Contra la intuición
Afortunada o desafortunadamente, en diplomacia el “cómo” es tan importante como el “qué”. La política exterior es una herramienta que no solo guía nuestra interacción con el escenario internacional, sino que adicionalmente envía mensajes constantes sobre el
tipo de país que somos, sobre nuestra identidad como nación.
Colombia tomó la decisión de otorgar el reconocimiento al Estado palestino y, en mi opinión, se trata de una decisión acertada. No tengo ningún reparo con el “qué”. De hecho, por allá en 2011, suscribí a un comunicado escrito por un grupo de académicos que explicaba las razones por las cuales Colombia debía otorgar ese reconocimiento.
Sin embargo, tengo muchos problemas con el “cómo”. Para empezar, me parece que haber tomado la decisión un viernes antes de que llegara el martes festivo de la posesión del nuevo presidente, Iván Duque, es impresentable. Para cualquier país, se trata de una decisión con grandes implicaciones que puede enviar mensajes clave al sistema internacional, a aliados de toda la vida, como Estados Unidos, y a la región suramericana, en donde éramos el único país que aún no reconocía a Palestina. Así que tomar esta decisión por debajo de la mesa, sin anunciarla y sin explicarla, es un acto de oportunismo dirigido a facilitarle las aspiraciones en materia de su carrera internacional a Juan Manuel Santos, y nada tiene que ver con una evaluación concienzuda sobre cómo esto satisface los intereses nacionales de Colombia. Mejor dicho, difícilmente se puede encontrar una forma más parroquial, más egoísta y más irresponsable de diseñar y de implementar la política exterior.
Vale la pena aclarar que aquí no hubo tampoco un convencimiento claro de la administración anterior, como lo sugirió la excanciller María Ángela Holguín. Si así hubiese sido, no se hubiesen esperado hasta el último día para tomar una decisión tan trascendental. Si así hubiese sido, el expresidente Santos no se hubiese comprometido en varias ocasiones con el gobierno de Israel y la comunidad de judíos en Colombia a no tomar esa decisión. En otras palabras, no hubo ni principios que guiaran la decisión, ni una evaluación estratégica que contemplara los intereses colombianos en el largo plazo. Nada, absolutamente nada.
Y como si fuera poco, el gobierno saliente cree que toda esta improvisación y falta de seriedad se resuelve diciendo que le informaron
de la decisión al gobierno entrante. Como si eso cambiara en algo las cosas.
De hecho, solo las empeora. Porque si bien ni el nuevo presidente ni su canciller pudieron negar que estaban informados, tampoco pudieron decir que ellos se opusieron a la decisión o estuvieron a favor. En otras palabras, cuando recibieron la noticia no supieron qué hacer con ella. No tenían ni la menor idea de qué tipo de información era la que tenían frente a ellos mismos. En medio de su abierto desconocimiento, el canciller dijo primero que estudiarían la decisión, como si pudieran hacer algo para reversarla, y luego dijo que Santos debía asumir su responsabilidad y ellos harían lo propio. Vaya uno a saber qué significa eso.
Al momento de escribir esta columna, el gobierno anunció que llevaría la decisión a la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores. Veo muy difícil que el gobierno logre un consenso en ese escenario pero, en aras de la discusión, si en la Comisión se confirma la decisión, no hay tanto problema. Si no, si se decide rebuscar una figura que permita retroceder la decisión, solo se le añadirá insulto a la injuria: le estaremos diciendo a la comunidad internacional que este país cambia de intereses nacionales cada vez que cambia de gobierno y que aquí no existe una política exterior de Estado. Nada más, ni nada menos.
Pero eso no es lo más grave: le estaremos diciendo a la comunidad internacional que a nuestros gobernantes les importa tan poco el diseño e implementación de su política exterior que tuvimos un gobierno que tomó la decisión tres días antes de acabarse (con fin de semana de por medio), y que ahora tenemos otro gobierno que ni siquiera ha podido entender bien las implicaciones de lo que está pasando. La falta de seriedad, planificación, estudio y análisis estratégico alcanzaron su punto más bajo en esta coyuntura. Nuestros tomadores de decisiones en política exterior son un reflejo claro del tipo de país que somos: parroquial y cortoplacista. Y no hay diferencia ni partidista ni ideológica: quedó demostrado que este es uno de los espacios de continuismo más sobresalientes entre el santismo y el uribismo.