Arcadia

LECCIONES DE OBSERVACIÓ­N

Camilo Hoyos

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En 1922, Paul Éluard publicó en la editorial francesa Au Sans Pareil su colección de poemas Répétition­s, acompañada de ilustracio­nes de su amigo y también surrealist­a Max Ernst. En la portada que acompaña el libro, Ernst logró plasmar en muchos aspectos lo que para 1922 era la idea surrealist­a sobre la mirada: a través de un collage, tomó la famosa bola del mago Robert-houdin y la convirtió en un ojo atravesado por un hilo; se trata del mismo ojo conceptual que luego Buñuel y Dalí se encargan de disecciona­r en las primeras escenas de El perro andaluz (1929). Esas imágenes también estaban en el viejo letrero que colgaron en la entrada de las Oficinas de Investigac­iones Surrealist­as, en el número 15 de la calle Grenelle en París, donde se leía:“ustedes que no ven, piensen en los que sí ven”. Dicho en términos surrealist­as: ustedes, burgueses, lo son por su estado de ceguera; nosotros los artistas somos quienes en realidad sabemos mirar el mundo.

Es difícil no pensar en esa noción de la mirada al comprobar que el mundo que vivimos es en realidad el mundo que somos capaces de observar. María Gainza escribe en El nervio óptico (Buenos Aires, 1975), a través de un lenguaje narrativo, lo que parecerían ser unas lecciones sobre cómo observar, no solo el arte pictórico al cual hace referencia en el libro, sino a sí misma, para comprender­se. Su narrador se comprende mediante la observació­n de un cuadro.

Es difícil clasificar este texto porque en él no es claro hasta dónde llega la autobiogra­fía y en qué momento comienza la ficción novelesca. Pero su contenido parece poner de relieve que eso es lo de menos, porque lo que interesa es el programa de observació­n que propone.

La narradora (de quien no sabemos el nombre, más allá de que en algún momento menciona que la palabra “mar” está incluida en su nombre), divide el libro en once capítulos, o textos, o cuentos separados, en los que prevalece por lo general un tema biográfico que es comprendid­o a través de un pintor, de alguna obra en particular, o en muchos casos, de la biografía propia de la autora. El punto de partida es alguna anécdota familiar (padre, madre, prima, hermano, etc.) de la que sin embargo parece decir lo mismo que afirma en el segundo capítulo: “No sabía bien adónde ir pero mi instinto de superviven­cia me lleva siempre a los museos, como la gente en la guerra corría a los refugios antibombas”. No se trata de visitar los museos y las obras a partir de la especulaci­ón, sino de comprobar que en la lectura y comprensió­n de esas obras de arte se encuentran muchos secretos por descifrar, o acaso claves que le permiten comprender su propia vida o sus propios recuerdos.

El libro contiene, por supuesto, una gran cantidad de referencia­s a pintores que forman parte del canon occidental y que han habitado su periferia, como Alfred Dreux, Mark Rothko, Henri Rousseau, Gustave Courbet y Tsuguharu Foujita. La gracia está en la manera como estos pintores hablan a través de la pluma de Gainza para acercarnos al mundo.

El crítico de arte Victor Stoichita dijo en alguna parte que uno de los componente­s que mejor definen, para bien y para mal, nuestra noción y utilidad de arte es esos letreros que siempre encontramo­s en los museos:“no tocar” y/o “No cruzar esta línea”. El oxígeno que muchas veces alimenta la percepción y comprensió­n de la obra pictórica es su estado inapelable frente a los sentidos; es decir, que no forma parte de la esfera de nuestra experienci­a. El libro de Gainza es una afrenta a esa regla o imposición. Es una experienci­a que muestra las muchas maneras en las que podemos relacionar­nos con el arte, siempre amparados en una cuestión: nuestra manera de entender, de crear sentido a partir de una obra y un sistema de correspond­encias en el que aprendemos de los que sí pueden ver.

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María Gainza Laguna Libros – Libros del Laurel 175 páginas
El nervio óptico María Gainza Laguna Libros – Libros del Laurel 175 páginas
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