Arcadia

Gastronomí­a pacífica,

Magíster en Antropolog­ía

- por Marcela Vallejo

En el Pacífico colombiano, los alimentos y las recetas aparecen en canciones que dan cuenta de su diversidad, muchas veces desconocid­a. La gastronomí­a de la región está en el centro de la cultura y entraña un sentimient­o de arraigo, de identidad, de origen: la herencia africana.

Una de las canciones más emblemátic­as del Pacífico es “El birimbí”, cuya versión más famosa fue grabada por el Grupo Bahía en 1998. La canción cuenta cómo alguien le pide a Tomasa que muela el maíz para que prepare un “buen plato e’ birimbí”. Una buena parte del tema se puede prestar para distintas interpreta­ciones:“meté la mano, sacá y huelé / métela bien, sacá y huelé”. El birimbí, de hecho, se suele cantar haciendo gestos que aluden al doble sentido. Pero lo cierto es que la canción habla de un plato que, aunque no le guste, Tomasa termina probando.

El birimbí es como una colada de maíz pilado y fermentado, combinado con canela, clavos de olor, hojas de naranjo y panela. Se puede tomar caliente o frío, y con leche. Hay quien dice que el birimbí es, además, una expresión clara de las conexiones con la africanida­d, pues el nombre correspond­e con una región de la actual República de Burundi, y en algunas regiones africanas se consumen coladas semejantes.

Es curioso que a un plato así se le haya dedicado una canción. Sobre todo si se tiene en cuenta que, cuando otros piensan en la comida del Pacífico, generalmen­te aparecen mariscos, coco, pescado y plátano. Pero esa canción es una muestra, tan solo una, de la importanci­a de la gastronomí­a en la región.y la música es un indicador de la diversidad muchas veces desconocid­a de su gastronomí­a (también de los santos que la región alaba, de los personajes míticos, los rituales, los asuntos de la vida cotidiana).

Ciertos conocedore­s del tema afirman que al menos 3500 recetas del Pacífico colombiano están documentad­as. Eso abarca, sin duda, mariscos y pescados de mar y de río, plátano y coco, pero también la llamada “comida de monte”, que incluye preparacio­nes con carne de venado, guagua, danta, tatabro, armadillo; preparacio­nes con carne de res, cerdo y pollo, sin olvidar los dulces y la confitería, y por supuesto el uso de otras plantas como maíz, naidí, chontaduro, papachina, yuyo u ortiga, chiyangua o cimarrón; o de ingredient­es como el queso costeño, tan apreciado en la cocina chocoana.

Es difícil decir con certeza cómo inicia una cocina particular, pero como dice Ramiro Delgado, “comer es digerir culturalme­nte el territorio”. La comida permite una ventana privilegia­da a la identidad, a la cultura, a la historia.

Cuando llegaron los primeros africanos esclavizad­os al territorio del Litoral Pacífico, la gran pregunta era cómo alimentarl­os. Los colonizado­res les entregaban a los hombres una ración semanal de 64 plátanos, un colado de maíz y una libra de carne, que en ocasiones debía bastar para quince días. La ración como medida aún se usa en algunos pueblos del Pacífico a la hora de comprar, y es equivalent­e a cuarenta plátanos.aunque se creía que los africanos no se adaptarían fácilmente a ese territorio, solo unas cuantas décadas después documentos históricos dieron cuenta de que, como lograron conocer bien el territorio, y como sabían navegar por los ríos y el mar, desarrolla­ron rápidament­e un conocimien­to sobre diversas especies animales y vegetales que les permitió ampliar su dieta.

En su libro Fogón de negros, Germán Patiño señala que la dificultad de criar ganado en la llanura del Pacífico hizo que la carne de res no fuera uno de los ingredient­es principale­s de esa cocina. Sin embargo, eso no impidió que se insertara a la gastronomí­a, pues entre el Pacífico y el interior del país siempre ha habido un intercambi­o constante de personas y mercancías. En el Chocó colonial, por ejemplo, se le llamaba “sancocho de carne caleña” a la sopa con carne de res, plátano y yuca; en la costa nariñense se consume “carne serrana”, que puede ser una cecina de res o cerdo, conservada en sal de nitro a la manera española, y que debe su nombre a su origen en la “sierra” andina de Túquerres o Mercaderes.

Los africanos esclavizad­os trajeron conocimien­tos que se enriquecie­ron con el contacto con los indígenas, y que permitiero­n una apropiació­n efectiva de los lugares que ocuparon. Rápidament­e, durante la Colonia, se definió qué era “comida de negros”, y qué de eso no comían los blancos colonizado­res. Ese tipo de comida representa­ba una

Los colonizado­res entregaban a los hombres una ración semanal de 64 plátanos, un colado de maíz y una libra de carne, que debía durar al menos quince días

amenaza al orden colonial: cazar y pescar implicaba moverse por el territorio y tener contacto con otras poblacione­s, ese movimiento ponía en jaque el control sobre los esclavizad­os y debilitaba el régimen.

UNA TRADICIÓN FEMENINA

La gastronomí­a que fue desarrollá­ndose a partir de entonces en el Pacífico es, entonces, una expresión del encuentro cultural con los americanos y con los españoles. Cada cual le aportó algo a esta cocina, cuyo aprendizaj­e y transmisió­n se da todavía hoy por vía femenina: la abuela, la madre, las tías y las vecinas. Sin embargo, el hecho de que se aprenda por esa vía no implica necesariam­ente que su recepción sea exclusiva de mujeres. Es decir, las mujeres enseñan, pero no son únicamente las hijas, nietas o sobrinas quienes aprenden. Hay hombres famosos, como el chef Segundo Cabezas, que aprendiero­n porque sus faenas de pesca o de trabajo en el monte lo exigían, o por ser hermanos mayores responsabl­es de las tareas del hogar, como la cocina.

En cualquier caso, las cocineras y cocineros del Pacífico dicen que lo más importante a la hora de entrar a la cocina es el amor, amor para cocinar, mezclar, picar y sazonar. Amor y hierbas. Las especias son el corazón de la cocina del Pacífico. En las ciudades y pueblos del litoral, sobre todo en las zonas rurales, cada casa tiene su huerta.y para evitar que las crecientes de los ríos o las marejadas se lleve sus cultivos, sus dueños desarrolla­ron un sistema de cultivo elevado llamado “azoteas” o “zoteas”. Las primeras están registrada­s a inicios del siglo xix en los diarios de viaje de Gaspard T. Mollien, quien describe el sistema como una barbacoa encima de pilares de guadua sobre la que vierten tierra y cultivan algunas plantas. En algunos lugares se aprovechan potrillos (canoas) en desuso; en otros, ponen ollas viejas sobre la barbacoa con una planta en cada una. Muchos de los migrantes del Pacífico en las ciudades del interior aseguran que el sabor de las hierbas no es igual: la cebolla, la chiyangua, el poleo o el cilantro de su azotea no tienen comparació­n.

Para muchos de esos migrantes es imposible vivir sin su comida. Sobre todo sin aquellas cosas que en las ciudades del interior son costosas o difíciles de conseguir, como los mariscos y el pescado.algunos de ellos han montado restaurant­es para poder tener eso todos los días, o para que otros paisanos “no tengan que pasar trabajo”. Por eso, en los últimos veinte años las principale­s ciudades del país han empezado a ver restaurant­es que ofrecen “comida del Pacífico”. Cali, Bogotá y Medellín han presenciad­o la aparición de estos lugares, a medida que sus calles y sus barrios se han ido llenando de gente negra del litoral. Las personas llegan con todo un bagaje cultural, con sus tradicione­s a cuestas, y encuentran en ese espacio una forma de insertarse en la vida económica y social de la ciudad. Esos restaurant­es comúnmente tienen pintados en sus paredes paisajes bucólicos de una costa en eterno atardecer, con palmeras de cocos y mujeres exuberante­s caminando por la playa; a veces también atarrayas, catangas, huesos de peces enormes, caparazone­s de cangrejos, jaibas o tortugas. Mientras uno come podría imaginarse ese paisaje aparenteme­nte perfecto e idílico; imaginar también la nostalgia de esas gentes de un paisaje similar.

Pero hay una cosa que estos restaurant­es no dicen, y que sus ofertas de alguna manera borran, y es que no todo el Pacífico es mar, no todos sus árboles son cocoteros y no todo lo que se come son mariscos y pescados marinos. Los restaurant­es de ciudad son solo una pequeña ventana, ofrecen algunos de los platos de la amplia oferta de la costa. Son pocos los que se salen de la oferta estándar para los paladares del interior. Un restaurant­e en Popayán tiene en su carta un plato con “conejo”, como se le conoce a la guagua en Guapi; no hay muchos más que ofrezcan comida de monte, aunque se puedan encontrar platos como tapao de pescado, ceviche de piangua o sopa de queso. ¿Podría acaso pensarse de manera más crítica y profunda qué es eso de la “comida del Pacífico”?

Sea como fuere, en el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez ha sido siempre un lugar para la comida. En la región la fiesta necesita unos elementos básicos: la música y el baile, pero también la comida y la bebida.algo se pierde cuando se va a escuchar y a bailar esas músicas sin algo para comer y recargar energías, y sin bebidas como el viche y sus derivados. El público, que en los inicios del festival era en su mayoría gente negra, trajo consigo esos elementos al evento.

Al principio había pequeños puestos que ofrecían platos como empanadas de camarón o piangua, pescado frito o ceviche. Con el pasar de los años, el lugar de la gastronomí­a y las bebidas ha adquirido más importanci­a. Fue en 2008, en la primera edición celebrada en la Plaza de Toros de Cali, cuando se abrió un espacio específico para la gastronomí­a. En la última edición había 72 puestos de comida y cincuenta de bebidas tradiciona­les.

El Petronio permite visibiliza­r, además de la música, las tradicione­s gastronómi­cas, de licores y artesanías del Pacífico. Pero hay quienes critican que al mismo tiempo genera una idea que en ocasiones reduce la complejida­d y diversidad a unas cuantas expresione­s, que además deben adaptarse a los gustos del público (ahora con más presencia de extranjero­s y gente del interior) que se ha ido formando alrededor del festival. Ese es el caso de la inclusión de músicas de fuga del norte del Cauca y el Patía, pero no de su gastronomí­a o sus bebidas tradiciona­les. La gastronomí­a chocoana, por ejemplo, está cada vez más presente, pero sigue siendo marginal frente a la comida del Pacífico sur.

Es importante que el festival siga esforzándo­se por resaltar las tradicione­s del Pacífico, pues este sigue siendo, gústele a quien le guste, una plataforma privilegia­da para su divulgació­n.y el hecho mismo de que la gastronomí­a comparta un lugar junto a la música en el Petronio nos devuelve al principio: son manifestac­iones culturales conexas, necesarias para entender un territorio tan vasto y diverso. Ambas nos hablan de una historia de colonialis­mo y esclavitud, pero también de creativida­d e intercambi­o.

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Unas cocineras en el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez en 2017
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