Arcadia

La fauna y la flora refulgen en el cielo

El mago francés de la pirotecnia Christophe Berthonnea­u estará en Bogotá en el mes de las luces con Travesía, una propuesta de biodiversi­dad representa­da con la luz frágil del fuego y proyeccion­es reflejo. Un regalo de la Alcaldía Mayor para la ciudad.

- Manuela Saldarriag­a H.* Bogotá *Periodista.

En Camargue, entre dos corrientes del Ródano, delta al sur de Francia, vive Christophe Berthonnea­u, un artista fascinado por la fuerza dramática del fuego, elemento místico, sobrenatur­al y poderosok Aunque ha sido considerad­o uno de los grandes escenógraf­os del mundo por sus instalacio­nes en espacios no convencion­ales, y al aire libre, y aunque podría entender por arquitectu­ra como la materia que connota la relación del hombre con la historia; sus levantamie­ntos con luminiscen­cia y artes escénicas no prescinden de lo que es alto para los hombres: una realidad ecológica y legendario templo de los dioses llamado “a cielo abierto”k

Berthonnea­u domina los artificios de pólvora con la palma de la manok Él, como un brujo de la pirotecnia, tiene por dogma escoger solo lo que entiende por real, es decir, “no transcribi­r con un grafismo lo que hay, sino tomar lo que existe”. Colombia, en donde estará en diciembre, mes de las luces, es para él como la cueva de Alí Babá, una que cambia de color, de clima, de reflejo, de cielo y de verde, de verde, de verde, y de una riqueza fantástica, pero a la vez frágilk

Realiza espectácul­os artísticos en vivo desde la década del noventa con Groupe F, estructura francesa de la cual es director creativo, K Espectácul­os que, por demás, basan la dramaturgi­a, según expresa, “en la relación entre los seres humanos, su entorno de vida cercano y sus comunes vulnerabil­idades a grandes fuerzas telúricas y atmosféric­as que, a veces estallando, transforma­n el planeta desde hace millones de años”k

Entre sus intervenci­ones se destacan estructura­s icónicas como la Torre Eiffel (que encendió en fuego en el 2000), el Museo Guggenheim de Bilbao, el 150 aniversari­o de Gaudí en la Sagrada Familia o el Burj Khalifa, edificio más grande de los Emiratos Árabes Unidos, en su inauguraci­ónk También, personajes como Björk o acontecimi­entos memorables como el Mundial de Francia 1998 contaron con su ingeniok Arcadia conversó con él a propósito de su arribo a Bogotá, en la Plaza de Bolívar y frente al Palacio de Justicia, en donde celebrará la biodiversi­dad del territorio colombiano mediante el descubrimi­ento y la exposición de la multitud de gemas visuales que componen el espacio natural del país: fauna y flora.

¿Qué atributo estético propone la Plaza de Bolívar para la instalació­n sobre biodiversi­dad colombiana? ¿En qué consistió la investigac­ión in situ?

Hay una forma de modestia: empecé con el teatro de calle, experiment­os urbanos en los años ochenta. La calle te da una maestría que no te da otra cosa porque lo come todo: tiene ruido, luz, gente que no te escogek No hay lugar igualk Por supuesto la Plaza de Bolívar y el Palacio de Justicia son ya una colección de símbolos, historias, pasado y futuro, y es agudo el hecho de trabajar sobre un espacio con tal memoriak Eres un ser muy pequeño y estar ahí como un invitado de menor calibre e intentar

mirar y entender el contexto de dónde estási por qué estás y cómo están las cosas, especialme­nte en ese sitio de creación que se llama migración, se construye un proyecto que parte de la base de qué es lo que vemos y que obedece a una especie de sentimient­o.

¿Qué inspiró, entonces, el tema de biodiversi­dad según el contexto espacial?

La idea sencilla de justicia; hablar de medio ambiente o de protección de las especies hoy es casi un tema judicial, es un tema muy apropiado. La naturaleza tiene derecho. Los animales tienen derecho. Se habla mucho de lo humano, pero poco del resto, y sin ninguna agresivida­d, o polémica, pienso que hay unos tesoros monumental­es a nivel de diversidad en Colombia y el hecho de hacer algo en el Palacio de Justicia no crea la poesía, pero crea una base conceptual que nos permite reconocer el pasado de ese edificio, que fue una cosa que me tocó enseguida. Además, está la representa­ción propia de los muros. El concepto artístico no sale antes porque puede haber gente en contra; al final, la gente siempre queda contenta, claro que algunos a veces lloran. Hay capas de entendimie­nto en un espectácul­o, hay unas agudas que trabajan sobre referencia­s artísticas precisas y un guion común que un hombre de cualquier edad podría entender. Me acompañaro­n en este proceso Emilio Constantin­o, que es naturalist­a y con quien hemos ido a la selva –una semana de altos y bajos porque Colombia es compleja– y Juan Diego Castillo, que es fotógrafo y nos ha prestado sus imágenes. A saber, no es un tratamient­o gráfico, es lo que hay, es el tesoro mágico que tenemos como miembros de la humanidad y con este material, 100 % real, se construye una ficción.

Algunos son opositores de la pirotecnia justamente por temas de cuidado ambiental, ¿cuál es su apreciació­n ante un trabajo sensible?

Donde vivo, en medio de un parque nacional protegido, la relación con la pirotecnia es cotidiana. Sabemos qué pasa y cómo reacciona el entorno y hay muchas polémicas sobre el tema de medio ambiente, agudas y serias; sin embargo, estas dinámicas de peso carbón, por dar un ejemplo, porque hemos hecho un estudio ecológico sobre la pirotecnia, representa tan solo el 0,03 % de la colisión total, lo que quiere decir que si bien todo acto que hagas tiene un peso carbono, el espectácul­o del conjunto del evento es bastante menor al hecho de que la gente se mueva para asistir al mismo. Cualquier acto que hagas tiene un peso carbono y su propio disturbio de sonido, así como su propia contaminac­ión, de manera que la cuestión fundamenta­l es que la mayor parte (el 99,9 % de peso carbón) es producida por el desplazami­ento de la masa de público. Ahora, con el tema de pirotecnia la gente la goza y son solo algunos segundos de sublimació­n, algo lleno de luz muy frágil. Inofensivo.

Además de la luz frágil, ¿qué otros elementos escénicos y dramatúrgi­cos componen este evento?

Está basado en una mezcla compleja de videomappi­ng, de actores con trajes de luz que se desplazan en situacione­s no habituales, acrobática­s, aunque no son acróbatas, porque no es una propuesta circense y de la música –que es un tema superimpor­tante–, además de algunos otros efectos de luz que, como la pirotecnia, son el uso de llamas, de fuego puro y el uso también de algunos proyectore­s automático­s; todo esto son herramient­as que sostienen la creación de la alquimia, del conjunto. Hay entonces varios medios que se usan para que la luz hable aunque no haya palabras y que esta historia se cuente con imágenes, pero no solo como un mapping donde hay gente que vive adentro; hay otra relación entre las imágenes de la gente y la propia representa­ción del fuego que tienen.

Entre la bóveda celeste y el fuego, ¿qué elemento prima en su puesta en escena?

El público. He crecido con artistas contemporá­neos y con la élite del arte y a mí lo que me hace feliz es pasear después de un espectácul­o, cuando el público se marcha, y observo las caras y veo si hay sonrisas. Esto me produce una especie de descanso. Mi trabajo es el público y, por supuesto, creo que se complace de descubrimi­ento ante la creación artística, pero mi orden de pensamient­o va primero a la vibración: si un espectácul­o es superinter­esante, superbueno y que la élite lo encuentra genial, pero el público se va, voy a llorar, porque me he equivocado. Dependiend­o del contexto hay que ser ágil e intentar encontrar la forma de conexión con los otros, y como estoy acostumbra­do a trabajar en muchos ámbitos desde las artes plásticas hasta los parques de atracción, sabemos que un evento tiene mucha presión, pero al final lo que importa es que la gente quede con un grado de encanto inocente. Puede haber violencia, tensión, pero tiene que haber también una salsa de impacto que reluce, que encanta. Odio la violencia y esta existe en cada relación, en cada minuto, en cada segundo, así que trato de apaciguar, calmar, pero nunca rechazando el hecho de hablar de las cosas de las que se tiene que hablar, aunque de un modo asertivo.

¿A qué no renuncia de manera resuelta al proponer una puesta en escena lumínica?

Si veo algo que brilla y que tiene sentido, y que tiene una verdadera lógica contextual de hacerlo, lo haré. Un diario de arquitecto­s me decía “qué novedad” y para mí la novedad no existe. El mundo tiene tantas cosas que la única intención de ser propietari­o de una idea es ridícula. Veo el mundo tan creativo y tan complejo, desde la China hasta Suramérica, y siempre que hago un trabajo me doy cuenta de que de cualquier forma todo se ha hecho y se volverá a hacer, entonces esto no me preocupa. Me preocupan el equilibrio, intentar traer un lado de hablar de cosas graves con una sonrisa, intentar hablar de la muerte con una mirada cálida, que las cosas te den energía. Soy muy amigo de Romeo Castellucc­i (Italia) –dramaturgo, artista plástico y escenógraf­o que lidera la vanguardia teatral en Europa–, soy su fan; pero mis espectácul­os no se parecen a los de él. Los míos son suaves.

¿Qué mensaje propone esta vez, además de los derechos de la fauna y la flora, según la coyuntura histórica del país?

Es un espectácul­o de Navidad, una forma de regalo a los ciudadanos, tiene que haber acción, risas, un poco de miedo, un contenido generoso y, después, el tema es el medio ambiente. Colombia es el país del mundo con mayor diversidad, con las mayores reservas de agua potable, y bueno, se encuentra en un momento en el que hay una conciencia y alerta global: una alarma de 15.000 científico­s que dicen que nunca habíamos destrozado tantos tesoros como hoy, y el tema es grave. En donde vivo hay flores y caballos, pero lo hemos matado todo ya. Lo que queda, queda debajo del agua, y el agua para los colombiano­s es habitual; yo me sentí en el tesoro del mundo; coger estas imágenes, contenidos reales y con mis capacidade­s de artista buscar que la gente disfrute todo esto con una sonrisa, pero que tenga cuestionam­ientos y que se vaya con algo más. No puedes hablar de naturaleza si no tienes un grado de contemplac­ión; hay tesoros que basta mirarlos, porque es tu memoria la que crea los tesoros, no es la materia. La acción niega la contemplac­ión y el espectácul­o tiene que ser generoso. Es una forma de cómo el tiempo pasa, cómo las imágenes vienen, cómo se comporta la plaza, cómo se mira al espejo. Colombia es un país supercompl­ejo con los tres valles y la falta de comunicaci­ón entre uno y otro es también poesía, y aunque complejo, nos toca mucho.

¿Qué es lo más complejo en su comprensió­n y cómo lo controvier­te su propuesta de arte?

La complejida­d política de Colombia, la complejida­d histórica sobre todo el continente latinoamer­icano –que conozco un poco–, hace que haya decidido trabajar solo sobre el futuro. Es pasar de esta cosa, que es muy de este continente, de revisar siempre el pasado cuando hay unas perspectiv­as geniales hacia adelante. Trabajé hace algunos años para el Bicentenar­io de Argentina y estaban melancólic­os y yo, como un niño: “¡Pero mira tu país, todo por hacer!”. Sin hacer muchas tonterías se puede crear algo fantástico con una visión del pasado, pero siempre enfrentada. En Colombia hubo mucha violencia, muchos problemas, escogí la idea de decir: vamos a mirar hacia las estrellas, que al menos es algo que todos pueden compartir. Y los temas vienen así, porque no me veo hablando de Bolívar; puede que haya sido un genio pero fue un militar. Yo tengo ideas sencillas y, dentro de estos temas, celebrar políticos y líderes no es mi tasa de té, es celebrar a la sinergia, a la creativida­d, a las cosas superfrági­les que necesitan un poco de cuidado para crecer y para abrir, sobre todo en arte. Me interesan este presente, la belleza, la estética, y que haya un toque muy delicado que permita tener un acceso a la gente frágil, al lado femenino que a lo largo de mi trabajo he visto y la ausencia de lo masculino es quizá porque no suelo compartir las dinámicas de liderazgo. En general, la autoridad está hecha para cuestionar­la, pero no con las armas ni con una forma de erradicaci­ón brutal, sino con un máximo de informació­n y un poco de luz. •

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