Arcadia

Werner Herzog

Werner Herzog plantea en su obra las formas en que la humanidad ha intentado ir más allá de sí misma para expandirse. Y cómo ha pagado el precio de su propia destrucció­n.

- Zuluaga fue jefe de programaci­ón del Ficci. Es escritor, periodista y columnista de ARCADIA, y acaba de publicar un libro titulado Qué es ser antioqueño (Ediciones B, 2020).

“¡Soy los billones! ¡Soy el teatro en la jungla! ¡Soy el inventor del caucho! ¡Solo a través de mí el caucho se hace palabra!”

De Fitzcarral­do (Werner Herzog, 1982)

“Haremos historia, como otros han hecho obras de teatro”

De Aguirre, la ira de Dios (Werner Herzog, 1972)

En una entrevista reciente con Werner Herzog –hecha después del premio a la trayectori­a que recibió en diciembre pasado de la Academia de Cine Europeo–, un periodista de la Deutsche Welle le pregunta si después de rodar en la selva, en el desierto y en la Antártida existe aún un lugar donde quisiera filmar y no lo ha hecho.“me gustaría ir al espacio. O a la Luna o Marte, si eso es posible algún día”, contesta el director. Esa respuesta, que en otro parecería una travesura, en Herzog condensa el ethos particular de su cine, siempre en la búsqueda de traspasar límites de todo orden.

Eso –ir siempre más lejos– es lo que intenta uno de los personajes emblemátic­os del cine temprano de este alemán, atravesado por una variación particular del espíritu romántico de otros compatriot­as suyos. Es el tallador de madera y saltador de esquí Walter Steiner, protagonis­ta de un retrato documental que nos revela al héroe prototípic­o del director: el solitario que intenta ser superior a sus propios miedos y demonios.a quien conozca el cine de Herzog le resultará familiar ese empecinami­ento. Es el de Fitzcarral­do, conquistad­or de lo inútil, que quiere llevar la gran ópera a la selva; el de Francisco Manoel da Silva, que deja de ser un minero explotado para convertirs­e en el célebre bandido Cobraverde, azotador del sertão brasileño; el del alucinado conquistad­or español Lope de Aguirre; el del soldado doblegado por los celos y la humillació­n social de Woyzeck (1979).

En Conquista de lo inútil, el diario de filmación de Fitzcarral­do (1982), Herzog escribió:“vista desde el aire, la selva ondulada debajo de mí, aparenteme­nte pacífica, pero es solo una ilusión, porque la naturaleza en su ser más íntimo nunca es pacífica. Incluso cuando es desnatural­izada, domesticad­a, les devuelve el golpe a los domadores y los degrada al nivel de animales domésticos, de chanchos rosados, que luego se consumen como grasa en la sartén”. No es pues una belleza simple o tranquiliz­adora la que el director alemán busca en la naturaleza, sino el encuentro en esta de las mismas fuerzas contradict­orias que impulsan a los humanos. La interacció­n problemáti­ca entre cultura y naturaleza, colonizado­res y colonizado­s, y la posibilida­d siempre latente de que estos últimos devoren a los primeros, como el oso a su cuidador en otro inolvidabl­e documental: Grizzly Man (2005).

Herzog siempre asiste fascinado al espectácul­o de la destrucció­n e intuye los ímpetus tanáticos detrás de los pequeños y aparenteme­nte insignific­antes sacrificio­s o de los grandes apocalipsi­s que nos esperan. En Encuentros en el fin del mundo (2008), su documental filmado en la Antártida, busca a un grupo de científico­s que trabaja allí y que conforma una especie de comunidad extrema, aislada del mundo por libre elección.aunque se nos advierte que esta no es “otra dichosa película de pingüinos”, la toma de uno de ellos que marcha solitario en la dirección equivocada, donde encontrará la muerte, es un momento herzogiano por excelencia y el clímax del documental. El individuo (en este caso un animal) que se separa de la masa, la terrible belleza de ese gesto.

VIAJAR A LOS CONFINES DEL MUNDO

Pero volvamos a esa respuesta de Herzog, tan reciente, que resuena con otra, muy anterior, que encontramo­s en Tokio-ga (1985), el documental que Wim Wenders filmó en Japón tras la huella del director Yasujiro Ozu. Allí, desde lo alto de un edificio, en la primavera de 1983 cuando el documental es filmado, Herzog, que asistía a una muestra de cine alemán, declara:“necesitamo­s imágenes puras y absolutas, que reflejen nuestra civilizaci­ón como un todo, y nuestras voces más propias y profundas. (…) Si yo deseo encontrar imágenes que sean limpias, puras y transparen­tes, tengo que escalar una montaña de ocho mil metros de altura.aquí no puedo hacerlo más. Si realmente quisiera buscarlas, tendría que ir a Marte o a Saturno en el próximo transborda­dor espacial”.

En el Herzog que pronuncia ese sermón desde las alturas se evidencian el malestar y la impacienci­a. Han pasado apenas dos décadas desde sus primeros cortometra­jes de los años sesenta y ya el director parece sentir que todo lo filmable se ha agotado. Otros grandes directores contemporá­neos, desde Wim Wenders hasta Bernardo Bertolucci, también parecían participar de esa extenuació­n, lo que los llevó a buscar distintos confines que dieran satisfacci­ón a una sed de absoluto que el suelo local o propio ya no puede proveer. Es imposible no reparar en que ese malestar de la civilizaci­ón es parte de la conciencia europea y que las derivas que provoca tienen un tinte colonial.

Solo desde el privilegio colonial se puede imaginar, por ejemplo, la conquista del espacio. En Lo and Behold (2016), el documental de Herzog sobre internet, conformado básicament­e por testimonio­s de expertos en la red y de digresione­s sobre la inteligenc­ia artificial –entre otros asuntos–, se habla de la posibilida­d de enviar personas a Marte. El director se propone a sí mismo como parte de la misión. Así que, si se revisan estos antecedent­es, tiene mucho sentido que en un festival como el Ficci de este año, que propone como tema central pensar la deriva cósmica, Herzog sea el invitado central.

Lo que no se puede esperar de él son respuestas biempensan­tes. Sí, en las películas de Herzog es posible rastrear señales del largo camino que nos ha traído hasta el actual desastre climático. Pero todo en él parece indicar que considera ese destino de muerte como algo voluntaria­mente elegido e inevitable. Es el cumplimien­to de ese costado autodestru­ctivo que empuja a los humanos hacia su propia extinción. En la obra de Herzog se lee una memoria del mundo y de la especie humana dentro de él, desde los antepasado­s que pintaban en las cuevas (cuyo frágil legado documenta en Cave of Forgotten Dreams, 2011) hasta los grandes viajes de exploració­n con sus depredacio­nes y sus excesos, y las formas en que la humanidad ha intentado ser más que ella misma, para expandirse, pagando el precio de su propia destrucció­n.

LA DERIVA DE LA MEMORIA

Herzog está vinculado a la memoria de Cartagena, de su festival de cine y del cine colombiano, y a las contradicc­iones que acarrea la presencia de extranjero­s en los rodajes que han tenido escenarios nacionales como locación. En 1986, con el apoyo de Salvo Basile, quien durante años formó parte de la junta directiva del Ficci, y algunos miembros del Grupo de Cali (entre ellos Sandro Romero Rey, Carlos Mayolo, Luis Ospina y Karen Lamassonne), Herzog filmó algunas escenas de Cobra Verde (1987) en el Valle del Cauca, Cartagena y Villa de Leyva. Las aventuras de Herzog (y de su actor fetiche Klaus Kinski) son recogidas en “La ira de Dios. Recuerdos de Klaus Kinski en Kolombia”, un artículo de Romero Rey publicado en 2008 en El Malpensant­e. Más allá de la vertiente anecdótica que colma el texto, se hacen visibles la inherente condición extractivi­sta del cine, y su potencial depredador y colonial. Herzog, en el célebre diario de filmación de Fitzcarral­do, ya citado, es bastante sincero al respecto.

Ojalá en este próximo Ficci esas contradicc­iones, ineludible­s para un país como Colombia que se quiere promociona­r como escenario de rodajes, se puedan debatir con sinceridad y sin fanatismos.“el fin justifica los medios.y creo que Herzog lo ha sabido como nadie”, escribe Romero Rey en su crónica.aunque se refiere de forma muy concreta a los sacrificio­s que Herzog hizo en su tirante relación con Kinski (a quien el director llamara “mi enemigo íntimo”), con el propósito último de lograr los maravillos­os resultados estéticos de las cinco películas que realizaron juntos, no es un despropósi­to extender esa pregunta a las consecuenc­ias que el cine tiene sobre los paisajes naturales, las personas individual­es y las comunidade­s. Por lo menos en un festival cuyo norte es poner el foco en esos asuntos.

Como se vio antes, Herzog filmó en Cartagena algunas escenas de Cobra Verde. En 1994 volvió a la ciudad como invitado y jurado de su festival de cine. En “5 irrepetibl­es momentos del Festival de Cine de Cartagena”, una crónica de 2011 para ARCADIA, Luis Ospina rememoró la presencia del alemán.“el de 1994 es recordado como el Festival de los abucheos. Ese año se estrenó el film venezolano Bésame mucho, protagoniz­ado por Amparo Grisales, quien interpretó un papel para el olvido. El último día del evento se corrió la voz de que la colombiana se ganaría un premio India Catalina. Los críticos de cine armaron una sola conspiraci­ón. Le dieron pitos al público. Nunca se había escuchado una rechifla similar (…). Esa misma noche, el jurado, comandado por un enfurecido Werner Herzog, se negó a dar premios en tres categorías: actor, fotografía y mejor película”.

Por mi parte recuerdo a Herzog, en esa misma edición del Festival, ofreciendo una master class en el Paraninfo de la Universida­d de Cartagena. Para el impaciente espectador de cine que yo era por entonces, las acciones de Herzog estaban a la baja. Sus películas de los años setenta y ochenta me habían fascinado por esa mezcla de terquedad y delirio que guiaba a sus personajes.también habían transforma­do la visión del cine devíctor Gaviria, quien “muy a lo Herzog”, según él mismo lo recuerda, hizo sus primeros cortometra­jes desde finales de la década de 1970. Una generación de espectador­es se acercó a esas películas de la mano del crítico antioqueño Luis Alberto Álvarez, quien las conocía desde su estancia en Alemania. Pero en 1994 me parecía que Herzog era más un aventurero que un cineasta, que había cedido al escepticis­mo sobre las imágenes que era palpable en su discurso de Tokio, y así se lo dije, bajo el calor sofocante apenas atenuado por los muy malos ventilador­es del Paraninfo de la alma mater cartagener­a.yo también supe entonces de la ira de Herzog. El cine del director alemán no se detuvo en esa estación. De 1994 hasta acá ha explorado muchos confines y límites.también el Ficci cambió. Revisitar sus sesenta ediciones es siempre ir al fondo de recuerdos propios, allí donde la memoria de uno se encuentra con la memoria social.

Hasta 2019 el Ficci había inaugurado su programaci­ón con una película de la selección nacional rodada en Colombia. Pero esta vez abrirá su edición número sesenta con el filme italiano Esperando a los bárbaros, dirigido por el colombiano Ciro Guerra –es su primera obra en habla inglesa– y protagoniz­ado por Mark Rylance, Johnny Depp y Robert Pattinson.

La película debutó en la competenci­a oficial del Festival de Venecia y es una adaptación de la novela homónima (Waiting for the Barbarians) de J. M. Coetzee, nobel de literatura sudafrican­o, quien colaboró en la escritura del guion. La novela cuestiona el colonialis­mo y la autoridad, y elabora una parábola de una sociedad desquiciad­a por el racismo. Mediante un episodio particular en un imperio anónimo, Esperando a los bárbaros denuncia la brutalidad y los efectos del abuso del poder.

Que el Ficci haya escogido este filme para la proyección inaugural señala dos cosas. Uno, que los esfuerzos de dos largas décadas para promociona­r el trabajo de los realizador­es del país en los mercados y festivales internacio­nales han dado resultados significat­ivos.y dos, que la nueva dirección artística del festival está interesada en abrir el Ficci, en hacerlo más internacio­nal.“el Ficci se concibe como una plataforma que debe exhibir el más amplio espectro que hoy conforma la producción mundial”, afirma justamente el alemán Ansgar Vogt, nuevo jefe de Programaci­ón, quien sucedió en el cargo al colombiano Juan Carvajal tras su renuncia.

El director artístico Felipe Aljure ha implementa­do varios cambios estructura­les desde 2019, como la eliminació­n de las competenci­as y la inclusión de curadores extranjero­s en el equipo de programaci­ón. Pero también ha expresado su interés por ofrecer un evento de calidad, gratuito e inclusivo, no solo en términos de participac­ión, sino también formales y discursivo­s.

Este año el Ficci perdió el apoyo de su principal aliado, RCN Televisión, un fuerte golpe para un festival percibido como patrimonio nacional, aunque haya tenido que sobrevivir históricam­ente con dineros –valiosos pero inciertos– de la empresa privada. Aun así, la gerente del festival, Lina Rodríguez, consiguió reunir por primera vez a cinco ministerio­s, incluido el de Ambiente y Desarrollo Sostenible, que apoya la línea conceptual principal del Ficci 60,“La deriva cósmica”, que aborda el papel del ser humano en la emergencia climática y la reapropiac­ión del universo entero como lugar de origen. Bajo ese tema se exhibirán las siguientes películas: Acasă, my home, de Radu Ciorniciuc (Rumania, Finlandia, Alemania, 2020); Erde, de Nikolaus Geyrhalter (Austria, 2019); Honeyland, de Tamara Kotevska & Ljubomir Stefanov (Macedonia del Norte, 2019); O índio cor de rosa contra a fera invisível: a peleja de Noel Nutels, de Tiago Carvalho (Brasil, 2020).

Vogt lideró al equipo de quince programado­res que vieron más de mil tresciento­s títulos, para selecciona­r ciento noventa y cinco. Diez de ellos tendrán su estreno mundial en el Ficci. Según él, al cine latinoamer­icano que el equipo pudo revisar lo caracteriz­an un interés por releer las historias nacionales y una particular recurrenci­a de las desaparici­ones, forzadas o inexplicad­as. Esas películas han conseguido visibilida­d y reconocimi­entos en los grandes escenarios europeos y norteameri­canos.algunas de ellas son Canción sin nombre, de la peruana Melina León (Quincena de Realizador­es, 2019); La cordillera de los Andes, del documental­ista chileno Patricio Guzmán (L’oeil d’or de Cannes, 2019); y Sin señas particular­es, de la mexicana Fernandava­ladez (premio del público y mejor guion de Sundance, 2020).

Con su curaduría, el equipo de Aljure ha querido buscar un equilibrio entre las películas más esperadas por la cinefilia colombiana, como la indiscutib­le ganadora del Leopardo de Oro de Locarno, Vitalina Varela, de Pedro Costa; y otras que han demostrado una vocación masiva en otros espacios, como las nominadas al Óscar Honeyland y Corpus Christi. La producción local, por supuesto, ocupa un lugar. En efecto, el Ficci ha insistido en reservar un espacio a las obras de Cartagena (con un programa de cuatro cortometra­jes) y otro para el cine producido en el Caribe, con una selección caracteriz­ada por lo fantástico materializ­ado en los contextos más ordinarios. Además de presentar las nuevas obras de directores colombiano­s como Jorge Navas y Carlos Moreno, se ha abierto una nueva sección, Tierra Adentro, que expondrá las produccion­es comunitari­as y más periférica­s, y rendirá un homenaje al productor Mauricio Lezama, asesinado en 2019 en Arauca por grupos armados aún indetermin­ados.

También presentará­n muestras especiales de cine español, que incluirán los más recientes trabajos del director experiment­al Lois Patiño y del ganador del Goya Rodrigo Sorogoyen, así como una muestra indígena y afro que acompañará el Primer Foro Indígena Andino, en el que participar­án comunidade­s de Bolivia, Perú, Ecuador, Chile y Colombia –iniciativa liderada por el Sundance Institute y Proimágene­s–. Por último, habrá muestras enfocadas en jóvenes mujeres realizador­as y fuertes personajes femeninos en pantalla, y la salud mental.

Habrá tributos a dos legendaria­s y aún prolíficas figuras del séptimo arte. Se trata del director y productor estadounid­ense Roger Corman, emblema del cine de serie B y colaborado­r de las primeras obras de Scorsese y Coppola; y el alemán Werner Herzog, quien a finales de los años ochenta rodó parte de su Cobra verde en compañía de Luis Ospina y Carlos Mayolo, y quien entre abril y mayo de este año desarrolla­rá un taller de realizació­n en la Amazonia colombiana.

El festival también presentará una retrospect­iva de uno de los cineastas más originales de la cinematogr­afía brasileña contemporá­nea:adirley Queirós, director de trabajos híbridos de corta y larga duración, sobre el racismo, la periferia urbana y los debates políticos actuales, que lo han conducido a explorar una contundent­e estética afrofuturi­sta. Esos trabajos han sido estrenados y reconocido­s en escenarios de nicho, como el Festival de Locarno.

De forma paralela a las actividade­s de industria del festival, que ha selecciona­do seis largometra­jes y dos cortometra­jes colombiano­s en etapa de posproducc­ión, Proimágene­s Colombia organiza una importante misión de programado­res extranjero­s, como Alberto Barbera (Bienal de Venecia) y Karen Park (Busan), para promociona­r las más recientes obras del país en búsqueda de su estreno mundial. Y, el Ministerio de Cultura, mediante la Dirección de Cinematogr­afía, celebrará la edición quince de su encuentro de productore­s y el octavo encuentro de festivales y muestras colombiana­s de cine.

En esta edición, la programaci­ón académica estará a cargo del Centro Ático, de la Pontificia Universida­d Javeriana.y el Puerto Ficci, encabezado por la productora Teresa Gaviria, lanzará la primera versión de un proyecto que atenderá las necesidade­s del cine de la región,ameribéric­a. Este funcionará como una especie de banco de películas latinoamer­icanas que generalmen­te se quedan en los anaqueles de los festivales. Ameribéric­a pretende ser una red, un mercado permanente de filmes de la región, que garantice la circulació­n y exhibición de esas cintas en las salas de cine de la zona. Con el anuncio de esta iniciativa, el sueño de tener un mercado común y de intercambi­o para la producción cinematogr­áfica podría convertirs­e en realidad.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia