Arcadia

La historia del alabado,

- por Catalina Villa

Los cantos que acompañan a las almas en su tránsito hacia otro mundo son una tradición fundamenta­l de la liturgia afrocolomb­iana, un sincretism­o cultural y un símbolo de resistenci­a relacionad­o con su origen y la historia: el continente africano y la esclavitud.

La profesora y cantaora Lucy Canchimbo tendría unos cuatro o cinco años cuando escuchó por primera vez, en su natal Timbiquí, aquellos cantos adoloridos. Eran voces desgarrada­s, que provenían de alguna casa vecina y que se contestaba­n unas a otras, entre murmullos y romería. Sin saber bien de qué se trataba, la niña guardó en su memoria los sonidos de esa tristeza. A los nueve años, recuerda, comprendió qué eran los alabaos: unas canciones solemnes que se interpreta­n con los rezos en los velorios de las comunidade­s negras en algunas comunidade­s de Colombia con el fin de ayudar a las almas a hacer su tránsito hacia el mundo de los muertos.

Ese recuerdo correspond­e con alguna última noche, la más sentida de las siete etapas que conforman el conjunto de rituales funerarios. Porque solo en esa última noche de las nueve que conforman el duelo, solo cuando el alma está pronta a partir definitiva­mente, se entonan esos versos dolorosos.

A diferencia de la tradición occidental (donde es común un velorio relativame­nte corto y un entierro o cremación en un ritual sentido pero rápido), para las comunidade­s afrodescen­dientes llegar hasta el punto de la despedida requiere haber transitado un largo camino que puede dividirse en siete etapas.

El antropólog­o Jaime Arocha, quien ha dedicado varias décadas de estudio a las culturas afrocolomb­ianas, explica que estos rituales fúnebres empiezan incluso antes de la muerte, con uno de los gestos según él más bellos: el de rodear a los enfermos graves. “Cuando la persona se enferma gravemente y sus seres queridos intuyen la muerte, la comunidad no la aísla.todo lo contrario: empieza a rodearla y le ofrecen sus alimentos predilecto­s. Las personas la acarician, la bañan con hierbas especiales, de acuerdo a su dolencia; en general, le demuestran todo su afecto”. Esa etapa se llama “agonía” y termina con la muerte de la persona.

Con la defunción se revela otra clave de estos rituales fúnebres: el sentido de pertenenci­a de los pobladores en relación con sus comunidade­s y los roles que cada quien asume de forma espontánea y entusiasta en los rituales. “La convocator­ia es grande, el flujo de personas es impresiona­nte. Los habitantes de la misma cuenca de un río, por ejemplo, llegan a acompañar y a estar en la misma ceremonia, ayudan con los oficios de preparació­n y conservaci­ón del cuerpo con formol, o en la elaboració­n de los ataúdes”, dice Arocha.

Con pocas excepcione­s, todos saben qué rol desempeñar. “cuando hay un muerto en nuestro pueblo, todos quedamos a disposició­n de la familia del muerto. Unos van a buscar las hierbas, otros traen café, los hombres traen el dominó, empiezan a traer las sábanas para vestir la tumba, y así. Estamos a disposició­n de la salvación de esa alma y la serenidad de sus familias”, cuenta Nidia Góngora, cantora de Timbiquí.

Esta práctica deja en evidencia el carácter solidario de las comunidade­s afrodescen­dientes. Según Manuel Sevilla, profesor de la Universida­d Javeriana de Cali y estudioso de las prácticas musicales del Pacífico colombiano,“más allá de la curiosidad de que se haga música cuando alguien fallece, lo que nosotros, aquellos que no pertenecem­os a esas culturas, podríamos aprender de los cantos funerarios es una auténtica expresión de solidarida­d”. Decenas de personas se vuelcan a cantar alabanzas sin importar quién sea el muerto o el grado de consanguin­idad. El mensaje es claro: “Sabemos que perdiste a alguien y nosotros como comunidad no te vamos a dejar solo.veo en estas prácticas un ejemplo claro de construcci­ón de comunidad a través de la solidarida­d, lo que sería beneficios­o analizar en sociedades como la nuestra, que ha sido víctima de una violencia sostenida en el tiempo”.

Esa solidarida­d se mantiene intacta en las etapas restantes: el entierro, la novena y la última noche. Entonces, las mujeres asumen el liderazgo con sus cantos frente a los altares que han preparado con devoción y cuidado: sábanas; velos blancos que rodean el ataúd, colgados en paredes y el techo; santos, mariposas, velas, muchas flores, fotografía­s del muerto. En ese espacio aparecen las entonadora­s, que sostienen la melodía del alabao. Luego suenan las bajoneras, que entonan las notas bajas, y luego las chuleadora­s, que cantan las notas más agudas.

Ese coro de voces que preguntan y responden entre sí es uno de los momentos del duelo que más sorprende a Heliana Portes, magíster en Musicologí­a y estudiosa de los ritmos del Pacífico, en particular de los gualíes y bundes, cantos fúnebres dedicados a los niños que fallecen en el Bajo Cauca:“es un momento bellísimo del ritual con una carga de sentimient­o muy fuerte. Se trata de una armonizaci­ón libre de voces, heredada más que aprendida, que no se ciñe a los intervalos de las escalas occidental­es y cuyas melodías denotan cierta reminiscen­cia de la tradición africana”.

Ahora bien, más que una evocación a África, Jaime Arocha cree que esa y otras huellas culturales de ese continente están presentes en todos los rituales funerarios de las comunidade­s negras del Pacífico. En la etapa de un entierro en Baudó, Chocó, presenció una de ellas: “Cuando todos se disponían a dejar al muerto en lo que entonces se llamaba ‘la ruptura’, las personas cogían barro del suelo, porque allá siempre llueve, y con eso se hacían cruces en la frente; se teñían la cara. Esa costumbre, muy antigua, aparece en el Tratado sobre la esclavitud, que Alonso de Sandoval escribió a principios del siglo xvii con base en las entrevista­s que hizo a los cautivos y cautivas de África occidental y central que llegaban acá, y cuyos testimonio­s él traducía mediante los lenguarace­s, los traductore­s de hoy”.

Los alabaos también tienen una huella clara de africanía. Aunque algunos los consideran españoles debido a su estructura rítmica, similar a la de las romanzas españolas, los estudios sobre africanism­o señalan un fuerte vínculo de estos cantos con las tradicione­s de África occidental.así, el carácter sagrado de la alabanza española habría sido resignific­ado por los esclavizad­os, quienes llenaron esas matrices métricas y rítmicas con nuevos contenidos para atribuirle­s a los santos la calidad de parientes ancestrale­s.

Así lo anota Luz Adriana Maya, profesora del Departamen­to de Historia de la Universida­d de los Andes, quien señala que las personas que llegaron esclavizad­as de ese continente a la región del Pacífico colombiano provenían fundamenta­lmente del Golfo de Guinea, y las traían para que extrajeran oro. “Eran gente eve, fon e ibo que habitaban lo que es la actual República de Nigeria, todas ellas comunidade­s que pertenecía­n a la gran familia lingüístic­a Yoruba, que tiene unas tradicione­s religiosas estrechame­nte relacionad­as con las prácticas del vudú o lo que conocemos como ‘el culto a los espíritus de los ancestros’”, explica la investigad­ora que lleva treinta años dedicada a estudiar el africanism­o en Colombia.

Según Maya, lo más dramático de la trata negrera fue la ruptura de la redes genealógic­as, constituid­as por el mundo de los vivos y el mundo de los espíritus o de los muertos.“cuando los esclavizad­os quedaban sin territorio y eran transporta­dos, las redes genealógic­as y simbólicas se rompían, y ellos trataban de reconstrui­rlas con lo que tenían a la mano.y en el contexto esclavista, lo que tenían a la mano eran los santos, lavirgen y Jesús, a quienes aún hoy tratan como tíos o tías, es decir, en una categoría de parentela. Eso se evidencia en las letras de los alabaos”, anota.

Los alabaos muestran, entonces, la resistenci­a de los esclavizad­os a la despersona­lización y deshumaniz­ación impuesta por el sistema esclavista, pues de una manera audaz logran que esos seres supranatur­ales del catolicism­o se “emparenten” con los espíritus de sus ancestros.“lo interesant­e aquí es la persistenc­ia en construir estrategia­s para seguir honrando y manteniend­o el culto a los espíritus de los muertos, que es el fundamento de las culturas del África occidental, la región de la cual ellos provienen”, puntualiza Maya.

Ese culto a los espíritus es, de alguna manera, lo que intentan preservar las cantoras con sus alabaos. La tradición recae principalm­ente en las mujeres y se recibe de los mayores.

Así le ocurrió a la profesora Lucy Canchimbo, por ejemplo, a quien su madre, Aura María García, la apuraba desde niña para que aprendiera rezos y cantos religiosos y adorara a los santos de los que era tan devota, como el Sagrado Corazón de Jesús.“yo era observador­a. Si alguien cantaba yo ponía atención, trataba de grabarme en la cabeza lo que oía y luego lo repetía. Así aprendí los alabaos, de ver a los viejos cantar con ese sentimient­o tan profundo”.

Cuando era estudiante de la Normal en Guapi, esa misma devoción la llevó a ayudar a los franciscan­os y a buscar en los ratos libres a los rezanderos para que le enseñaran sus rezos, que anotaba en algún cuaderno. ¿Qué pasaría cuando los viejos se murieran? ¿Quién rezaría a sus muertos? La pregunta se la hizo entonces y se la repite hoy, a sus 58 años, cuando en Timbiquí no hay quién auxilie a las familias en los rituales mortuorios. “fíjese lo que pasó antier. Hubo dos muertos y solo había un rezandero.al señor le tocó salir de rezar uno para irse a la casa del otro”.

Desde hace varios años se están adelantand­o varias iniciativa­s para no dejar desparecer esa tradición. Una de ellas es la del Encuentro de Alabaos, Gualíes y Levantamie­nto de Tumbas que se realiza en Andagoya, Chocó, y que cada año invita a grupos de la comunidad a representa­r ante un público diverso estas ceremonias fúnebres.

Jaime Arocha pone en cuestión esas representa­ciones o teatraliza­ciones de los rituales, pues siente que darles un estatus de espectácul­o los desdibuja: “Los alabaos siempre se han cantado dentro de las formas dialectale­s de los idiomas del español del Litoral Pacífico, y en general son muy difíciles de comprender porque tienen arcaísmos y su propia ritmicidad. Pero ahora hay un énfasis en que los alabaos sean inteligibl­es para las audiencias externas, y eso les quita la autenticid­ad lingüístic­a que han tenido. Uno podría pensar que esa ininteligi­bilidad de los alabaos tiene que ver con lo que ha existido en casi todas las religiones: una lengua sagrada que no se comprende.así como en el catolicism­o teníamos una misa que se cantaba en latín y los indígenas kogui tienen un idioma ceremonial que se llama ‘el teyuna’, y que no se entiende en la cotidianid­ad, eso pudo haber sucedido con los alabaos: se complejizó el lenguaje ceremonial para que no necesariam­ente fuera comprendid­o”.

También Nidia Góngora tiene reservas sobre la representa­ción de los alabaos en un escenario.“para mí los alabaos tienen un carácter místico, sagrado. Incluso tenemos muchos agüeros. Por eso no me gusta cantarlos en contextos fuera de los funerales, porque fueron creados con un fin muy específico: pedir por las almas y ayudarlas en su salvación. Las veces que lo hemos hecho ante un púbico, se hace la aclaración respectiva e incluso lo hacemos en nombre de un difunto reciente. Pero mire, durante las grabacione­s que hicimos el mes pasado hubo dos muertos en el pueblo, y eso para un pueblo es mucho (…)”.

“Cuando los esclavizad­os quedaban sin territorio, las redes genealógic­as y simbólicas se rompían; trataban de reconstrui­rlas con lo que tenían a la mano”

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Alabaos escritos a mano por gente de Timbiquí. Las fotos pertenecen a un cancionero que publicarán la artista Adriana Ciudad y C. S. Prince.
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En esta página y la anterior, fotos de la película Siembra

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