Contra la intuición
Las redes sociales han cambiado fundamentalmente la forma de hacer periodismo alrededor del mundo. Sin embargo, todavía hay muchas preguntas sin contestar sobre la naturaleza de ese cambio y sobre la estrategia de uso de redes que deberían adoptar los medios en este nuevo escenario. Por ahora, solo sabemos que la gente cada vez más tiende a obtener sus noticias de las redes sociales.
En este contexto, me parece interesante la relación que se ha gestado entre las dos caras que adopta el periodismo: la cara de siempre que se muestra en el medio tradicional, y la cara que muestran periodistas y medios en las redes sociales. Estas dos facetas no siempre coinciden y, de hecho, algunas veces entran en tensión. En esta ocasión quisiera reflexionar sobre las formas, positivas y negativas, que adopta este fenómeno en Twitter.
Twitter, sin duda, le ha traído grandes ventajas al periodismo: les ha permitido a los reporteros un monitoreo más permanente de lo que sucede y de los protagonistas de las noticias; les ha ayudado a los medios a aumentar su difusión en la medida en que convierte a cada usuario de la red en un amplificador de sus contenidos; ha contribuido a que los medios – sobre todo los audiovisuales– puedan extender sus contenidos tan restringidos por la poca disponibilidad de tiempo; les ha facilitado a los periodistas el hallazgo de más información (que siempre requerirá verificación) sobre individuos relevantes para sus reportajes, entre otras cosas.
Pero Twitter también ha puesto sobre la mesa unos desafíos enormes para los medios tradicionales y creo que el más sobresaliente tiene que ver con el uso de cuentas personales de los periodistas, cuentas personales que no están sujetas a las reglas de los consejos de redacción y que por tanto, en muchas ocasiones, entran en contradicción con la misión de los medios, como ellos mismos la conciben.
El problema más evidente para los medios surge cuando quienes trabajan para ellos (algunos, no todos) deciden utilizar sus cuentas de Twitter para expresar sus opiniones personales políticas o de otra naturaleza. Muchos creen que con escribir en la descripción de su cuenta que “las opiniones expresadas aquí son personales y no representan al medio para el que trabajo” el asunto está saldado y el problema resuelto. Y resulta que no. La pretensión allí es que el periodista puede presentarse usando dos caretas distintas, una sin ninguna relación con la otra: en el medio en el que trabaja es un profesional que aspira al menos a cierto nivel de ecuanimidad (no digamos imparcialidad ni objetivi- dad), pero en su cuenta de Twitter es un ser humano con preferencias políticas claras y bien definidas, un individuo que le jala al activismo político sin ningún pudor. Se aspira entonces a que la audiencia acepte y compre esta división artificial sin ningún cuestionamiento y que crea que es posible que el periodista tuitero pueda poner a dormir su activismo político tan visible en redes, mientras el periodista de medios tradicionales hace su trabajo y viceversa.
Pues bien, ese cuento no se lo cree nadie. Y la consecuencia ha sido, en una muy buena parte, un deterioro profundo de la credibilidad de los medios de comunicación frente a su audiencia. La fórmula para resolver el problema yace entonces en un uso de la red social que le permita al periodismo aprovecharse de las ventajas que provee Twitter, pero pagando un costo lo más reducido posible en términos de credibilidad.
Hay dos opciones disponibles para cerrar la brecha que existe entre estas dos dimensiones del periodismo, el de redes y el tradicional. Una, consistiría en adoptar el activismo político no solo como pose de redes sociales sino también como línea editorial. En otras palabras, abandonar la aspiración de los medios tradicionales a “informar imparcialmente” y más bien salir del clóset con todo lo que ello implica. Muchos medios liberales en Estados Unidos hicieron eso durante la elección pasada y lo han seguido haciendo durante la administración Trump. La honestidad les ha ayudado a aumentar las audiencias y a recobrar algo de credibilidad, aunque también ha generado fragmentación y polarización.
La otra opción consiste en que los periodistas usen Twitter para compartir sus análisis, para ampliar su labor informativa, pero aplicándoles a sus tuits el mismo criterio de ecuanimidad que le intentan aplicar (con más o menos éxito) a su labor en los medios tradicionales. En otras palabras, esta estrategia exigiría abandonar la aspiración que tienen algunos de poder decir en Twitter lo que no pueden (o no los dejan decir) en los medios en los que trabajan.
Lo que sí no es una opción, si de construir credibilidad se trata, es pretender que la audiencia empiece a entender a los periodistas como una suerte de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, uno de día y otro de noche, uno en medios tradicionales y otro en redes, y que no le vea ningún problema a la contradicción que esto genera.