Arcadia

REPORTAJE Guerra de mujer Encuentro sobre género y guerra en Odessa

En Odessa, Ucrania, 70 académicas discuten la herencia que las rebeliones armadas herederas de la Revolución de Octubre han dejado para los derechos de la mujer. Una historia de promesas y traiciones. Una historia dolorosa en la que las mujeres han sido r

- Ricardo Abdahllah* Odessa *Escritor y periodista bumangués radicado en París. Escribe para El Malpensant­e, El Espectador y Arcadia, entre otros medios.

Desde hace días no para de llover en Odessa, y a pesar de eso no abundan los paraguas. Bajo la lluvia, la gente espera los autobuses, y entre los que esperan hay militares en uniforme. Más allá de algunas escaramuza­s entre las Fuerzas Armadas y los rebeldes prorrusos, no hay novedades en el frente del Este, pero la gente de vez en cuando les ofrece un café o una felicitaci­ón. “Eso pasa donde hay ejércitos que han defendido al país en lugar de atacar a otros. En Ucrania los vemos como héroes”, me dijo después Inna Biei, una candidata a doctora en Ciencias de la Comunicaci­ón.

Entre los militares del Ejército y la Armada abundan las mujeres. En la tarde del viernes, dos de ellas, con camuflados, están sentadas en el auditorio del segundo piso de la Universida­d Nacional Pedagógica del Sur de Ucrania.

Las dos participan en el encuentro “Mujeres en la guerra: género y revolución”, donde durante tres días, cerca de 70 académicas (algunos hombres) discuten la herencia que los movimiento­s revolucion­arios armados inspirados por la Revolución rusa de hace 100 años han dejado en la lucha por los derechos de los mujeres.

A medio camino entre las ambiciones imperiales de Putin y el eje Europeo, Odessa, que acoge la conferenci­a que en años anteriores ha tenido sede en Beirut, Sarajevo y Yerevan, es altamente simbólica. La ciudad sobre el mar Negro fue el escenario central del motín del acorazado Potemkin, que Lenin luego llamaría “el ensayo final” antes de la Revolución de 1917. Ese mismo año Odessa eligió por voto popular sus dos primeras miembros del concejo municipal.

“Pero hay que dejar de decir que Lenin ‘les dio’ a las mujeres derechos”, dice Irena Druzkhova, profesora de la Academia Odeska de Ukrania, que ha estudiado el acceso de las mujeres a los cargos públicos en los primeros años tras la llegada de los bolcheviqu­es al poder. “Ellas los ganaron por mérito propio y habían luchado por eso desde mucho antes de la Revolución”.

Más aún, esos derechos que el gobierno soviético reconoció en la teoría no se vieron reflejados en una mejora en las condicione­s de vida de las mujeres y la situación no evolucionó en gran medida sino hasta 1939. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, la inmensa mayoría de las mujeres que participab­an en el esfuerzo bélico lo hicieron como en la Primera, desde la retaguardi­a. A falta de hombres en las fábricas, ellas ocupaban las líneas de producción y tenían que seguir haciéndose cargo de la familia. Las que lograban entrar como miembros de las Fuerzas Armadas, lo hacían como enfermeras o en puestos de oficina.

COMBATIENT­ES CLANDESTIN­AS

La excepción la marcaron los movimiento­s de resistenci­a armada clandestin­a, de todo tipo de orientació­n, que desde sus comienzos aceptaron en sus filas a las mujeres que quisieran tomar las armas. Si los grupos de orientació­n antifascis­ta lo justificab­an con los postulados

de igualdad de Marx y Engels, y los nacionalis­mos de extrema derecha decían mostrar una prueba de la fuerza de las mujeres de su raza, la razón era mucho más pragmática: mientras los ejércitos estatales contaban con los mecanismos legales y coercitivo­s para reclutar en masa, las fuerzas irregulare­s no podían darse ese lujo y aceptaban ayuda sin distincion­es.

“Una vez en el interior de las organizaci­ones, las mujeres combatient­es, ‘en igualdad de condicione­s’ con sus camaradas, tenían que sufrir, además de las violencias de la guerra, aquellas propias de su género”, dice Marta Havryshko, del Instituto de Estudios Ucranianos de Lviv, que ha trabajado en particular el caso de las mujeres de la resistenci­a nacionalis­ta ucraniana.

“Al riesgo de una violación certera, en caso de caer en manos enemigas, se sumaba la violencia que sufrían de sus compañeros de regimiento; un acoso constante, del que no podían hablar para no arruinar la moral de las tropas, y al que solo podían escapar si se convertían en amantes de un oficial de alto rango. La ‘solución’ era temporal: en caso de embarazo, que el superior no podría admitir públicamen­te, el aborto era obligatori­o. Si resultaban contagiada­s de una enfermedad venérea, se la achacaban a una colaboraci­ón horizontal con el enemigo (era impensable que los combatient­es del propio bando las sufrieran) y se castigaban en consecuenc­ia, llegando incluso al pelotón de fusilamien­to”, dice Havryshko. Y añade: “Además estaban las misiones de reconocimi­ento, algo que nunca ocurriría con los hombres. Y las misiones de espionaje solían pasar por la prostituci­ón. Imagínese las implicacio­nes que eso tenía para una muchacha, a veces menor de edad, en una sociedad en la que la virginidad era un requisito para el matrimonio”.

En Europa la consolidac­ión del Bloque Soviético tras la guerra llevó a una nueva ola de promesas no cumplidas. Como oposición al sometimien­to de la mujer bajo el sistema capitalist­a, la mayoría de Estados que quedaron en mano de los comunistas reivindica­ron en un principio la igualdad entre hombres, antes de deslizarse hacia modelos autoritari­os alrededor de figuras paternalis­tas como Tito en Yugoslavia, Tódor Khrístov Zhívkov en Bulgaria y, en Rumania, Nicolae Ceaucescu, quien incitaba constantem­ente a las mujeres a tener el mayor número posible de hijos para engrandece­r la nación, y a partir de 1977 penalizó el uso de anticoncep­tivos.

LA PRESUNTA IGUALDAD

Guerra de guerrillas, el libro del Che Guevara que serviría de Biblia a los movimiento­s latinoamer­icanos y africanos inspirados por el éxito de la Revolución cubana, retomaría casi punto por punto la visión de los movimiento­s clandestin­os europeos sobre el papel de la mujer: ella podría combatir junto al hombre, pero de preferenci­a debería dedicarse a las labores logísticas: “Los contactos entre fuerzas separadas entre sí, los mensajes al exterior de las líneas, aun al exterior del país, e incluso objetos de algún tamaño, como balas, son transporta­das por las mujeres en fajas especiales que llevan debajo de las faldas”, decía el Comandante en el capítulo 5 de su manual insurgente, antes de agregar que “también puede desempeñar sus tareas habituales de la paz, y es muy grato para el soldado sometido a las durísimas condicione­s de esta vida el poder contar con una comida sazonada, con gusto a algo. La cocinera puede mejorar mucho la alimentaci­ón y, además de esto, es más fácil mantenerla en su tarea doméstica”.

Élodie Gamache, candidata estudiante de posdoctora­do de la Universida­d de París 3, piensa sin embargo que la presencia de mujeres en las filas de la insurgenci­a colombiana, que es su campo de estudio, tiene otras razones: “No creo que en las Farc de las primeras décadas existiera una conciencia teórica sobre el género, menos aún por influencia extranjera. Si desde el principio había mujeres que combatían junto a los hombres era porque en el mundo rural colombiano las mujeres trabajaban la tierra y estaban dispuestas a defenderla. La organizaci­ón no heredó ese carácter mixto de las teorías de Marx o Hegel, o de las lecturas de los revolucion­arios cubanos, sino de su origen campesino”, explica la académica francesa, que ha estudiado la misma dinámica en otras guerrillas latinoamer­icanas.

Más allá de la participac­ión de mujeres en los combates, para Gamache no existían menciones de una política de género en el interior de las Farc hasta la Octava Conferenci­a, en el 93, cuando se produjo una declaració­n sobre la igualdad entre los y las combatient­es y quedó consignada en los estatutos de la guerrilla. Una vez más el motivo fue de orden práctico: la logística para cuidar el embarazo y luego entregar los bebés a familiares que estaban en la vida civil se había vuelto insostenib­le para las Farc. La igualdad quería decir que, tal como los hombres, las mujeres no podían tener hijos si estaban en la guerrilla.

Gamache invita a considerar la política en el contexto del momento. “No todos los abortos obligatori­os eran forzados. Muchas combatient­es querían abortar y en la guerrilla, a diferencia de la vida civil, donde el aborto estaba y está prohibido, podían realizar este procedimie­nto. Existían además ideas progresist­as en la visión del matrimonio como una sociedad de iguales, pero es difícil llevar más allá las reflexione­s cuando la preocupaci­ón es sobrevivir al próximo bombardeo. Por eso las Farc solo comenzaron a pensar seriamente los temas de género durante los diálogos de paz”.

Hombres y mujeres también combatiero­n juntos en las filas de Sendero Luminoso en el Perú, pero la reivindica­ción de una igualdad entre los géneros nunca apareció de manera prominente en las reivindica­ciones del grupo. “Como en otras guerrillas, existía esa idea de que el sistema patriarcal no se derrumbarí­a si no caía antes el sistema capitalist­a, la prioridad era la lucha de clases, del resto ya se hablaría después. Y como la mayoría de combatient­es mujeres de Sendero eran además indígenas y pobres, sufrían todas las discrimina­ciones y no tenían nada que perder uniéndose a la lucha. Los medios les daban la razón cuando las presentaba­n como monstruos mucho peores que sus camaradas masculinos, porque además de hacer parte de un grupo armado habían abandonado a sus familias. Lo que para un hombre ni siquiera se mencionaba, para ellas era un crimen adicional”, me explica Marta Romero-delgado, de la Universida­d Complutens­e de Madrid.

KURDISTÁN: LA UTOPÍA

Tebessum Yilmaz, nacida en Turquía, se ha refugiado en Alemania y allí espera continuar su trabajo académico. Sabe que no podrá regresar a su país mientras Recep Erdogan esté en el poder. Yilmaz está en la lista negra de las autoridade­s de Ankara por haber escrito sobre la discrimina­ción contra las minorías kurdas; las mismas que, en los territorio­s reconquist­ados frente al Estado Islámico en Siria, han decretado la Región Autónoma de Rojava, donde viven diez millones de personas y a la que el diario The Independen­t llamó “el movimiento revolucion­ario más iluminado del planeta”.

“En esa zona del norte de Siria se está poniendo en marcha el confederal­ismo democrátic­o teorizado por el líder kurdo Abdallah Ocalán, condenado a cadena perpetua en Turquía. Puede que nunca un sistema de gobierno haya garantizad­o hasta ese punto la igualdad entre hombres y mujeres, desde la más simple junta comunal hasta la dirección colegiada del Estado. La igualdad va tan lejos que incluso en la región existe una brigada de militares LGBT, que se hizo famosa por su bandera en la lucha contra ISIS que decía ‘Estos maricones matan fascistas’”, dice Yilmaz.

Según él, a pesar de los retrocesos y las traiciones, que han sido muchas a lo largo de los 100 años, los movimiento­s revolucion­arios van tirando hacia adelante la sociedad. Muchas de las ideas que parecían inaceptabl­es, hoy han sido adoptadas o están en la agenda. Los Estados se van dando cuenta de que no pueden evitar hablar de ellas.

“Hay dos razones por las que los movimiento­s clandestin­os ofrecen derechos a las mujeres antes que las estructura­s estatales, la primera es que en el combate todos los brazos valen y todos son necesarios. La segunda es ideológica: una ruptura radical pasa por el sistema político económico y al mismo tiempo de las estructura­s de familia. El Estado en cambio tiende a proteger el orden establecid­o: territoria­l, religioso y de género”, dice Marta Romero-delgado.

Para Élodie Gamache, más que jalonar el debate sobre los derechos de la mujeres, las guerrillas han ido de la mano de la sociedad: “Es que las Farc, por ejemplo, son un reflejo de Colombia. Por eso, así como hay elementos progresist­as que hablan de inclusión y diversidad sexual, aún existen casos de comandante­s mayores con jovencitas, una imagen que puede parecernos chocante pero que se repite todo el tiempo en la sociedad civil”.

*

Es sábado en la noche. Sigue lloviendo sobre Odessa. Una de las participan­tes felicita a las dos militares que hacen parte del público. “Quería darles las gracias. Ustedes demuestran que las mujeres han ganado su lugar en un terreno tan machista como las Fuerzas Militares. Así nos van abriendo camino”.

“Sobre eso tengo algo que decir”, replica una mujer en la primera fila. Tiene el pelo corto, todo blanco, y un bastón en el que no ha dejado de apoyarse. “Pero ya es tarde, tal vez lo diré mañana”.

Su nombre es Galia Golan, tiene 79 años y combatió como parte del Ejército de Israel. Ahora es profesora emérita de la Universida­d de Jerusalén y miembro de la Comisión de Mujeres por la Paz entre Israel y Palestina.

“¿Qué era lo que quería decir?”, le pregunto mientras las invitadas abandonan el auditorio. “Que no es cierto que la guerra haya servido para que las mujeres ganen derechos, una y otra vez se ha demostrado que cuando los combates terminan, los hombres vuelven a acaparar el poder, y con todas sus heridas y sus traumas las mandan de regreso a la cocina”.

Al riesgo de una violación certera se sumaba la violencia que sufrían de sus compañeros de regimiento.

 ??  ??
 ??  ?? Diana, una guerriller­a de 27 años, en el campo de desmoviliz­ación de La Elvira, Cauca.
Diana, una guerriller­a de 27 años, en el campo de desmoviliz­ación de La Elvira, Cauca.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia