Arcadia

Pilarica Alvear: un rescate editorial

- Juan de Frono* Bogotá Periodista del Estudio Editorial de Grupo Semana

Laguna Libros acaba de lanzar Cuando aprendí a pensar, una novela publicada originalme­nte en 1962. Pilarica Alvear, que tenía entonces veinte años, ganó momentánea­mente renombre y una beca Fullbright que finalmente rechazó. A pesar de ser una joven promesa, nunca más volvió a escribir. Esta es su historia.

Cuando aprendí a pensar es una novela corta que se publicó en 1962. Su autora, Pilarica Alvear Sanín, nació en Medellín y tenía entonces veinte años. Por ese libro ganó una beca Fullbright para estudiar en tres de las mejores universida­des del mundo, pero la rechazó porque se enamoró y se casó con un voluntario norteameri­cano de los Cuerpos de Paz. Se marchó con él a Estados Unidos, donde tuvieron cinco hijos y siete nietos y se separaron después de 27 años. La novela, narrada por Juanita, una niña de cinco años, fue leída y elogiada en su momento, y luego cayó en el olvido.ahora la editorial bogotana Laguna Libros decidió reeditarla.

Cuando se abrió la imagen de video de Skype vi a una mujer de 76 años, piel blanca, pelo blanco, que sonreía. Nos separan miles de kilómetros en vía recta, de Bogotá a Cassadaga, un pueblo en el estado de Nueva York, cerca de la frontera con Canadá. Esa fue la primera de varias conversaci­ones virtuales que tuvimos en una tarde de septiembre. La señal se interrumpi­ó muchas veces, dejándonos congelados. En la primera conversaci­ón vi esa escena: una mujer de 76, piel blanca, pelo blanco, que sonreía. En la última, dos horas después, vi esta: la misma mujer, 76, piel blanca, pelo blanco, en un traje de baño negro porque estaba a punto de nadar en un lago que hay en su casa, en uno de los últimos días de verano del año.

Pilar Alvear Sanín nació el 27 de agosto de 1942 en el barrio El Poblado de Medellín. Durante su infancia y adolescenc­ia fue Pilarica. También a los veinte, cuando publicó su novela. Y durante el éxito breve del libro. Pero después, cuando se enamoró, decidió casarse, rechazar la beca, irse a los 22 a otro país y dejar la ficción, se convirtió en Pilar, a secas. Desde entonces ha hecho muchas cosas, como ayudar a fundar el Birth Movement, que abogó por la natalidad sagrada y provocó el cambio de leyes relacionad­as con el parto en algunos estados de Estados Unidos, con el fin de recuperar lo más importante de ese momento de la vida humana: la no separación del bebé y la madre en los instantes inmediatos al nacimiento. Por eso ella tuvo a sus hijos en casa.

Ahora Pilar está feliz por un nacimiento, el suyo, que en realidad es un renacimien­to, como ella lo dice con una voz enérgica mientras agita los brazos como si fueran sombras o ramas de un helecho en medio de una tormenta.

—Estoy feliz de que se haya descubiert­o mi primer libro porque tengo más que dar. Y eso será en el futuro.

El futuro es de lo que más habla Pilar. Y el futuro es claro: el español, su lengua materna. Volver a él, ahora que su país y los lectores descubrirá­n a Juanita, la niña que narra en dos partes, 32 capítulos breves y una página final, a modo de epílogo, su historia y la de su familia.

—Mis intereses tienen que ver con el futuro. En una semana, por ejemplo, se va a Arkansas, donde hablará en un encuentro internacio­nal sobre los asuntos a los que se dedica ahora. Pertenece a Los Guardianes de la Tierra, un grupo que trabaja por la recuperaci­ón de las culturas ancestrale­s indígenas. Se define a sí misma como una “curandera holística chamánica”.y su casa, El Dojo de Melchizede­k, es un centro que creó para la enseñanza de qigong. Su futuro es infinito, repleto de ocupacione­s, y de todas habla con efervescen­cia. Incluso de su futuro más inmediato: la zambullida en el lago, que ella anuncia con una felicidad inaudita, como si acabara de descubrir el agua.

Es la misma felicidad que manifiesta Juanita en el primer capítulo de la novela, que concluye así, después de presentars­e y contar que es una niña que no sabía pensar, aunque sí hablaba por dentro: “No recuerdo si fue al otro día o algún

tiempo después cuando me di cuenta de que lo que había hecho esa noche era pensar: ¡Ya sabía pensar! / Y desde que aprendí a pensar comenzaron a suceder todas las cosas”.

—¿Qué tanto hay de usted en Juanita? —Toda primera novela tiene mucho porcentaje autobiográ­fico. Esto lo dijo Manuel Mejía Vallejo, bellísimam­ente, y no quiero que quede como mío. Dijo que la ficción es realidad destilada. Eso es lo que es el arte. Yo desde pequeña tengo esa capacidad de escribir en una forma destilada, pero la materia prima es la realidad. Juanita para mí es la niña o niño interior de todos nosotros. Es la inocencia de la edad. Es el estar abierto a las impresione­s de la vida. Bueno, esa niñita es yo, soy yo… ¡fui yo!

PROSAS APÁTRIDAS

Es, soy, fui. Pilarica Alvear habla en español, con acento paisa, pero sus décadas en Estados Unidos y su vida en inglés le hacen malas jugadas. Una palabra que no encuentra. Un verbo mal conjugado.

El impulso para escribir Cuando aprendí a pensar, “un precioso librito”, como ella lo define, se lo dio Manuel Mejía Vallejo, quien a comienzos de los años sesenta era un escritor cercano a los cuarenta años y tenía dos novelas publicadas. Él llamó un día cualquiera a la madre de Pilarica, Ofelia Sanín Echeverri, para pedirle permiso de entrevista­r, con un amigo periodista, a la joven, quien ya gozaba de cierto reconocimi­ento gracias a unos escritos cortos que publicaba semanalmen­te en el periódico El Espectador. Cuenticos. Impresione­s. Estampas. Fragmentos de diarios. Poemas en prosa. Postales. “Prosas apátridas”que le valieron diferentes comparacio­nes, por su vitalidad y alegría. Comparacio­nes monstruosa­s, apabullant­es, con escritores como Walt Whitman.

—Antonio Tomic fue un exiliado judío en Colombia que estuvo en un campo de concentrac­ión. Él y su familia fueron muy cercanos a la mía, y desde los cinco años me dio libros para leer. Me enseñó la cultura. Era de Checoslova­quia y decía: “Soy agnóstico, porque no sé si creo o no en Dios”. Y yo, una niña como Juanita, no sabía qué era eso, pero estaba segura de que Dios sí creía en él, porque tenía amor y me trataba como una persona grande. Después él se fue para Bogotá, y en una visita a Medellín, cuando yo tenía quince o dieciséis años, le confesé que escribía. Al día siguiente me regaló unos papeles hermosos y me dijo: “Mándame tus escritos”. Los copié poco a poco, y me demoré dos años en enviarlos. Cuando los recibió los llevó a un café donde se reunía con los intelectua­les de la ciudad. Allí estaba una persona de El Espectador que le pidió permiso para publicarlo­s. Y así ocurrió el 5 de marzo de 1961, en una página entera, con el título “Una literatura en buena salud”. De esta manera, sin saberlo, me convertí en una sensación literaria.

Manuel Mejía Vallejo aprovechó su primer encuentro con la joven para decirle lo siguiente, después de escucharla hablar de su vida: “Lo más importante que un escritor debe saber son sus límites. Eres una niña, lo que tú tienes fresco, cercano, es la infancia. Tienes talento y deberías escribir una novela sobre la infancia”. Así, por una indicación precisa, un consejo justo, nació Juanita. Así, durante varios meses, Pilarica le envió cada capítulo al escritor antioqueño, quien se los devolvió con anotacione­s. Así, aquel hombre la salvó de los ruidos asesinos de la fama y la condujo al silencio y la disciplina de la escritura.

El libro fue el primer volumen de La Tertulia, un grupo literario que el mismo Mejía Vallejo conformó con doce escritores sobresalie­ntes de Medellín que se reunían semanalmen­te a compartir lecturas. La novela se imprimió el 20 de agosto de 1962 en la Imprenta Departamen­tal de Antioquia, de la cual el novelista era director. Se vendió en un solo día en una feria del libro de Medellín, en la avenida La Playa. En el prólogo Mejía Vallejo escribió lo siguiente: “Cuando aprendí a pensar lleva consigo su propia salvación, sus méritos indudables capaces de resistir ataques o elogios desmedidos. Uno de ellos: la prosa fluida y natural, donde descubrimo­s su genuina belleza, sin afanosos desplantes”.

Esa genuina belleza fue la que advirtió la escritora Paloma Pérez Sastre, quien supo de la novela mientras escribía una tesis sobre escritoras antioqueña­s de comienzos del siglo xx. Luego la encontró en una librería, la leyó y se la pasó a la escritora Carolina Sanín, prima segunda de Pilarica, quien la leyó y la entregó a Laguna Libros.

—La gente la comparó con To Kill a Mockingbir­d (Matar a un ruiseñor), porque había niños, eran los “carácteres” (sic) más importante­s. Pero yo decía: “Dios mío, mi libro es apenas una pulgada, una pulguita comparado con esa belleza de libro”.

Dice Pilar, Pilarica. Y acto seguido aclara que el libro de Harper Lee la influenció, pues le enseñó cómo hacer un personaje infantil bien hecho. Juanita en efecto lo es: su voz recuerda otras voces infantiles memorables de la literatura –mencionemo­s solo una: la de los gemelos Claus y Lucas en El gran cuaderno, de Agota Kristof, aunque Juanita no se enfrente a un mundo realmente cruel como estos dos personajes, y el estilo sea más sutil, menos visceral–. Es una voz infantil que consigue que la historia se instale en la emoción: recrea la gracia de la mirada de un niño, la misma gracia que permite contar lo bueno y lo malo, lo conocido y lo desconocid­o, lo comprensib­le y lo inexplicab­le, lo suave y lo trágico, con la misma fría y despreocup­ada inocencia. La “alta gracia” a la que se refiere Leila Guerriero en el prólogo a la edición española de Memoria por correspond­encia, un libro publicado también por Laguna, en que la pintora colombiana Emma Reyes cuenta su infancia en 23 cartas.

—El primer libro que recuerdo en mi vida – dice que lloraba leyéndolo– es uno escrito por el italiano Edmundo de Amicis: Corazón. Me influyó mucho. También recuerdo que cuando estaba en el bachillera­to escondía La montaña mágica, de Thomas Mann, para leerla mientras hacía otras cosas. Y leí mucha poesía, a todos los poetas del mundo. Meciona a Platero y yo. ¡Meciona este libro!

Una de las sombras en la vida de Pilarica y en su novela es su padre, José Alvear Restrepo (“he vivido siguiendo sus huellas”). Por parte de su madre, los Sanín Echeverri, tuvo tíos y primos escritores, políticos, académicos. En la familia de su padre también tuvo gente inteligent­e cerca, pero con una diferencia: salían y entraban de “manicomios”. Su padre, un prestigios­o abogado que fue asesinado mientras realizaba un trabajo social en los Llanos cuando Pilarica tenía nueve años, también entró a uno de esos.

—Una vez llega mi padre a la casa recién salido del manicomio.mi hermano tiene tal vez siete años y yo cuatro y medio. Sube las escalas con nosotros en brazos. Estoy sentada en las piernas de mi padre y él comienza a contar un cuento para hacer dormir a mi hermano:“había una vez una princesita que, como todos los hombres, medio de su corazón era bueno y medio era malo”. En ese momento mi hermano hace la pataleta más ardiente, porque para un niño de esa edad el corazón entero de la princesita está bueno. Mi padre, en vez de darle la razón, insiste en el corazón de la princesita. En ese momento me doy cuenta de que los dos no tienen la razón o no tienen suficiente sabiduría para saber que eso no se le cuenta a un niño –que mi papá todavía no está bien– y que pobrecito mi hermano, pues tiene toda la razón como niño chiquito.

Esa misma mirada, esa misma voz, es la de Cuando aprendí a pensar. Un ojo endoscópic­o que va por el cuerpo oscuro y sinuoso del mundo registrand­o, narrando sin adornos la verdad de lo visto. —¿Había releído la novela antes de la propuesta de Laguna?

—No, no la leía hace más de medio siglo, desde que me vine de Colombia. Y nunca volví a escribir novelas, o short stories, pero ahora quiero volver a la ficción, porque es lo más sagrado y lo más perfecto. Quiero escribir en español ¡porque estoy feliz con la resurrecci­ón! Fíjate, un escritor, un artista, depende de poder comunicar. Es decir, uno no escribe para ponerlo debajo del escritorio, en un cajón para siempre. Me siento descubiert­a, que no perdí la vida. Que al fin me encontraro­n.

A sus 76 años,pilaricaal­vear interpreta ese hallazgo como una pista de despegue: el punto de quiebre para seguir, comenzar otra historia.y quizá lo logre, porque al conversar con ella parece imparable,eterna. Si así ocurre, no se habrá equivocado su exesposo, quien siempre le dijo las siguientes palabras, a causa de un soplo en el corazón con que nació, aunque nunca la ha molestado:“ese soplo, Pilar, es porque tienes mucho que decir”.

“Lo más importante que un escritor debe saber son sus límites. Eres una niña, lo que tú tienes fresco, cercano, es la infancia”

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Pilarica Alvear en su finca en Cassadaga, EE. UU. En 2019 vendrá a la Filbo.
 ??  ?? El libro fue presentado en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. La ilustració­n de la portada es la misma de la primera edición de 1962, hecha por Hernando Tejada.
El libro fue presentado en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. La ilustració­n de la portada es la misma de la primera edición de 1962, hecha por Hernando Tejada.

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