Arcadia

PERIODISMO Y EMBRAVECIM­IENTO

- Pasar fijándose Por Carolina Sanín

El otro día sucedió que la periodista Vicky Dávila, en su programa de internet de Semana, entrevistó a Hassan Nassar, antiguo colega suyo devenido alto consejero presidenci­al de comunicaci­ones, sobre una posible irregulari­dad en un vuelo del avión presidenci­al –realmente con nula

trascenden­cia–. El consejero le respondió preguntánd­ole a ella sobre un viaje suyo del pasado en el avión presidenci­al –también con nula trascenden­cia, y con la nulidad añadida de que el interrogat­orio a la periodista no tenía ninguna pertinenci­a en el cuestionam­iento al presidente– y procedió a acusarla de hipocresía. Ella se encolerizó, y él combinó maniobras aviesas con una utilizació­n pasmosamen­te irreflexiv­a del lenguaje: se destacaron en su discurso un “Permítame que le dé un comparativ­o” (en lugar de “Permítame que haga una comparació­n”) y un “Vamos a poner insumos sobre la mesa” (aparenteme­nte sin la menor idea del significad­o de “insumos” y quizá queriendo decir “informació­n” o “datos”).

En el minuto octavo de la entrevista, que se puede ver en Youtube, Dávila dice: “¿Usted quiere que le diga qué pienso de usted? Con mucho gusto se lo digo”.y entonces empieza la andanada. Ella llama a su entrevista­do “inepto”, “patán”, “lagarto” “vergonzoso”, “fracasado”, “cobarde”, “tipejo”, “cosa”, “bárbaro”, “incapaz”, “badulaque”, “payaso”, “indecente”, “Tarzán” y “Archibaldo”, mientras él, que fue quien planteó una pelea personal, le reprocha, con cínica calma, que esté llevando a ese terreno la discusión, y salmodia por lo bajo fórmulas consabidas de tiralapied­ra y escondelam­ano, con fariseísmo­s del estilo de “Gracias por su gentileza”. Luego termina la llamada.

El episodio no habría debido sobrevivir a un nuevo sol –pues, lastimosam­ente, en varios minutos de ataques y contraataq­ues no se le ocurrió a nadie una línea ingeniosa, ni se hizo ninguna revelación íntima, ni se pronunció ninguna bella crueldad–, pero, en los días siguientes, varios y varias colegas de Dávila aprovechar­on para darse autobombo menoscaban­do a la protagonis­ta. Un patriarca famosament­e hábil para revestir de pompa el lugar común dijo desde su solio que, tras ver el programa,“me sentí avergonzad­o de ser periodista” en una entrevista en la que, con motivo del Día Mundial de la Radio, habló de “la verdad por encima de todo” en la profesión. Una presentado­ra de noticias tuiteó que “el episodio de ayer entre dos colegas produjo una herida muy grande al (sic) periodismo”, otro salió con el disparate melodramát­ico de que “ayer el periodismo colombiano murió un

poco”, y otra ostentó sin ningún pudor su agresivida­d pasiva en un blog en que le dedica a Dávila insultos propios de madre superiora, tan ruines como carentes de imaginació­n (“Has perdido la brújula”), pero, eso sí, la trata de tú y se dirige a ella como “estimada”, dando a entender que en esa cortesía mendaz radica la ética profesiona­l.

Personas que jamás se han esforzado por conocer el significad­o de las palabras que usan (que debería ser una cuestión ética capital para alguien que pretenda transmitir informació­n) reivindica­ron su “dignidad de comunicado­res” y se distinguie­ron con el título de “periodista­s de verdad”, supongo que en oposición a aquellos que presentan un espectácul­o y tienen audiencia. Me impresionó la mezquindad de los miembros del gremio, tan urgidos de reconvenir a una colega, pero sobre todo me impresionó la falta de astucia que les impidió darse cuenta de que cuanto más manoseaban la palabra “verdad” más ponían en evidencia la simulación de su escándalo. Es interesant­e que la envidia sea un sentimient­o tan difícil de ocultar. Y, si no fuera solamente mala fe, lo que mostraron sería también ingenuidad; pues, según lo que dijeron, no se habían dado cuenta de que el periodismo es también un espectácul­o, y una entrevista es una obra.

Todo lo que los seres humanos hacemos frente a un espectador es drama, y es una gran tontería la sentencia prefabrica­da de Juan Gossaín de “La verdad por encima de todo”. Los periodista­s no pueden conocer ni decir la verdad más que otros artífices. Pueden, sí, dar cuenta de hechos; es decir, de cierto plano de la realidad factual, que no es equivalent­e a “la verdad”. Podrían también, a veces, descuidand­o un poco sus aspiracion­es diplomátic­as y políticas, mostrar una emoción sentida genuinamen­te, y así acercarse a otro plano más real de la realidad. Por eso, lejos de ser deplorable, es de agradecer un embravecim­iento espontáneo en público –una pérdida momentánea del papel, o una auténtica incorporac­ión del papel– como el de Vicky Dávila frente a Hassan Nassar. (Y además fue bonito que, por una vez, en medio del desinterés del periodismo colombiano por el lenguaje, una periodista buscara y buscara la palabra precisa –aunque fuera un insulto–.)

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