Una dinastía del cine argentino
Armando Bó desafió la censura argentina con películas de bajo presupuesto que se hicieron célebres por su sordidez y por las gigantescas tetas de una diva llamada Isabel Sarli. Otro Armando Bó, su nieto, acaba de estrenar Animal. Una historia sobre los encuentros y desencuentros entre estas dos generaciones.
Cuando los portentosos pechos de Isabel “La Coca” Sarli, semifinalista en Miss Universo 1955, abandonaban su escote protector, los censuradores argentinos de la época debían ver los ojos del mismo demonio. Las películas que protagonizó eran dirigidas por Armando Bó, su amante, y tenían nombres como El trueno entre las hojas (cinta de 1958 en la que Sarli hizo el primer desnudo total de la historia del cine argentino), Lujuria tropical (1964), La tentación desnuda (1966), Carne (1968), Fuego (1969), Intimidades de una cualquiera (1974), Insaciable (1979) o Una viuda descocada (1980), títulos que evidentemente no pretendían ocultar su naturaleza erótica.
Hace unas semanas,armando Bó, nieto de aquel, pegaba en las calles de Buenos Aires afiches de su más reciente película, Animal, justo antes de su estreno. Lo acompañaban sus dos pequeños hijos y su padre, el legendario actor y productor Víctor Bó. En la nota del diario La Nación que daba cuenta del episodio,víctor (quien también protagonizó varias películas junto con Sarli) contaba cómo durante la década de los sesenta él y su padre hacían lo mismo con los carteles de sus cintas.“les llenamos la fachada para luchar contra la censura”, decía al referirse al Instituto de Cine, que por esos años estaba bajo la tutela de la dictadura; de una de las dictaduras.
De las familias se puede esperar que sus miembros guarden cierta coherencia interna para evocar, con las nuevas generaciones, las que ya no están. Desde el gesto del niño con el que su abuela recuerda al marido muerto hasta la forma en que camina por la cuerda floja el hijo del funámbulo del circo. Nos gusta ver en los hijos las huellas de sus antepasados, compararlos. Lo mismo ocurre con las dinastías del cine; nos empeñamos en buscar similitudes y señalar diferencias.
A primera vista,armando Bó pareciera no tener nada que ver con Armando Bó. Es como si el nieto se empeñara en negar al abuelo con cada plano esmerado y secuencia perfectamente armada.aunque Animal, que se estrenó el pasado 6 de septiembre en Colombia, ha tenido críticas disímiles, confirma el refinamiento al rodar que ya había mostrado con El último Elvis (2012), su primer largometraje. Su aproximación estética se nutre no solo de su linaje, sino también de sus estudios en la Escuela de Cine de Nueva York, de los años dedicados a la producción de comerciales y de su cercanía a figuras como Alejandro González Iñárritu, con quien colaboró en los guiones de Biutiful (2010) y Birdman (2014), con el que ganó un Óscar.
Armando le sumó teoría a la intuición de su abuelo y de su padre, y aunque las similitudes son difíciles de ver, hay un hilo delgado que une esos trabajos. Según el crítico de cine Pablo Manzotti,“hay una tradición familiar de trabajar un cine con elementos de la cultura popular argentina. El punto de contacto lo veo más en una evolución y en un absorber una forma de trabajar determinados elementos de lo grotesco y de la cultura popular que están enraizados en una mirada de ser argentino que él absorbió en su familia”.
Sin embargo, cada vez que es nombrado en la prensa argentina, suele aclararse inmediatamente que se trata de “el nieto”, como para recalcar el hecho de que el auténtico es el otro, el que adoptó la chapucería como estilo narrativo. No importa que su cine sea mucho más sofisticado, ni que tenga las puertas de Hollywood abiertas; cuando hoy el nieto empapela paredes no está haciendo lo mismo que hacían su padre y su abuelo, porque la distancia que hay entre pegar un afiche publicitario en una nación democrática y desafiar a todo un sistema político es la misma que existe entre cruzar un abismo por un puente y hacerlo caminando sobre un cable.
PELÍCULAS MUTILADAS
La personificación de la censura en Argentina fue por muchos años un personaje de calva rotunda, gesto adusto y gafas de marco grueso de pasta de quien Sarli diría después que era “un tipo asqueroso”. Ramiro de la Fuente dirigió el Ente de Calificación Cinematográfica desde su creación en 1969 y lo puso al servicio de varias dictaduras. Ese guardián de las buenas costumbres persiguió sin cuartel las películas de Bó: de las 28 que protagonizó Isabel Sarli, solo dos pasaron sin ser recortadas.algunas fueron mutiladas; otras solo se exhibieron años después con la llegada de la democracia en 1983.
En una entrevista que concedió en 1970, De la Fuente explicaba los criterios con que juzgaba si una cinta era o no inmoral:“el artículo segundo establece seis temas de prohibición. Por ejemplo, la justificación del adulterio y todo lo que atente contra el matrimonio y la familia, la prostitución y perversiones sexuales, la apología del delito, las que nieguen el deber de defender a la Patria y el derecho de sus autoridades a exigirlo, y las que comprometan la seguridad nacional, afecten las relaciones con países amigos, o lesionen el interés de las instituciones fundamentales del Estado”.
No es que los desnudos de Sarli pusieran en riesgo la seguridad nacional, pero se sabe que a los dictadores y a las iglesias les preocupa la corrupción moral de sus ciudadanos, a los que, por otro lado, consideran mentalmente incapacitados para la autorregulación; tanto así que en esa misma entrevista De la Fuente afirmaba que no convenía “dejar librado al criterio de todos un espectáculo de masas. Hay personas adultas que pueden manejarse con criterio propio, pero son las menos”.
En el documental Carne sobre carne, de 2007, el director Diego Curubeto recuperó muchas de las escenas de las películas de Bó que por años quedaron perdidas tras ser amputadas. Se trataba, en muchos casos, de simples desnudos: La Coca despatarrada en una cama, interpretando a una india ataviada solo con unas plumas en la cabeza, La Coca bañándose… Siempre nadaba desnuda: en un lago, en una piscina, en un riachuelo, en el mar. Ese hábito le valió el divertido sobrenombre de La Higiénica y el propio Bó le dijo alguna vez que así como de Palito Ortega y de Sandro se esperaba que cantaran, de ella el público esperaba solo una cosa: que se bañara.
Hubo más que desnudos, también escenas softcore muchas veces junto al propio Armando y, más inquietante aún, convíctor, el hijo de este. Es bien sabido que Isabel y Armando se convirtieron en amantes casi desde el momento en que se conocieron, por allá a finales de los años cincuenta, y aunque nunca abandonó a su esposa, la madre devíctor, Sarli fue su verdadero amor; por eso resulta extraño ver esas películas en las que padre e hijo se disputan el corazón y el cuerpo de la diva.
Pero no eran solo películas eróticas de serie B, sino exploraciones oscuras de lo grotesco totalmente ajenas a la corrección política. Una especie de mezcla entre la sordidez de Pasolini, el cine sexploitation de Russ Meyer y las películas picarescas latinoamericanas de la época. Llegaron a incluir escenas de asesinatos sanguinarios, violaciones y hasta insinuaciones zoofílicas. No se sabe con qué artes Bó convenció a la hasta entonces inocente pero temperamental Sarli de hacer unas escenas tan fuertes para la época, pero ella se rindió a sus deseos, tan sumisa y fiel como un lazarillo a su amo.
Isabel lo llamó amor, y por él no solo se desnudó y se dejó manosear a destajo, sino que arriesgó hasta los límites de la dignidad y la salud. En 1958, por ejemplo, como parte de la cinta Sabaleros, protagonizó una pelea con la actriz Alba Mujica en las aguas negras de Buenos Aires y terminó inconsciente, con la cara literalmente hundida entre la mierda y una hepatitis que la alejó por varias semanas del rodaje.
EL TRIUNFO DE LA CARNE
La voluptuosidad de la ex Miss Argentina convirtió los filmes de Bó en una sensación no solo en ese país, sino también en lugares tan disímiles como Estados Unidos, Australia, Sudáfrica o Japón (sobre el éxito en este último se dijo que radicaba en que cada teta de Sarli era más grande que la cabeza de un japonés promedio).
Bó entonces hacía dos versiones de cada cinta, una para ser proyectada en su país con las escenas más fuertes suavizadas, y otra tal y como él la quería para el extranjero, en general más tolerante con el erotismo en pantalla. O al menos con criterios morales diferentes, porque es famosa la anécdota de cuando prohibieron la entrada en Estados Unidos de la película Fiebre (1971), no por los desnudos de La Coca, sino por el coito de dos caballos y las caras lascivas que provocaba en la protagonista mientras lo presenciaba.
John Waters, el excéntrico actor y director de Pink Flamingos (1972), Polyester (1981) y Hairspray (1988), es uno de los más ilustres fanáticos de la dupla Bó-sarli y cuenta que en los años setenta se convirtió a ese culto después de ver sus películas en un cinema de Nueva York donde eran proyectadas en español. En una entrevista que concedió este año para el diario Página 12, explicaba desde su óptica la popularidad de esos filmes:“mucho más tarde, las exploitation movies fueron redescubiertas por los hípster, los ‘cultistas del cine’, pero esa mirada no revela realmente las razones por las cuales esas películas habían sido populares en su tiempo. Ahora las miramos y nos maravillamos de una manera irónica: qué mala que es tal película o cuán políticamente incorrecta es esa otra. En aquellos tiempos eran exitosas gracias a la audiencia de clase trabajadora.vamos, se hacían la paja en el cine o gritaban del susto. No se estaban riendo de lo que veían, eso nunca pasaba”.
A pesar de los diálogos disparatados, los chistes burdos, el machismo rampante, las transiciones indelicadas y los doblajes desfasados, la baja factura de su cine no impidió que la pareja llegara hasta las puertas de Hollywood, en donde no entró por la sospecha de que la obligarían a separarse. Porque estando juntos las cosas funcionaban tal como debían y colmaban la medida de sus ambiciones. Armando Bó murió en 1981. Ese mismo año Isabel Sarli les dijo adiós a las cámaras para siempre. Años después, se convertirían en leyendas años después.