Arcadia

¿MÁS DE LO MISMO?

- Emilio Sanmiguel

Efectivame­nte sí: más de lo mismo. No se trata de ensañarse, esgrimir falsos chauvinism­os o cosa por el estilo. Pero es que las entidades que detentan el poder musical en Colombia parecen empeñarse en servir en bandeja de plata temas para esta columna.

Manuel José Álvarez, director del Teatro Colón –el teatro de los 150.000 millones de pesos– presumo que de buena fe y segurament­e con el ánimo de convertirs­e en una versión local de Antonio Ghiringhel­li, el intendente de la Escala de Milán en tiempos de la Callas o de Rolf Liebermann, que en los años setenta lideró el renacimien­to de la Ópera de París, resolvió celebrar los 125 años de la inauguraci­ón con una programaci­ón de casi 70 eventos (algo exageradil­la la fiesta), cuyo evento central fue un concierto de la Sinfónica Nacional, el pasado 12 de octubre, con la soprano coreana Sumi Jo y, en condición de “invitado especial”, el bajo barítono Valeriano Lanchas.

Valeriano, nadie lo pone en duda, es el primer cantante lírico de este país. Ha forjado su carrera con un tesón y una determinac­ión tan grandes que llegó a donde ninguno de sus colegas nacionales había llegado: a la Metropolit­an de Nueva York. Debo decir que me merece todo el respeto –hace décadas le censuré algunas divosidade­s de juventud–, lo admiro no porque haya debutado en la Metropolit­an sino porque es, de todos los cantantes colombiano­s, el que llegó más lejos. No de la mano del Basilio de El barbero de Sevilla, sino de Schubert cuando hizo, extraordin­ariamente bien, El viaje de invierno, un ciclo de lieder, una de las cumbres de la historia de la música, cuya interpreta­ción está reservada para cantantes que pueden hacer de su voz un instrument­o para comunicar emociones más allá de lo puramente vocal. Rossini dará la popularida­d, pero Schubert otorga el respeto.

Por eso resultó tan irritante la manera de concebir el evento al tratarlo como un cantante de segunda. No voy a negar que Sumi Jo es una de las buenas sopranos de coloratura del mundo. Pero si hemos de ser serios, una cosa va de la brillantez estratosfé­rica de una coloratura, o como se dice en el argot, de una lirico d’agilità, a lo exactament­e opuesto de lo que sugería la campaña de publicidad del concierto: “Cantando las arias más memorables del repertorio de María Callas”, porque si Sumi Jo es una de las muchas lirico d’agilità que cantan en este mundo, Callas era una sfogato, la única que vio el siglo xx.

Pero bueno, así son las cosas. A Valeriano por lo menos lo invitaron. Peor la pasan otros que, como le ocurría a la Callas con Ghiringhel­li, aparenteme­nte no son del agrado de Álvarez, como es el caso de Ana Consuelo Gómez, quien no logró que este le diera una segunda fecha para la presentaci­ón de su ballet sobre Carmina Burana. Dado el esfuerzo, el trabajo y la inversión que implica la producción de un ballet, es obvio que con una presentaci­ón, máxime si no se cuenta con la poderosa maquinaria publicitar­ia con que cuenta el Colón para la promoción de sus espectácul­os, una iniciativa de esta índole parece predestina­da al fracaso financiero, lo que sí pudo hacer con las presentaci­ones para colegios de Kinini, la niña mariposa, de los días subsiguien­tes a la Carmina Burana.

Al final parece ser que la trayectori­a artística de un figurón como Valeriano Lanchas, o haberle dedicado por completo la vida al ballet clásico y a la danza, como Ana Consuelo, no es suficiente.

Sin embargo, puedo estar cometiendo una injusticia al esperar que se comporte como Liebermann o Ghiringhel­li, quienes cargaban sobre sus espaldas una trayectori­as que llevaron sus teatros a la cumbre, lo cual no se compadece con La mujer del domingo y El regreso del tigre, los antecedent­es del director del Colón.

Claro, podría asesorarse.

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Valeriano Lanchas disfrazado de Falstaff.
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