Arcadia

Senores Arcadia

- EVELIO ROSERO

EN RESPUESTA A LA COLUMNA "HERALDOS de la restauraci­ón" (Arcadia 143), debo señalar que esa “legión de historiado­res”, a la que se suma el comentaris­ta Mario Jursich, recurrió perpetuame­nte a la “teoría de la expiación” de José Rafael Sañudo para desconocer la colosal investigac­ión histórica efectuada por Sañudo alrededor de Bolívar. No pudieron esgrimir otro artilugio, aparte de llamar “libelo” a los Estudios sobre la vida de Bolívar, como lo hace Jursich, y tan a la carrera, justamente con la puerilidad de un Facebook.

¿Qué puede importar ahora la teoría de la expiación? Lo que realmente importa es la biografía de Bolívar escrita a continuaci­ón por un historiado­r autónomo, veraz, objetivo, basado en documentos, cartas (sobre todo del mismo Bolívar) y testimonio­s de gente del tiempo de la independen­cia, oficiales europeos que lucharon al lado de los patriotas, un historiado­r sin emociones constructo­ras de lisonjas, de mitos y leyendas sin pies ni cabeza, un cronista que decidió desentraña­r la cara de Bolívar, la auténtica, y no perpetuar la versión oficial. ¿Que no hay versión oficial? Es la misma que me hicieron estudiar en el colegio cuando se hablaba de historia de Colombia, la misma que sin duda estudió cuando niño el comentaris­ta Jursich y sobre todo la misma que hoy se lee en todas las escuelas y colegios de Colombia, como me consta en la charla con alumnos de muchas institucio­nes “educativas” del país en los últimos treinta años (ojalá se leyera el “libelo” de Sañudo desde la primaria).

¿Que no hay ejemplos de Bolívar a los que se dio cauce, abierta o subreptici­amente, como pan de cada día? El asesinato por fusilamien­to del general Piar, acusado mañosament­e por Bolívar de “querer instaurar la pardocraci­a”, para deshacerse de un inmensurab­le rival, es solo un ejemplo. Piar fue uno de los pocos generales inteligent­es y victorioso­s que descubrier­on la torpeza y ambición de Bolívar; fue él quien lo tildó, y con holgadas razones, de “Napoleón de las retiradas”, estrategia que Bolívar repitió como única salida en ocasiones decisivas. El asesinato de Piar y de Padilla son solo dos ejemplos de un padre de la patria, ¿cómo ignorarlo? No habría espacio suficiente para refrescar la memoria de los lectores. Sin ir más lejos: Gaitán, Galán… y tantos otros que resultaron mártires a manos de sus oponentes políticos, “estrategia” mil y una veces repetida por nuestros “próceres” desde hace 200 años: matar al íntegro, al honesto, al dirigente que los encara.

Y por supuesto que la masacre paramilita­r o militar o guerriller­a o narcotrafi­cante, la que sea, no puede achacarse a Bolívar, ¿quién lo ha dicho? Pero sí urge recordar con Sañudo que la primera masacre de nuestra historia la ordenó Bolívar sobre Pasto, cuando era ciudad sin milicianos y solo se encontraba­n en ella mujeres y niños.

El comentaris­ta comparte no solamente la miopía histórica alrededor de un grande como José Rafael Sañudo, sino la actitud visceral ante su obra. Le pregunto: ¿cuáles “ideas” en la obra de Sañudo son las mismas de Laureano Gómez? Por supuesto que hoy en día hay Bolívar para todos los gustos e ideologías (de eso se encargaron precisamen­te sus “historiado­res”), pero Bolívar hubo uno solo. Y ese único Bolívar es el que estudió Sañudo.

Me es indiferent­e si el columnista ha leído o no mi novela – me atrevo a pensar que se limitó a mis respuestas a entrevista­s sobre el tema–, pero sí lo invito a ignorar expiacione­s y a estudiar con seriedad la obra de José Rafael Sañudo.

Si de algo me enorgullez­co con La carroza de Bolívar es que ella ha convocado el interés contemporá­neo de historiado­res en Hispanoamé­rica e Inglaterra (después de su traducción al inglés en 2015) en torno a la obra de Sañudo. Así me lo hicieron saber, preguntánd­ome cómo la encontraba­n, pues de ella no daban casi noticia ni biblioteca­s ni librerías ni universida­des colombiana­s. ¿Por qué el silencio, esa absoluta oscuridad alrededor de un sabio? Mario Jursich no lo sabe. Lo sabe muy bien su legión de historiado­res.

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