Hitler vs. Picasso
En septiembre de 2010, en un tren que provenía de Zúrich y se dirigía a Múnich, funcionaros de aduana encontraron 9000 euros en efectivo en los bolsillos de un alemán de 78 años llamado Cornelius Gurlitt, que había dicho no llevar dinero. Bajo la sospecha de que tenía negocios ilegales en Suiza, la policía decidió investigarlo. En la casa de Gurlitt en Múnich encontraron 1280 obras de arte, entre otras, de Rodin, Matisse, Renoir y Picasso, muchas de las cuales habían sido dadas por desaparecidas desde la Segunda Guerra Mundial.
El caso Gurlitt ocupa a la opinión pública desde entonces. La proveniencia exacta se ha establecido solo para una fracción de las obras halladas. Pero dos cosas son ciertas: Gurlitt, que murió en 2014 y se llevó a la tumba sus secretos, era hijo de un mercader de arte de confianza de Adolf Hitler y de su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels. Y el hallazgo de la colección hizo evidente de modo escandaloso que la historia del arte robado, secuestrado, comprado o heredado bajo condiciones turbias en el régimen nazi en Alemania, de 1933 a 1945, sigue viva.
Hitler vs. Picasso, dirigido por Claudio Poli y narrado por el actor italiano Toni Servillo (Gomorra, La gran belleza), relata esa historia. A partir de imágenes históricas y un trabajo de archivo cuidadoso, muestra el aparato de galeristas, coleccionistas de arte, militares y políticos que durante el nacionalsocialismo se dedicaron al saqueo de casas y galerías de personas judías, museos estatales y otros lugares culturales en Europa. Se calcula que durante el Tercer Reich, y ante todo a manos alemanas, fueron robados 600.000 objetos de arte; 100.000 siguen desaparecidos.
La película no trata solo del robo de arte, sino también, por una parte, del mecanismo asesino que lo acompañó: el escenario del saqueo fue el Holocausto y el arrasamiento de gran parte del continente europeo; el robo de arte se hizo de la mano de la persecución, la tortura o el asesinato de sus propietarios dentro y fuera de campos de concentración.
Por otra parte, la producción muestra el valor que el arte tenía para los nazis en su deseo de aniquilar pueblos (el judío, pero también el polaco, el rumano, el rom, etc.) y establecer en su lugar una cultura racista, nacionalista y bestial. Al respecto, 1937 fue importante: el 18 de julio se inauguró en Múnich la Gran Exposición de Arte Alemán, que estableció el gusto estético nazi: clasicista, heróico, historicista, conservador, convencional. Un día después se inauguró en la misma ciudad una muestra de “Arte degenerado” con obras vanguardistas del expresionismo, impresionismo, surrealismo, cubismo, etc., de Chagall a Kandinsky y Picasso. Según el Estado nazi, era la instauración de un arte inaceptable, que había que rechazar y destruir, junto con sus autores y divulgadores.
Hay algo más: Hitler vs. Picasso retrata bien la bajeza de los dirigentes nazis. La colección de arte de Hermann Göering, mariscal del Tercer Reich, alcanzó las 1500 pinturas, 250 esculturas y 168 tapices, obras de Da Vinci, Cranach, Goya... Tenía un valor de 18 millones de euros actuales. Lo que no fue robado a coleccionistas (ante todo judíos), museos o iglesias fue comprado con dinero del Estado. Hitler tenía una colección criminal comparable. Vemos a los mandos nazis como hombres obsesionados con el estatus social, nuevos ricos de repente poderosos y deseosos de mostrarse como una casta venerable.
Esta historia ha a sido contada muchas veces (recientemente, en el libro y la película The Monuments Men sobre los soldados y académicos encargados de rescatar arte en Europa). Hitler vs. Picasso es, sin embargo, un documento valioso: recuerda que casi 80 años tras el régimen nazi, la historia de sus crímenes no ha terminado. Y muestra cuán estrecho puede ser el vínculo entre cultura, ambición y la manipulación política más perversa.•