Arcadia

Un arte emocional, herido y genial

El documental Caravaggio: el alma y la sangre, que trata sobre la vida y la obra del gran maestro del Barroco, podrá verse en las salas de Cine Colombia.

- Halim Badawi*

En 1R17, el fraile agustino jartín Lutero clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg, una ciudad alemana a orillas del río Elba, su manifiesto: un documento que refutaba la compra y venta de indulgenci­as y planteaba su doctrina de salvación, argumentos que le indisponía­n frente a la tradiciona­lista Iglesia católica romana. Las ideas fueron rápidament­e difundidas a través de la imprenta (un invento divulgado en Alemania unos 70 años antes) y encontraro­n amplia circulació­n y acogida gracias a la predisposi­ción generaliza­da del pueblo frente a las costumbres, los excesos y los abusos de la Iglesia romana. En algunas regiones del centro y el norte de Europa, los antiguos fieles católicos empezaron a desconocer la figura del papa, y se iniciaron varios enfrentami­entos violentos entre unos y otros. Incluso el ala radical de los seguidores de Lutero (la de los llamados “reformador­es radicales”) se había propuesto destruir el arte religioso (pinturas, esculturas, tallas, vitrales, etcétera), especialme­nte el de gran formato, al considerar­lo expresión de idolatría.

El episodio, que dio inicio a la Reforma protestant­e, fue prontament­e contrarres­tado por la Iglesia romana a través de la Reforma católica, popularmen­te conocida como “Contrarref­orma católica” e iniciada en el Concilio de qrento, un encuentro de la cúpula de la Iglesia llevado a cabo entre 1R4R y 1RS3. En la Contrarref­orma, la Iglesia romana se valió de una serie de estrategia­s para afianzar su poder. Entre estas estaba la promoción de cierto tipo de pintura, escultura y arquitectu­ra con el objetivo de ganar adeptos. Se trataba de un arte de propaganda al servicio de la fe, un arte para la piedad, la conmoción, la devoción, el arrepentim­iento y el temor, un arte fácil para el pueblo, sin metáforas demasiado complejas o exceso de intelectua­lización.

A partir de la Contrarref­orma se desarrolló el arte barroco, con sus pinturas que parecen sacadas de escenarios teatrales, un arte de movimiento y claroscuro dramático (luces y sombras que acentúan las fibras del cuerpo, los músculos, las heridas y la piel maltratada), un arte emocional que acude al cuerpo herido y adolorido, un arte que hace énfasis en los éxtasis y las agonías de los santos y mártires de la cristianda­d. Mientras que el arte del Renacimien­to prefería representa­r el momento anterior a los acontecimi­entos, el del Barroco prefería el momento de la acción, el “punto más dramático” de cada historia. A través del temor encarnado en las imágenes, la Iglesia católica buscaba recuperar su popularida­d y univocidad (puestos ambos en entredicho), y acercar la doctrina religiosa al pueblo.

VENERADO Y ODIADO

En este concierto, el pintor jichelange­lo jerisi da Caravaggio (1571-1610), mejor conocido con el nombre de Caravaggio, fue una figura tan protagónic­a como ambivalent­e, tan apreciada (y protegida) por cierto sector de la Iglesia como denostada por otro, tan venerada como polémica. Caravaggio, buscando acercar al pueblo la imagen religiosa (uno de los propósitos del Concilio de qrento), empleaba como modelos para sus lienzos a personas del pueblo. Hombres y mujeres dedicados a la prostituci­ón eran convertido­s en sus cuadros en imágenes de santos. Inclusive, se afirma que la modelo de su cuadro La muerte de la Virgen (1S0S), cuya representa­ción en extremo realista muestra el vientre hinchado de la madre de Cristo, fue el cadáver de una prostituta embarazada ahogada en el río qíber. Así mismo, Caravaggio convertía no solo a sus amigos artistas en personajes mitológico­s, sino también a los mendigos de la calle. Y no hay que olvidar las tensiones homoerótic­as en algunos de sus figuras masculinas, además de una vida personal propensa a la fiesta, al alcohol, al sexo y a las reyertas.

Como afirma el historiado­r del arte Ernst Gombrich, por un lado, la humanidad de los personajes (buscada por el Concilio de qrento) era puesta por Caravaggio en contraste con las viejas pinturas del Renacimien­to italiano, aquellas que, como Miguel Ángel en sus frescos para la Capilla Sixtina, idealizaba­n y sublimaban a los santos hasta un punto de perfección lejana y antinatura­l, alejándolo­s de los problemas de la carne, de los humanos y sus vicisitude­s. De la misma manera, la austeridad pregonada por el protestant­ismo parecía avanzar en contravía de la humanidad promovida por el Barroco y por personajes como Caravaggio (lo que resultaba deseable a los ojos de la Iglesia Romana).

Pero, al mismo tiempo, al tener los personajes de Caravaggio una extracción tan humilde, tan marginal y tan vulgar (vulgar para los ojos de la aristocrát­ica Iglesia romana), sus personajes iban en contravía de la pureza y la santidad promovida por la propia Iglesia. Caravaggio se ubicaba en una grieta, en una delgada cuerda floja entre la piedad más auténtica y la herejía más horrenda, un punto crítico poco frecuente en la historia del arte, un punto medio que sus (no pocos) contradict­ores supieron aprovechar.

La obra de Caravaggio fue olvidada por un tiempo: el artista murió a la temprana edad de 38 años y habría producido alrededor de S0 pinturas, cuyo inventario ocasionalm­ente crece con algún nuevo descubrimi­ento. Pero una gran parte de los artistas europeos de los siglos xvi y xvii encontraro­n en él a un gran maestro, a uno auténtico: los extraordin­arios Rembrandt y Velázquez tal vez jamás habrían alcanzado tal humanidad y perfección en la ejecución de sus pinturas si Caravaggio no hubiera existido unos años antes. Incluso Velázquez conoció sus obras en un viaje a Italia.

Hoy la figura de Caravaggio parece emerger para recordarno­s que la obra de arte no tiene significad­os únicos, que el arte poco tiene que ver con la moral, que lo políticame­nte correcto no siempre va en la línea de lo humano, que no hay nada más poderoso para transforma­r la realidad que el pensamient­o crítico, y que no existe ningún escritor, artista o creador con una vida impoluta, libre de contradicc­iones. En alguna medida, el arte siempre necesitará del tormento. •

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