90 años de la Masacre de las Bananeras
90 AÑOS DE LAS BANANERAS
El mismo día de la Masacre de las Bananeras, el 6 de diciembre de 1928, empezó también la disputa por preservar y moldear su memoria. El general Carlos Cortés Vargas, asignado por el gobierno para controlar la situación, dijo que los muertos habían sido 47 durante toda la huelga, mientras que el embajador de Estados Unidos en Colombia envió un telegrama a su país diciendo que hubo más de mil víctimas mortales.ambas cifras son aterradoras, pero lo más perturbador es que los reportes oficiales no se preocuparon tanto por el número de muertos como por insistir en que la violencia estatal fue necesaria y que salvó a Colombia de un gobierno bolchevique que quería abrirse paso con la huelga. Nunca hubo un acuerdo oficial sobre el número de muertos, pero se dio a entender que todos habían sido “buenos muertos”, que cayeron para asegurar el orden en la República.
Otras voces (Gaitán, el Partido Socialista Revolucionario, Ricardo Rendón) intentaron transmitir una visión mucho más trágica del suceso, pero la versión oficial fue la que más caló. También los continuos llamados de los gobiernos liberales y conservadores a olvidar el horror del pasado y construir el futuro contribuyeron a borrar la memoria de este acontecimiento. (En Colombia las promesas de unidad nacional suelen ir acompañadas de invitaciones al olvido.) Finalmente, la aparición de otros horrores, como La Violencia de los años cuarenta, hizo que pocos siguieran ocupándose de la masacre de 1928. La versión gubernamental se eternizó así en los textos escolares.
A partir de los años setenta, cuando Cien años de soledad se convirtió en un éxito internacional, el recuerdo de la masacre se removió como nunca antes y empezaron, ahí sí, los estudios historiográficos que dieron más claridad sobre lo que había sucedido y que impulsaron la rememoración del hecho. Estos estudios no solo revelaban detalles de la horrible noche de la masacre, sino que también ahondaban en el todopoderoso sistema de dominación económica que la United Fruit Company sostuvo en la costa Caribe por más de cincuenta años. Sin embargo, la obsesión por el conteo de cadáveres se tomó el debate, y este se centró en si era cierta la cifra de 3408 muertos que dio García Márquez (algo que él mismo había explicado como una licencia literaria) o si era más cercana a los 47 del gobierno. Como si solo la cifra de muertos le diera sentido a esta historia, durante décadas las discusiones sobre las Bananeras solo han traído impotencia, resignación e indiferencia: nunca sabremos cuántos muertos hubo y por ende la masacre es una más de nuestras leyendas históricas (o “mito”, como la llamó recientemente una congresista).
Pero esto no es cierto. Hay muchas cosas que sí sabemos de la huelga y la Masacre de las Bananeras. Sabemos que la United recibió todas las ventajas legales y fiscales para prosperar en su negocio frutero; sabemos que las directivas de la empresa no quisieron acoger las demandas de los trabajadores en huelga; sabemos que el gobierno decidió tratar la protesta como una amenaza al orden público y no como un conflicto laboral, y que por eso envió a los militares y no a un representante del ministerio de Industria. Y sabemos que el 6 de diciembre de 1928 militares colombianos dispararon contra la manifestación de trabajadores y dejaron un número de muertos que, por sus proporciones (incluso las oficiales), le da sin duda el nombre de “masacre” a este episodio.
Cada época recuerda la historia de acuerdo a sus necesidades, y hoy la Masacre de las Bananeras aparece como un recordatorio insoslayable de la manera en que en Colombia varias empresas han prosperado legitimadas por un gobierno complaciente, y con la ayuda de la violencia criminal. Si por estos días uno abre un periódico, encuentra que la Fiscalía General de la Nación acaba de llamar a juicio a trece directivos de la multinacional bananera Chiquita Brands (heredera directa de la United) porque habrían patrocinado a grupos paramilitares. Además, el nuevo gobierno vincula la protesta social con la delincuencia, y una y otra vez surgen denuncias sobre empresarios que aseguraron su riqueza a costa del despojo y el homicidio. En varios sentidos, seguimos repitiendo el modelo económico y político que llevó a la masacre hace noventa años. Por eso hay que recordarla. Como decía el poeta Horacio: “Con otro nombre, de ti habla la historia”.