“VARIACIÓN EN LA APARENTE QUIETUD”
Un cuento muy corto y profundo de Jorge Luis Borges, “El rigor de la ciencia”, inventa un mapa tan extenso y perfecto que abarca todo confín real del territorio del imperio que representa. Si el mapa hubiera sido menos pequeño que el imperio, no habría satisfecho a los cartógrafos. La verosimilitud del mapa obedece, entonces, al deseo de hacer corresponder el mapa con el imperio. Sin embargo, con el paso de las generaciones, la labor de los cartógrafos se volvió inútil y el mapa perduró como ruinas habitadas. La pretensión de comprender al mundo tal cual es, con un rigor incuestionable, termina ocupando la realidad, forjándola. La ciencia, más allá de mostrar el mundo, crea al mundo y construye los espacios en los que nos conformaremos.
Santiago Espinosa, poeta bogotano, ganó en 2016, en México, el Premio Internacional Jaime Sabines por su libro El movimiento de la tierra. Este año la Editorial Valparaíso lo publicó en España. Al final de esa edición, está el discurso que Espinosa pronunció en la entrega del premio. En él presenta la poesía como una técnica cartográfica, como un modo de elaborar mapas para reorientarnos y buscar nuevas rutas que permitan, como si fuéramos navegantes, escapar de la tempestad.
Aprender a mirar, y no tratar a la existencia y al universo como quietud, es el reto literario de este poemario. Pasar por las páginas del libro es ser testigo de temas y obsesiones recurrentes en Espinosa, que si bien en unas ocasiones son muy íntimos, y a veces muy aferrados a sentimientos e imágenes sobre el tiempo y las estaciones, en otras nos enseña que la muerte persiste con la vida.
Vivir, digamos, es permanecer en medio de ruinas nunca idas totalmente, y a la vez es surgir con el abandono y el susurro de las lenguas, que son moradas sobre la tierra y cinceles de nuestra identidad. El movimiento de la tierra puede entenderse como un abismal traslado que pasa en una velocidad imperceptible de 30 kilómetros por segundo. Y mirando al suelo puede entenderse también como el enfrentamiento de fuerzas por las capas tectónicas. Dos fragmentos de “Central Park West” evocan el cambio a largo plazo: “Debieron terminar muchos paisajes / para llegar a este silencio, muchas mañanas”. Y: “Las piedras que ya estaban en el parque / antes de que los dinosaurios / se extinguieran”.
Otro tema del libro son las migraciones. Vivimos buscando semillas en otros lugares, y en cada lugar las cosas se contemplan bajo la sombra de lo que abandonan, pues quienes se van siguen aún aquí. Espinosa heredó ausencias que lo asisten y estimulan. Sin embargo, esto no menoscaba o limita los horizontes de apego a lo errante que tanto inquieta, que nunca peca de soberbia.
El libro, creo, se lanza a ofrecer mapas. Incita a mirar y a sentir con cuidado, a reconocer lo que podría acompañarnos y no está. Pide que en lo que miremos no olvidemos, que sepamos que vivimos con fantasmas y, por qué no, que produzcamos nuevos mapas para no caer en los estragos del naufragio.