Werner Herzog
Werner Herzog plantea en su obra las formas en que la humanidad ha intentado ir más allá de sí misma para expandirse. Y cómo ha pagado el precio de su propia destrucción.
“¡Soy los billones! ¡Soy el teatro en la jungla! ¡Soy el inventor del caucho! ¡Solo a través de mí el caucho se hace palabra!”
De Fitzcarraldo (Werner Herzog, 1982)
“Haremos historia, como otros han hecho obras de teatro”
De Aguirre, la ira de Dios (Werner Herzog, 1972)
En una entrevista reciente con Werner Herzog –hecha después del premio a la trayectoria que recibió en diciembre pasado de la Academia de Cine Europeo–, un periodista de la Deutsche Welle le pregunta si después de rodar en la selva, en el desierto y en la Antártida existe aún un lugar donde quisiera filmar y no lo ha hecho.“me gustaría ir al espacio. O a la Luna o Marte, si eso es posible algún día”, contesta el director. Esa respuesta, que en otro parecería una travesura, en Herzog condensa el ethos particular de su cine, siempre en la búsqueda de traspasar límites de todo orden.
Eso –ir siempre más lejos– es lo que intenta uno de los personajes emblemáticos del cine temprano de este alemán, atravesado por una variación particular del espíritu romántico de otros compatriotas suyos. Es el tallador de madera y saltador de esquí Walter Steiner, protagonista de un retrato documental que nos revela al héroe prototípico del director: el solitario que intenta ser superior a sus propios miedos y demonios.a quien conozca el cine de Herzog le resultará familiar ese empecinamiento. Es el de Fitzcarraldo, conquistador de lo inútil, que quiere llevar la gran ópera a la selva; el de Francisco Manoel da Silva, que deja de ser un minero explotado para convertirse en el célebre bandido Cobraverde, azotador del sertão brasileño; el del alucinado conquistador español Lope de Aguirre; el del soldado doblegado por los celos y la humillación social de Woyzeck (1979).
En Conquista de lo inútil, el diario de filmación de Fitzcarraldo (1982), Herzog escribió:“vista desde el aire, la selva ondulada debajo de mí, aparentemente pacífica, pero es solo una ilusión, porque la naturaleza en su ser más íntimo nunca es pacífica. Incluso cuando es desnaturalizada, domesticada, les devuelve el golpe a los domadores y los degrada al nivel de animales domésticos, de chanchos rosados, que luego se consumen como grasa en la sartén”. No es pues una belleza simple o tranquilizadora la que el director alemán busca en la naturaleza, sino el encuentro en esta de las mismas fuerzas contradictorias que impulsan a los humanos. La interacción problemática entre cultura y naturaleza, colonizadores y colonizados, y la posibilidad siempre latente de que estos últimos devoren a los primeros, como el oso a su cuidador en otro inolvidable documental: Grizzly Man (2005).
Herzog siempre asiste fascinado al espectáculo de la destrucción e intuye los ímpetus tanáticos detrás de los pequeños y aparentemente insignificantes sacrificios o de los grandes apocalipsis que nos esperan. En Encuentros en el fin del mundo (2008), su documental filmado en la Antártida, busca a un grupo de científicos que trabaja allí y que conforma una especie de comunidad extrema, aislada del mundo por libre elección.aunque se nos advierte que esta no es “otra dichosa película de pingüinos”, la toma de uno de ellos que marcha solitario en la dirección equivocada, donde encontrará la muerte, es un momento herzogiano por excelencia y el clímax del documental. El individuo (en este caso un animal) que se separa de la masa, la terrible belleza de ese gesto.
VIAJAR A LOS CONFINES DEL MUNDO
Pero volvamos a esa respuesta de Herzog, tan reciente, que resuena con otra, muy anterior, que encontramos en Tokio-ga (1985), el documental que Wim Wenders filmó en Japón tras la huella del director Yasujiro Ozu. Allí, desde lo alto de un edificio, en la primavera de 1983 cuando el documental es filmado, Herzog, que asistía a una muestra de cine alemán, declara:“necesitamos imágenes puras y absolutas, que reflejen nuestra civilización como un todo, y nuestras voces más propias y profundas. (…) Si yo deseo encontrar imágenes que sean limpias, puras y transparentes, tengo que escalar una montaña de ocho mil metros de altura.aquí no puedo hacerlo más. Si realmente quisiera buscarlas, tendría que ir a Marte o a Saturno en el próximo transbordador espacial”.
En el Herzog que pronuncia ese sermón desde las alturas se evidencian el malestar y la impaciencia. Han pasado apenas dos décadas desde sus primeros cortometrajes de los años sesenta y ya el director parece sentir que todo lo filmable se ha agotado. Otros grandes directores contemporáneos, desde Wim Wenders hasta Bernardo Bertolucci, también parecían participar de esa extenuación, lo que los llevó a buscar distintos confines que dieran satisfacción a una sed de absoluto que el suelo local o propio ya no puede proveer. Es imposible no reparar en que ese malestar de la civilización es parte de la conciencia europea y que las derivas que provoca tienen un tinte colonial.
Solo desde el privilegio colonial se puede imaginar, por ejemplo, la conquista del espacio. En Lo and Behold (2016), el documental de Herzog sobre internet, conformado básicamente por testimonios de expertos en la red y de digresiones sobre la inteligencia artificial –entre otros asuntos–, se habla de la posibilidad de enviar personas a Marte. El director se propone a sí mismo como parte de la misión. Así que, si se revisan estos antecedentes, tiene mucho sentido que en un festival como el Ficci de este año, que propone como tema central pensar la deriva cósmica, Herzog sea el invitado central.
Lo que no se puede esperar de él son respuestas biempensantes. Sí, en las películas de Herzog es posible rastrear señales del largo camino que nos ha traído hasta el actual desastre climático. Pero todo en él parece indicar que considera ese destino de muerte como algo voluntariamente elegido e inevitable. Es el cumplimiento de ese costado autodestructivo que empuja a los humanos hacia su propia extinción. En la obra de Herzog se lee una memoria del mundo y de la especie humana dentro de él, desde los antepasados que pintaban en las cuevas (cuyo frágil legado documenta en Cave of Forgotten Dreams, 2011) hasta los grandes viajes de exploración con sus depredaciones y sus excesos, y las formas en que la humanidad ha intentado ser más que ella misma, para expandirse, pagando el precio de su propia destrucción.
LA DERIVA DE LA MEMORIA
Herzog está vinculado a la memoria de Cartagena, de su festival de cine y del cine colombiano, y a las contradicciones que acarrea la presencia de extranjeros en los rodajes que han tenido escenarios nacionales como locación. En 1986, con el apoyo de Salvo Basile, quien durante años formó parte de la junta directiva del Ficci, y algunos miembros del Grupo de Cali (entre ellos Sandro Romero Rey, Carlos Mayolo, Luis Ospina y Karen Lamassonne), Herzog filmó algunas escenas de Cobra Verde (1987) en el Valle del Cauca, Cartagena y Villa de Leyva. Las aventuras de Herzog (y de su actor fetiche Klaus Kinski) son recogidas en “La ira de Dios. Recuerdos de Klaus Kinski en Kolombia”, un artículo de Romero Rey publicado en 2008 en El Malpensante. Más allá de la vertiente anecdótica que colma el texto, se hacen visibles la inherente condición extractivista del cine, y su potencial depredador y colonial. Herzog, en el célebre diario de filmación de Fitzcarraldo, ya citado, es bastante sincero al respecto.
Ojalá en este próximo Ficci esas contradicciones, ineludibles para un país como Colombia que se quiere promocionar como escenario de rodajes, se puedan debatir con sinceridad y sin fanatismos.“el fin justifica los medios.y creo que Herzog lo ha sabido como nadie”, escribe Romero Rey en su crónica.aunque se refiere de forma muy concreta a los sacrificios que Herzog hizo en su tirante relación con Kinski (a quien el director llamara “mi enemigo íntimo”), con el propósito último de lograr los maravillosos resultados estéticos de las cinco películas que realizaron juntos, no es un despropósito extender esa pregunta a las consecuencias que el cine tiene sobre los paisajes naturales, las personas individuales y las comunidades. Por lo menos en un festival cuyo norte es poner el foco en esos asuntos.
Como se vio antes, Herzog filmó en Cartagena algunas escenas de Cobra Verde. En 1994 volvió a la ciudad como invitado y jurado de su festival de cine. En “5 irrepetibles momentos del Festival de Cine de Cartagena”, una crónica de 2011 para ARCADIA, Luis Ospina rememoró la presencia del alemán.“el de 1994 es recordado como el Festival de los abucheos. Ese año se estrenó el film venezolano Bésame mucho, protagonizado por Amparo Grisales, quien interpretó un papel para el olvido. El último día del evento se corrió la voz de que la colombiana se ganaría un premio India Catalina. Los críticos de cine armaron una sola conspiración. Le dieron pitos al público. Nunca se había escuchado una rechifla similar (…). Esa misma noche, el jurado, comandado por un enfurecido Werner Herzog, se negó a dar premios en tres categorías: actor, fotografía y mejor película”.
Por mi parte recuerdo a Herzog, en esa misma edición del Festival, ofreciendo una master class en el Paraninfo de la Universidad de Cartagena. Para el impaciente espectador de cine que yo era por entonces, las acciones de Herzog estaban a la baja. Sus películas de los años setenta y ochenta me habían fascinado por esa mezcla de terquedad y delirio que guiaba a sus personajes.también habían transformado la visión del cine devíctor Gaviria, quien “muy a lo Herzog”, según él mismo lo recuerda, hizo sus primeros cortometrajes desde finales de la década de 1970. Una generación de espectadores se acercó a esas películas de la mano del crítico antioqueño Luis Alberto Álvarez, quien las conocía desde su estancia en Alemania. Pero en 1994 me parecía que Herzog era más un aventurero que un cineasta, que había cedido al escepticismo sobre las imágenes que era palpable en su discurso de Tokio, y así se lo dije, bajo el calor sofocante apenas atenuado por los muy malos ventiladores del Paraninfo de la alma mater cartagenera.yo también supe entonces de la ira de Herzog. El cine del director alemán no se detuvo en esa estación. De 1994 hasta acá ha explorado muchos confines y límites.también el Ficci cambió. Revisitar sus sesenta ediciones es siempre ir al fondo de recuerdos propios, allí donde la memoria de uno se encuentra con la memoria social.
Hasta 2019 el Ficci había inaugurado su programación con una película de la selección nacional rodada en Colombia. Pero esta vez abrirá su edición número sesenta con el filme italiano Esperando a los bárbaros, dirigido por el colombiano Ciro Guerra –es su primera obra en habla inglesa– y protagonizado por Mark Rylance, Johnny Depp y Robert Pattinson.
La película debutó en la competencia oficial del Festival de Venecia y es una adaptación de la novela homónima (Waiting for the Barbarians) de J. M. Coetzee, nobel de literatura sudafricano, quien colaboró en la escritura del guion. La novela cuestiona el colonialismo y la autoridad, y elabora una parábola de una sociedad desquiciada por el racismo. Mediante un episodio particular en un imperio anónimo, Esperando a los bárbaros denuncia la brutalidad y los efectos del abuso del poder.
Que el Ficci haya escogido este filme para la proyección inaugural señala dos cosas. Uno, que los esfuerzos de dos largas décadas para promocionar el trabajo de los realizadores del país en los mercados y festivales internacionales han dado resultados significativos.y dos, que la nueva dirección artística del festival está interesada en abrir el Ficci, en hacerlo más internacional.“el Ficci se concibe como una plataforma que debe exhibir el más amplio espectro que hoy conforma la producción mundial”, afirma justamente el alemán Ansgar Vogt, nuevo jefe de Programación, quien sucedió en el cargo al colombiano Juan Carvajal tras su renuncia.
El director artístico Felipe Aljure ha implementado varios cambios estructurales desde 2019, como la eliminación de las competencias y la inclusión de curadores extranjeros en el equipo de programación. Pero también ha expresado su interés por ofrecer un evento de calidad, gratuito e inclusivo, no solo en términos de participación, sino también formales y discursivos.
Este año el Ficci perdió el apoyo de su principal aliado, RCN Televisión, un fuerte golpe para un festival percibido como patrimonio nacional, aunque haya tenido que sobrevivir históricamente con dineros –valiosos pero inciertos– de la empresa privada. Aun así, la gerente del festival, Lina Rodríguez, consiguió reunir por primera vez a cinco ministerios, incluido el de Ambiente y Desarrollo Sostenible, que apoya la línea conceptual principal del Ficci 60,“La deriva cósmica”, que aborda el papel del ser humano en la emergencia climática y la reapropiación del universo entero como lugar de origen. Bajo ese tema se exhibirán las siguientes películas: Acasă, my home, de Radu Ciorniciuc (Rumania, Finlandia, Alemania, 2020); Erde, de Nikolaus Geyrhalter (Austria, 2019); Honeyland, de Tamara Kotevska & Ljubomir Stefanov (Macedonia del Norte, 2019); O índio cor de rosa contra a fera invisível: a peleja de Noel Nutels, de Tiago Carvalho (Brasil, 2020).
Vogt lideró al equipo de quince programadores que vieron más de mil trescientos títulos, para seleccionar ciento noventa y cinco. Diez de ellos tendrán su estreno mundial en el Ficci. Según él, al cine latinoamericano que el equipo pudo revisar lo caracterizan un interés por releer las historias nacionales y una particular recurrencia de las desapariciones, forzadas o inexplicadas. Esas películas han conseguido visibilidad y reconocimientos en los grandes escenarios europeos y norteamericanos.algunas de ellas son Canción sin nombre, de la peruana Melina León (Quincena de Realizadores, 2019); La cordillera de los Andes, del documentalista chileno Patricio Guzmán (L’oeil d’or de Cannes, 2019); y Sin señas particulares, de la mexicana Fernandavaladez (premio del público y mejor guion de Sundance, 2020).
Con su curaduría, el equipo de Aljure ha querido buscar un equilibrio entre las películas más esperadas por la cinefilia colombiana, como la indiscutible ganadora del Leopardo de Oro de Locarno, Vitalina Varela, de Pedro Costa; y otras que han demostrado una vocación masiva en otros espacios, como las nominadas al Óscar Honeyland y Corpus Christi. La producción local, por supuesto, ocupa un lugar. En efecto, el Ficci ha insistido en reservar un espacio a las obras de Cartagena (con un programa de cuatro cortometrajes) y otro para el cine producido en el Caribe, con una selección caracterizada por lo fantástico materializado en los contextos más ordinarios. Además de presentar las nuevas obras de directores colombianos como Jorge Navas y Carlos Moreno, se ha abierto una nueva sección, Tierra Adentro, que expondrá las producciones comunitarias y más periféricas, y rendirá un homenaje al productor Mauricio Lezama, asesinado en 2019 en Arauca por grupos armados aún indeterminados.
También presentarán muestras especiales de cine español, que incluirán los más recientes trabajos del director experimental Lois Patiño y del ganador del Goya Rodrigo Sorogoyen, así como una muestra indígena y afro que acompañará el Primer Foro Indígena Andino, en el que participarán comunidades de Bolivia, Perú, Ecuador, Chile y Colombia –iniciativa liderada por el Sundance Institute y Proimágenes–. Por último, habrá muestras enfocadas en jóvenes mujeres realizadoras y fuertes personajes femeninos en pantalla, y la salud mental.
Habrá tributos a dos legendarias y aún prolíficas figuras del séptimo arte. Se trata del director y productor estadounidense Roger Corman, emblema del cine de serie B y colaborador de las primeras obras de Scorsese y Coppola; y el alemán Werner Herzog, quien a finales de los años ochenta rodó parte de su Cobra verde en compañía de Luis Ospina y Carlos Mayolo, y quien entre abril y mayo de este año desarrollará un taller de realización en la Amazonia colombiana.
El festival también presentará una retrospectiva de uno de los cineastas más originales de la cinematografía brasileña contemporánea:adirley Queirós, director de trabajos híbridos de corta y larga duración, sobre el racismo, la periferia urbana y los debates políticos actuales, que lo han conducido a explorar una contundente estética afrofuturista. Esos trabajos han sido estrenados y reconocidos en escenarios de nicho, como el Festival de Locarno.
De forma paralela a las actividades de industria del festival, que ha seleccionado seis largometrajes y dos cortometrajes colombianos en etapa de posproducción, Proimágenes Colombia organiza una importante misión de programadores extranjeros, como Alberto Barbera (Bienal de Venecia) y Karen Park (Busan), para promocionar las más recientes obras del país en búsqueda de su estreno mundial. Y, el Ministerio de Cultura, mediante la Dirección de Cinematografía, celebrará la edición quince de su encuentro de productores y el octavo encuentro de festivales y muestras colombianas de cine.
En esta edición, la programación académica estará a cargo del Centro Ático, de la Pontificia Universidad Javeriana.y el Puerto Ficci, encabezado por la productora Teresa Gaviria, lanzará la primera versión de un proyecto que atenderá las necesidades del cine de la región,ameribérica. Este funcionará como una especie de banco de películas latinoamericanas que generalmente se quedan en los anaqueles de los festivales. Ameribérica pretende ser una red, un mercado permanente de filmes de la región, que garantice la circulación y exhibición de esas cintas en las salas de cine de la zona. Con el anuncio de esta iniciativa, el sueño de tener un mercado común y de intercambio para la producción cinematográfica podría convertirse en realidad.