Arcadia

LA MÚSICA DEL PACÍFICO

- Manuel Sevilla* * Profesor de la Pontificia Universida­d Javeriana de Cali e integrante del comité conceptual del Festival Petronio Álvarez desde 2010

Al igual que la academia, la industria musical se tomó su tiempo en fijarse en el Pacífico

Por años, el aislamient­o geográfico y simbólico de la región y la poderosa atracción de otros complejos culturales (como el Caribe) mantuviero­n a la música del Pacífico lejos de la investigac­ión, la documentac­ión sistemátic­a y la industria. Proponemos distintas maneras de aproximars­e a su diversidad.

Lo que se conoce como el Pacífico colombiano se extiende desde la frontera con Panamá (Pacífico norte) hasta los límites con Ecuador (Pacífico sur). La zona que más presente está en el imaginario de los colombiano­s es la franja que corre entre la Cordillera Occidental y el océano. Otra, menos conocida, está compuesta por el valle del río Cauca, al sur de la ciudad de Cali, y por el valle del río Patía, al sur de Popayán (Pacífico interandin­o). Esta vasta región es el hogar de numerosas comunidade­s campesinas negras que en su mayoría se ganan la vida como agricultor­es y pescadores de los ríos vecinos y del mar, y como asalariado­s y pequeños comerciant­es en los puntos semirrural­es.

Por siglos, la música tradiciona­l ha sido parte de su cotidianid­ad en los caseríos, los municipios medianos y, más recienteme­nte, también en ciudades como Cali, Medellín y Buenaventu­ra, donde muchos migrantes han echado raíces. Con un patrón musical común de melodías, acompañami­ento y percusión que se organiza en formatos propios de cada subregión, escuchar y hacer música es algo que se percibe y se vive como una tradición central y definitori­a de la identidad cultural afropacífi­ca colombiana.a pesar de esta relevancia, es poco lo que se conoce al respecto fuera del territorio mismo, o entre las nuevas generacion­es que han crecido en las ciudades. El relativo aislamient­o geográfico y simbólico de la mayor parte de esa región frente al resto del país, y la poderosa atracción de otros complejos culturales (la región Caribe, por ejemplo), mantuviero­n esas tradicione­s musicales por fuera de las prioridade­s de la investigac­ión universita­ria y de un trabajo de documentac­ión sistemátic­a (salvo algunas excepcione­s de intelectua­les y conocedore­s, como la célebre “expedición cultural” al Pacífico sur que lideró Delia Zapata Olivella en los años sesenta con el apoyo del Instituto Popular de Cultura de Cali, o el estudio sobre los bailes de juga del norte del Cauca que hicieron Jaime Atencio Babilonia e Isabel Castellano­s en la Universida­d del Valle en 1982).

Al igual que la academia, la industria musical se tomó su tiempo en fijarse en la región. Las disqueras surgieron en Colombia a finales de los años cincuenta y se concentrar­on en las músicas andinas colombiana­s y los géneros bailables del Caribe. En los catálogos, la música del Pacífico estaba representa­da exclusivam­ente por la figura de Néstor Urbano Tenorio, conocido como Peregoyo, un intérprete y compositor de Buenaventu­ra que ganó renombre nacional en 1961 con su versión de “Mi Buenaventu­ra”. Esa pieza había sido compuesta como un cadencioso lamento de aires antillanos por Petronio Álvarez Quintero, un maquinista de tren versado en los ritmos caribeños.

Ansioso por entrar en la movida de la música bailable, y con buen olfato de arreglista comercial, Peregoyo eliminó la guitarra original, aceleró el tempo y grabó la pieza con un formato de orquesta de baile. El sonido brillante de los metales se complement­ó con la voz de Marquitos Micolta, quien, como Petronio, miraba más hacia Cuba que hacia la música de marimba que interpreta­ban los campesinos en los esteros vecinos al puerto. La canción se volvió un éxito y permaneció por décadas como ícono de la música popular de la región. Solo hasta el año 2000 la música del Pacífico volvió a sonar a nivel nacional con “La vamo a tumbá”, del grupo chocoano Saboreo.

Si esto ha pasado con la música popular hecha en el Pacífico, que se supone tiene mayores posibilida­des de difusión, no sorprende entonces que el desconocim­iento de las músicas tradiciona­les sea incluso mayor.

UN PROCESO SOCIAL

Una buena estrategia para aproximars­e a esa diversidad desconocid­a es pensar la música a partir de los diferentes contextos de interpreta­ción y escucha. En contraste con las músicas comerciale­s, las músicas tradiciona­les surgen y se mantienen como parte de procesos sociales más amplios, donde el foco no siempre es la música. En las subregione­s del Pacífico colombiano, hay tres contextos principale­s en los que aún se interpreta y se escucha música tradiciona­l: las celebracio­nes en torno a vírgenes y santos, los espacios de interacció­n festiva con amigos y familiares, y los rituales funerarios. Cada uno de ellos recibe un nombre diferente según la subregión y está asociado a prácticas musicales particular­es.

El primer contexto son los encuentros de personas que se congregan para adorar a un santo, al niño Dios o a la Virgen María. Se trata, ante todo, de celebracio­nes religiosas con una sección inicial muy solemne que deriva luego en una fiesta. Están, por ejemplo, las fiestas de San Francisco de Asís en Quibdó (Pacífico norte), las balsadas de lavirgen de la Inmaculada Concepción y la Virgen de Atocha (Pacífico sur) y las adoracione­s del niño Dios (norte del Cauca y sur delvalle). En estas celebracio­nes priman las canciones con textos religiosos.aquí son las mujeres quienes lideran tanto la preparació­n (imágenes, velas y altares) como la interpreta­ción de los cantos, que tienen en su mayoría una estructura responsori­al. Uno de los géneros del Pacífico sur son los bundes (“Velo qué bonito”;“al alba”; y las jugas (“San José bendito”), mientras que en el Pacífico interandin­o se escuchan las jugas (“Salve reina y madre”) y un amplísimo repertorio de recitacion­es o “loas” que recrean pasajes del nacimiento de Jesús.

El segundo contexto es la fiesta, que, con mucha frecuencia, le sigue a la festividad religiosa. Quizás el más conocido es el currulao del Pacífico sur, que en otros tiempos era llamado “baile de marimba”: un espacio donde se cuentan chistes y cuentos, se bebe licor, se come en abundancia, se canta y se toca la marimba. (Es frecuente que los géneros musicales y los contextos donde se interpreta­n tengan el mismo nombre, como en este caso y otros que veremos más adelante.)

Una tradición equivalent­e en el norte del Cauca eran las quemas, una serenata colectiva que se llevaba a una casa como gesto de desagravio entre familiares y amigos, y que terminaba al amanecer con la participac­ión de los vecinos y todo aquel que quisiera unirse. Lamentable­mente, no hay registros recientes de esta forma de reconcilia­ción a través de la música.

Los géneros tradiciona­les de los espacios festivos del Pacífico sur son los currulaos (“Adiós Margarita”; “quítate de mi escalera”) y sus variantes de bambuco viejo (“A Guapi”, “Mirando”): berejú, pango y patacoré. Están también las jugas profanas (“Ronca canalete”; “La guayabita”), el torbellino y la rumba (“La memoria de Justino”).aquí los varones tienen más protagonis­mo, principalm­ente por la interpreta­ción de la marimba. Es usual que el mismo marimbero sea quien lleve la voz principal y quien lidere al grupo, integrado por instrument­os de percusión y voces. Para el caso del Pacífico norte, el compositor e investigad­or quibdoseño Leonidas Valencia propone una diferencia­ción entre los géneros propios y los influencia­dos. Entre los primeros están el abozao, el levantapol­vo, el porro chocoano, el son chocoano, el tamborito, el saporrondó. Los segundos son versiones locales de géneros europeos instrument­ales e incluyen mazurcas, jotas, polkas, contradanz­as y la danza chocoana. En el valle del Patía se encuentran el bambuco patiano y el son patiano, este último con claras influencia­s antillanas; al norte del Cauca, las jugas o fugas, con temáticas campesinas que se adaptan a melodías comunes a la mayoría de agrupacion­es.

El tercer contexto social son los velorios. Los de los niños, conocidos como gualíes en el Pacífico norte, chigualos en el Pacífico sur y bundes en el Pacífico interandin­o, se realizan cuando muere un pequeño menor de siete u ocho años, y la música le imprime a este episodio doloroso un sentimient­o de esperanza, pues se considera que el niño murió “con el alma pura”. En algunos casos, el cuerpo del difunto se cubre con flores y se canta y se baila a su alrededor. El velorio de los adultos, en cambio, sí se vive como un evento trágico, ya que el mayor conoció el pecado. En estos casos se reza durante nueve días (novenario) y se canta alabaos en la última noche.

En el caso de los velorios de niños, el género principal es el bunde, que está presente en las tres subregione­s y donde las voces aparecen acompañada­s por una base de percusión sobria. En los velorios de adultos se interpreta­n los alabaos, melancólic­os cantos a capela que suelen incluir textos tomados de la antigua poesía popular hispánica y en los cuales se exponen polifonías (varias voces

con melodías complement­arias) de alto nivel de elaboració­n (“Qué bonita está la tumba”).

LOS INSTRUMENT­OS

La organologí­a o conformaci­ón instrument­al es otra tipología útil para acercarse a los ritmos del Pacífico. La primera es la de los instrument­os de percusión: bombo, cununo (un tipo de tambor vertical) y guasá (un sonajero cilíndrico de madera y semillas secas) para el Pacífico sur; tambora (en ocasiones con platillo), redoblante y maracas para el Pacífico interandin­o; y bombo, redoblante y platillo de latón para el Pacífico norte.

En segundo lugar están los instrument­os de ritmo armónico, que son la base que acompaña la melodía. En los valles interandin­os están el contrabajo, el tiple, la guitarra y la tuba (para los conjuntos de vientos); en el norte, el bombardino, y en el sur, la marimba (cuya función de acompañami­ento se conoce como “bordón”) y las flautas de algunos conjuntos presentes en la zona del río Napi, cerca de Guapi, Cauca (en este formato el acompañami­ento percusivo incluye el triángulo).

Por último se encuentran los instrument­os melódicos, que suelen ser los más reconocido­s porque tienen a su cargo el sonido con que se identifica­n las piezas y se tatarean, y porque han recibido un amplio despliegue mediático en los últimos años. El más visible es la marimba de chonta del Pacífico sur, que tradiciona­lmente el constructo­r afina a oído y comparte su papel con las voces. Están también las flautas de la zona de Napi, los clarinetes del Pacífico norte,la trompeta y el clarinete del norte del Cauca, y los violines del Pacífico interandin­o.

En el contexto y la dinámica de festivales como el Petronio Álvarez en Cali o el Eleazar Carabalí de Santander de Quilichao, la competenci­a obliga a que haya formatos estandariz­ados que limitan el número de instrument­os por cada categoría. Sin embargo, en la práctica tradiciona­l y cotidiana eso se relativiza y los conjuntos se integran según la disponibil­idad de los participan­tes.

LOS ACTORES DE LA MÚSICA

Una última categoría posible es el de los roles individual­es. Están aquellas personas que interviene­n de forma directa en la práctica musical (las cantoras ocupan un lugar prepondera­nte, al igual que los intérprete­s vocales masculinos, llamados chureadore­s en el Pacífico sur) y los intérprete­s de los distintos instrument­os complement­arios. Muchos de ellos asumen con el tiempo un rol paralelo que es fundamenta­l: ser maestros de música. Por generacion­es, la transmisió­n del conocimien­to musical ha sido posible por la participac­ión de los jóvenes en los distintos contextos musicales. Allí se acercan a cada instrument­o guiados por los músicos más experiment­ados, en una relación maestro-discípulo que se mantiene vigente hasta hoy.

Otro rol es el de constructo­r de instrument­os. Muchas de las músicas del Pacífico se interpreta­n con instrument­os acústicos, hechos de forma artesanal a través del cultivo, selección, adecuación y ensamble de materiales selváticos: madera de palmas y bambúes (marimbas y violines de guadua), madera de árboles con cueros de venado y cerdo montés (bombos y cununos), guadua y semillas (guasás). Este es un saber tradiciona­l que se mantiene en secreto dentro de la familia del constructo­r.

EL ESCENARIO ACTUAL

Los varios elementos de este espacio sociocultu­ral (contextos sociales, géneros musicales, instrument­os y roles) son la expresión de modos de ser y relacionar­se con el mundo que son propios de las comunidade­s rurales y semirrural­es del Pacífico afrocolomb­iano. Son también el resultado de una larga historia de adaptación y apropiació­n de un entorno difícil. Sin embargo, las transforma­ciones de la Colombia actual han hecho que muchos de los contextos de interpreta­ción descritos aquí se desdibujen. Eso ha afectado las prácticas musicales, sobre todo las festivas.además, los migrantes a las grandes ciudades han tenido que adaptar las celebracio­nes religiosas y los funerales al nuevo entorno. Eso también ha incidido en lo musical.

Aun así, con el tiempo ha habido cambios positivos como el viraje de las universida­des a la investigac­ión, documentac­ión y enseñanza de repertorio­s tradiciona­les, y la paulatina apertura de espacios para el Pacífico en las rutas de circulació­n de la industria musical (pensemos en el triunfo de Herencia de Timbiquí en Viña del Mar en 2013, o en el debut de Canalón en el festival de rock Glastonbur­y en Inglaterra, en 2017). Festivales como el Petronio Álvarez en Cali, el Festival Centro en Bogotá o la noche afro de la Feria de las Flores de Medellín contribuye­n a eso, y al conocimien­to y valoración de un universo musical que es parte fundamenta­l de nuestra cultura.

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