El universo wayúu, por Jorge Mario Múnera
Ningún rasgo de turismo superfluo, ninguna presunción de multiculturalismo exótico, ningún propósito tiznado de espectáculo comercial. Estas imágenes del fotógrafo antioqueño capturan de manera honesta el sentido de lo místico en la cultura wayúu.
El pueblo wayúu (su historia, su idiosincrasia, su cosmogonía) siempre ha estado ahí. Desde mucho antes de que su territorio, seco y luminoso, entrara a formar parte del saqueo efectuado por los españoles foráneos. Sucedida la conquista, pasada la colonia, consolidada la república, avanzando la degradación de los días neoliberales, se les ha pretendido segregar y olvidar. Pero empezaron a llamar la atención en los últimos años. Un poco a pesar de ellos mismos, porque su hieratismo y su reserva parecieran impedirles cualquier vocerío. A través de las artesanías y las túnicas de sus mujeres misteriosas, a partir de la recepción de la obra de García Márquez en la que el imaginario wayúu es fundamental, por algunos poemas de sus cantores, por las películas de Ciro Guerra. Entonces surgieron las curiosidades. ¿Quiénes son? ¿Dónde viven? ¿Cómo piensan? ¿De qué manera aman? ¿Cómo asumen la muerte? ¿Qué hacen para resistir el embate de nuestra modernidad?
Pero ellos están entre nosotros hace tiempo. Y no han sido pasivos en su permanente lucha con un modelo social que ha actuado siempre como las pestes. Carlos Rincón, en sus Avatares de la memoria cultural en Colombia (2015), empieza sus reflexiones hablando de los wayúu y de la formidable revuelta que realizaron hacia 1769. A la sazón eran más de cien mil y los que estaban levantados en armas superaban los sesenta mil. La Corona española, a través de sus funcionarios, quiso reducirlos y trasplantarlos a una isla del Caribe. Fracasaron, sin embargo, en ese plan, como también fracasaron en su deseo de colonizarlos. Pero la resistencia wayúu, que es el pilar de su modo de estar en el mundo (basta ver el clima implacable en el que viven y cómo se han adaptado a su rudeza), es algo que forma parte de ese silenciamiento con que la memoria colombiana ha asumido la situación no solo de los wayúu, sino de los indios que son también la cara, sin duda una de las más admirables, de nuestro país.
Se me ocurre pensar que el libro La arena y los sueños (2018), de Jorge Mario Múnera, es una de esas maneras de enfrentar tal silenciamiento. El libro es, en primer lugar, un abrazo memorable entre imagen y poesía. Hacía mucho años no aparecía en Colombia un libro tan conmovedor, tan hermosamente equilibrado en que fotografía y texto establecen sus puentes de modo tan sólido y al mismo tiempo tan sutil. Múnera estuvo trabajando en este libro desde los años ochenta del siglo pasado. Recorrió, durante varios viajes, las tierras wayúu, que se encuentran en los límites arenosos de La Guajira colombiana y el Maracaibo venezolano. Visitó a sus gentes y departió con ellas. Estuvo en sus lugares sagrados y observó cómo nacen y mueren sus periplos. Desenredó la compleja y a la vez diáfana madeja de sus sueños. Y los acompañó en su exilio situado en coordenadas citadinas.
Este recorrido, que va del inicio legendario de los wayúus hasta los límites del desarraigo contemporáneo, es el eje esencial de La arena y los sueños. Y el lector-vidente va asistiendo a la develación maravillosa de un universo calladamente desgarrado. Los pasos que damos, llevados de la mano de un fotógrafo esteta y de un escritor que es viajero, antropólogo y poeta, están trazados con un cuidado magnífico. La
mirada de Múnera, y esto lo agradecemos en la medida en que vamos pasando las páginas, está nimbada de un respeto peculiar. Ese que está construido por la distancia y la cercanía que el fotógrafo establece con los espacios y las personas retratadas.
Ningún rasgo de turismo superfluo, ninguna presunción de multiculturalismo exótico, ningún propósito tiznado de espectáculo comercial en estas imágenes que definen el sentido de lo místico presente en nuestras comunidades nativas. Todo aquello que ha malogrado tantos reportajes fotográficos caros a testimoniar sobre los pueblos vilipendiados por las ambiciones del capital está desalojado de La arena y los sueños. Y el valor de esta obra, su encanto supremo, reside en la sabiduría que Múnera despliega de principio a fin. Porque no solo es un fotógrafo que maneja con perfección los aspectos técnicos de su cámara, que conoce las ambivalencias de la luz y la sombra, que sabe dialogar de sus objetivos, sino que tiene como piedra de toque de su oficio la sensibilidad del poeta. Es por este motivo que las mujeres wayúu, perfiladas como apariciones radiantes en ámbitos secos, o sus hombres, que miran con la certeza de que hay un dios incógnito que les palpita en sus cuerpos, quedan fijados largamente en quien mira.
Aunque este itinerario sugiere el paso de una quietud contemplativa de tipo paisajístico, concentrada en la primera parte, titulada “GeoGRAFÍA MÍTICA”, AL VÉRTIGO URBANO QUE SE REFLEJA AL FINAL, EN EL “VIAJE A MARAKAAYA”, La arena y los sueños posee, a lo largo de sus ocho partes, un ritmo sosegado. Una tranquilidad de masa líquida detenida en las bahías solitarias, de tierras desérticas que se recorren lentamente para buscar el secreto de la muerte, de sonidos emitidos desde las bocas y las manos de intérpretes musicales, de casas rústicas que saben protegerse por cercas de cactus honorables. Y TODOS LOS SERES FOTOGRAFIADOS POR MÚNERA SON como condensaciones del tiempo y del espacio que revelan su escurridizo arcano.
El arte de Jorge Mario Múnera viene en línea directa de los grandes fotógrafos colombianos del siglo xx. Esos semblantes del pueblo wayúu, y las maneras en que ellos hablan entre sí y con el entorno que los acoge, remiten a las mejores instantáneas de Nereo López y Leo Matiz. Por ello mismo, lo que se ha realizado en La arena y los sueños es continuar, con ejemplar altura, una tradición FOTOGRÁFICA QUE FUNDA SU INTERÉS EN DEJAR EN LA memoria de nuestros ojos el testimonio de una belleza humana que, a pesar de ser vejada con frecuencia por las dueños de las explotaciones mineras y los ejércitos armados, no ha perdido un solo ápice de su dignidad.
La resistencia wayúu es el pilar de su modo de estar en el mundo. Basta ver el clima implacable en que viven y cómo se han adaptado a su rudeza