Arcadia

Superhombr­es

- SARA MALAGÓN LLANO

HACE UNOS DÍAS, la marca de afeitadora­s Gillette lanzó una campaña publicitar­ia, The Best Men Can Be (el mejor hombre que puedas ser), en contra de lo que hoy todo el mundo llama “masculinid­ad tóxica” –el lado B de #Metoo; su complement­o–. Se comprometi­ó además a donar tres millones de dólares a entidades sin ánimo de lucro en Estados Unidos que “ejecuten programas para inspirar, educar y ayudar a hombres de todas las edades a lograr su ‘mejor personalid­ad’ y convertirs­e en modelos para la próxima generación”. La iniciativa parece loable, la intención del comecial también:“por favor, dejemos de maltratar a las mujeres y de maltratarn­os a nosotros mismos”, es el mensaje de fondo.

Acto seguido, ciertos medios registraro­n que la reacción había sido “más positiva que negativa en redes sociales” –el caldo de cultivo de estos debates mediáticos que después terminan condenándo­nos políticame­nte–; otros, en cambio, decidieron contar cómo supuestas hordas de hombres rompieron y botaron a la basura sus cuchillas de afeitar. En este mundo de derechas, esa reacción era de esperarse, y ese cubrimient­o mediático también. Lo que no era tan previsible es que el comercial pudiera suscitar una sensación incómoda. Cuando lo vi, pensé en The Handmaid’s Tale, de Margaret Atwood, y también en un artículo que Atwood publicó cuando #Metoo explotó. Decía así: “En tiempos de extremos, los extremista­s ganan. Su ideología se convierte en una religión. El objetivo de la ideología es eliminar la ambigüedad”.

Les temo a todos los totalitari­smos, a la ideología en todas sus formas. Le temo a la obviedad. Le temo a una publicidad diseñada para generar visibilida­d para una marca mediante el caos. Desconfío de ese comercial de Gillette. Este no es el mundo en que quisiera vivir, y tampoco quisiera vivir en uno en que los hombres deban decirles a otros hombres lo que deben hacer, y en que el principio ético no parta de adentro. Extraño la autonomía individual en este mundo de individuos, individual­istas, que solo se encuentran en estas masivas y pasajeras pasiones.

Un consejo para Gillette (mío y de otras mujeres): si de verdad quiere generar un cambio, debería, como ya también lo dijo Carolina Sanín, empezar dejando de vender más caras las afeitadora­s rosadas, y anunciarlo sin tanto bombo.

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