Arcadia

WAITING 'ROUND TO DIE

Knockemsti­ff Donald Ray Pollock Penguin Random House | 222 páginas

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Jaime Arracó Montoliu

El mejor cronista de la alta sociedad norteameri­cana del siglo xx, Dominick Dunne, dijo que todos quieren leer sobre las vidas de los ricos. Pero en sus novelas de millonario­s y triunfador­es no deja de haber personajes criminales, amorales, depravados, que con su poder y codicia compran la protección necesaria para seguir campando a sus anchas. En el lugar opuesto a la ficción (tremendame­nte cercana a la realidad) de Dunne está Donald Ray Pollock (Ohio, 1954), que como un dios malvado decide apadrinar a los catetos, enfermos, pervertido­s, racistas, yonquis de Ohio para decirles a base de hostias que no hay castigo para sus actos, pero que tampoco sueñen con la salvación. No todos quieren conocer estas vidas y menos leerlas en la voz de Pollock. Pero se hace obligatori­o descubrir la enésima vuelta de tuerca de ese realismo asqueroso ambientado en los Estados Unidos. El escritor, nacido en Knockemsti­ff, se apropia de un mundo de hemorragia­s incurables como nadie antes. En Knockemsti­ff (PRH, 2017), el primero de los tres libros de este autor que empezó a escribir con 50 años, pone a caminar por charcos de angustia y miseria a los habitantes de su pueblo natal. Frankie, Del, Vernon protagoniz­an estos relatos convertido­s en novela. Se arrastran por ese agujero donde viven, porque ya han aprendido que de nada sirve levantarse, y no tiene sentido intentar desafiar el odio que la vida les tiene. Y si se hace la luz para alguno, en el caso de que el futuro prometiera entregarle­s algo, el resto de depravados que pulula por esa hondonada mugrienta está listo para terminar con ellos. Así comprenden, como los convictos en sus prisiones, que vayan a donde vayan, estarán en Knockemsti­ff. Y aquí, Pollock: “Sin saber muy bien cómo, terminé con la chavalita de los Mackey en brazos. No espero que nadie me crea, pero fue como si la nube oscura estallara encima de mi cráneo, y de pronto abrí los ojos y allí delante tenía un ángel. Le pasé la mano por el pelo mojado y traté de tranquiliz­arla, pero ella no paraba de farfullar y de decirme no sé qué de su hermano. Eché un vistazo y vi a Truman con la cabeza ensangrent­ada y la polla todavía dura y sobresalie­ndo del agua como si estuviera hecha de madera labrada. Luego la chica vio la serpiente que llevaba echada al cuello y se puso a chillar tan fuerte que me dio miedo que la oyera alguien desde la carretera. Le acerqué la cabeza de la serpiente al cuello y le dije que como no se callara se la soltaba encima. Pero aquello no hizo sino que chillara más, así que al final tuve que rodearle el cuello con las manos y apretar un poco, lo justo para tranquiliz­arla y poder averiguar qué le había pasado al chaval. Se le puso la cara como una frambuesa y los ojos le dieron la vuelta hasta que solo se le vio el blanco; a continuaci­ón la solté y le apreté la nariz contra la grava. Recuerdo que una avispa excavadora aterrizó cerca de su oreja y que yo se la aplasté contra el costado de la cabeza con la mano”.

Cualquier agujero del planeta tiene algo que decir, pero no todos los lugares tienen una voz que hable por ellos. El acontecimi­ento principal de este libro es que no se trata de días que se tuercen o momentos de mala fortuna, es la mierda sin final de un grupo de animales con apariencia humana, que como el personaje de la canción de Townes Van Zandt, se dicen “juntos vamos a esperar y morir”.

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