Rostros de nuestro pasado
Acaba de inaugurarse en Bogotá la exposición de máscaras del Valle de Sibundoy, Alto Putumayo, que exhibe más de un centenar de máscaras elaboradas por las comunidades Inga y Kamëntsá. Una charla con Ana María Delgado, gerente de la Fundación BAT y propietaria de la colección.
La sede La Giralda del Ministerio del Interior abrió sus puertas el pasado 3 de mayo para presentar la exposición de máscaras del Valle de Sibundoy, Alto Putumayo. La muestra, que ya ha sido presentada en otros lugares del país, abarca unas 150 máscaras, muchas de ellas de más de 130 años de antigüedad. Algunas observan a sus espectadores con mirada penetrante; otras, ostentan rasgos exagerados y deformes, y otras, “picarescas”, representan y caricaturizan al “hombre blanco”. Pero todas nos interpelan desde lo profundo de nuestra historia y nos enfrentan con una reflexión sobre la memoria, el perdón y la reconciliación.
¿Cuál es la historia de la colección de máscaras? Es un relato muy interesante. Las máscaras estaban en manos de los indígenas inga y kamëntsá. Ellos empezaron a venderlas, una por una, a Heidy Pifter, una mujer suiza que tenía un hostal en la laguna de la Cocha, en Nariño. Ella alcanzó a reunir, a lo largo de 40 años, más de 265 máscaras que exhibía en las paredes de su hostal. Con la llegada de la violencia y de otros problemas a la región, Heidy dejó de recibir turistas con la frecuencia de antes. Entonces, para cubrir sus gastos, empezó a vender las máscaras. Un día llegó al hostal Miguel Tauchert, un productor de cine alemán que quedó fascinado con ellas y decidió comprar la colección completa. Durante un tiempo, Miguel mantuvo las máscaras guardadas en una bodega en su casa en Villa de Leyva, pero quería que la serie fuera vista y conocida en todo el país. Se encontró con nosotros, con la Fundación BAT, y vio la oportunidad de difundirla. Nos comentó sobre ella, nos la mostró, y decidimos comprarla. Con el fin de conocer mejor el origen de las máscaras, desarrollamos, durante más de un año, una investigación con la antropóloga y arqueóloga Lucía Rojas de Perdomo. Ella se reunió varias veces con taitas y chamanes y, cuando les mostraba las máscaras, ellos lloraban de emoción porque creían que la colección se había perdido. Gracias a esa investigación y al acompañamiento de las comunidades, hoy tenemos conocimiento del origen de las mismas, de su significado y su importancia, y estamos felices de poder mostrarlas.
¿Qué historias cuentan las máscaras?
Están hechas de madera de cedro y comino chachajo. Algunas de las que exhibimos acá tienen unos 70 años, pero otras más de 130. Fueron hechas por los indígenas de las culturas inga y kamëntsá en el Valle de Sibundoy, quienes desde la época prehispánica las elaboran con distintos fines. Algunas revelan su malestar ante la presencia de los españoles; otras, se burlan de ellos y caricaturizan sus rostros. Ciertas de ellas representan enfermedades y deformaciones de ese tiempo o pretendían asustar a la gente. Otras más, eran usadas para atraer a los animales cuando iban a cazar, y algunas para lucir en los carnavales o para decorar. Así, cada una tiene una connotación y un significado. Pero, en términos más generales, también cuentan una historia. En el Putumayo, a principios de año la etnia Inga y la Kamëntsá se reúnen para el Carnaval del Perdón o de la Reconciliación. Es una gran celebración con danza y música, y tiene un significado importante. Los indígenas de las dos etnias llevan huevos, los comparten entre las comunidades y hacen un caldo. Lo que quieren mostrar con el carnaval es que pueden convivir, así piensen diferente y sean diferentes. Es lindo porque es un evento que enaltece la idea de la reconciliación, del perdón, de compartir, y ofrece una enseñanza fundamental a la hora de pensar la convivencia y la paz.
En la situación actual de posconflicto, que hasta ahora inicia, ¿qué importancia tiene que los colombianos conozcamos las historias de estas máscaras?
Nos invitan a seguir el ejemplo de las comunidades indígenas, que enseñan cómo todos cabemos en el mismo espacio así pensemos distinto, y cómo el perdón y la reconciliación nos llevan a avanzar, a desarrollarnos. Si uno no perdona, no se reconcilia. No piensa como el otro podría pensar y no se pone en los zapatos del mismo, pues no llega a ninguna parte. El aprendizaje que nos dejan las comunidades es precisamente el valor de la reconciliación. Saben que dialogando y conviviendo es que se solucionan los problemas.
Por último, ¿por qué esta exposición se presenta en el Ministerio del Interior?
El ministro del Interior, Guillermo Rivera, es del Putumayo. Entonces él quería hacerle un homenaje a su tierra, a los indígenas que habitan allí y a su cultura. Y qué mejor distinción que una exposición de estas máscaras, piezas patrimoniales elaboradas por las comunidades indígenas más representativas del Putumayo. •