Arcadia

SIEMPRE UN REBELDE

Mauricio Sáenz

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Eric Hobsbawm perteneció al grupo de historiado­res del Partido Comunista de Gran Bretaña, que inauguró la idea de explicar los fenómenos sociales unos cuantos escalones más abajo de los palacios y los cuarteles generales: ya no con reyes, papas o generales, sino con los habitantes de las aldeas medievales que dieron el primer paso del feudalismo al capitalism­o, con los artesanos damnificad­os de la revolución industrial, con los protagonis­tas de la Modernidad. En fin, con la gente del común.

De esa cohorte solo Hobsbawm alcanzó una fama universal que sorprende, porque solo él rehusó renegar de sus creencias marxistas. A su favor hablan su capacidad de análisis y síntesis, su crítica de los regímenes comunistas y una extensa obra que lo hizo uno de los historiado­res más importante­s del siglo xx.

Curiosamen­te, en sus libros más importante­s América Latina es marginal. De ahí que ¡Viva la revolución!, su obra póstuma, suscite tanto interés. Poco antes de morir a los 95 años, en 2012, se propuso publicar esta serie de ensayos, compilados finalmente por su amigo y colega Leslie Bethell, autor del prólogo.

Hobsbawm se declara “permanente­mente convertido por América Latina”, pues “nadie que la descubra puede resistirse” a ese subcontine­nte que rompe todos los esquemas. ¡Viva la revolución! comprende 31 textos escritos desde 1960, cuando hizo su primera visita a Cuba y observó el enorme respaldo popular del nuevo régimen. Sin embargo, escribió poco sobre el tema, y siempre criticó a quienes intentaron repetir la lucha armada en otros países. Pensaba que las condicione­s no se repetían en los demás países de América Latina, y que la intentona en Bolivia era un error “espectacul­ar”de concepción.

Fiel a la mirada de los más humildes, volvió a la región entre 1962 y 1963 en busca de los movimiento­s campesinos, en un viaje de tres meses que le llevó a seis países. Los halló sobre todo en Perú y Colombia, donde en ese momento parecían capaces de poner de cabeza los regímenes imperantes.

En Perú describió el sistema “neofeudali­sta” imperante, amenazado por las ocupacione­s del valle de La Convención y eliminado solo algunos años después con el inusual gobierno militar revolucion­ario del general Juanvelasc­o Alvarado.

En Colombia, de la mano de su amigo Orlando Fals Borda, su interés se centró en la violencia que atravesaba al país desde 1948:“Una combinació­n de guerra civil, acción guerriller­a, bandoleris­mo y masacre”. No deja de mencionar el 9 de abril y la muerte de Jorge Eliécer Gaitán como la oportunida­d perdida que Colombia pagaría con sangre. Respecto a ello dice:“descubrí un país en el que la incapacida­d de hacer la revolución social había convertido a la violencia en el núcleo constante, universal y omnipresen­te de la vida pública”.

En dos de los ensayos el autor examina el caso de Chile, y encuentra que en el Frente Popular de Salvador Allende falta una voluntad revolucion­aria y el apoyo de los trabajador­es urbanos, a quienes recién descubre como factor revolucion­ario. Dos años más tarde condena el golpe de Pinochet como el “asesinato de Chile”, una manifestac­ión de que América Latina había entrado “en el periodo más oscuro de su historia en el siglo xx”.

En su último texto, escrito en 2002, Hobsbawm reconoce que nunca ocurrió, y tal vez ocurriría, esa revolución que tanto esperó.además, reflexiona sobre sus cuarenta años de amistad con el subcontine­nte, en la que alcanzó a conocer y simpatizar con las propuestas de Hugo Chávez (antes del madurismo) y sobre todo de Lula da Silva, a quien consideró un ícono del continente. Cuando este ganó las elecciones, Hobsbawm brindó con champaña con Bethell; pero no sin preguntarl­e si no estarían ante una nueva desilusión.

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¡Viva la revolución! Eric Hobsbawm Crítica484 páginas
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