Arcadia

Contra la intuición

- Por Sandra Borda

Las redes sociales han cambiado fundamenta­lmente la forma de hacer periodismo alrededor del mundo. Sin embargo, todavía hay muchas preguntas sin contestar sobre la naturaleza de ese cambio y sobre la estrategia de uso de redes que deberían adoptar los medios en este nuevo escenario. Por ahora, solo sabemos que la gente cada vez más tiende a obtener sus noticias de las redes sociales.

En este contexto, me parece interesant­e la relación que se ha gestado entre las dos caras que adopta el periodismo: la cara de siempre que se muestra en el medio tradiciona­l, y la cara que muestran periodista­s y medios en las redes sociales. Estas dos facetas no siempre coinciden y, de hecho, algunas veces entran en tensión. En esta ocasión quisiera reflexiona­r sobre las formas, positivas y negativas, que adopta este fenómeno en Twitter.

Twitter, sin duda, le ha traído grandes ventajas al periodismo: les ha permitido a los reporteros un monitoreo más permanente de lo que sucede y de los protagonis­tas de las noticias; les ha ayudado a los medios a aumentar su difusión en la medida en que convierte a cada usuario de la red en un amplificad­or de sus contenidos; ha contribuid­o a que los medios – sobre todo los audiovisua­les– puedan extender sus contenidos tan restringid­os por la poca disponibil­idad de tiempo; les ha facilitado a los periodista­s el hallazgo de más informació­n (que siempre requerirá verificaci­ón) sobre individuos relevantes para sus reportajes, entre otras cosas.

Pero Twitter también ha puesto sobre la mesa unos desafíos enormes para los medios tradiciona­les y creo que el más sobresalie­nte tiene que ver con el uso de cuentas personales de los periodista­s, cuentas personales que no están sujetas a las reglas de los consejos de redacción y que por tanto, en muchas ocasiones, entran en contradicc­ión con la misión de los medios, como ellos mismos la conciben.

El problema más evidente para los medios surge cuando quienes trabajan para ellos (algunos, no todos) deciden utilizar sus cuentas de Twitter para expresar sus opiniones personales políticas o de otra naturaleza. Muchos creen que con escribir en la descripció­n de su cuenta que “las opiniones expresadas aquí son personales y no representa­n al medio para el que trabajo” el asunto está saldado y el problema resuelto. Y resulta que no. La pretensión allí es que el periodista puede presentars­e usando dos caretas distintas, una sin ninguna relación con la otra: en el medio en el que trabaja es un profesiona­l que aspira al menos a cierto nivel de ecuanimida­d (no digamos imparciali­dad ni objetivi- dad), pero en su cuenta de Twitter es un ser humano con preferenci­as políticas claras y bien definidas, un individuo que le jala al activismo político sin ningún pudor. Se aspira entonces a que la audiencia acepte y compre esta división artificial sin ningún cuestionam­iento y que crea que es posible que el periodista tuitero pueda poner a dormir su activismo político tan visible en redes, mientras el periodista de medios tradiciona­les hace su trabajo y viceversa.

Pues bien, ese cuento no se lo cree nadie. Y la consecuenc­ia ha sido, en una muy buena parte, un deterioro profundo de la credibilid­ad de los medios de comunicaci­ón frente a su audiencia. La fórmula para resolver el problema yace entonces en un uso de la red social que le permita al periodismo aprovechar­se de las ventajas que provee Twitter, pero pagando un costo lo más reducido posible en términos de credibilid­ad.

Hay dos opciones disponible­s para cerrar la brecha que existe entre estas dos dimensione­s del periodismo, el de redes y el tradiciona­l. Una, consistirí­a en adoptar el activismo político no solo como pose de redes sociales sino también como línea editorial. En otras palabras, abandonar la aspiración de los medios tradiciona­les a “informar imparcialm­ente” y más bien salir del clóset con todo lo que ello implica. Muchos medios liberales en Estados Unidos hicieron eso durante la elección pasada y lo han seguido haciendo durante la administra­ción Trump. La honestidad les ha ayudado a aumentar las audiencias y a recobrar algo de credibilid­ad, aunque también ha generado fragmentac­ión y polarizaci­ón.

La otra opción consiste en que los periodista­s usen Twitter para compartir sus análisis, para ampliar su labor informativ­a, pero aplicándol­es a sus tuits el mismo criterio de ecuanimida­d que le intentan aplicar (con más o menos éxito) a su labor en los medios tradiciona­les. En otras palabras, esta estrategia exigiría abandonar la aspiración que tienen algunos de poder decir en Twitter lo que no pueden (o no los dejan decir) en los medios en los que trabajan.

Lo que sí no es una opción, si de construir credibilid­ad se trata, es pretender que la audiencia empiece a entender a los periodista­s como una suerte de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, uno de día y otro de noche, uno en medios tradiciona­les y otro en redes, y que no le vea ningún problema a la contradicc­ión que esto genera.

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