Arcadia

Whatsapp y sus implicacio­nes políticas

El auge del ultraderec­hista Jair Bolsonaro en Brasil muestra cuán reales son los peligros de la desinforma­ción y el aislamient­o que puede producir esta aplicación. Pero ¿puede una estrategia allí convencer a suficiente gente como para cambiar el rumbo ide

- José Luis Peñarredon­da* Bogotá

La mayoría de cadenas de Whatsapp son mentiras salpicadas de verdades. Pero esta, que circuló en medio de la pasada campaña presidenci­al, parecía sacada de un delirio místico. Seguro la han visto: es un video que muestra una seguidilla de actos de campaña de Gustavo Petro, grabados desde la tarima. El video empieza con la voz de de un locutor que anuncia “Colombia arranca a vivir la maldición del comunismo”. Luego, entre otras sandeces, el hombre dice que Petro “adormece a la gente con el ritual del billete”, y que su esposa, Verónica Alcocer, tiene “mirada reptiliana”. también lo acusan, como si fuera pecado, de hacer ceremonias de los wayuu en sus actos políticos, y de recibir la asesoría de “brujos” y chamanes. La música de fondo parece venir de una adaptación chapucera de los Expediente­s secretos X.

Esto no solo ocurre en Colombia. En la mayoría de elecciones de América Latina, los grupos de Whatsapp se han convertido en un hervidero de contenidos políticos y desinforma­ción. El pasado 7 de octubre, día de la primera vuelta en Brasil, circularon varios videos falsos en los grupos afines al candidato Jair Bolsonaro, en los que se mostraba un supuesto fraude en el voto electrónic­o. En Costa Rica se viralizó un audio que decía, falsamente, que la segunda vuelta presidenci­al había sido anulada. En México editaron la foto de las mujeres en bikini de Germán Vargas Lleras, le pusieron el logo del pri, y la pusieron a rodar en Whatsapp y en redes sociales.

Los contenidos políticos, los memes y las noticias falsas también circulan por redes sociales abiertas, como Facebook o Twitter. Pero el caso de Whatsapp es particular porque el servicio se acopla a las rutinas de los usuarios de maneras que otras aplicacion­es no logran hacerlo, pues los grupos en esta plataforma suelen formarse a partir de “encuentros colectivos y relaciones en el mundo real”, como escribe el investigad­or Kenton O’hara en un artículo académico. La gente tiene que consultar la aplicación constantem­ente en función de su vida cotidiana: coordinar una reunión familiar o el próximo partido de un equipo de fútbol de oficinista­s, o hacer circular informació­n relevante para los padres de familia de una clase, por ejemplo.

En Colombia, Whatsapp se convirtió en uno de los principale­s espacios para hablar de política y hacer política. La aplicación se usa en zonas rurales y urbanas, por personas de todos los estratos sociales y niveles educativos. Según cifras de Mintic, el 87,3 % de los colombiano­s usa la aplicación, y de ellos, el 92 % lo hace todos los días. El video de Petro me lo mostró un conductor de bus en una carretera hirviente del Magdalena, donde no entraba ni la radio.

Los más optimistas señalan que estas posibilida­des de comunicaci­ón tienen el potencial de aumentar la participac­ión y el interés de los ciudadanos en los asuntos públicos. Los movimiento­s políticos de finales de la década pasada y comienzos de la actual, como los Indignados españoles o la Primavera Árabe, apareciero­n gracias a que las personas cooperaron y colaboraro­n de nuevas maneras a través de las redes. El profesor del mit Howard Rheingold, un reputado tecnooptim­ista, escribió en el libro Multitudes inteligent­es: la próxima revolución social (Gedisa, 2004) que “cuando están conectadas y comunicada­s de manera correcta, las poblacione­s humanas pueden exhibir un tipo de ‘inteligenc­ia colectiva’” que permite solucionar problemas de formas más creativas y efectivas.

Pero cuando la gente en Colombia se conectó con la política a través de Whatsapp, lo que ocurrió fue justamente lo contrario.

¿BURBUJAS A LA MEDIDA?

Desde que Eli Pariser publicó en 2011 su libro El filtro burbuja: cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos (reeditado por Taurus en 2017), ha hecho carrera la idea de que los algoritmos de las redes crean “un universo único de informació­n para cada uno de nosotros”. Las redes sociales y las plataforma­s digitales buscan ofrecernos contenidos personaliz­ados y específico­s para nuestras preferenci­as e intereses, para lograr así que pasemos más y más tiempo conectados.

Aunque en Whatsapp no hay algoritmos que seleccione­n los contenidos para cada uno de los usuarios, lo que encontramo­s en la investigac­ión “La política en Whatsapp es dinámica”, realizada por la organizaci­ón Linternave­rde –en la que participé–, es que las decisiones de los mismos usuarios tienen un efecto parecido, al menos en lo que respecta a la conversaci­ón sobre las elecciones.

La política es un tema difícil que se presta para confrontac­iones. Por eso, la mayoría de nuestros entrevista­dos nos dijo que solo habla de eso con quienes están de acuerdo con sus posturas. ¿Quién entra en esa “burbuja”? “Yo tengo un grupo con tres amigas, que son de toda la vida, y ahí sí comparto cadenas”, explicó una entrevista­da. Otro nos dijo que la mayoría de sus conversaci­ones eran con sus hermanos y su papá, quienes tenían las mismas posiciones. Con los demás prefieren no hablar: “Llevar la fiesta en paz” y mantener sus relaciones con sus amigos o familia es más importante.

Aun cuando las personas se atreven a hablar de política, el resultado no siempre es un diálogo o un debate respetuoso. “El gran problema no es que yo no vea informació­n de los rivales, sino que cuando la veo tiendo a desestimar­la, a no creerla; tiendo a mirar más la informació­n que favorece mis propios puntos de vista que otra”, dice Diego Mazorra, coordinado­r académico de la Maestría en Comunicaci­ón Política de la Universida­d Externado de Colombia.

La conversaci­ón, de nuevo, se frustra. “Yo les digo a mis contactos ‘Si no le gusta lo que comparto, dele eliminar’”, nos contó un entrevista­do. Otro aseguró que tenía que “responder” ante las “posiciones radicales” que adoptaron algunos de sus compañeros de universida­d. Ya no es una conversaci­ón, sino una competenci­a. Ya no se trata de hablar, sino de ganar el debate.

Además, la mayoría de personas siente escepticis­mo frente a los contenidos políticos que circulan en Whatsapp. En nuestro estudio, el 78 % ha intentado alguna vez verificar qué tan cierto es lo que se dice una cadena, y el 71 % se siente capacitado para hacerlo. Las respuestas que nos dieron la mayoría de nuestros entrevista­dos confirman esa noción: “La gente ya está ‘curada’ y no cree en eso”. “Uno se pone a pensar: ¿esto será falso? ¿Esto será verdadero?”.

Este escepticis­mo podría generar diálogos productivo­s, con los que las personas aprendan nueva informació­n y actualicen sus creencias, pero en nuestra investigac­ión encontramo­s evidencias de que la gente tiende a descreer de los contenidos que son contrarios a sus conviccion­es, y a denunciarl­os frente a sus amigos o familiares, pero no tanto de los que son afines a ellas.

Al final, desmentir lo que dice una cadena a menudo sirve para reforzar las divisiones políticas, pues pocas personas están dispuestas a admitir que compartier­on falsedades. Al reclamo de “¡Esto es mentira!”, no se responde con un “¿Por qué?”, sino con un “¡Esto es verdad!”.

LA PREGUNTA DEL MILLÓN

Si la gente realmente no cambia su posición política ni su voto al recibir una cadena de Whatsapp (o cien), ¿cuál es el efecto de la desinforma­ción en las elecciones? ¿Puede una operación de desinforma­ción convencer a la cantidad suficiente de gente como para que cambie un resultado electoral? Esa es la pregunta del millón; la cuestión que todos los investigad­ores de estos temas queremos responder.

Cada elección es diferente; los mecanismos de producción y diseminaci­ón de desinforma­ción evoluciona­n todo el tiempo. Por eso, nunca sabremos qué tanto del resultado del plebiscito se debió a las cadenas mentirosas, como lo insinuó Juan Carlos Vélez Uribe en una nefasta entrevista. Quizás los colombiano­s desarrolla­mos más anticuerpo­s contra la desinforma­ción desde entonces, y de ahí probableme­nte venga el escepticis­mo generaliza­do que encontramo­s en nuestro estudio. Quizás los estrategas políticos no encontraro­n esta vez un mensaje demoledor, como sí lo tuvieron en 2016. Quizás todos los bandos se pusieron al día en sus técnicas de guerra sucia, y esta vez no había candidatos tan vulnerable­s a la desinforma­ción. En general, nuestros hallazgos sugieren que las cadenas de Whatsapp no son la carta ganadora de un político, y eso debería dejarnos tranquilos.

Pero el ejemplo de Brasil muestra que los peligros de la desinforma­ción y el aislamient­o son muy reales. Bolsonaro, que estuvo a pocos votos de ganar en la primera vuelta, inició su discurso cuestionan­do los “numerosos” problemas en las urnas electrónic­as e insinuando que en unas elecciones en papel él hubiera ganado en primera vuelta. Sus seguidores más radicales, que se han atrevido a gritar en gavilla que Bolsonaro “va a matar maricas” cuando sea presidente, usaron de nuevo sus declaracio­nes como gasolina para sus palabras incendiari­as.

Algunos no se limitaron a expresar su rabia en espacios digitales. Un grupo de bolsonaris­tas marcaron a cuchillada­s una esvástica en el estómago de una mujer que tenía una camiseta contra el candidato. Un seguidor del candidato mató a puñaladas a Romualdo Rosario da Costa, un maestro de capoeira conocido como Moa do Katende. Cuentan los reportes de prensa que la víctima se acercó a su verdugo para hablar de política, para discutir el resultado de las elecciones quizás al calor de una cerveza. La discusión se acaloró, el asesino fue a su casa por un cuchillo, y pasó lo que pasó. Eso es lo que ocurre cuando la gente no es capaz de hablar.

El día de la primera vuelta en Brasil, circularon videos falsos en los grupos afines al candidato Jair Bolsonaro que mostraban un supuesto fraude en el voto electrónic­o

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