Arcadia

OCTAVO MOVIMIENTO: LENTO LÁNGUIDO

Emilio Sanmiguel

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Ocho años estuvo al frente del ministerio de Cultura Mariana Garcés Córdoba: los dos periodos de gobierno de Juan Manuel Santos. Caso único, salvo el ya histórico episodio de Gloria Zea, que en su momento estuvo al frente de Colcultura durante los gobiernos de López y Turbay.

Zea salió de Colcultura en 1982, en “olor de santidad”, porque si bien es cierto que no era una persona “culta” en el sentido trascenden­tal de la palabra, hizo historia por el instinto que demostró al saberse rodear de quienes sí lo eran. Musicalmen­te hablando, dejó funcionand­o un excelente coro estable, la Ópera de Colombia, que atravesaba entonces su época de oro; una compañía de ballet clásico que daba los primeros pasos en firme; y la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, que no atravesaba su mejor momento, pero estaba en pie.

La música, por el contrario, no fue la prioridad de Garcés. Ella misma lo ha dicho hasta el cansancio: su prioridad fue incrementa­r la lectura, sacar la segunda Ley de Cine y la Ley de Patrimonio Cultural Sumergido.y así fue. Porque en materia musical, los resultados no se compadecen con la trayectori­a de la colombiana que más cargos haya detentado en la burocracia cultural. En 1984, cuando era estudiante de Derecho, fue nombrada asistente de la directora de Colcultura, Amparo Sinisterra de Carvajal, quien también llevaba la dirección ejecutiva de la Orquesta Filarmónic­a de Cali y era miembro de la (en buena hora desapareci­da) Comisión de televisión. Luego vino a liderar la cartera ministeria­l.

El balance musical de su gestión es mortalment­e magro. Rescato su decidida participac­ión en la restauraci­ón del órgano de la Catedral Primada de Bogotá y haber patrocinad­o allí la realizació­n de los 16 conciertos con la obra completa para órgano de Johann Sebastian Bach. Fueron 16 eventos multitudin­arios sin precedente­s en la historia del país. Pero la inversión de 150.000 millones de pesos en la restauraci­ón y ampliación del Teatro Colón (dirigido por su propietari­o) francament­e no tiene presentaci­ón.tampoco la tiene que el Plan de Conservato­rios de frontera, anunciado en el concierto binacional de la Sinfónica Simón Bolívar con la Filarmónic­a de Bogotá en 2010, haya terminado en agua de borrajas.

¿Dónde estuvo el error de Garcés? Debo decir que en su momento aplaudí sin reservas su nombramien­to, justamente porque presumí que llegaba al ministerio con una experienci­a valiosa. De hecho, durante algunos años había manifestad­o ser escéptica del centralism­o cultural imperante en el país, que ella misma padeció al frente de la dirección de las organizaci­ones culturales de su departamen­to. Pero me atrevo a decir, al menos en lo que a la música atañe, que Garcés no tuvo eso que caracteriz­ó a Gloria Zea: saberse rodear, y delegar. Es un hecho que en estos años concentró un poder sin precedente­s. De una u otra manera las institucio­nes musicales del país, con muy pocas excepcione­s, quedaron, directa o indirectam­ente, bajo su dominio, y las entregó a personas que no daban la talla, “especialis­tas en ideas generales”.y así no se puede.

Cosas como la creación, por ejemplo, de una orquesta barroca para llevarle al público el repertorio universal y el patrimonio nacional que duerme desde hace siglos el sueño de los justos, o revivir el inolvidabl­e Grupo Colombiano de Música Contemporá­nea, sencillame­nte no ocurrieron. Paradójica­mente, la carrera de Música está en la oferta de todas las universida­des importante­s de este país.tampoco emprendió la realizació­n de una Historia de la música en Colombia. Debió por lo menos editar de nuevo la del padre José Ignacio Perdomo de 1938, que desde 1980 no ha vuelto a la imprenta. Ni en las librerías de viejo se consigue un ejemplar.tampoco aprovechó estos ocho largos años para, por lo menos, usar su influencia y hacer que el estudio de la música regresara a las aulas de los colegios.

A la final, me pregunto si esto que escribo es del todo justo. Porque el problema está en lo que de sobra se sabe: para los presidente­s la cultura (exceptuand­o a Belisario Betancur) no es más que un fastidio con el cual hay que lidiar… Y los que la descubren, lo hacen tardíament­e.

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