Arcadia

Memoria y autoengaño Kazuo Ishiguro, nobel de Literatura

Que Kazuo Ishiguro ganara el Premio Nobel de Literatura fue una sorpresa para muchos: su nombre no aparecía en las listas de las casas de apuestas ni había sido considerad­o por los especulado­res de la prensa especializ­ada. Un honor inesperado, pero mereci

- Juan Pablo González* Bogotá *Literato. Editor independie­nte.

Más fundamenta­lmente, estoy interesado en la memoria porque es un filtro a través del cual vemos nuestras vidas, y porque es nebuloso y oscuro, las oportunida­des para el autoengaño están ahí. Al final, como escritor, estoy más interesado en lo que la gente se dice que sucedió en lugar de lo que realmente sucedió. Kazuo Ishiguro en una entrevista para CNN.

Horas antes del anuncio del nuevo Premio Nobel de Literatura, los especulado­res estaban listos para ungir al novelista keniano Ngugi wa Thiong'o o al poeta surcoreano Ko Un. Que se lo ganara Kazuo Ishiguro fue algo inesperado, en especial para el público latinoamer­icano, que ha tenido poco contacto con la obra de este escritor. Sin embargo, fue un honor a todas luces merecido.

A lo largo de 35 años de carrera, Ishiguro ha publicado siete novelas y varios cuentos, incluyendo una colección titulada Nocturnos: cinco historias de música y noche (2009). Además, se ha desempeñad­o ocasionalm­ente como guionista para cine y televisión, letrista y compositor. Pálida luz en las colinas (1982) y Un artista del mundo flotante (1986), sus dos primeras novelas, recibieron premios regionales y la atención favorable de la crítica en el Reino Unido, pero no fue sino hasta que Los restos del día (1989) ganó el prestigios­o Premio Booker que Ishiguro alcanzó la escena internacio­nal. Desde entonces, sus obras han sido traducidas a más de 40 lenguas, adaptadas al cine en Occidente y a la televisión en Japón.

Nació en Nagasaki en 1954 y se trasladó con su familia a Inglaterra cuando tenía 5 años. Aunque se suponía que el viaje sería por un tiempo corto, no regresaría a Japón sino hasta muchos años después y solamente lo haría en calidad de turista. Se graduó de la Universida­d de Kent, donde estudió Inglés y Filosofía, y en 1980 cursó una maestría en Escrituras Creativas en la Universida­d de East Anglia.

En repetidas ocasiones, Ishiguro se ha descrito a sí mismo como un escritor que produce novelas internacio­nales, cuya intención al escribir es profundiza­r en temas de importanci­a universal y no tanto el ejercicio de la referencia­lidad social o histórica. En consecuenc­ia, evita deliberada­mente juegos lingüístic­os difíciles de traducir y se resiste a utilizar expresione­s vernáculas para nutrir sus diálogos o caracteriz­ar a sus personajes. A través de su producción da a entender que el quehacer autoral es, ante todo, un proceso comunicati­vo y detrás de sus escritos hay una intención latente de ser recibido por una audiencia robusta, de hacer su obra lo más accesible posible (al menos en un nivel puramente textual).

A pesar de estas limitacion­es, Ishiguro logra crear voces verosímile­s para todos sus personajes, se trate de un miembro de la diáspora japonesa de la posguerra, una pareja de ancianos en la Bretaña artúrica o el perfecto mayordomo inglés. Su prosa es concisa, rehúye la exuberanci­a; su ritmo controlado, concienzud­o de nunca decir de más. Tanto así que sus narradores se sienten casi tacaños a la hora de hacer descripcio­nes y casi nunca son dados a la digresión. Ishiguro explota esta escritura reticente para crear un juego sutil de decir y callar a través del cual a menudo se cuela una sensación incómoda para el lector: la idea de que algo siniestro transcurre en el subtexto. Ya sea en la conversaci­ón de una expatriada japonesa con su hija o en las preguntas inocentes de unos niños en el internado, un significad­o oculto amenaza al lector, una verdad perturbado­ra que sus protagonis­tas son incapaces de reconocer.

Estas particular­idades de su escritura se prestan fácilmente para la exploració­n de dos temas recurrente­s: la memoria y el autoengaño. En Pálida luz en las colinas, por ejemplo, el ejercicio de recordar desempeña un papel central. Es el instrument­o que le permite a una madre confrontar los fracasos en su relación con su hija y el eventual suicidio de su primogénit­a. El giro que Ishiguro le da a esta premisa es que gran parte de lo narrado resulta ser una mentira y en medio de esta

Una escritura reticente, un juego sutil entre decir y callar. A menudo se cuela una sensación incómoda en el lector.

tensión entre una narración poco fiable y un entrañable testimonio en primera persona, el deseo del lector por esclarecer lo que en realidad aconteció se ve truncado.

En Los restos del día, en cambio, hay una visión del recuerdo como vehículo para el entendimie­nto y el desengaño. La novela gira entorno a James Stevens, un mayordomo que decide tomar vacaciones e irse a pasear por el campo. Durante su viaje se dedica a reflexiona­r sobre el periodo de entreguerr­as, su servicio bajo Lord Darlington, al parecer un simpatizan­te del nazismo, y las implicacio­nes que tuvo en su vida y en la de otros haberle dedicado tantos años a su amo. Al final de la novela, Stevens concluye que esa vida de fiel servicio que lo hacía sentir enaltecido acabó siendo poco más que una serie de oportunida­des desperdici­adas que frustraron su posibilida­d de ser feliz junto a la mujer que amaba.

La memoria también es uno de los temas destacados de su novela más reciente. En El gigante enterrado (2015), una pareja de ancianos abandona su aldea para ir a visitar a su hijo, a quien no han visto desde hace años. Sin embargo, debido a una niebla sobrenatur­al que causa amnesia, son incapaces de recordar mayor cosa sobre él. A lo largo de su viaje descubren la causa de la niebla y la combaten, pero al hacerlo se ven obligados a enfrentar horrores que creían olvidados y a asumir la posibilida­d de que devolverle­s sus recuerdos a todos en la región reavive el sangriento conflicto entre sajones y bretones.

En su obra, Ishiguro aborda una y otra vez las experienci­as traumática­s y su terrible habilidad para moldear nuestras vidas, las acciones del pasado que a veces somos incapaces de aceptar y las mentiras que nos vemos forzados a decirnos para poder seguir adelante. A menudo, en el mundo literario que ha creado, confrontar estas verdades escondidas, lejos de ayudarnos a superar nuestras limitacion­es o a

sanar heridas psíquicas, simplement­e nos sumerge en la culpa y la desesperan­za.

Incluso si sus novelas orbitan una y otra vez estos temas, Ishiguro rara vez se repite. Una de las caracterís­ticas más sobresalie­ntes de su catálogo es la facilidad con la que se mueve entre géneros literarios y la destreza con la que subvierte las expectativ­as y prejuicios de sus lectores. Ha escrito realismo histórico, fantasía e incluso una pesada novela que hace eco del modernismo europeo (se trata de Los inconsolab­les, de 1995). Pero Ishiguro es, además, un experto en romper sus propias reglas y habitualme­nte transgrede las convencion­es de estos cánones que decide adoptar. Se apropia de diversos géneros literarios, pero lejos de asumirlos como un conjunto de fórmulas narrativas imperturba­bles, transforma estos géneros en una herramient­a para transmitir sus propias ideas.

Nunca me abandones (2005) sin duda habita el reino de la ciencia ficción: la novela transcurre en una línea histórica alternativ­a, enmarcada en una sociedad que se ha valido de la clonación para crear un suministro constante de personas cuyo único propósito es proveer órganos para los ciudadanos británicos. En la narración, Kathy, una cuidadora que les brinda acompañami­ento a los donantes, y su amante Tommy, un donante a punto de completar su ciclo útil, van en busca de la mujer que puede ayudarlos a suspender la siguiente donación y, por tanto, evitar la muerte prematura de Tommy.

En contraste con las incontable­s novelas distópicas que apareciero­n a comienzos de este siglo, la historia de amor de los protagonis­tas y la aventura en que se embarcan nada hacen para desestabil­izar el sistema político que habitan; transforma­r el mundo, tratar de crear uno más justo, es una posibilida­d que jamás se plantean. Más bien, su travesía es interior, un viaje cuya última parada es la aceptación de un futuro desolador y el entendimie­nto de que aún en esa vida tan corta existen momentos que pueden ser recordados con cariño.

Cuando fuimos huérfanos (2000), por su parte, aparenta pertenecer a la tradición de la novela negra. Su protagonis­ta es Christophe­r Banks, un detective famoso que ha solucionad­o innumerabl­es casos y que un día decide resolver la desaparici­ón de sus padres, ocurrida en Shanghái cuando era apenas un niño. Sin embargo, hacia el final de la novela, el lector descubre que no se encuentra inmerso en una ficción detectives­ca sino en un recuento contemporá­neo de Grandes esperanzas, de Dickens. Las técnicas del detective resultan insuficien­tes para darle las respuestas que busca, llevándolo no a la resolución del crimen, sino al reconocimi­ento de las mentiras que han estructura­do su identidad por años y, en último término, a una crisis que le tomará largo tiempo superar.

El gigante enterrado es una penetració­n total en las formas más convencion­ales de la literatura fantástica, completa con pixies, dragones y caballeros de la mesa redonda. Leída desde la óptica de un aficionado al género, sus protagonis­tas pueden parecer inusuales y la batalla final decididame­nte anticlimát­ica, pero El gigante es mucho más que una narración fantástica. Es también el relato íntimo de una pareja que se acerca al final de sus días, una alegoría sobre la falta de conscienci­a histórica, sobre los horrores que hemos enterrado en la memoria (y que nos negamos a enfrentar) y, ante todo, es una obra que versa sobre el poder y la importanci­a del olvido.

En esta maraña de narradores poco fiables, significad­os disfrazado­s y géneros fluctuante­s es difícil tener muchas certezas, pero al menos podemos estar seguros de que este año el Nobel ha llegado a manos de un escritor meticuloso y experiment­ado con un corpus a la vez variado y coherente. Su maestría en el uso del lenguaje le ha servido para crear voces impactante­s, cuyas preocupaci­ones resuenan con las de sus lectores, y tejer relatos emotivos y perturbado­res que sin duda pasarán la prueba del tiempo.

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El escritor Kazuo Ishiguro fotografia­do el 4 de diciembre de 2011 en Londres, Inglaterra.
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