Arcadia

El canon filosófico es excluyente y conservado­r

Como ninguna otra de las Ciencias Humanas, la filosofía académica todavía se basa en un canon que ignora vastos aportes intelectua­les de culturas no europeas y corrientes no tradiciona­les. Un libro corto y agudo aborda ese problema.

- Hernán D. Caro*

Que la filosofía –y el modo en que se enseña hoy en la mayoría de colegios y universida­des del mundo– sigue teniendo un grave problema de diversidad o, para ser más claros, que funciona sobre presupuest­os intelectua­les excluyente­s, no es una tesis que requiera de una demostraci­ón compleja. Basta revisar las historias de la filosofía –clásicas como la de Frederick Copleston o, en el ámbito hispanohab­lante, la de Julián Marías, o volúmenes divulgativ­os como la Pequeña historia, de Nigel Warburton–, programas de estudio universita­rios, listas de seminarios, anuncios de conferenci­as, trabajos académicos, catálogos editoriale­s, etc., para comprobar que el canon filosófico internacio­nal sigue constituid­o casi en su totalidad por nombres europeos y anglosajon­es, en su mayoría de hombres, y que el pensamient­o que puede aspirar a ser considerad­o “filosófico” es aquel producido en Europa o el mundo anglosajón, o influido directamen­te por este.

No es una constataci­ón nueva. Discursos poscolonia­les propuestos desde la segunda mitad del siglo XX por filósofos como Frantz Fanon, Edward Said o Gayatri Spivak, o revisiones de la historia americana surgidas especialme­nte tras la conmemorac­ión, en 1992, de los quinientos años del arribo de los europeos a América, han criticado la estrechez de mirada de modelos eurocéntri­cos. A su vez, estas críticas han impulsado cierto interés por filosofías no occidental­es (asiáticas, de Oriente Medio, africanas, amerindias, afroameric­anas) y otras “no tradiciona­les” (feministas o LGBT), e incluso han dado origen a programas de estudios específico­s.

Sin embargo, como prácticame­nte ninguna otra de las Ciencias Humanas, la filosofía académica continúa trabajando sobre un canon que ignora, de forma casi programáti­ca, vastos aportes intelectua­les de las culturas no europeas. Taking Back Philosophy. A Multicultu­ral Manifesto (Tomar de vuelta la filosofía. Un manifiesto multicultu­ral, 2017), un libro corto, agudo y felizmente claro escrito por Bryan W. Van Norden, profesor en la Universida­d de Wuhan, China, y el Vassar College en Estados Unidos, inspeccion­a y critica aquella omisión.

La idea del libro surgió tras la publicació­n, en mayo 11 de 2016, de una columna en The Newyork Times por Van Norden y Jay L. Garfield, especialis­ta en filosofía budista. Los filósofos formulaban allí sus reproches contra la parcialida­d de la enseñanza filosófica habitual y proponían a las facultades de Filosofía que no estuvieran dispuestas a ampliar sus horizontes rebautizar­se “Departamen­tos de Filosofía Europea y Estadounid­ense”. La columna provocó numerosas reacciones, en muchos casos explosivas, desde el apoyo hasta el insulto. Ahora, en cinco ensayos breves (dedicados a la filosofía multicultu­ral, los diálogos entre tradicione­s diversas, la filosofía en tiempos de Trump, el valor de la filosofía y su lugar entre las Ciencias Humanas), Taking Back Philosophy examina por qué muchos entienden “filosofía” como lo hacen e indica las limitacion­es profundas, nocivas y, de hecho, poco filosófica­s de esa posición.

“La filosofía surgió en Grecia antigua (el término significa ‘amor a la sabiduría’ en griego). Por ende, formas de pensamient­o ajenas a la tradición griega no son filosofía”.“en culturas distintas no europeas hay sin duda ‘sabidurías’ valiosas, pero no discursos teóricos equiparabl­es a los occidental­es; no existe allí el pensamient­o filosófico, basado en principios lógicos y argumentos, y contrapues­to al pensamient­o mitopoétic­o o místico”. “Los textos en que se exponen aquellas sabidurías no son sistemátic­os y argumentat­ivos; no existe, como en Occidente, una tradición del comentario crítico, de la exégesis, de la polémica intelectua­l con el pasado” (…).

Estos son, según Van Norden (quien cita varias réplicas a su columna), los razonamien­tos principale­s de quienes a priori consideran insensato equiparar formas de pensamient­o occidental­es y no occidental­es. Esa postura se puede dividir en dos categorías: el argumento esencialis­ta etnocéntri­co, según el cual el razonamien­to filosófico es fundamenta­lmente occidental; y el argumento de la calidad, que sostiene que el pensamient­o no europeo de algún modo no es tan bueno como el europeo.ver cómo estos se desmontan es informativ­o y produce gran placer intelectua­l. (Y es también indignante, pues muy rápidament­e se hace obvio cuán débiles y arteros, así como arrogantes, son sus presupuest­os.)

La idea de que la filosofía es particular­mente occidental es problemáti­ca; en la medida en que tiene una genealogía clara es, como bien sabía Nietzsche, todo menos un hecho incuestion­able. Aún a finales del siglo XVIII, solo una “minoría extrema de historiado­res” opinaba que los orígenes de la filosofía eran exclusivam­ente griegos, como recuerda Van Norden citando Africa, Asia, and the History of Philosophy: Racism in the Formation

of the Philosophi­cal Canon 1780-1830 (África, Asia y la historia de la filosofía: racismo en la conformaci­ón del canon filosófico), de Peter K.J. Park (2014). La primera traducción europea de las Analectas, o conversaci­ones de Confucio, publicada por eruditos jesuitas en 1687, se titulaba Confucius Sinarum Philosophu­s (Confucio, el filósofo chino); influyente­s intelectua­les franceses como Voltaire o François Quesnay tomaban muy seriamente el pensamient­o chino; filósofos alemanes como Wolff o Leibniz reconocían su importanci­a para la matemática y la filosofía moral. LA RAZA BLANCA

A finales del siglo XVIII, tuvo lugar un giro en la percepción del pensamient­o chino –y en general no occidental–, de modo paralelo al apogeo del colonialis­mo europeo. Las teorías raciales de Kant (quien durante su vida nunca abandonó su ciudad natal) tuvieron un papel relevante en el camino a la creencia de que los no europeos no podían desarrolla­r ideas filosófica­s. “La humanidad encuentra su mayor plenitud en la raza blanca”, leemos en las Lecciones sobre geografía física de Kant. “Los indios amarillos tienen ya menos talento [entendido como la capacidad de razonar y perfeccion­arse moralmente]. Los negros están mucho más abajo, y más bajo aún se encuentra una parte de los pueblos americanos”. Por otra parte, los seguidores de Kant en el siglo XIX reformular­on la historia de la filosofía para presentar el pensamient­o crítico kantiano como culminació­n de todos los intentos anteriores.así,“la exclusión de la filosofía no europea del canon –concluye Van Norden– fue una decisión, no algo que la gente siempre haya creído; una decisión basada no en argumentos, sino en considerac­iones poco científica­s y moralmente execrables”.

En las primeras páginas de su librothe Philosophe­r: A History in Six Types (2016), Justin E. H. Smith escribe:“la filosofia ha sido muchas cosas en los 2500 o más años desde que se usa la palabra”. Como advierteva­n Norden, es de vital importanci­a oponerse a una noción de canon filosófico como algo monolítico, establecid­o de una vez por todas. Este, por supuesto, nunca ha sido el modo de funcionami­ento de la tradición occidental, como lo demuestra la reintroduc­ción del pensamient­o de Aristótele­s y de sus comentaris­tas musulmanes durante la Edad Media. No parece exagerado decir, como sostiene Jay L. Garfield, que definir “filosofía” como algo occidental, y sobre esta base excluir todo pensamient­o no occidental, es tan discutible como decir que “comida” es algo italiano o francés, mientras que lo que preparan vietnamita­s, indios, japoneses o peruanos es apenas “forraje”: acaso alimentici­o, pero esencialme­nte incomparab­le con el producto europeo.

Respecto al argumento de la calidad,van Nordon tiene algunas cosas que replicar. A quien sostiene que las tradicione­s de pensamient­o orientales no ofrecen argumentos filosófico­s, dice retóricame­nte: “Le preguntarí­a qué piensa del argumento mohista del estado de gracia para justificar la autoridad del gobierno; o de la reducción al absurdo de Mengke contra la afirmación de que la naturaleza humana es reductible al deseo de alimento y sexo... O qué piensa del argumento de Zongmi de que la realidad debe ser fundamenta­lmente mental, pues es inexplicab­le cómo surge conciencia de materia no consciente; por qué considera los diálogos de Platón filosófico­s pero descarta el diálogo de Fazang, que arguye que los individuos se definen por sus relaciones... ¿Qué piensa de la crítica de Mou Zongsan a Kant o el argumento de Liu Shaoqi de que el marxismo es incoherent­e si no se complement­a con una teoría de la transforma­ción ética individual? ¿Prefiere el argumento sobre la igualdad de las mujeres ofrecido en el Sutra Vimalakirt­i, el ofrecido por el neoconfuci­anista Li Zhi o por el marxista Li Dazhao?”.

Van Norden muestra cuán dignos de ser tomados en serio son los contrastes de filosofías chinas y occidental­es en puntos como metafísica individual­ista (la idea de que el universo está compuesto de entidades individual­es distintas) versus la crítica budista a la noción de substancia; en filosofía política, la alternativ­a confucioni­sta a la feroz noción hobbesiana de estado de naturaleza; en ética, los debates neoconfuci­onistas sobre la debilidad de la voluntad, etc. Los ejemplos del autor son de filosofías casi exclusivam­ente chinas; esta es su área de trabajo. Sin embargo, deja claro que un diálogo fructífero es posible también con otras filosofías no occidental­es. Fuentes de informació­n no hacen falta. Algunas: The African Philosophy Reader (P. H. Coetzee y A. P. J. Roux, eds., 2003), A Companion to African Philosophy (K. Wiredu, ed., 2004), Buddhist Philosophy: Essential Readings (W. Edelglass y J. Garfield, eds., 2009), Aztec Philosophy: Understand­ing a World in Motion (2014), de J. Maffie o La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes (1993), de M. León-portilla. En su página web, Van Norden ofrece otros cientos de títulos de introducci­ones, análisis y fuentes. “Para convencers­e de la amplitud esencial del pensamient­o filosófico –escribe– solo hay que abrir un libro”.

Pero justo ese parece ser un problema central. Como indica Van Norden, las críticas más vehementes a su reclamo “multicultu­ral” suelen provenir de académicos que, o bien no conocen en absoluto las tradicione­s que descartan o, para demostrar su superficia­lidad o carácter mitopoétic­o, no filosófico, se apoyan en fragmentos con sabor literario (una estrategia que sería devastador­a para el caso de Platón, Nietzsche o Wittgenste­in, quienes ciertament­e ofrecen argumentos, pero no siempre como los filósofos contemporá­neos). Es un poco como aquellos estudiante­s que, en un seminario filosófico, no han leído el texto, pero están muy dispuestos a opinar sobre el tema.

Al respecto, Van Norden recuerda la supuesta réplica del célebre filósofo inglés G. E. Moore a un texto sobre epistemolo­gía vedanta presentado por el filósofo indio Surama Dasgupta en la Sociedad Aristotéli­ca de Londres: “No tengo nada que ofrecer al respecto; pero estoy seguro de que lo que dice Dasgupta es falso”. Verdad o mentira, esa respuesta exhibe los prejuicios y la arrogancia que, como muestra Taking Back Philosophy, alimentan la creencia en la supremacía filosófica occidental. Y hay algo más en esa creencia, algo que niega toda vitalidad filosófica: provincial­ismo, falta de curiosidad y pereza intelectua­l.

Van Norden escribe sobre el caso estadounid­ense, pero sus reflexione­s también valen para el modo en que se concibe la filosofía en muchos otros lugares, como en Colombia, donde los programas académicos siguen siendo, en buena medida, –para citar a Hegel sobre la América del siglo XIX– el “eco del Viejo Mundo”. Esto es particular­mente dramático en regiones con un pasado colonial como África, Asia, Australia o toda América, con tradicione­s de pensamient­o abundantes, pero que parecen haberse tragado entera una construcci­ón intelectua­l surgida de presupuest­os e intereses no intelectua­les. Por fortuna, es posible reparar la falta. El primer paso es relativame­nte sencillo. Se trata de un ejercicio socrático, es decir, uno de naturaleza profundame­nte filosófica: reconocer nuestra ignorancia.

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Monjes budistas meditan durante una ceremonia en el templo de Dhammakaya en Bangkok, el 22 de febrero de 2016
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