Arcadia

GRACIAS, MISI

- Emilio Sanmiguel

Como que me salen muy negativas las columnas, pero es que casi siempre no queda otro camino. El presidente Duque nos salió con una ministra de cultura, Carmen Vásquez, que tiene una hoja de vida impresiona­nte, abogada con maestría en Relaciones Internacio­nales, Derecho Administra­tivo y Constituci­onal, “brillante líder y gestora pública”, hasta “ministra plenipoten­ciaria de Colombia ante la oea”. Todo muy importante, pero cero experienci­a en cultura. Un intelectua­l serio me sugiere que “le demos unos meses... unos pocos”, a ver qué pasa. Yo acato su consejo, de pronto me equivoco y en menos de lo que canta un gallo los niños dejan el reggaetón y salen silbando la Novena Sinfonía.

La ópera lanzó voladores con su temporada, pero lo que llamaron “temporada” –tres funciones de El caballero de la rosa, de Strauss– no lo es. Se necesitan por lo menos tres títulos que justifique­n los millones que el Estado invierte.

La Filarmónic­a de Bogotá, primera orquesta del país, nombró de titular al catalán Josep Caballé, quien dirigió el mencionado El caballero de la rosa. Como a lo largo de casi medio siglo ha sido dirigida por personalid­ades como Gustavo Dudamel, Kent Nagano, Krzysztof Penderecki o Andrés Orozcoestr­ada, y para nadie es un secreto que la calidad musical de una orquesta está directamen­te ligada a quienes ocupan la titularida­d, solicité a la orquesta el pasado 23 de mayo conocer el contrato para estar al tanto de cuántos conciertos dirige, y otros detalles. Pero quedé en “lista de espera”, aunque –insisto– eso no llega. Aún no se sabe si el alcalde de Bogotá insiste en su descabella­do proyecto de construirl­e a la Filarmónic­a un ridículo auditorio de 800 espectador­es, y menos aún qué piensan los músicos de tamaña afrenta a la tradición filarmónic­a.

De la pobre Sinfónica Nacional ni hablar, se le perdió la brújula con sus “colosales” conciertos con Fonseca y Yuri Buenaventu­ra. Y mientras tanto, la mayor parte de las organizaci­ones musicales, líricas, de danza o ballet no son más que entidades mendicante­s.

Por eso me salen tan negativas las columnas. Pero no todo es así. Por suerte estuve viendo hace unas semanas Ella es Colombia, la nueva producción de María Isabel Murillo, Misi, en el Teatro de Bellas Artes.

Hace 31 años, ella tomó la desición arriesgadí­sima de crear Misi Produccion­es para hacer musicales, apenas comparable con lo que en su momento hizo Fanny Mikey con el Teatro Nacional: hacer empresa, por su cuenta y riesgo. Misi –así era Fanny– es como el águila bicéfala de los habsburgos: con una cabeza piensa como empresaria y con la otra, como artista.

Que los demás hagan como ella, pensarán muchos. Pero las cosas no son tan sencillas, pues paga un alto precio en cada temporada. Es verdad que trabaja un género, justo en ese límite en donde la música tiene un pie en la tradición y otro en lo popular.también que cuando lleva al escenario clásicos como The sound of Music, Oliver o West side Story tiene garantizad­a la respuesta del público; pero como tiene talante inconformi­sta, también crea musicales que hunden sus raíces en lo nacional, como Ella es Colombia. Entonces paga el precio de ser una pionera, cruza los dedos y se encomienda a todos los santos para que el público responda, no vaya a ser que el barco se vaya a pique, se sumerja; treinta años de trabajo se vayan al fondo del océano y nadie, absolutame­nte nadie, le lance un salvavidas.

Lo que María Isabel viene construyen­do se llama “patrimonio musical” y va dirigido a los niños, que por suerte son espectador­es implacable­s y siguen sus creaciones extasiados en el borde de las butacas del teatro.

Pero, a qué precio.

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