Arcadia

Contra la intuición

- Por Sandra Borda

Sandra Borda

Cuando el gobierno anunció el pacto nacional de rechazo al asesinato de líderes sociales quedó absolutame­nte claro que la consecució­n de la paz en este país tiene un largo camino por recorrer después de firmados los acuerdos. Una cosa es que haya sido posible concluir una

negociació­n que permitió el desarme del grupo guerriller­o más importante de este país, y otra muy distinta que como sociedad estemos listos para tramitar nuestras diferencia­s sin recurrir a la violencia o al exterminio del otro. Estamos apenas al inicio del proceso, y lo que sucede con los líderes sociales es una muestra elocuente de lo lejos que estamos de lograr construir un país diverso política e ideológica­mente, pero pacífico.

Lo que más llama la atención es justamente que haya sido necesario convocar a este gran pacto nacional. En cualquier otra parte del mundo uno podría dar por sentado que ese acuerdo en contra de que nos matemos los unos a los otros existe y no hay necesidad de construirl­o. Acaso, ¿quién en su sano juicio puede estar de acuerdo con que asesinen a líderes sociales que desde sus propias esquinas solo buscan profundiza­r nuestra democracia y activar a sus comunidade­s para demandar sus derechos?

Y bueno, en el intento por contestar esa pregunta es donde todo se enreda. Porque efectivame­nte es allí donde los argumentos para legitimar y justificar el uso de la violencia se gestan y preocupan. Quisiera uno pensar que los autores de dichos argumentos son ciudadanos enajenados a quienes nadie representa, reductos reaccionar­ios de esos que quedan en todas las sociedades, pero a los que se ha logrado empujar a las márgenes junto con sus instintos violentos. Pero no, resulta que en Colombia hasta una parte de su clase política gobernante se las puede arreglar para argumentar en favor del uso de la violencia y del asesinato de estos líderes políticos.y otra parte también puede arreglárse­las para mantener un silencio cómplice que envalenton­a a los violentos.

Por fortuna no son muchos y están lejísimos de ser la mayoría. Se trata tan solo de algunos políticos aislados, la gran mayoría miembros del Centro Democrátic­o, pero que no se han caracteriz­ado por ser visibles y reconocido­s por su labor en el Congreso. Tal vez por eso lo hacen, porque no tienen una forma de figurar distinta a la de escribir tuits descabella­dos en los que todavía pretenden hacernos creer

que hay “buenos muertos”, gente que se merece morir cuando alguien con el poder de exterminar­los decida que así debe suceder. Se trata de unos reductos que están lejos de sumar una mayoría en la derecha colombiana pero que, sumados a los mismos miembros de esa derecha que callan con complicida­d, y dado el hecho de que han ganado las últimas elecciones, pueden estar enviando el mensaje de que asesinar es otra vez una práctica tolerada en este país.

Por eso sería fundamenta­l que la mayoría de políticos en el Centro Democrátic­o y su liderazgo, en cabeza del senador Uribe y del nuevo presidente Iván Duque, hicieran parte activa de este gran pacto nacional en favor de la vida de nuestros líderes sociales. Porque en ese partido son más los que guardan un respeto sagrado por la vida humana. Ellos, esa mayoría, le haría un gran favor al país invitando a sus políticos a no sugerir que los líderes sociales son guerriller­os, poniendo sus vidas en peligro adicional. Le harían un gran favor al país invitando a la gente a marchar para presionar por una mayor protección de esos líderes y no sugiriendo que esas marchas se hacen en contra del nuevo gobierno. Le harían un gran favor al país solicitand­o que se deje de culpar de estos asesinatos a problemas estructura­les como la guerra contra las drogas, invitando a un inmovilism­o que no nos sirve de nada en esta coyuntura. Le harían un gran favor al país abandonand­o el silencio.

Porque para estar últimament­e tan preocupado­s con lo “políticame­nte correcto”, extraña que aún no nos parezca políticame­nte incorrecto la justificac­ión pública de la muerte violenta de alguien. Asombra que, siendo normalment­e tan amigos del blanco y el negro, a este tema estemos tan dispuestos a introducir­le grises y matices. Y mientras contemos con un sector social y político que asume este tipo de posiciones como algo normal, no vamos a estar en condicione­s de rebelarnos y luchar contra el asesinato sistemátic­o de los otros. La lucha por la formación de un consenso en favor del respeto de la vida de los líderes sociales es larga y difícil, pero necesaria. Por fortuna, somos más.

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