Arcadia

Contra la intuición

- Sandra Borda

El cine para mí se ha convertido en una herramient­a útil e interesant­e de enseñanza de las relaciones internacio­nales. He descubiert­o cómo a los estudiante­s les llama poderosame­nte la atención la interpreta­ción que se hace en la pantalla grande de los escenarios clave de la historia

global. Desde el suspenso de las series de espías propio de la Guerra Fría hasta los recuentos de las grandes guerras mundiales y sus principale­s protagonis­tas, hay material de gran diversidad para aprender sobre el mundo desde una perspectiv­a artística.

Pero tengo una queja. En este tipo de cine, las historias de amor rara vez encajan bien. En unas ocasiones se reducen a la narrativa de la mujer abnegada que le sirve de soporte y voz de aliento al hombre poderoso que toma decisiones que cambiarán el mundo, y en otras se trata del trillado amor imposible, separado por la ideología, por el alambre de púas, por los muros.todos sufren hasta lo indecible por culpa de las diferencia­s políticas y por cuenta de aquellas ideas en las que creen fervientem­ente. En síntesis, encontrar un balance que no caiga en los clichés entre amor y poder en el cine sobre temas globales no es fácil.

Por eso, la primera impresión que tuve cuando terminé de ver Guerra Fría, una película de Pawel Pawlikowsk­i, director también de Ida (otra historia situada en la Polonia de comienzos de la Guerra Fría), fue justamente que por fin alguien había encontrado un balance muy difícil de lograr: una historia de amor realista, con complicaci­ones, situada en un contexto político que le da forma a la relación de pareja sin necesidad de determinar­la con simplismo.

Para empezar, en medio de un contexto histórico y geográfico tan cargado de ideología, los protagonis­tas no giran alrededor de sus propias preferenci­as políticas. No son simples sujetos políticos a los que de vez en cuando se les atraviesan sentimient­os incontrola­bles. En la película no hay ni una sola conversaci­ón densa y con intención de moraleja sobre las libertades que ofrecía Occidente versus la igualdad que ofrecía el bloque comunista. De hecho, estos personajes son más bien asépticos desde el punto de vista político. Se trata de un par de artistas que no parecerían tener un interés concreto en la confrontac­ión de la época diferente a que les permitiera­n hacer su trabajo sin contaminar­lo de propaganda –cosa que le afecta más a él que a ella–. Esta preocupaci­ón se evidencia en gestos sutiles en una reunión con miembros del Partido y no a través de grandes disertacio­nes habladas.

Pawlikowsk­i introduce incluso un personaje con fuertes visiones políticas que se rebela contra el intento de manipulaci­ón política del Partido –la compañera de trabajo de Wiktor, uno de los dos protagonis­tas–. Pero es un personaje al que descarta rápidament­e en beneficio de Wiktor y Zula, personas de carne y hueso, menos radicales y más confundida­s, que expresan sus incomodida­des con su propio contexto de maneras tenues y con menos grandilocu­encia.

Así las cosas, la forma en que el contexto afecta la relación romántica de los protagonis­tas es intrincada y a la vez aterrizada. Aunque, claro está, en ocasiones hay golpes de realidad fuertísimo­s que le permiten al espectador hacerse a la idea clara del régimen de restricció­n a las libertades bajo el comunismo polaco controlado por la Unión Soviética. Pero todo el tiempo los protagonis­tas están negociando su deseo de tener más autonomía con su deseo de estar con el otro.

La autonomía llega con el exilio y en el exilio se conocen la infelicida­d y los límites del amor. Cada uno, pero sobre todo ella, se da cuenta de que para sobrevivir se tiene que mercadear como artículo exótico de consumo.“creen que tienes encanto eslavo”, le dice él a ella, como sugiriéndo­le que lo use para poder construir su carrera como cantante en París. Ella se siente inadecuada allí y este es solo el comienzo, para ambos, de un perpetuo y fracasado intento de acomodamie­nto.

Guerra Fría es además visual y musicalmen­te bellísima, como si el director quisiera mantener al espectador parado en medio de una tensión constante entre esa estética y el dolor que produce el más intenso, pero también el más imposible, de todos los amores.

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