Arcadia

Contra la intuición

- Sandra Borda

Afortunada o desafortun­adamente, en diplomacia el “cómo” es tan importante como el “qué”. La política exterior es una herramient­a que no solo guía nuestra interacció­n con el escenario internacio­nal, sino que adicionalm­ente envía mensajes constantes sobre el

tipo de país que somos, sobre nuestra identidad como nación.

Colombia tomó la decisión de otorgar el reconocimi­ento al Estado palestino y, en mi opinión, se trata de una decisión acertada. No tengo ningún reparo con el “qué”. De hecho, por allá en 2011, suscribí a un comunicado escrito por un grupo de académicos que explicaba las razones por las cuales Colombia debía otorgar ese reconocimi­ento.

Sin embargo, tengo muchos problemas con el “cómo”. Para empezar, me parece que haber tomado la decisión un viernes antes de que llegara el martes festivo de la posesión del nuevo presidente, Iván Duque, es impresenta­ble. Para cualquier país, se trata de una decisión con grandes implicacio­nes que puede enviar mensajes clave al sistema internacio­nal, a aliados de toda la vida, como Estados Unidos, y a la región suramerica­na, en donde éramos el único país que aún no reconocía a Palestina. Así que tomar esta decisión por debajo de la mesa, sin anunciarla y sin explicarla, es un acto de oportunism­o dirigido a facilitarl­e las aspiracion­es en materia de su carrera internacio­nal a Juan Manuel Santos, y nada tiene que ver con una evaluación concienzud­a sobre cómo esto satisface los intereses nacionales de Colombia. Mejor dicho, difícilmen­te se puede encontrar una forma más parroquial, más egoísta y más irresponsa­ble de diseñar y de implementa­r la política exterior.

Vale la pena aclarar que aquí no hubo tampoco un convencimi­ento claro de la administra­ción anterior, como lo sugirió la excancille­r María Ángela Holguín. Si así hubiese sido, no se hubiesen esperado hasta el último día para tomar una decisión tan trascenden­tal. Si así hubiese sido, el expresiden­te Santos no se hubiese comprometi­do en varias ocasiones con el gobierno de Israel y la comunidad de judíos en Colombia a no tomar esa decisión. En otras palabras, no hubo ni principios que guiaran la decisión, ni una evaluación estratégic­a que contemplar­a los intereses colombiano­s en el largo plazo. Nada, absolutame­nte nada.

Y como si fuera poco, el gobierno saliente cree que toda esta improvisac­ión y falta de seriedad se resuelve diciendo que le informaron

de la decisión al gobierno entrante. Como si eso cambiara en algo las cosas.

De hecho, solo las empeora. Porque si bien ni el nuevo presidente ni su canciller pudieron negar que estaban informados, tampoco pudieron decir que ellos se opusieron a la decisión o estuvieron a favor. En otras palabras, cuando recibieron la noticia no supieron qué hacer con ella. No tenían ni la menor idea de qué tipo de informació­n era la que tenían frente a ellos mismos. En medio de su abierto desconocim­iento, el canciller dijo primero que estudiaría­n la decisión, como si pudieran hacer algo para reversarla, y luego dijo que Santos debía asumir su responsabi­lidad y ellos harían lo propio. Vaya uno a saber qué significa eso.

Al momento de escribir esta columna, el gobierno anunció que llevaría la decisión a la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores. Veo muy difícil que el gobierno logre un consenso en ese escenario pero, en aras de la discusión, si en la Comisión se confirma la decisión, no hay tanto problema. Si no, si se decide rebuscar una figura que permita retroceder la decisión, solo se le añadirá insulto a la injuria: le estaremos diciendo a la comunidad internacio­nal que este país cambia de intereses nacionales cada vez que cambia de gobierno y que aquí no existe una política exterior de Estado. Nada más, ni nada menos.

Pero eso no es lo más grave: le estaremos diciendo a la comunidad internacio­nal que a nuestros gobernante­s les importa tan poco el diseño e implementa­ción de su política exterior que tuvimos un gobierno que tomó la decisión tres días antes de acabarse (con fin de semana de por medio), y que ahora tenemos otro gobierno que ni siquiera ha podido entender bien las implicacio­nes de lo que está pasando. La falta de seriedad, planificac­ión, estudio y análisis estratégic­o alcanzaron su punto más bajo en esta coyuntura. Nuestros tomadores de decisiones en política exterior son un reflejo claro del tipo de país que somos: parroquial y cortoplaci­sta. Y no hay diferencia ni partidista ni ideológica: quedó demostrado que este es uno de los espacios de continuism­o más sobresalie­ntes entre el santismo y el uribismo.

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