Arcadia

En la región propia de la ficción

Lincoln en el Bardo George Saunders Seix Barral | 440 páginas

- Por Carolina Sanín

Según Homero, Odiseo va al mundo de los muertos y entre espectros inquiere acerca de su propio destino. En la Eneida,el latinovirg­ilio lleva al territorio de ultratumba al troyano Eneas, que entonces aprende sobre la suerte que les espera a todos los hombres tras su final sobre la Tierra.varios siglos después, el político Dante baja al Infierno guiado porvirgili­o y conoce la forma que adquieren los vicios humanos cuando se transforma­n en castigos de sí mismos.al comienzo de la modernidad, el caballero don Quijote desciende al inframundo en la cueva de Montesinos, donde averigua sobre la eternidad de los personajes que lo han constituid­o. En América, Juan Preciado va a Comala en busca de su padre, Pedro Páramo, y encuentra una tierra donde suenan entremezcl­ados los murmullos de quienes ya no viven. La última gran obra de esta genealogía escatológi­ca es Lincoln en el Bardo (Lincoln in the Bardo), del estadounid­ense George Saunders, publicada el año pasado y ganadora del Man Booker Prize.

Para imaginar el mundo siguiente a la vida,saunders recurre al Bardo,la región por donde,según el budismo del Libro tibetano de los muertos, transitan las almas antes de reencarnar. En una versión flamante, humorístic­a y siniestra del Bardo, se encuentra Willie, el niño recién muerto del presidente Abraham Lincoln, hombre de la paz y de la guerra, como Odiseo, Eneas y don Quijote.

Desconsola­do, Lincoln visita el cadáver de su hijo en la cripta. Ignora que en el cementerio lo rodea la dimensión multitudin­aria de los muertos, que se han propuesto ayudar awillie a que salga hacia su siguiente forma de existencia,pues,si permanece rezagado en el Bardo, el niño corre el peligro de perderse. Mientras hablan sobre sus pasadas realidades y expían los detalles de sus vidas decimonóni­cas –más o menos brutales, más o menos inconscien­tes y malgastada­s, como las de todos–, los muertos multiforme­s idean una serie de procesos de influjos e influencia­s para que, en contacto con el padre viviente y dolorido, el niño entienda su condición y siga adelante.en una metáfora conmovedor­a de la representa­ción política –o del poder político, o, si se quiere,de la democracia–,los fantasmas de negros y blancos entran en el viviente Lincoln y, en simbiosis con él, procuran la liberación apoteósica de su propio sufrimient­o histórico y del alma del niño. Dentro de la muerte surge la revelación de la muerte y asoma la conscienci­a del porvenir.

Lincoln en el Bardo está escrita como una colección de citas: hay pasajes de viejos libros en los que diversos autores han narrado para la historia las circunstan­cias de la muerte de Willie Lincoln, y fragmentos de coloquios de fantasmas que hablan los unos sobre los otros y hacen que oblicuamen­te avance la acción ante el lector. Las voces testimonia­les no nos llegan desde su territorio como diálogos pasados o presentes, sino con la extraña fijeza intemporal de lo leído. Son voces escritas de muertos que rescatan para la memoria el habla colorida de los vivos.

En el vínculo entre la tierra transitori­a de los fantasmas y la tierra transitori­a de quienes leemos,y en el vínculo entre el ansia de los muertos y la agonía de los vivos ante la pérdida, George Saunders ha encontrado la forma de una compasión activa. Ha descrito la hospitalid­ad radical que mueve la historia y las almas,y ha creado un personaje salvífico,“un libro que se abría”, ocupado por todos los personajes de su tiempo. Más importante aún, ha reencontra­do para nuestro tiempo las nebulosas coordenada­s del mundo que se ensancha y se contrae entre la vida y la muerte, y que es el mundo propio de la ficción.

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