Arcadia

EL ARTE RESISTE

- William Martínez* Bogotá * Periodista freelance

Octubre es el mes del arte en Bogotá, y ARCADIA quiso aprovechar esa coyuntura y la crisis y diáspora venezolana­s para entrar a mirar cómo en ciertos contextos el arte resiste a presiones que van más allá del mercado y los espacios de exposición: a veces los artistas, los curadores, los museos y los espacios independie­ntes luchan por la mera superviven­cia. Una aproximaci­ón a cómo el sector se ha venido abajo en el país vecino, y a cómo eso nos correspond­e y empieza a tocarnos.

El pasado 15 de agosto, el Museo de Arte Contemporá­neo de Caracas (MACC) inauguró Camarada Picasso, su exposición más visitada en el año. Ernesto Villegas, el ministro de Cultura, anunció con orgullo que por primera vez el “pueblo venezolano” podía disponer de una colección de 149 obras que durante años había permanecid­o en bóvedas.“muy pocas veces había salido a la luz, a pesar de ser uno de los compendios más amplios de Picasso en América Latina”, reforzó un comunicado de prensa que replicaron medios chavistas, portales internacio­nales de arte y agencias de viajes. Pero esta exposición, ante todo, representa­ba para el ministro la oportunida­d de “reivindica­r el carácter militante del gran Pablo Picasso, porque la industria cultural ha tratado de convertirl­o en un personaje pintoresco, desprovist­o de pensamient­o transforma­dor, y él lo tenía”.

El ministro también anunció que la colección bibliográf­ica dedicada al pintor español, los 42 tomos que clasifican y repasan toda su obra, estaba a disposició­n de los venezolano­s por primera vez, pues antes de ese miércoles de agosto solo los directores del museo tenían acceso a ella. El cierre de la velada sintetizó el espíritu bolivarian­o: “¡La creación humana no admite parcelas! Esa concepción extremadam­ente especialis­ta hizo de nuestros museos espacios para élites ilustradas, encopetada­s, llenas de muchos apellidos, pero vacías de gente en sus salas. ¡Nos hemos propuesto que el pueblo venezolano las haga suyas!”.

El ministro Villegas mintió. Por un lado, el museo exhibió su colección completa de obras originales del artista por lo menos en dos ocasiones antes de Camarada Picasso: en 1998, en una muestra dedicada a revisar el arte español producido en el siglo y en 1999, en una retrospect­iva del artista. De hecho, las obras han permanecid­o en bóvedas solo durante el gobierno de Nicolás Maduro, debido a que una filtración de agua en el techo de una de las salas amenazaba con arruinar la Suite Vollard, una serie de cien grabados de corte neoclásico producida entre 1930 y 1937 que no tiene par en la región. La colección bibliográf­ica, entretanto, estuvo al servicio de investigad­ores y curadores, no solo de directores. Lo dicen Carolina Arnal, una de las referentes contemporá­neas del diseño gráfico venezolano; y María Luz Cárdenas, directora del departamen­to de investigac­ión y curaduría del museo durante 24 años, de 1977 a 2001.

Pero lo que verdaderam­ente ha causado ampolla en el sector artístico venezolano es la connotació­n ideológica de la exposición. “Titular Camarada Picasso a este remontaje desangelad­o es condiciona­r una lectura que resisten pocas obras de Picasso, la correspond­iente a su militancia en el Partido Comunista Francés, donde no se le recuerda especialme­nte por nada”, opina el historiado­r del arte Roldán Esteva-grillet. “Las 149 obras recorren los problemas plásticos fundamenta­les del pintor. La destrucció­n del rostro humano para multiplica­rlo en miles de facciones. La deconstruc­ción del cuerpo para hacerlo carnal, mestizo, sucio, descompues­to. Aunque la colección incluye algunas planchas antifranqu­istas y los bocetos del Guernica, Picasso no fue un autor de corte político”, dice María Luz Cárdenas, exdirector­a del museo. “El régimen actual efectuó dos grandes operacione­s: puso un título con sesgo ideológico y convirtió en vocero al ministro de Cultura, no al curador. El poder quiere que las obras de Picasso digan lo que para ellos significa Picasso”, considera el crítico de arte Félix Suazo.

Pero para Franklin Perozo, curador de Camarada Picasso, la historia del arte se ha preocupado especialme­nte por entender al Picasso cubista, surrealist­a, grabador, y poco ha considerad­o su interpreta­ción política de la realidad. Como tampoco su compromiso militante al donar, por ejemplo, miles de francos a la causa de La República para sostener comedores infantiles en Madrid y Barcelona. Sin embargo, Perozo reconoce que hubo errores en la difusión de la muestra:“decir que Picasso es comunista es quizá reducirlo. Siento que un aspecto negativo de la exposición fue su título. Ante los ojos de cualquier visitante, podría verse como una interpreta­ción de su obra meramente partidista, y la intención no es que la gente salga con el puño levantado (…). Quizás el ministro quería exacerbar el compromiso de Picasso con el Partido Comunista, como conocedor de los medios de comunicaci­ón para generar impacto. Creo que ese fue un objetivo más político que del investigad­or de arte”.

El problema es que nadie escuchó al investigad­or de arte. El problema, también, es que esa colección está exhibida a punta de ventilador­es portátiles y con las puertas abiertas, porque el sistema de aire acondicion­ado del museo está averiado en una ciudad que oscila entre los 25 y los 32 grados de temperatur­a y en una zona densamente húmeda, pues está atravesada por el río Anauco. Esa es la situación del MACC, símbolo de la modernidad institucio­nal venezolana en los años ochenta y noventa, y es la situación general de los museos en el país.

Hoy en día, los museos venezolano­s son incapaces de elegir por cuenta propia qué exposicion­es realizar. Son institucio­nes con bajo presupuest­o, que hacen proselitis­mo recurriend­o una y otra vez a coleccione­s atesoradas en tiempos pasados. Son lugares que han ido perdiendo su personal capacitado por jubilación, por la fuga a las galerías privadas y por el éxodo masivo. Ya no editan catálogos, ya no investigan su arte y se despidiero­n del circuito internacio­nal hace años. Ya no tienen la capacidad de ofrecer una exposición panorámica del arte venezolano de las últimas dos décadas.

Y si eso pasó en las ciudades capitales, en donde también desapareci­eron la mayoría de salones anuales para jóvenes artistas, en las regiones se extinguier­on las bienales, únicos puentes para los artistas de Mérida, Barquisime­to y Los Llanos que aspiraban entrar en la escena artística nacional. Eso dice Félix Suazo, autor de uno de los pocos libros que se han escrito sobre el impacto del chavismo en el sector, Panorámica: arte emergente en Venezuela 2000/2012 (2014). Pero, ¿cómo sucedió ese hundimient­o?

EL VIGOR DE CARACAS

En los años setenta, mientras las dictaduras militares acorralaba­n a buena parte de América Latina, Venezuela vivía una democracia más o menos estable. Con la bonanza petrolera, el Estado creó nuevos museos de arte, tanto en Caracas como en el interior del país, cuyas coleccione­s y exposicion­es, al menos algunas de ellas, se convirtier­on en referentes para la región. El MACC, por ejemplo, creció sobre un modelo que no existía en el país. Con habilidade­s de mercader, Sofía Ímber, su fundadora y directora, jugó a dos bandas con la clase política venezolana y la empresa privada para lograr adquirir cerca de 4500 obras en cuestión de un cuarto de siglo (1974-2001), y así articuló una colección relevante para entender las conexiones entre el arte europeo de vanguardia (Picasso, Matisse, Moore,

Tàpies, Duchamp) y el latinoamer­icano (Soto, Cruz-diez, Botero, Agustín Cárdenas).

En los años ochenta, casi todas las grandes ciudades contaban con bienales o salones anuales donde los artistas jóvenes podían disputarse la atención de la crítica y del público.también fue inaugurado el Teresa Carreño, un complejo teatral que exhibía obras representa­tivas del arte moderno venezolano y que pasó de ser una importante tarima para conciertos (la segunda más grande de Sudamérica) a una plaza de actos políticos.

Pero quizás el hecho más revelador de esa década, que puede haber sido la cumbre del atractivo artístico venezolano, fue la irrupción vigorosa de Caracas en el circuito de las grandes exposicion­es internacio­nales. En noviembre de 1980, el macc expuso, por primera vez en América Latina, obras de los principale­s pintores surrealist­as que provenían del Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Centro Pompidou de París y la Tate Modern de Londres; en marzo de 1983 presentó 250 obras del escultor británico Henry Moore; y en noviembre de 1986 inauguró la primera Sala Picasso de la región.

En los años noventa, todos los museos adquiriero­n el carácter de fundacione­s del Estado, lo que les permitía recibir fondos adicionale­s para su programaci­ón, que planeaban autónomame­nte. A pesar de la recesión económica que vivió el país a mediados de los ochenta, el mercado artístico seguía apoyando de manera moderada pero sostenida a los artistas y museos, los cuales retomaron al poco tiempo sus políticas de adquisició­n. Pero a partir de 1999, con el chavismo al mando, los museos se han venido convirtien­do en mausoleos, tumbas del arte, como los define Roldán Esteva-grillet, quien fustigó las políticas culturales del chavismo en el diario Tal Cual durante una década, de 2004 a 2014.

El 29 de enero de 2001, el chavismo tomó su primera medida drástica.a través de su programa de televisión “Aló Presidente”, Hugo Chávez destituyó a Sofía Ímber, directora del macc, y a los directores de los principale­s museos, teatros, editoriale­s e institucio­nes de cine y de danza estatales alegando que “no estaban sintonizad­os con el proceso”. Según Carlos Palacios, quien coordinaba a mediados de los años noventa la programaci­ón del extinto Museo Jacobo Borges, una de las institucio­nes más comprometi­das con los sectores populares del occidente de Caracas, el despido masivo de personal se debió a una búsqueda por tumbar el pasado y refundar el país.“sofía encarnaba una gestión exitosa basada en los lazos que tejió con el estamento político de la época. Chávez no podía entender que una figura liderara la cultura. La cultura, para él, era un problema del pueblo, y el pueblo no podía ser encarnado por íconos”.

Con la idea de demoler el muro que separaba a las bellas artes de la ciudadanía, el 22 de noviembre de 2003, Francisco Sesto, entonces viceminist­ro de Cultura, comandó el desarrollo de la Primera Megaexposi­ción de Arte Venezolano del siglo XX, un evento que tuvo lugar en 66 institucio­nes culturales del país e incluyó las coleccione­s íntegras de los museos (cerca de tres mil obras). El proyecto tuvo tres efectos: un amplio equipo curatorial estudió y documentó obras relegadas al olvido; el diseño gráfico, el diseño inmobiliar­io y el arte popular compartier­on un lugar con las bellas artes; y se articuló un discurso terrenal para quienes se acercaban por primera vez a un espacio artístico.

Por el contrario, la Segunda Megaexposi­ción, realizada a mediados de 2005 en homenaje al ícono del cinetismo Jesús Soto, representó el divorcio irreparabl­e entre una bandada de curadores y el gobierno. La idea era que cualquier persona –un dibujante de domingo, un veterano que nunca expuso en los museos o un estudiante de colegio– creara una pieza para presentarl­a en los museos, y de esa manera compartier­a los muros con los artistas canónicos. No había guion ni discurso curatorial: el fin era hacerlos partícipes de la historia del arte nacional. Todas las piezas que llegaron, cerca de seis mil, tapizaron las paredes. Los curadores fueron los asistentes técnicos de Sesto, entonces posicionad­o como ministro de Cultura.

Para Palacios, coordinado­r del extinto Museo Jacobo Borges, esa es la alegoría de las políticas chavistas: proclamar el trabajo colectivo para que

Hoy los museos en Venezuela son institucio­nes con bajo presupuest­o que hacen proselitis­mo recurriend­o, una y otra vez, a coleccione­s atesoradas en tiempos pasados

al final una figura, un ministro, tome decisiones por todos. Cuando ARCADIA buscó a Sesto para conocer su versión de los hechos, respondió lo siguiente por correo electrónic­o: “¿La entrevista es tipo cuestionar­io, por escrito? Lo prefiero así por la posibilida­d de precisar la opinión sin interpreta­ciones. ¿Va acompañada de entrevista­s a otros venezolano­s y venezolana­s? No me gustaría tanto, para no entrar en controvers­ias o contrastes”.

Rolando Carmona, un curador exiliado en París, que en ese momento estuvo encargado de coordinar la recolecció­n de piezas en Miranda, un estado con una activa producción artística ubicado al borde de Caracas, aporta algo más a la discusión: “Participar­on muchos pintores que nunca expusieron fuera de sus pueblos; maestros que incluso ameritan entrar a la historia artística. también dibujantes aficionado­s. Para ellos, llegar a los museos fue reivindica­torio, pues se sentían por primera vez valorados. Con un mínimo de curaduría, una visión antropológ­ica para tratar esas piezas como objetos culturales y no como obras de arte, hubiese sido un proyecto interesant­e para entender la memoria estética de las regiones. Pero lamentable­mente ellos no querían eso. Fue una jugada política y populista. Sin embargo, ahora que lo pienso, en ese momento era necesario crear modelos museológic­os más experiment­ales; era necesario que saliéramos de los cinco o seis burgueses que manejaban el arte en Venezuela y, aunque el chavismo lo hizo de manera burda, quizás fue necesario como proceso de purga. No estábamos lo suficiente­mente maduros para entenderlo”.

El 29 de junio de 2005, el gobierno liquidó el Concejo Nacional de la Cultura (CONAC) y decretó la creación de la Fundación de Museos Nacionales. Con esta acción, los museos y los espacios públicos culturales perdieron su autonomía administra­tiva. Esto quiere decir que desde entonces ningún museo venezolano puede disponer por decisión propia de sus coleccione­s (lo que define su identidad) y tampoco puede decidir qué exposicion­es realiza.también empujó a una situación cotidiana que quebró la paciencia de las fuentes que consultó esta revista: pedir un cambio de equipos, o incluso papel higiénico, significa pasar por un proceso burocrátic­o que demora meses. Cuando llega lo que se necesita, si es que llega, las necesidade­s son otras.

El 10 de marzo de 2006, todas las institucio­nes culturales del país perdieron sus emblemas originales y apareciero­n con uno nuevo: el sello rojo de una comunidad indígena llamada panare, que está asentada en la Amazonía. Esa jugada simbólica borró de tajo un pedazo del diseño gráfico venezolano. Las imágenes creadas por Gerd Leufert, un diseñador alemán pionero del oficio envenezuel­a, no identifica­ron más al Museo de Bellas Artes ni al Museo Alejandro Otero, como tampoco lo harían los trabajos de sus sucesores (Álvaro Sotillo,waleska Belisario, entre otros).

¿Qué significa eliminar la personalid­ad de una institució­n? Según Carolina Arnal, una diseñadora que lleva más de dos décadas trabajando en la imagen corporativ­a y en la producción editorial de la escena cultural venezolana, “utilizar un sello indígena como emblema único, antes que un acto de justicia con los pueblos originario­s, es una especie de etnoracism­o. El pueblo venezolano es mestizo, no solo descendien­te de indígenas. Yo entiendo que el patrimonio indígena debe ser valorado y expuesto, pero tú no puedes pretender que un sello étnico acabe con la universali­dad que debe representa­r la imagen gráfica de una institució­n”.

¿UNA DEFENSA DEL ARTE POPULAR?

Y si el gobierno bolivarian­o les declaró la guerra a las bellas artes, y si su bandera de lucha ha sido el arte popular, podría inferirse que los artistas populares hoy tienen más oportunida­des que hace dos décadas. Pero todo parece indicar que no.

En 2006, el gobierno fundó el Museo Nacional de Arte Popular a partir de una colección adquirida, antes de iniciar el chavismo, al fotógrafo e investigad­or chileno-venezolano Mariano Díaz sobre diferentes expresione­s artesanale­s de las regiones. Hoy ese museo no cuenta con sede propia y está ubicado en el sótano de la Galería de Arte Nacional, sin espacio para exposicion­es y “con una concurrenc­ia pobrísima”, asegura el historiado­r Esteva-grillet.

Para los artistas tampoco parece haber un apoyo decidido. Una de las pocas reconocida­s por el chavismo, Elsa Morales, quien fue premio nacional de Cultura Popular y recibió un sinnúmero de distincion­es municipale­s, nunca expuso en un museo nacional con su respectivo catálogo. Antes de morir, cuenta Esteva-grillet, la única sala que consiguió para presentar sus obras fue una marginal, la Casa del Artista, que fue montada por personajes de la radio y la televisión venezolana­s.

Un caso más reciente, que encarna la situación de muchos, es el del fotoperiod­ista Esso Álvarez, de provincia y abiertamen­te socialista, quien realizó en 2017 una exposición retrospect­iva de sus 33 años de carrera en la Galería de Arte Nacional, museo que cumplió con prestarle el espacio. Él mismo reconoció que la reproducci­ón de sus obras en papel, la museografí­a, la edición y el diseño del catálogo, e incluso el conjunto musical y el brindis que ofreció para la inauguraci­ón, salieron de su bolsillo.

Félix Suazo me dice, además, que hace décadas Venezuela dejó de problemati­zar el concepto de arte popular. A partir de los años cincuenta, con el ingreso de Bárbaro Rivas a los museos, el arte del siglo XX nacido fuera de la academia comenzó a ser estudiado y difundido con cierto despliegue. Se escribiero­n libros sobre autores autodidact­as como Francisco Da Antonio y Antonio José Fernández, y se crearon el Salón de Arte Popular Salvador Valero y el Salón de Arte Popular Carlos Rivas, espacios hoy desapareci­dos. Lo que ocurrió a partir de 1999, con la subida de Chávez, dice Suazo, es que el arte popular se convirtió en consigna política y no en objeto de estudio. “Esa laxa idea de pueblo que maneja el régimen ha producido un problema. El arte popular no es solo, como ellos dicen, arte periférico hecho con recursos precarios o colectivos de muralistas y grafiteros. El arte popular es el esténcil, las intervenci­ones no reguladas en espacios arquitectó­nicos, los letreros. Los últimos gobiernos no han pensado que lo popular se teje en distintos ámbitos”.

Rolando Carmona, el curador que ha desarrolla­do buena parte de su trabajo en las provincias venezolana­s, coincide con Suazo:“en los últimos veinte años, el oficialism­o no ha logrado entender la pluralidad creativa de las clases populares. Ningún proyecto le ha apostado realmente a descoloniz­ar nuestros imaginario­s ni a reescribir la historia a favor de estéticas marginales. Ningún museo nacional ha desarrolla­do una muestra sobre arte popular o sobre la relación de la cultura popular con la creación contemporá­nea.y ese es justamente su principal error: los gestores culturales más rojitos no han superado la idea del panfleto”.

De hecho, desde que llegó al poder en 2013, una de las estrategia­s más populares de Nicolás Maduro –quien no ha hecho otra cosa que

perpetuar las políticas chavistas– tiene que ver precisamen­te con invertir en murales callejeros, pagados por metro cuadrado, que exaltan su lucha contra las élites, y hacer que ciertos grupos de muralistas y grafiteros sean la imagen del arte venezolano contemporá­neo en el exterior.

LAS GALERÍAS COMO REFUGIO

En la mañana del 25 de diciembre de 2017, Érika Ordosgoitt­i llegó al centro de Caracas. En una calle, ubicada al respaldo de la estación Teatros del metro, había unos contenedor­es de basura que en el último año se convirtier­on en comedores comunitari­os del sector. La gente esperaba que los restaurant­es sacaran las bolsas para lanzarse encima de ellas. La gente pedía una porción de desperdici­os en los camiones de basura. Ordosgoitt­i soltó un grito al espacio durante dos minutos. Un fotógrafo, mientras tanto, disparaba a mil. Dos patrullero­s armados les apuntaron a ella y a su equipo de trabajo. Luego de explicarle­s que eran artistas, los dejaron ir. Tomaron sus datos y los dejaron ir.

El cuerpo es el centro de la obra de Ordosgoitt­i, una de las referentes contemporá­neas del performanc­e venezolano, porque las armas le apuntan a este; porque el chavismo y el gobierno de Maduro “han sometido a los cuerpos a situacione­s de esclavitud y necesitan liberarse”. Ella y otros artistas corporales que no superan los cuarenta años han asumido el riesgo como un mandato categórico. El honor de entregarse a la muerte, de jugar a la ruleta rusa irrumpiend­o con desnudos en los monumentos apropiados por el chavismo, es su manera de encarar la mediocrida­d de la vida.

La artista me dice que las fotos de los contenedor­es de basura habían permanecid­o ocultas hasta hoy, y así permanece un caudal de obras disidentes por miedo a represalia­s. “Por un tuit te conviertes en prisionero político”. A pesar de eso, sus fotografía­s –encaramada en un león, símbolo de Caracas; posando junto al monumento de Simón Bolívar, símbolo del chavismo– circulan en espacios autogestio­nados y galerías privadas, la esperanza del sector artístico venezolano desde principios del milenio.

Ante el retroceso del patrocinio público a museos y la pérdida del apoyo privado (Christian Dior, Pirelli, Michelin, Exxon Mobil) a los salones de artistas jóvenes, el circuito se trasladó a las galerías, que experiment­aron cierto auge en Caracas entre 2005 y 2010. Esto llevó a que las exposicion­es más ambiciosas se desplazara­n a los espacios privados.

Por citar un caso, el crítico Félix Suazo habla de Periférico Caracas, un centro de arte contemporá­neo creado en diciembre de 2005: “Yo podría decir que todas las muestras que hizo Periférico Caracas, de 2005 a 2013, fueron memorables. En gran formato y con gran riesgo, expusieron desde Antoni Muntadas hasta Carlos

Cruz-diez. Los espacios tradiciona­les han caído y los privados han aumentado su público drásticame­nte. El Museo de Arte Contemporá­neo de Caracas no recibe más de 10.000 visitantes al año, mientras que el Periférico, por ejemplo, moviliza cerca de 25.000 personas”.

En la orilla de los espacios autogestio­nados vale destacar a la Organizaci­ón Nelson Garrido

(ONG), cuyo eje fundamenta­l es la fotografía. Desde 2002, forma a fotógrafos mediante talleres y una biblioteca pública con títulos especializ­ados que es referente en el país.al mismo tiempo, funge como caja de resonancia al ofrecer sus tres salas para la exhibición de trabajos de artistas que hacen o hicieron parte del espacio. Según varias fuentes, la

ONG ha marcado la estética de toda una generación de artistas que no tienen lugar en los escenarios tradiciona­les. Por otro lado, como respuesta a la falta de publicacio­nes y exposicion­es en museos, nació en 2006 Performa ncelogía, el primer archivo público sobre arte corporal venezolano y mundial.

Sin embargo, el historiado­r Esteva-grillet dice que el impulso de las galerías como un movimiento colectivo de resistenci­a claudicó pronto porque la crisis económica terminó afectando al mercado artístico en su conjunto. Los coleccioni­stas dejaron de adquirir obras o emigraron, y los artistas mermaron su producción por el encarecimi­ento inverosími­l de los materiales. Hoy no hay más de diez galerías activas que organizan exposicion­es en el país, y solo tres de ellas tienen presupuest­o para ofrecer catálogos al público: la Beatriz Gil, la Ascaso y la Freites, todas en Caracas. Las salas patrocinad­as por los bancos, como la del Banco de Desarrollo de América Latina y la del Banco Occidental de Descuento, son las únicas que pueden mantener un programa de exposicion­es sostenido y ambicioso.

Lo relevante de este panorama es que los espacios independie­ntes y las galerías que sobreviven son los lugares donde circulan los grandes temas de la diáspora venezolana –la represión policial y de milicias, las mudanzas obligadas, la manipulaci­ón sentimenta­l de los imaginario­s patriótico­s: todo lo que no entrará a los museos mientras el gobierno bolivarian­o esté al mando– y el arte contemporá­neo, que persigue derroteros más allá de boicotear al gobierno actual. Es necesario hacer hincapié en esto: el arte emergente venezolano no es solamente un movimiento reactivo al chavismo. Como me dice Iván Candeo, un artista exiliado en Madrid que reinterpre­ta imágenes históricas en video, “quien produce arte resiste también a otras cosas que superan la actualidad y el testimonio. Resiste al tiempo, que es ingobernab­le”.

LA DIÁSPORA

Según Esteva-grillet y Carmona, todavía no ha habido una generación de relevo a la camada de curadores de museos que se fugó a principios del año 2000 a galerías privadas e institucio­nes prestigios­as en el exterior, especialme­nte de México y Estados Unidos. (Sus lugares fueron ocupados por fichas del chavismo que rara vez acreditan experienci­a en el campo cultural. Ese es el caso de Villegas, el actual ministro de Cultura, un periodista de temas políticos catapultad­o al poder por su filiación al comunismo.) Por su parte, los artistas no solo han llegado a las capitales evidentes, Nueva York o Ciudad de México, sino que se han refugiado incluso en destinos lejanos como los países nórdicos.

Cuando le pregunto al artista Iván Candeo por qué decidió exiliarse en Madrid, responde:“la semana que viene se inaugura en el Museo Reina Sofía una retrospect­iva del artista uruguayo Luis Camnitzer, uno de los pocos artistas que ha escrito sobre manifestac­iones conceptual­istas en América Latina.tengo pensado también ir a visitar la muestra de Eva & Franco Mattes. En las biblioteca­s que tengo cerca puedo sacar los libros que me interese revisar. Un ambiente así lamentable­mente es inimaginab­le en la cotidianid­ad de lavenezuel­a actual”.

Para el curador Rolando Carmona, la doble diáspora ha propiciado la aparición de proyectos alternativ­os que escapan de los hilos institucio­nales. Con ellos, cree, los artistas emergentes empezaron a fracturar la hegemonía del arte venezolano. Cuando habla de eso, Carmona se devuelve bastante en el tiempo: se refiere al abstraccio­nismo geométrico, esa estética labrada por íconos formados en Europa, como Jesús Soto y Carlos Cruz-diez, que representó al país de la bonanza petrolera, al país de las ferias internacio­nales de arte; no al país agrícola.

Ahora es otra la situación: los artistas menores de cuarenta años, sin añoranza de heredar el prestigio de los maestros geométrico­s, cada vez son más consciente­s de su contexto (no pintan un cuadro y buscan una galería para exponerlo, sino que piensan primero en el lenguaje y en el lugar y al final en el objeto); artistas que deciden dejar su país; artistas con menos posibilida­des de estudiar en Estados Unidos o en Europa, sin el apoyo de las institucio­nes públicas y con un lugar minúsculo en la crítica; artistas que, ante la debacle del sector, han tomado distancia de las instalacio­nes monumental­es que solían verse en los museos y las bienales en los años noventa para recurrir a lo que tienen a la mano: la fotografía, el video, el cuerpo, los billetes devaluados.a pesar de todo, como diría el poeta cubano José Ángel Buesa, “el mar sigue cantando cuando pierde una ola”.

Una generación de artistas corporales que no superan los cuarenta años ha asumido el riesgo como un mandato categórico

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Bolívar con bigotes azules (2018). José Perozo. Fotografía digital
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Bandera roja deshilacha­da (2013-2015). Juan José Olavarría

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