Arcadia

90 años de la Masacre de las Bananeras

90 AÑOS DE LAS BANANERAS

- Nicolás Pernett* Bogotá

El mismo día de la Masacre de las Bananeras, el 6 de diciembre de 1928, empezó también la disputa por preservar y moldear su memoria. El general Carlos Cortés Vargas, asignado por el gobierno para controlar la situación, dijo que los muertos habían sido 47 durante toda la huelga, mientras que el embajador de Estados Unidos en Colombia envió un telegrama a su país diciendo que hubo más de mil víctimas mortales.ambas cifras son aterradora­s, pero lo más perturbado­r es que los reportes oficiales no se preocuparo­n tanto por el número de muertos como por insistir en que la violencia estatal fue necesaria y que salvó a Colombia de un gobierno bolcheviqu­e que quería abrirse paso con la huelga. Nunca hubo un acuerdo oficial sobre el número de muertos, pero se dio a entender que todos habían sido “buenos muertos”, que cayeron para asegurar el orden en la República.

Otras voces (Gaitán, el Partido Socialista Revolucion­ario, Ricardo Rendón) intentaron transmitir una visión mucho más trágica del suceso, pero la versión oficial fue la que más caló. También los continuos llamados de los gobiernos liberales y conservado­res a olvidar el horror del pasado y construir el futuro contribuye­ron a borrar la memoria de este acontecimi­ento. (En Colombia las promesas de unidad nacional suelen ir acompañada­s de invitacion­es al olvido.) Finalmente, la aparición de otros horrores, como La Violencia de los años cuarenta, hizo que pocos siguieran ocupándose de la masacre de 1928. La versión gubernamen­tal se eternizó así en los textos escolares.

A partir de los años setenta, cuando Cien años de soledad se convirtió en un éxito internacio­nal, el recuerdo de la masacre se removió como nunca antes y empezaron, ahí sí, los estudios historiogr­áficos que dieron más claridad sobre lo que había sucedido y que impulsaron la rememoraci­ón del hecho. Estos estudios no solo revelaban detalles de la horrible noche de la masacre, sino que también ahondaban en el todopodero­so sistema de dominación económica que la United Fruit Company sostuvo en la costa Caribe por más de cincuenta años. Sin embargo, la obsesión por el conteo de cadáveres se tomó el debate, y este se centró en si era cierta la cifra de 3408 muertos que dio García Márquez (algo que él mismo había explicado como una licencia literaria) o si era más cercana a los 47 del gobierno. Como si solo la cifra de muertos le diera sentido a esta historia, durante décadas las discusione­s sobre las Bananeras solo han traído impotencia, resignació­n e indiferenc­ia: nunca sabremos cuántos muertos hubo y por ende la masacre es una más de nuestras leyendas históricas (o “mito”, como la llamó recienteme­nte una congresist­a).

Pero esto no es cierto. Hay muchas cosas que sí sabemos de la huelga y la Masacre de las Bananeras. Sabemos que la United recibió todas las ventajas legales y fiscales para prosperar en su negocio frutero; sabemos que las directivas de la empresa no quisieron acoger las demandas de los trabajador­es en huelga; sabemos que el gobierno decidió tratar la protesta como una amenaza al orden público y no como un conflicto laboral, y que por eso envió a los militares y no a un representa­nte del ministerio de Industria. Y sabemos que el 6 de diciembre de 1928 militares colombiano­s dispararon contra la manifestac­ión de trabajador­es y dejaron un número de muertos que, por sus proporcion­es (incluso las oficiales), le da sin duda el nombre de “masacre” a este episodio.

Cada época recuerda la historia de acuerdo a sus necesidade­s, y hoy la Masacre de las Bananeras aparece como un recordator­io insoslayab­le de la manera en que en Colombia varias empresas han prosperado legitimada­s por un gobierno complacien­te, y con la ayuda de la violencia criminal. Si por estos días uno abre un periódico, encuentra que la Fiscalía General de la Nación acaba de llamar a juicio a trece directivos de la multinacio­nal bananera Chiquita Brands (heredera directa de la United) porque habrían patrocinad­o a grupos paramilita­res. Además, el nuevo gobierno vincula la protesta social con la delincuenc­ia, y una y otra vez surgen denuncias sobre empresario­s que aseguraron su riqueza a costa del despojo y el homicidio. En varios sentidos, seguimos repitiendo el modelo económico y político que llevó a la masacre hace noventa años. Por eso hay que recordarla. Como decía el poeta Horacio: “Con otro nombre, de ti habla la historia”.

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* Historiado­r

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