me puse a buscar los lazos entre la poesía clásica y las letras de la música popular, que son enormes. Ahí están. Allí hace una diferencia­ción entre leer poesía y oír poesía. Son dos retóricas radicalmen­te distintas. La más antigua de ellas es la de oír poesía. La de leer poesía es un invento pos-gutenberg, que es en lo que estamos los poetas que no somos capaces de tocar la guitarra.

Y entre oír poesía y oír poesía cantada.

En cierto modo a mí me pareció muy justo, o mejor, una justicia poética, el Premio Nobel para Bob Dylan, pues está en esa línea de pensamient­o.

En “La canción popular” habla del “cardiocent­rismo”. Es una vanidad que yo haya inventado una palabra que significab­a toda una forma de sentir, cómo se unificaba el sentimient­o en el corazón. Después encontré que la palabra que yo había

El poema llega cuando quiere. Para escribir una novela el escritor se tiene que programar.

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El poeta Darío Jaramillo Agudelo nació en 1947.
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