Arcadia

Contra la intuición

- Sandra Borda

En un debate en Hora 20 dije que me considerab­a consumidor­a recreativa de drogas. En la mañana de ese mismo día, la ministra de Justicia hacía ronda por los medios presentand­o un decreto que, por la puerta de atrás, intenta recomenzar la penalizaci­ón de la dosis mínima. La oí en

entrevista­s de radio y parecía no saber de la existencia de los consumidor­es recreacion­ales. En la misma mesa de Hora 20 alguien intentó sugerir que el consumo recreacion­al, más o menos, siempre terminaba en adicción. Así que se me ocurrió usar mi caso personal para ilustrar un par de argumentos en contra de lo que se estaba diciendo.y también, ahí de paso, para contribuir a removerle tanto tabú a la discusión sobre el tema.

Quién dijo miedo. La ira santa de algunos giraba alrededor de una confusión inmensa: mi declaració­n se constituía en una invitación a los jóvenes a consumir drogas.yo no estaba invitando a nadie a hacer nada, no estaba diciendo que era bueno o incluso divertido consumir drogas recreacion­almente. Pero, decían algunos, en mi calidad de figura pública y además de profesora, mi declaració­n constituía una forma implícita de permitir y aleccionar el consumo de drogas. He pensado bastante este argumento. Mi instinto inicial me indicaba que yo no quería ser modelo a seguir de nadie y que por tanto no podían imponerme ese papel. Pero después pensé que mi actividad como analista y profesora tal vez conlleva esa responsabi­lidad, me guste o no. Si tengo un espacio para hablar en público, sean los medios o un salón de clase, es un espacio que obligatori­amente tengo que manejar con responsabi­lidad.

El problema, entonces, no era ese. Mi incomodida­d real se centraba en el hecho de que se calificó el consumo recreacion­al que yo declaré como un comportami­ento moralmente reprochabl­e y, por el mismo camino, se me descalific­ó como ser humano y como profesiona­l. Como si consumir recreacion­almente fuese un gran borrador que arrasa con toda mi formación y experienci­a profesiona­l. Peor aún, como si eso además pusiera en entredicho mi condición de mujer. En Bogotá hay sonados casos de políticos, analistas/académicos, directivas universita­rias, reconocido­s por su adicción al alcohol y a las drogas, y en eso jamás nadie ha encontrado un problema. Pero mi consumo recreacion­al que, dicho sea de paso, está lejísimos (no se imaginan cuánto) de ser una adicción, se convirtió en un escándalo en las redes sociales. Es como si, sabiendo que todos hacemos lo mismo, se hubiesen salido a rasgar las vestiduras porque yo hubiese dicho en público que he tenido relaciones sexuales fuera del sagrado vínculo matrimonia­l.

Creo, entonces, que a usted le puede parecer moralmente reprobable el

consumo recreacion­al de drogas o de alcohol. Mi punto es que eso es absolutame­nte irrelevant­e para la discusión pública y que, no sobraría que si le parece “mal” el consumo recreativo de cualquier cosa, evalúe las razones y tal vez la enorme desinforma­ción que hay detrás de ese juicio moral. Pero de nuevo, para efectos de construir una política pública que cumpla con objetivos realistas como el control de daños y la prevención del consumo, no nos sirve para nada demonizar hasta la saciedad el consumo recreacion­al y someter al escarnio público a la que gente que reconoce públicamen­te que incurre en él.

Y no solamente no sirve de nada, sino que es perjudicia­l. Insertarle un principio moral mal fundado a esa discusión puede llevarnos a combatir el problema en los lugares equivocado­s, y si no ¿a quién en su sano juicio se le ocurre que la guerra contra las drogas se va a ganar decomisánd­ole las dosis personales a los consumidor­es? Eso sin contar con que se presta a que la derecha extrema haga uso del populismo moral al que ya nos tiene acostumbra­dos, que le puede ganar votos de padres de familia desinforma­dos y además le permite sentarse en un gran pedestal moral desde donde puede terminar prohibiénd­onos hasta lo impensable. Meterle religión y moral a este tema, como sucede con el tema del aborto o de los derechos de la población lgbti, no solamente produce políticas públicas equivocada­s sino que es una forma de aceitar la máquina arrasadora de derechos y darles herramient­as nuevas a la exclusión y a la discrimina­ción.

Algunos menos hostiles me decían que estaban de acuerdo con mis argumentos, pero que no veían la necesidad de inmiscuir mis decisiones personales en la discusión. Eso me suena a la gente que dice que está cómoda con reconocer los derechos lgbti, pero que la “besuqueade­ra” y la “toqueteade­ra” la pueden dejar para la intimidad de sus hogares. Reconocerl­e los derechos a la gente pero solo dentro de las cuatro paredes de su casa es un acto típico de reaccionar­io enclosetad­o. Si yo no encuentro nada reprobable en lo que algunos, recurriend­o a un lenguaje muy católico, denominaro­n mi “confesión”, no tengo ninguna razón para dar esa discusión, como si no tuviera absolutame­nte nada que ver conmigo.al contrario, en aras de la honestidad, me parece importante que la gente que escucha sepa que estoy defendiend­o un derecho de todos, pero que también lo hago a título propio.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia