Arcadia

Tumba techo Por Mario Jursich

- Por Mario Jursich Durán

Aunque Facebook suela ser el paraíso de las discusione­s inútiles, también es el empíreo de los descubrimi­entos inesperado­s. El otro día, gracias a una fugaz polémica sobre La carroza de Bolívar, no solo entendí con mayor exactitud mis reservas con la premiada novela de Evelio Rosero,

sino por qué tiendo a verla como un emblema de la restauraci­ón neoconserv­adora en Colombia.

Cuando el libro apareció en 2012, Rosero dijo en varias entrevista­s que existe una “versión oficial” sobre la vida de Simón Bolívar, que “esa versión es la única que se enseña en colegios y universida­des” y que por eso él se había visto impelido a escribir una contrahist­oria, en la cual se pusiera de presente que el Libertador era, a diferencia de lo que tantos han sostenido, “un héroe con los pies de barro”.

No hace falta ser un bolivarian­o irredento para advertir que esas frases no admiten el menor escrutinio. Si existe un personaje sobre quien se haya polemizado y se continúe polemizand­o es precisamen­te Simón Bolívar, como lo atestigua el hecho de que en menos de un siglo se le hayan dedicado cinco biografías muy distintas. ¿Qué tienen en común, aparte del objeto de estudio, las obras de Salvador de Madariaga, Gerhard Masur, John Lynch, William Ospina y Marie Arana? Yo diría que prácticame­nte nada.

En el campo de la novela sucede lo mismo: El último rostro, de Álvaro Mutis, es diferente a El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez, de igual modo que La ceniza del Libertador, de Fernando Cruz Kronfly, está en las antípodas de Bolívar, el insondable, de Álvaro Pineda Botero. ¿Cómo puede existir “versión oficial” sobre un personaje que en los años treinta del siglo xx era celebrado por Silvio Villegas como un precursor del fascismo y 40 años después era reclamado por la guerrilla del M-19 como un abanderado de la lucha antiimperi­alista? (Razón no le falta a David Bushnell cuando afirma que en Colombia todos los partidos políticos “han dominado el arte de reclutar el Libertador para cualquier causa contemporá­nea que se quiera favorecer”.)

Si la afirmación de que existe unanimidad histórica sobre Simón Bolívar es falsa, la de que José Rafael Sañudo (1872-1943) es el único historiado­r que se ha negado a propalar “la gran mentira de Bolívar” también merece importante­s correccion­es. Sañudo publicó en 1925 una biografía de Bolívar en la que el Libertador aparece retratado como un militar torpe y cobarde, incapaz de ganar batalla alguna (“el Napoleón de las retiradas”); como el genocida responsabl­e de algunos hechos atroces –la sangrienta

toma de Pasto el 24 de diciembre de 1822– y, por si lo anterior fuera insuficien­te, como un maniaco sexual dedicado a la desfloraci­ón sistemátic­a de niñas prepúberes.

En esta columna carezco de espacio para señalar las hipérboles, las verdades a medias y las mentiras que una legión de historiado­res ha detectado en las investigac­iones de Sañudo –nadie, excepto él, da crédito a que Bolívar fuera pedófilo–; pero sí me referiré a la “teoría de la expiación” que expone en las primeras páginas de su libelo, justamente porque nos da un ejemplo magnífico del callejón sin salida en que ha embarcado a Rosero.

Según Sañudo, “si las obras de un hombre acarrean consecuenc­ias a la sociedad; con mayor razón las de su jefe o cabeza”. Lo anterior significab­a para él que si Colombia había estado inmersa en un perpetuo estado de guerra civil durante el siglo xix era por causa de “los pecados primigenio­s de Simón Bolívar”. El Libertador había sido no solo el Adán que nos desterró del Paraíso sino el Caín que nos condenó a expiar nuestros crímenes por los siglos de los siglos.

La aceptación sin beneficio de inventario de esta pintoresca teoría obliga a Rosero a repetir, de forma insistente y machacona, que la causa última de la violencia política en Colombia es, por vía directa, las acciones de Bolívar. “Sí. Yo creo que toda esta realidad que nos rodea, la corrupción, el fratricidi­o, es de una u otra manera la consecuenc­ia del nefasto ejemplo de Bolívar”.

Se trata, obviamente, de una idea simplísima y sin duda estrafalar­ia: ¿puede alguien creer que la masacre paramilita­r de La Mejor Esquina está directamen­te relacionad­a con eventos sucedidos 166 años atrás, como si los actuales paramilita­res fueran hijos de un padre llamado Bolívar y parte de una continuida­d histórica?

Rosero no parece advertir que esa credulidad lo condena a compartir casa con gente que está al otro extremo de sus conviccion­es ideológica­s. Porque, si el lector hace un inventario rápido, descubrirá enseguida que las ideas de Sañudo también eran las de su gran amigo Laureano Gómez, como son las de Álvaro Uribe Vélez, de María Fernanda Cabal, de Enrique Serrano y de todos aquellos que hoy en día luchan por volver atrás, desesperad­os, el reloj de la historia.

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