La autobiografía de Elvis Costello
Preocupado por el probable declive de su memoria, el cantante y compositor británico Elvis Costello deja que el azar y el caos escriban su vida en la autobiografía recién publicada Música infiel y tinta invisible.
El libro de 774 páginas es el testimonio de un artista que siempre les cantó a las desigualdades de su tiempo.
Memoria: laberinto enigmático, traicionero, fascinante e inquietante. Memorias: compendio, no necesariamente cronológico, de una larga y agitada vida. En el mercado editorial del rock abundan todo tipo de memorias. Las hay majestuosas y memorables como el gran volumen de anécdotas de Keith Richards en el libro Vida (2010); o el sincero compendio de gestas de bares, alcohol, mujeres y excesos del rock que presentó Ronnie Wood en Memorias de un Rolling Stone (2009). Las hay crudas, sin concesiones con el pasado y los colegas; durísimas de contar, asimilar y analizar; viscerales con su entorno como Who I Am (2012), de Pete Townshend.también están las memorias que caen en la trampa del ego y la monotonía y nos dejan en coitus interruptus, como las de Eric Clapton en su autobiografía. Placer sublime leer todos los pormenores de la vida de los músicos más trascendentales de la historia del rock. Placer equiparable al de escuchar
su música. Pero no a todos los grandes artistas los seduce la idea de ‘pelar la cebolla’, de transitar por los laberintos de la memoria y revelar sus secretos entrañables. Mick Jagger es un caso especial: ha rechazado adelantos millonarios y le huye a la idea de contar su vida; Brian May de Queen es otro escurridizo.“es mejor que hable la música”, le dijo hace un par de años a la revista NME.
A Elvis Costello tampoco le llamaba la atención escribir un gran volumen biográfico. Le preocupaba si realmente a alguien le interesaba leer sobre una vida, hasta cierto punto, reservada. Pero esa posición cambió a principios de 2001 cuando la disquera Rhino Records le pidió al creador de “Alison” escribir unos breves ensayos para los librillos de las reediciones de su catálogo, que se lanzarían en agosto de ese año –My Aim Is True (1977), Spike (1989) y All This Useless Beauty (1996)– y a lo largo de los siguientes cinco años. Costello tomó su rol en serio y descubrió cierto placer en reconstruir los pormenores de las grabaciones de gran parte de su catálogo.además encontró otra motivación: dejarle algo útil a los hijos gemelos que tuvo con Diana Krall.“cuando sientan curiosidad por lo que he hecho, preferiría que lo oyeran directamente de mí, lo bueno y lo malo, mi vida y la de mi padre”. Se dio cuenta de que su memoria estaba intacta y que aún tenía vivos los recuerdos de hechos distantes y determinantes, especialmente relacionados con su infancia y sus padres, Ross y Lillian, grandes protagonistas del libro y los culpables de que su hijo Declan terminara en la música.“me preocupaba el estado de mi memoria porque dos miembros de mi familia sufrieron de Alzheimer. Pero me di cuenta de que estaba en buen estado y decidí aprovechar el impulso que me dio Rhino.tengo buena memoria y lo que quedó en el libro no es ni la mitad de los recuerdos”, le dijo a la periodista Sylvie Simmons en diciembre de 2015.
Costello escribió los ensayos para las reediciones de sus álbumes de forma aleatoria. Los discos no se reeditaron en orden cronológico, así que el viaje por el túnel de su memoria fue extraño y lleno de saltos en el tiempo. En menos de un mes tuvo que reconstruir las piezas y vivencias de 1977, 1989 y 1996. Así descubrió el secreto que, posteriormente, sería fundamental para la estructura de su libro: evitar la narración lineal. Uno de los momentos más tediosos a la hora de digerir grandes tomos de memorias de rockeros es la infancia o los primeros años de vida, cuando por sus cabezas no estaba la idea de ser músicos. Al leer con detenimiento las memorias de Richards, Clapton, Townshend y Wood encontrará puntos constantes en común: un familiar músico borrachín y animador de cada velada familiar; una tía pudiente y amargada que dio posada en tiempos difíciles; austeridad, escasez de comida y juegos infantiles entre las ruinas que dejó la Segunda Guerra Mundial; la radio, fiel compañera de largas noches; una primera guitarra obsequiada por un familiar que cambió sus vidas; el profundo impacto de The Beatles y querer ser como ellos; el temprano placer de consumir cerveza Guinness.
Elvis Costello quiso sorprender al lector, atraparlo desde el inicio: “Creo que fue mi amor a la lucha lo que primero me llevó a esa sala de baile”, dice. Decidió que Música infiel y tinta invisible (2016) sería un recorrido al azar y desordenado por su vida, la de sus padres y por un país que cambió al ritmo de la música. Hay varios aspectos que llaman la atención de este libro, pero me quedo inicialmente con dos: su gran volumen (774 páginas) y el inicio. No hay calles destruidas por bombas alemanas o la algarabía por la llegada de un varón a la familia. El primer recuerdo que comparte Costello es el de una presentación de su padre en el Hammersmith Palais de Londres.“si los demás padres volvían a casa a las cinco y media, el mío se iba a trabajar a las seis; y los sábados por la tarde a cantar con la Joe Loss Orchestra”. Costello no enumera una cantidad de referencias obvias de la radio de finales de los años cincuenta e inicios de los sesenta para recalcarnos que la música fue parte esencial de su vida. La música era el trabajo de su padre, un trompetista y cantante destacado de jazz, mujeriego y talentoso, que le enseñó un camino posible en la vida. Dependía de él.
El sorpresivo inicio deja al lector perdido y encantado. No hay fechas, ni lugar de nacimiento, ni un reguero de nombres de allegados. No hay enfermeras efusivas celebrando su llegada al mundo. Sin embargo, Costello encuentra útil esa primera referencia familiar para llevarnos, sin escalas o preámbulos, al siguiente capítulo que tiene lugar en Bélgica en 1977. Con mucha diplomacia, reconstruye los pormenores, lo invisible, de un frenético tour junto a The Clash y The Damned. En ningún momento cuenta que fue una de las primeras giras para promocionar My Aim Is True. Con fino humor y buen ritmo, revive la difícil y tormentosa convivencia con sus inmaduros colegas. “Cuando me desperté en el bus tenía los cordones en llamas, la boca soñolienta y abierta, llena de ceniza, cortesía de un par de los miembros más estúpidos de The Damned”. En el recuento de anécdotas Costello lanza unos dardos venenosos, toma partido por una de las bandas, describe actitudes y recuerda, sin pudor o arrepentimiento, cómo él y The Clash se inspiraron y robaron viejas melodías olvidadas de los artistas del sello Motown para crear piezas memorables del postpunk británico como “London Calling” o “Accidents Will Happen”. Como buen caballero, bien educado, evita exteriorizar los sentimientos más profundos de ese momento para no herir a nadie y dejar que la ropa sucia se lavara en casa.
En sus primeros diez años de carrera, Costello retrató en su obra discográfica a la sociedad desigual británica, inmersa en el conservadurismo. Le preocupaba la pobreza extrema de Inglaterra, en gran parte cortesía del neoliberalismo (“Tramp the Dirt Down”); también exploró los graves problemas en Irlanda del Norte (“Oliver’s Army”); no dejó de un lado a los jóvenes rebeldes que soñaban y anhelaban una mejor calidad de vida (“I’m Not Angry”), y le quedó tiempo para revivir un empleo informal en la firma Elizabeth Arden (“I Don’t Want to go to”, Chelsea). En el libro afirma que no quería que se le encasillara o estigmatizara por tener un poco de conciencia social; pocos artistas le cantaron tan seguido a su realidad. Tampoco busca nuestra compasión. EL CAPÍTULO MCCARTNEY
Cada anécdota de esta autobiografía está perfectamente curada. No hay datos al azar o cabos sueltos. Costello va y viene con el paso de los años en forma circular. Da muchas claves del origen de sus canciones emblemáticas y deja al descubierto algunos secretos inquietantes de colaboraciones memorables. Paul Mccartney es uno de los referentes más mencionados. Primero por su impacto en la década de los sesenta en la vida del párvulo Declan Macmanus, nombre de nacimiento de Costello; luego, por coequipero; finalmente, por haber participado en diversos homenajes y presentaciones en la década de los noventa y en los 2000. La relación de Costello y Mccartney se afianzó en 1987 cuando el exbeatle lo buscó para que escribieran un par de canciones para un proyecto. Este encuentro fue posterior al lanzamiento del álbum Press To Play (1986) y del rotundo fracaso de la película No More Lonely Nights (1984), producción que le trajo varios dolores de cabeza a Mccartney. De ese joint venture (clave para el renacer de Paul) y múltiples sesiones de grabación en Los Ángeles, París y Londres, quedaron suficientes canciones para cuatro álbumes: Flowers in The Dirt (1989) y Off The Ground (1992), de Mccartney; Spike (1989) y Mighty Like a Rose (1991), de Costello.“so Like Candy” es una de las canciones que mejor refleja el nivel de este dúo atípico.
Elvis Costello describe con lujo de detalles su trabajo junto a Mccartney.“por momentos me sentía como Lennon”, dice con algo de ironía. Alabó la luna de miel y todo lo que aprendió de él, pero no tuvo reparo en contar los momentos de tensión cuando el temperamento impositivo de Paul les jugó malas pasadas. Una de las historias más emotivas de ese periodo fue durante la composición de la canción “Veronica”, una declaración de amor para su abuela y que Costello decidió incluir en Spike. “Habla de una mujer que vive en una residencia para mayores donde los empleados gritan su nombre y le roban la ropa, y es cierto que Molly luchó contra las humillaciones de los empleados de una residencia, que la trataban como sorda e imbécil y no como una persona enferma y desorientada”. Es una canción en la que Costello se aferró al máximo a la nostalgia y a lo tormentoso que puede ser visitar el pasado de su familia. Dice que el tema le ayudó a sobrellevar el dolor de ver cómo la vida de su abuela materna se apagaba, con una leve chispa de ilusión: no dejar de tomar el té a las cuatro de la tarde, en una taza de cerámica que le había regalado su marido.
El libro tiene un valor documental único en su especie: retratar un mundo desaparecido. Costello se pone el traje del Dylan que escribió el libro Crónicas Vol 1 (2004) y juega a ser otro juglar de su tiempo. No muere en la nostalgia, la glorifica y va más allá que sus colegas Keith Richards o Pete Townshend. Se emociona con los recuerdos de los años en blanco y negro, de la época en que tenía que esperar toda una semana para saber quién era el artista más popular o recorrer varias tiendas de discos en busca de tesoros. Reivindica un mundo benévolo, justo, romántico y en el que el paso del tiempo era más lento.agradece a su padre heredarle talentos, gustos y mañas; ese protagonismo implícito de Ross Macmanus en el libro también se encuentra en el título y se relaciona directamente con Costello en el subtítulo, como si padre e hijo estuvieran destinados a recorrer caminos similares. Nada queda suelto en estas memorias, y los términos infiel e invisible son claves para terminar el puente de la música que los une. ¿Y la tinta? La que materializa y le da vida a los recuerdos que Costello transitó en un río en reversa. Alabado sea Elvis.
Costello recuerda, sin pudor o arrependimiento, cómo él y The Clash robaron viejas melodías olvidadas de los artistas del sello Motown