Arcadia

El universo wayúu, por Jorge Mario Múnera

Ningún rasgo de turismo superfluo, ninguna presunción de multicultu­ralismo exótico, ningún propósito tiznado de espectácul­o comercial. Estas imágenes del fotógrafo antioqueño capturan de manera honesta el sentido de lo místico en la cultura wayúu.

- Pablo Montoya* Medellín

El pueblo wayúu (su historia, su idiosincra­sia, su cosmogonía) siempre ha estado ahí. Desde mucho antes de que su territorio, seco y luminoso, entrara a formar parte del saqueo efectuado por los españoles foráneos. Sucedida la conquista, pasada la colonia, consolidad­a la república, avanzando la degradació­n de los días neoliberal­es, se les ha pretendido segregar y olvidar. Pero empezaron a llamar la atención en los últimos años. Un poco a pesar de ellos mismos, porque su hieratismo y su reserva parecieran impedirles cualquier vocerío. A través de las artesanías y las túnicas de sus mujeres misteriosa­s, a partir de la recepción de la obra de García Márquez en la que el imaginario wayúu es fundamenta­l, por algunos poemas de sus cantores, por las películas de Ciro Guerra. Entonces surgieron las curiosidad­es. ¿Quiénes son? ¿Dónde viven? ¿Cómo piensan? ¿De qué manera aman? ¿Cómo asumen la muerte? ¿Qué hacen para resistir el embate de nuestra modernidad?

Pero ellos están entre nosotros hace tiempo. Y no han sido pasivos en su permanente lucha con un modelo social que ha actuado siempre como las pestes. Carlos Rincón, en sus Avatares de la memoria cultural en Colombia (2015), empieza sus reflexione­s hablando de los wayúu y de la formidable revuelta que realizaron hacia 1769. A la sazón eran más de cien mil y los que estaban levantados en armas superaban los sesenta mil. La Corona española, a través de sus funcionari­os, quiso reducirlos y trasplanta­rlos a una isla del Caribe. Fracasaron, sin embargo, en ese plan, como también fracasaron en su deseo de colonizarl­os. Pero la resistenci­a wayúu, que es el pilar de su modo de estar en el mundo (basta ver el clima implacable en el que viven y cómo se han adaptado a su rudeza), es algo que forma parte de ese silenciami­ento con que la memoria colombiana ha asumido la situación no solo de los wayúu, sino de los indios que son también la cara, sin duda una de las más admirables, de nuestro país.

Se me ocurre pensar que el libro La arena y los sueños (2018), de Jorge Mario Múnera, es una de esas maneras de enfrentar tal silenciami­ento. El libro es, en primer lugar, un abrazo memorable entre imagen y poesía. Hacía mucho años no aparecía en Colombia un libro tan conmovedor, tan hermosamen­te equilibrad­o en que fotografía y texto establecen sus puentes de modo tan sólido y al mismo tiempo tan sutil. Múnera estuvo trabajando en este libro desde los años ochenta del siglo pasado. Recorrió, durante varios viajes, las tierras wayúu, que se encuentran en los límites arenosos de La Guajira colombiana y el Maracaibo venezolano. Visitó a sus gentes y departió con ellas. Estuvo en sus lugares sagrados y observó cómo nacen y mueren sus periplos. Desenredó la compleja y a la vez diáfana madeja de sus sueños. Y los acompañó en su exilio situado en coordenada­s citadinas.

Este recorrido, que va del inicio legendario de los wayúus hasta los límites del desarraigo contemporá­neo, es el eje esencial de La arena y los sueños. Y el lector-vidente va asistiendo a la develación maravillos­a de un universo calladamen­te desgarrado. Los pasos que damos, llevados de la mano de un fotógrafo esteta y de un escritor que es viajero, antropólog­o y poeta, están trazados con un cuidado magnífico. La

mirada de Múnera, y esto lo agradecemo­s en la medida en que vamos pasando las páginas, está nimbada de un respeto peculiar. Ese que está construido por la distancia y la cercanía que el fotógrafo establece con los espacios y las personas retratadas.

Ningún rasgo de turismo superfluo, ninguna presunción de multicultu­ralismo exótico, ningún propósito tiznado de espectácul­o comercial en estas imágenes que definen el sentido de lo místico presente en nuestras comunidade­s nativas. Todo aquello que ha malogrado tantos reportajes fotográfic­os caros a testimonia­r sobre los pueblos vilipendia­dos por las ambiciones del capital está desalojado de La arena y los sueños. Y el valor de esta obra, su encanto supremo, reside en la sabiduría que Múnera despliega de principio a fin. Porque no solo es un fotógrafo que maneja con perfección los aspectos técnicos de su cámara, que conoce las ambivalenc­ias de la luz y la sombra, que sabe dialogar de sus objetivos, sino que tiene como piedra de toque de su oficio la sensibilid­ad del poeta. Es por este motivo que las mujeres wayúu, perfiladas como aparicione­s radiantes en ámbitos secos, o sus hombres, que miran con la certeza de que hay un dios incógnito que les palpita en sus cuerpos, quedan fijados largamente en quien mira.

Aunque este itinerario sugiere el paso de una quietud contemplat­iva de tipo paisajísti­co, concentrad­a en la primera parte, titulada “GeoGRAFÍA MÍTICA”, AL VÉRTIGO URBANO QUE SE REFLEJA AL FINAL, EN EL “VIAJE A MARAKAAYA”, La arena y los sueños posee, a lo largo de sus ocho partes, un ritmo sosegado. Una tranquilid­ad de masa líquida detenida en las bahías solitarias, de tierras desérticas que se recorren lentamente para buscar el secreto de la muerte, de sonidos emitidos desde las bocas y las manos de intérprete­s musicales, de casas rústicas que saben protegerse por cercas de cactus honorables. Y TODOS LOS SERES FOTOGRAFIA­DOS POR MÚNERA SON como condensaci­ones del tiempo y del espacio que revelan su escurridiz­o arcano.

El arte de Jorge Mario Múnera viene en línea directa de los grandes fotógrafos colombiano­s del siglo xx. Esos semblantes del pueblo wayúu, y las maneras en que ellos hablan entre sí y con el entorno que los acoge, remiten a las mejores instantáne­as de Nereo López y Leo Matiz. Por ello mismo, lo que se ha realizado en La arena y los sueños es continuar, con ejemplar altura, una tradición FOTOGRÁFIC­A QUE FUNDA SU INTERÉS EN DEJAR EN LA memoria de nuestros ojos el testimonio de una belleza humana que, a pesar de ser vejada con frecuencia por las dueños de las explotacio­nes mineras y los ejércitos armados, no ha perdido un solo ápice de su dignidad.

La resistenci­a wayúu es el pilar de su modo de estar en el mundo. Basta ver el clima implacable en que viven y cómo se han adaptado a su rudeza

 ??  ?? 4. * Escritor. Autor de La escuela de música (2018) y Tríptico de la infamia (2014), que lo hizo merecedor del Premio Rómulo Gallegos
4. * Escritor. Autor de La escuela de música (2018) y Tríptico de la infamia (2014), que lo hizo merecedor del Premio Rómulo Gallegos
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3.
 ??  ?? 5. La sarta. Carrizal, 1997. Capítulo “Pescadores” 6. Sueño del destino. Punta Espada, 1995. Capítulo “Los sueños” 6.
5. La sarta. Carrizal, 1997. Capítulo “Pescadores” 6. Sueño del destino. Punta Espada, 1995. Capítulo “Los sueños” 6.
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