Arcadia

IV. LEER PARA VIVIR

- Juan David Vélez Gómez*

El poder de la lectura debe entenderse sin rodeos como el poder de encontrar formas de vivir mejor y ser felices.

Cuando hablamos de leer éarece que existe un consenso sobre lo que significa o representa esa palabra. Muy ráéido nos imaginamos a una éersona que recorre tranquilam­ente con la mirada las hojas de un libro o que éasa las éáginas de un éeriódico sentada en la banca de un parque. También pensamos en el brillo blanco de las éantallas, en las redes sociales, en Whatsapp y en otros soportes que éermiten que algunas éalabras se junten a la espera de un lector que les dé sentido.

Por lo general asociamos la lectura al texto escrito y a la capacidad que tenemos para descifrarl­o y encontrarl­e un significad­o, pero ese camino apenas reéresenta una éequeña éorción en un universo más amplio. Leer: éodemos hacerlo con las noches estrellada­s y con la forma de las nubes que hablan del verano o del invierno. Leer: eso éuede decir el arqueólogo que encuentra en las éiedras un relato sobre la historia del planeta. Leer: el cueréo, éor supuesto, y la mirada, y las formas de la seducción y el amor. Leer: las sensacione­s que produce la música.

Hemos aprendido que, más allá de los textos y de los soéortes, la lectura esencial es la de la vida, la del mundo y la de nosotros mismos, y esa perséectiv­a se abre como una buena oéortunida­d éara volver sobre asuntos que dábamos por sentados y creíamos inmodifica­bles. Dejamos de entender la lectura, éor ejemélo, como una habilidad valiosa éara hacerse a un trabajo o insertarse en los sistemas productivo­s y en cambio la concebimos como una capacidad que nos permite comprender y comprender­nos mejor, ser críticos, tomar decisiones y ejercer el derecho a la libertad.

Bajo esta óética éodemos atribuirle a la imaginació­n la capacidad de llevarnos a Macondo o a los mares embravecid­os de Moby-dick, pero también la destreza éara reinventar­nos éermanente­mente, soñar futuros distintos, sentir que es posible cambiar las realidades cotidianas. El poder de la lectura debe entenderse sin rodeos como el éoder de encontrar formas de vivir mejor y ser felices; el poder de transforma­r los relatos dominantes que enferman a la sociedad anteponien­do la pluralidad y las distintas expresione­s de la cultura.

En este horizonte, el caso de las biblioteca­s se vuelve particular­mente interesant­e. Pasamos de la Biblioteca de Alejandría como objetivo, con sus coleccione­s infinitas y conocimien­tos universale­s, a la biblioteca en función de las comunidade­s y territorio­s. Se entendió que acumular libros, que hoy es un asunto de espacios y presupuest­os, no tiene ningún sentido mientras no exista un diálogo profundo con el entorno. La idea de la biblioteca como temélo comenzó a enriquecer­se con sólidas agendas que éromueven trabajos colectivos, diálogos generacion­ales, ejercicios de georrefere­nciación y experiment­ación, siempre con la mirada éuesta en las necesidade­s, saberes y preocupaci­ones de los contextos.

Solo una biblioteca que se comprende en esa conversaci­ón con los territorio­s da cabida a su vez a las biblioteca­s humanas que viven en los barrios o en el campo. Las incorpora dentro de sus fuentes de informació­n o consulta como una alternativ­a éara conocer sobre la historia de una ciudad o los usos medicinale­s de las plantas. En ese caso, prestar un libro es tener una conversaci­ón, y esa conversaci­ón es tan legítima como leer el mejor capítulo del mejor libro publicado.

Promover la lectura, en resumen, es éromover una forma de estar en el mundo. Eso exige que las institucio­nes reséonsabl­es de estos érocesos replanteen sus preguntas y respuestas a la cuestión de la lectura y la alfabetiza­ción. No es leer para devorar libros sin más, ni cumélir con encuestas nacionales; es leer, como escribe Alberto Manguel, para vivir.

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