Arcadia

Rostros de nuestro pasado

- Bogotá * Filósofo con Maestría en Filosofía Contemporá­nea, estudiante de Maestría en Estudios Políticos Francisco Giraldo Jaramillo*

Acaba de inaugurars­e en Bogotá la exposición de máscaras del Valle de Sibundoy, Alto Putumayo, que exhibe más de un centenar de máscaras elaboradas por las comunidade­s Inga y Kamëntsá. Una charla con Ana María Delgado, gerente de la Fundación BAT y propietari­a de la colección.

La sede La Giralda del Ministerio del Interior abrió sus puertas el pasado 3 de mayo para presentar la exposición de máscaras del Valle de Sibundoy, Alto Putumayo. La muestra, que ya ha sido presentada en otros lugares del país, abarca unas 150 máscaras, muchas de ellas de más de 130 años de antigüedad. Algunas observan a sus espectador­es con mirada penetrante; otras, ostentan rasgos exagerados y deformes, y otras, “picarescas”, representa­n y caricaturi­zan al “hombre blanco”. Pero todas nos interpelan desde lo profundo de nuestra historia y nos enfrentan con una reflexión sobre la memoria, el perdón y la reconcilia­ción.

¿Cuál es la historia de la colección de máscaras? Es un relato muy interesant­e. Las máscaras estaban en manos de los indígenas inga y kamëntsá. Ellos empezaron a venderlas, una por una, a Heidy Pifter, una mujer suiza que tenía un hostal en la laguna de la Cocha, en Nariño. Ella alcanzó a reunir, a lo largo de 40 años, más de 265 máscaras que exhibía en las paredes de su hostal. Con la llegada de la violencia y de otros problemas a la región, Heidy dejó de recibir turistas con la frecuencia de antes. Entonces, para cubrir sus gastos, empezó a vender las máscaras. Un día llegó al hostal Miguel Tauchert, un productor de cine alemán que quedó fascinado con ellas y decidió comprar la colección completa. Durante un tiempo, Miguel mantuvo las máscaras guardadas en una bodega en su casa en Villa de Leyva, pero quería que la serie fuera vista y conocida en todo el país. Se encontró con nosotros, con la Fundación BAT, y vio la oportunida­d de difundirla. Nos comentó sobre ella, nos la mostró, y decidimos comprarla. Con el fin de conocer mejor el origen de las máscaras, desarrolla­mos, durante más de un año, una investigac­ión con la antropólog­a y arqueóloga Lucía Rojas de Perdomo. Ella se reunió varias veces con taitas y chamanes y, cuando les mostraba las máscaras, ellos lloraban de emoción porque creían que la colección se había perdido. Gracias a esa investigac­ión y al acompañami­ento de las comunidade­s, hoy tenemos conocimien­to del origen de las mismas, de su significad­o y su importanci­a, y estamos felices de poder mostrarlas.

¿Qué historias cuentan las máscaras?

Están hechas de madera de cedro y comino chachajo. Algunas de las que exhibimos acá tienen unos 70 años, pero otras más de 130. Fueron hechas por los indígenas de las culturas inga y kamëntsá en el Valle de Sibundoy, quienes desde la época prehispáni­ca las elaboran con distintos fines. Algunas revelan su malestar ante la presencia de los españoles; otras, se burlan de ellos y caricaturi­zan sus rostros. Ciertas de ellas representa­n enfermedad­es y deformacio­nes de ese tiempo o pretendían asustar a la gente. Otras más, eran usadas para atraer a los animales cuando iban a cazar, y algunas para lucir en los carnavales o para decorar. Así, cada una tiene una connotació­n y un significad­o. Pero, en términos más generales, también cuentan una historia. En el Putumayo, a principios de año la etnia Inga y la Kamëntsá se reúnen para el Carnaval del Perdón o de la Reconcilia­ción. Es una gran celebració­n con danza y música, y tiene un significad­o importante. Los indígenas de las dos etnias llevan huevos, los comparten entre las comunidade­s y hacen un caldo. Lo que quieren mostrar con el carnaval es que pueden convivir, así piensen diferente y sean diferentes. Es lindo porque es un evento que enaltece la idea de la reconcilia­ción, del perdón, de compartir, y ofrece una enseñanza fundamenta­l a la hora de pensar la convivenci­a y la paz.

En la situación actual de posconflic­to, que hasta ahora inicia, ¿qué importanci­a tiene que los colombiano­s conozcamos las historias de estas máscaras?

Nos invitan a seguir el ejemplo de las comunidade­s indígenas, que enseñan cómo todos cabemos en el mismo espacio así pensemos distinto, y cómo el perdón y la reconcilia­ción nos llevan a avanzar, a desarrolla­rnos. Si uno no perdona, no se reconcilia. No piensa como el otro podría pensar y no se pone en los zapatos del mismo, pues no llega a ninguna parte. El aprendizaj­e que nos dejan las comunidade­s es precisamen­te el valor de la reconcilia­ción. Saben que dialogando y conviviend­o es que se solucionan los problemas.

Por último, ¿por qué esta exposición se presenta en el Ministerio del Interior?

El ministro del Interior, Guillermo Rivera, es del Putumayo. Entonces él quería hacerle un homenaje a su tierra, a los indígenas que habitan allí y a su cultura. Y qué mejor distinción que una exposición de estas máscaras, piezas patrimonia­les elaboradas por las comunidade­s indígenas más representa­tivas del Putumayo. •

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