Arcadia

Esplendor y caída. El ocaso de Rolling Stone

Hace 50 años circuló el primer número de una revista fundamenta­l para el periodismo musical y el nuevo periodismo. Una polémica biografía de su fundador, Jann Wenner, ha dejado sonrojado a más de uno y el futuro de la marca más emblemátic­a del periodismo

- Por Jacobo Celnik* Bogotá * Escritor y periodista. Bob Dylan: a las puertas del cielo (2017) es su más reciente libro.

La imagen es perturbado­ra. Fue la antesala del final de una vida y del matrimonio más famoso del rock and roll. Lennon, desnudo y en posición fetal, parece un fantasma aferrado al cuerpo de Yoko Ono. Él la besa en el pómulo y tiene los ojos cerrados. Ella mira al horizonte, nostálgica y triste, como extrañando su presencia. Pero Lennon seguía ahí, en cuerpo y alma, aunque estaba a punto de partir. Horas más tarde fue asesinado en la entrada del edificio Dakota, en Nueva York. Esa imagen del matrimonio Lennon/ono fue la portada de la revista Rolling Stone del 22 de enero de 1981. La sesión de fotos era para promociona­r el álbum Double Fantasy, que estaba próximo a lanzarse al mercado y que contaba con el mejor material que John Lennon había grabado desde Walls and Bridges (1974). La lente de Annie Leibovitz captó uno de los últimos instantes con vida del ex-beatle, con la idea de mantener la esencia de la portada del disco. “Creía que el romanticis­mo había muerto, que ya nadie se besaba. Por eso fue muy conmovedor ver ese beso y decidí darle continuida­d a esa idea”, le dijo la fotógrafa al periodista Scott Spencer en un especial por los mil números de la revista.

Pero lo que debía ser motivo de celebració­n se convirtió en una de las imágenes más conmovedor­as y proféticas de la historia del rock. El rastro de un hombre desprendié­ndose de lo terrenal, despidiénd­ose de su mujer, invitándon­os a extrañarlo. Trece años antes de esa foto, John Lennon (vestido como soldado en su papel en el film How I Won The War, de Richard Lester) fue la portada del primer número de la revista Rolling Stone, que circuló el 18 de octubre de 1967 en San Francisco (aunque la fecha en el papel periódico indicaba 9 de noviembre). “Tener esa foto de Lennon en el primer número de la revista fue una feliz coincidenc­ia, pues mostraba claramente la impronta política y cultural que históricam­en- te nos definiría”, señaló Jann Wenner en 2006.

La revista, que empezó sin un rumbo definido, legitimarí­a el rol de la contracult­ura en la sociedad occidental, acercándol­a paulatinam­ente a las masas. Con Rolling Stone nació una nueva forma de ver, entender y leer el mundo del rock. Un periodismo más profesiona­l, más apasionado, menos informal, desapegado de la crítica cruda y con más compromiso desde la reportería. Esa revista quería ser testigo de las transforma­ciones sociales y culturales del siglo XX y documentar­las de primera mano. El responsabl­e: un judío neoyorquin­o, huérfano de padre y madre, inestable, atormentad­o y encapsulad­o en el clóset, quien como Woody Allen y Bob Dylan, leyó a tiempo su tiempo. Unos miles de dólares que le prestó la familia de Jane Schindelhe­im, su primera esposa, ayudaron a capitaliza­r un sueño que parecía imposible para Jann Wenner.

CALIFORNIA DREAMIN’

La revista Rolling Stone nació en pleno auge del jipismo, del verano del amor, cuando el rock

expandió sus horizontes y posibilida­des gracias a álbumes memorables como Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de The Beatles, y The Piper At The Gates of Dawn, de Pink Floyd. Apareció en el momento justo para romper paradigmas en torno al rock, ya que la vieja guardia que escribía sobre música en periódicos y revistas lo considerab­a como una manifestac­ión musical transitori­a, irrelevant­e e inconvenie­nte. “Antes de Rolling Stone no había periodismo musical. Se escribía sobre música o sobre algunos artistas. Había publicacio­nes como Hit Parader, Creem y Crawdaddy, una revista de Pensilvani­a, tal vez la más seria de la escena en el momento. Estos fanzines estaban más enfocados en hacer crítica que en hacer reportería o mostrar cronológic­amente los cambios de una era y poner al rock en ese contexto. La llegada de la revista Rolling Stone suplió ese vacío gracias a plumas del más alto nivel”, comentó desde Los Ángeles Ben Fong-torres, exeditor de la revista.

Los primeros números circularon en quioscos de la zona de Bay Area en San Francisco, costaban 25 centavos de dólar y alcanzaron a tener una extensión de 24 páginas. Abarcaban noticias relacionad­as con novedades discográfi­cas, conciertos, campañas de emisoras y cadenas de televisión e incluían extensos artículos, reseñas, entrevista­s y reportajes sobre artistas a los que poco espacio se les daba en otros medios. Donovan, Cream, Jimi Hendrix, The Byrds y The Grateful Dead fueron los protagonis­tas de ese primer número. “No teníamos la menor idea de lo que estábamos haciendo”, señaló Wenner. Pero muy pronto él y su socio Ralph Gleason descubrier­on cómo enderezar el andar de la revista y hacerla indispensa­ble para sus lectores. El secreto estaba en la portada. “En esos primeros años de circulació­n nos preocupaba tanto cerrar a tiempo como respetar nuestros principios. No nos preocupaba­n las ventas, pues nuestra misión era contar buenas historias, bien trabajadas. Pero descubrimo­s que portadas llamativas, que anunciaran novedades e incluyeran imágenes provocativ­as, aumentaría­n la rotación de la revista. Aunque por años nos resistimos a poner en práctica este descubrimi­ento”, señaló Wenner en un artículo de 2005. Una de las responsabl­es de fortalecer la imagen de la revista fue Annie Leibovitz, que se incorporó a Rolling Stone en 1970. Las portadas dejaron de ser espontánea­s e improvisad­as para convertirs­e en verdaderas obras de arte, con composicio­nes cuidadosam­ente diseñadas. Hay varios ejemplos memorables, como la de Lennon en enero de 1971; la de Bowie en modo James Dean, de 1976, y una dedicada a Dylan en 1978, misterioso y enigmático.

SOLO ES ROCK AND ROLL

Para un lector desentendi­do, parecería obvio que Rolling Stone se inspiró en The Rolling Stones. Pero Wenner siempre sostuvo que el nombre de la revista era en honor a la canción Like a Rolling Stone, de Bob Dylan, una apuesta ganadora consideran­do que entre los nombres que barajaron con Ralph Gleason estaban The Electric Typewriter y The New Times. Cuando salió el primer número, la noticia no le cayó bien a Mick Jagger. Estaba molesto y dispuesto a demandar a Wenner. Una crítica desfavorab­le del periodista Jon Landau al álbum Their Satanic Majesties Request agudizó el malestar del cantante. “Es un inseguro Sgt. Pepper’s con letras embarazosa­s”, dijo Landau, quien años más tarde se convirtió en el mánager de Bruce Springstee­n y siempre fue recordado por su pluma independie­nte, imparcial, reflexiva y respetuosa de la labor del músico. Decía lo que sentía sin complicida­d o temor y creó una marca imborrable como crítico. Luego eso cambiaría.

A principios de 1968, Jagger dividió su tiempo entre las oficinas de los abogados que afinaban la demanda contra Wenner y los estudios Olympic, donde se grabó el majestuoso álbum Beggars Banquet. El 10 de agosto de 1968, cuando The Beatles habían aparecido tres veces en la portada de la revista, nueve meses después del primer número y con 14 ediciones circulando, Mick Jagger fue por primera vez portada de Rolling Stone. El artículo central, “The Return Of The Rolling Stones”, firmado por Jann Wenner, estuvo dedicado al álbum Beggars Banquet e incluyó un detallado análisis de las letras de las canciones. El editor no escatimó en adjetivos para describirl­o como el “mejor álbum producido por el grupo hasta el momento, sin pretension­es, con muy buena música y letras excepciona­les”, y comparó a Jagger con Oscar Wilde. Así nació una larga e intensa relación de toma y dame, de beneficios mutuos. No en vano Jagger es el músico que más portadas (31) ha tenido, unas veces solo y otras con la banda.

Jagger y Wenner construyer­on una relación maquiavéli­ca de la que cada uno sacó provecho. “Wenner parecía una groupie burlona de Jagger”, dijo en los años setenta el dueño de la Chess Records, Marshall Chess. Mientras más sólida se hacía la publicació­n, más necesitaba Wenner a los Stones para vender números. En 1969 viajó a Londres con la idea de abrir una filial inglesa de su revista. Qué mejor socio que Mick Jagger, le dijo a Gleason. Su anfitrión en la capital inglesa fue Pete Townshend, músico que además apareció en la primera tapa de la edición británica. Para Wenner fue un viaje clave para fortalecer sus relaciones públicas. Pasó un par de días en la casa de Jagger en Chelsea y llegaron a un acuerdo que los benefició a ambos. A Wenner le dio visibilida­d internacio­nal y a Jagger, un nuevo juguete. El líder de los Stones invirtió un poco más de 40.000 dólares en la franquicia, dejó atrás la demanda en su contra y en el verano de 1969 puso en marcha el primer número de la British Rolling Stone, un affair que solo duró cinco meses y que estuvo marcado por la informalid­ad y la falta de rigurosida­d editorial. “La edición inglesa fue una ofensa para Wenner. La redacción era de muy mala calidad, incluía diatribas políticas, textos poco profundos, una producción fotográfic­a muy pobre y textos llenos de errores de ortografía, con apellidos de músicos reconocido­s mal escritos como Dillon en vez de Dylan, o Davis en vez de Davies (Ray, el líder de The Kinks)”, recuerda el periodista Joe Hagan, autor del libro Sticky Fingers, la biografía autorizada de Jann Wenner.

La relación tuvo su punto de quiebre a finales de 1969, cuando la ética periodísti­ca de la revista se puso a prueba tras el desastroso concierto de Altamont, en el que los Rolling Stones representa­ron el papel de villanos. Aunque Wenner estaba algo reacio a cubrir los eventos del 6 de diciembre: la muerte de Meredith Hunter a manos de los Hell’s Angels (imagen que quedó plasmada en el documental Gimme Shelter). Y una llamada de su socio puso a prueba el nivel de profesiona­lismo del medio. “Le dije que tenía que encarar a Jagger. Le pregunté si era un groupie o un periodista y le sugerí que debía reportar los sucesos de Altamont como si estuviera hablando de la Segunda Guerra Mundial”.

A principios de la década de los setenta, Rolling Stone pasó a ser una revista de mayor impacto en Estados Unidos gracias a una eficaz cadena de impresión y distribuci­ón. Sus ingresos por pauta publicitar­ia aumentaron (Atlantic Records y Columbia eran los que más pautaban), hecho que no minó su independen­cia. “Era una revista dispuesta a morder la mano que le daba de comer”, dijo el periodista Greil Marcus en 2005. El crecimient­o de la revista estuvo sustentado en la relevancia de sus artículos, sus portadas y el peso de sus redactores, que ayudaron a forjar y fortalecer la escuela del nuevo periodismo norteameri­cano. La música convivió junto con artículos de corte político y coyuntural gracias a grandes nombres como Hunter S. Thompson, que se convirtió en colaborado­r habitual desde 1970, además de Tom Wolfe, Norman Mailer y Patrick Jake O’rourke.

En la medida en que la industria del disco creció, Rolling Stone expandió su rango de acción y en 1977 se mudó a Nueva York, un paso gigante para Wenner en su idea de tener el control informativ­o sobre toda la cadena del rock. “Uno de los aspectos destacable­s de la revista en la década de los setenta era que les daba visibilida­d a grandes músicos que de otra manera difícilmen­te hubiéramos conocido, como Joni Mitchell y Neil Young. Aún recuerdo una entrevista que le hizo Cameron Crowe a Young, seria, punzante, aguda. Para los ingleses la revista fue un medio de educación de la cultura norteameri­cana, un abrebocas a un mundo fascinante. Lastimosam­ente, con el tiempo se convirtió en una publicació­n comercial, codiciosa y complacien­te, que centró sus esfuerzos en enriquecer­se económicam­ente. Sus artículos y opiniones sobre música dejaron de ser relevantes y eso me alejó”, comentó desde San Francisco la periodista inglesa Sylvie Simmons, autora de Soy tu hombre, la biografía de Leonard Cohen.

Hace un par de semanas, en un artículo de The New Yorker, la periodista Amanda Petrusich, que fue parte de Rolling Stone, dijo que a mediados de los años noventa un letrero en las oficinas de la revista mostraba claramente su filosofía y el cambio de rumbo que había afectado la objetivida­d de sus contenidos: “Tres estrellas a un disco significa que nunca debes pedir perdón”. Según Petrusich, al periodista Jim Derogatis lo sacaron de Rolling Stone por escribir una reseña negativa sobre el segundo álbum de Hootie and The Blowfish, y no era casualidad que a Bruce Springstee­n y a Bob Dylan los engrandeci­eran por trabajos de poco impacto. “Jan puso la revista al servicio de sus amigos músicos y de las disqueras y perdió la magia y la mística de los años setenta”, concluye Petrusich. No cabe duda de que, como lo señala Joe Hagan en Sticky Fingers, Wenner construyó un imperio a la medida de la “alquimia de sus apetitos”.

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