Arcadia

Todo por la película La realidad de La vendedora de rosas

Veinte años después del estreno de La vendedora de rosas, sale a la luz un documental sobre su rodaje, dirigido por un personaje muy particular, quien fue el productor de Víctor Gaviria en dos de sus películas.

- Adrián Atehortúa* *Periodista. Ha escrito para Soho, Semana, Esquire y El Mercurio.

Como ya todos saben, existe una película mítica en el cine colombiano llamada La vendedora de rosas. Era 1997 y Medellín comenzaba el camino con el que quería dejar atrás el título de la ciudad más violenta del mundo, la cuna de Escobar, la capital del narcotráfi­co. Ahí vivía Víctor Gaviria, tenía 42 años, psicólogo, poeta, cuya verdadera vocación era el cine y hasta ese momento solo llevaba una película en su carrera, Rodrigo D. No futuro, con la que ya había llegado a Cannes –el primer colombiano en entrar a la selección oficial del festival de cine más importante–, a pesar de que a muchos no les simpatizab­a esa imagen que había retratado en Medellín, poco convenient­e, aunque fuera cierta.

El paso siguiente era un proyecto que seguía la línea de los marginados de Medellín. Años atrás Gaviria había comenzado a visitar los hogares de niños abandonado­s del centro de la ciudad, donde monjas y otros desinteres­ados albergaban a los pelaítos que a nadie le importaban. Ahí conoció a Mónica Rodríguez, una pequeña que se la pasaba descalza y encaramada como un mico en los árboles del hogar Casa Mamá Margarita y que contaba sus experienci­as de vida de apenas 7, 8 años con la espontanei­dad, la exageració­n, el dominio de palabra y el arraigado acento de los arrieros más recorridos. Entonces surgió la idea inicial: un documental sobre niños como Mónica, que hablaban de la vida cruda que les tocó, en una sociedad y una ciudad que desconocía­n y los desconocía, que los había abandonado de entrada, por descarte.

Gaviria empezó a buscar financiaci­ón para su proyecto y contactó a Erwin Goggel. Goggel era –y es– un personaje irrepetibl­e en el cine colombiano. Ciudadano colombo-suizo, nacido y criado en Sopó, estudió puesta en escena en Europa y, paralelame­nte a su actividad artística, que ya sumaba un par de décadas haciendo teatro y algunos documental­es, heredó de sus padres una vocación por realizar obras de beneficenc­ia para los más pobres. No dudó mucho ante la idea de Gaviria y le dijo que sí: financió el proyecto y comenzaron la preproducc­ión. Con el paso de los meses conocieron cada vez a más niños y, lo que inicialmen­te era un documental, mutó en la adaptación del cuento “La vendedora de cerillas”, de Hans Christian Andersen, pero en la Medellín de los años noventa. Así surgió La vendedora de rosas: una historia de ficción muy parecida a la realidad, con actores que vivían en parte esa vida en la vida real.

Sin embargo, el material documental ya había empezado a rodarse y siguió rodándose paralelame­nte a la grabación de la nueva idea. Hoy, 20 años después del estreno, éxito y vuelta al mundo de La vendedora de rosas, Goggel rescató todo ese material documental, buscó a los actores que aún siguen vivos en 2017 y hoy presenta Poner a actuar pájaros: una película sobre cómo se hizo la película y qué pasó después con todos.

“Me demoro mucho en hacer un proyecto porque siempre me tomo meses editando. Nunca trabajo en algo en lo que realmente no me interese, entonces veo una y otra vez lo que grabé, retomo una idea que se me había ocurrido hace años para grabarla otra vez, unirla con otra cosa y así”, dice Erwin Goggel por teléfono desde un lugar que no revela, pero que está a siete horas de diferencia horaria de Colombia. Eso sí, aclara que está tomándose un descanso de sus actividade­s de beneficenc­ia social.

Películas sobre películas o sobre cómo se hace una película ha habido varias –no muchas y abarcan todo tipo de géneros: desde Cantando bajo la lluvia, pasando por La noche americana, de Truffaut, hasta la reciente y multipremi­ada Argo–. Pero documental­es en tiempo real sobre cómo se hizo una película, y que terminen siendo un estreno en cartelera, son una rareza. Tal vez la más recordada sea Heart of Darkness, en la que se cuenta la proeza, obsesión y desesperac­ión de Francis Ford Coppola en la realizació­n de Apocalypse Now, filmado y narrado en gran parte por su esposa, Eleanor Coppola, como un sufrido diario que retrata los días más dramáticos de una superprodu­cción casi suicida. Guardadas las proporcion­es, por una u otra razón, con o sin intención, Poner a actuar pájaros, es, en parte, un retrato de todo eso en La vendedora de rosas.

“Yo no creo que la película haya sido tanto de ficción. Creo que fue muy exitosa porque es real –dice Lady Tabares desde Medellín–. Por ejemplo, Víctor le decía a un actor ‘Milton, por favor, mañana no me llegués todo ensacolado que mirá que hay que grabar’. Y claro, ¿mañana cómo llegaba Milton? Pues todo ensacolado. Y así en su viaje y todo tenía que grabar, y se repetía la escena 50.000 veces hasta que saliera como quería Víctor, pero el man la hacía en su viaje. No es que estuviera actuando…”.

Para la producción arrendaron una casa en el centro de Medellín y ahí albergaron durante cinco meses a los niños y jóvenes que actuaron en la película. Les daban alimentaci­ón, una cama, recreación y les enseñaban a actuar o, al menos, a hacer las escenas. Dos hombres –uno de ellos era Papá Giovanni, que también aparece en la película– los vigilaban y trataban de controlar que no se escaparan a hacer sus “fechorías”. Pero las hacían. Al menos cada semana, por no decir cada día, alguno terminaba involucrad­o en un tema de robo, de drogas, de asesinatos… Uno de los golpes más duros fue al principio, cuando Mónica Rodríguez, quien ya no era una niña sino una madre de tres, líder de todos los pelados y asistente de dirección de Víctor Gaviria, fue asesinada por un ajuste

Es, finalmente, una película sobre las razones por las que los niños y jóvenes que actuaron terminaron en la calle.

de cuentas. Y la película no había empezado a rodarse.

“Fueron cinco, seis meses de mucho trabajo y muy desesperan­te –recuerda Goggel–. Si fuera por Víctor Gaviria, se la pasaría grabando interminab­lemente porque le encanta grabar. Pero en términos de producción había que hacer algo, tenía que funcionar… A los pelaos había que explicarle­s todo desde el principio, las escenas, qué es actuar. Pero era muy difícil, ellos no entendían a veces, sus vidas eran muy parecidas a lo que estaban actuando, entonces cada día pasaba algo con alguno: habían consumido drogas, roche, sacol… Y encima, había que producirle a Víctor Gaviria. Un día tuve que decirle: ‘O le corta 20 páginas a ese guion o me voy mañana’. Y se las cortó. Es que me iba a ir, en serio”.

Los dramas luego del estreno de la película fueron otros. Solo se hicieron 15 copias de La vendedora de rosas y nadie veía venir su inesperado éxito en taquilla; 750.000 personas la vieron en salas, aunque pudieron ser muchas más, recalca Goggel, pero las únicas 15 copias que había no eran suficiente­s; 2500 millones de pesos de la época costó la producción y, según Goggel, no se recuperó ni la mitad. Después de la exhibición en el circuito de festivales más importante­s del mundo y el paso por la televisión, todos volvieron a su vida de siempre. “Recuerdo esa época como una de las más felices de mi vida –dice Lady Tabares– porque le debo todo a La vendedora de rosas. Y me refiero a todo: lo bueno y lo malo, mi formación como actriz y mi paso por la prisión”. “¿Cómo fue para vos reencontra­rte con ellos después de 20 años?”, le pregunto. “Pues nosotros siempre hemos mantenido el contacto. Siempre nos hablamos. Víctor para mí es como el papá que no tuve, entonces siempre estamos viéndonos. Pero claro, son muchas cosas encontrada­s, como nostalgia y alegría, porque yo a Víctor y a Erwin pues los amo. Pero ver todo eso tan lindo que hizo la película y que muchos de los pelaos ya se fueron... ¿Sí me entendés? Siente uno muchas cosas. Los pelaos: el Zarco, Papá Giovanni, el Chinga… Todos ellos ayudaron a hacer algo que ha sido muy bonito, que ayudó a cambiar a mucha gente, pero ellos nunca pudieron ver eso porque ya no están”.

Si así se quiere, Poner a actuar pájaros también es un reflejo de eso. La película sobre la película es, finalmente, una película sobre las razones por las que los niños y jóvenes que actuaron en ella terminaron en la calle. Después casi todos murieron. El resultado final es el relato de mujeres: madres de los niños de la película que al principio cuentan cómo han hecho para criarlos, para superar el abandono o la muerte del padre, para sobrevivir a la pobreza diaria de conseguir un pan para alimentar a cuatro, cinco, seis bocas.

Además de películas, Goggel ha realizado iniciativa­s sociales como reforestar campos en Boyacá o dar tierras a campesinos de la costa atlántica a cambio de un compromiso de ellos para planificar, hacerse la vasectomía o ligarse las trompas con el fin de que no tengan más hijos. Para Goggel, la violencia del país radica, en gran parte, en la sobrepobla­ción y en la pobreza de los habitantes.

Como lo confirma el documental, y como mucho se rumoraba entre los seguidores de la película, muchos de los actores murieron asesinados, en parte porque no dejaron a un lado la vida que llevaban, en parte porque, aunque la dejaron, ya tenían cuentas pendientes. Jenifer, la más joven de todos, tenía 12 años cuando murió y el Zarco, el mayor, tenía 23. De nuevo, como en el principio, es una historia de mujeres solas, de madres que quedan solas. A Martha, Diana y Mileyder, por ejemplo, se las ve en 2017 con hijos, algunas solteras, pero en todo caso alejadas de la droga y la calle. Lady Tabares estuvo en la cárcel y ahora termina de pagar su condena en prisión domiciliar­ia. Su vida, de nuevo, fue objeto de otra historia, esta vez para televisión, en la miniserie llamada Lady, la vendedora de rosas, de RCN, que también pasó por Netf lix. La fama y todas sus cosas volvieron. Poner a actuar pájaros es otro capítulo más.

“¿Vos qué esperás de Poner a actuar pájaros?”, le pregunto a Tabares.

“Pues yo espero que la gente entienda muchas cosas de nosotros, como por ejemplo que no éramos niños de la calle, no éramos gamines: éramos pelaos en familias disfuncion­ales, con vidas descarriad­as: pare de contar. Por ejemplo, hay gente que cree que nosotros comíamos basura y que ahora comemos carne, pero no: la carne que me como ahora es la misma que me comía cuando hice La vendedora de rosas. Si he visto la película dos o tres veces en mi vida es mucho, pero todos los días, se lo juro, todos los días me encuentro a alguien que me dice que dejó las drogas cuando vio la película, o que se sabe las frases de memoria. Me ven y me dicen: ‘Abuelita, abuelita’, ‘para qué zapatos si no hay casa’ o ‘Hey, fuck you men, gonorrea’, porque les gusta mucho la película y les hizo ver algo de la realidad que vivían y no entendían. Eso espero que también pase con Poner a actuar pájaros.

“¿Y qué sentís cuándo te dicen ‘Fuck you men, gonorrea’, o ‘me la mecatié en cositas’…?”.

“Son muchas cosas… O sea, es bueno, pero es como tristeza en parte de recordar a los muchachos, pero también es gracioso. Es chistoso. Chévere, lindo…”.

Y se ríe, recordando.

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